Todo comenzó con un niño que avanzaba por la escollera de un balneario popular. Su abuela (o la madre, no lo sé) le gritaba desde la costa: Tutti te vas a caer, volve Tutti, si te caes te ‘ogas. En tanto la señora seguía suplicando, y como suele suceder en vacaciones, la situación devino en un espectáculo callejero gratuito. El vulgo numeroso, se autoconvocaba, regodeándose con la posibilidad de que el niño caiga mar abajo.
La escena se veía perturbada por el contagio emocional y la histeria colectiva. Yo observaba a distancia prudencial.
El niño evidentemente no oía, y ni siquiera los miraba, se hallaba de espaldas a la multitud. Para él, la probabilidad de caer, cotizaba muy por debajo, que el placer del viento salado, refrescándole la frente. Cuando volteó el cuerpo, veía los ademanes llamándole desesperados. Se dirigió hacía el gentío, desfilando por la escollera angosta y resbaladiza, con esplendida gimnasia. Al pisar arena firme, todos aplaudieron, como si se tratase de un superhéroe yankee que salvaba Washintong o la Ciudad de Nueva York. La abuela lejos de regañarlo también aplaudía, presionada por la chusma turista que ya se disipaba. Quedaron solos y se sentaron en la costanera. Ella finalmente respiraba con fluidez. El niño, en cambio, estaba excitado por la ovación recibida, él también se sentía un superhéroe. La abuela evitó reprenderlo secretamente, en su lugar, opto por contarle una historia, que me acerque con diplomacia, para poder escuchar.
Ella hablaba así: nunca más vuelvas a trepar ahí, o te pasara lo del hombre con la pierna ortopédica. ¿Y que es ortopédica? Una pata de palo tutti. Antes, cuando no habías nacido, vivía un hombre que andaba en muletas y asustaba a los chicos. Le pedía a los nenes de tu edad, que le aten los cordones, y cuando ellos se agachaban, el viejo pata de palo, se levantaba el pantalón y les mostraba la prótesis, para que corran espantados. ¿Y que es prótesis? La pata de palo tutti.
Un día el hombre de la pierna ortopédica, proseguía la abuela con el relato, se fue deslizando hasta la punta de la escollera. ¿Y eso que es? La escollera es donde te subiste. Ahh si, ya sabía. Te estaba diciendo, el hombre llegó donde termina la escollera y comienza el mar, justo al borde. Dejo caer las muletas y perdió el equilibrio, rodando hasta caer al agua. Él se hundía al grito de: “no se nadar, no se nadar”. La muchedumbre lo animaba, pero nadie se tiraba a salvarlo. Daba manotazos de ‘ogado tratando de aferrarse a las rocas, pero las olas, lo hacían imposible.
De pronto, la señora hizo una pausa para levantarse y caminar con el niño de la mano. Decidí seguirlos de cerca, para no perderme el final de la historia.
¿Se murió? Pregunto el nieto (o el hijo, seguía sin saberlo). Casi se muere, lo ayudó la pata de palo, se la sacó, y flotando con la prótesis, llegó hasta la orilla. Ahh, pero entonces se salvó, festejó el niño. Si tutti, pero si hubieses caído en su lugar ¿Cómo flotabas? ¿Te das cuenta? El niño la miraba de reojo, pensativo, y sin poder refutarla. Yo me detuve para observar como se alejaban.
Desconozco si la historia del hombre con la pierna ortopédica fue cierta, y en todo caso no es el punto. El punto es que el niño creyera el relato, así fuese ficticio. Porque como dijo un filosofo alemán: la verdad y la creencia en la verdad de una cosa, son dos mundos de intereses completamente extraños el uno al otro, por eso bastaba con que el niño lo creyera simplemente. La abuela (o la madre, nunca lo supe) recreaba en el relato, algún ser mitológico del folclor burgués, como el cuco o el hombre de la bolsa, para persuadir al niño, de no volverse a trepar por la escollera.