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Inicio / Cuenteros Locales / lorelei / MIRANDA Y LA ORUGA TRAICIONERA

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Los rayos de sol se asomaron tímidamente entre las cortinas de su ventana. Sin embargo, para Miranda todavía es de noche. La oruga dormilona ni piensa en dejar su cuerpo, camina en su interior. Cada rincón se convierte en una nueva aventura. Sorprendiéndose así, cuando logra vislumbrar colores poco comúnes que, de inmediato, comienza a amar.
Su lugar favorito es el corazón, ahí se siente tan cómoda... pareciera que nada la pudiera dañar. Pero la oruga no conoce su rumbo y suele perderse. En esos momentos, Miranda trata de respirar, pausadamente, para regalarle una brisa suave que despeje las sombras de su alrededor. Pero eso no sirve, porque las sombras están adheridas a su pequeñito cuerpo, a sus patas, a sus diminutos ojos.
A Miranda, en ocasiones, le parece que lleva dentro de sí a un animalito ciego, porque lo siente recorrer varias veces un mismo lugar. Dando vueltas eternas por su pulmón derecho, recorriendo una y otra vez sus costillas. No es raro que un leve remezón la estremezca, y eso pasa cuando la oruga marea y choca. Hay momentos en que no la siente más, porque la oruga se cansa y prefiere dormir. Muchas veces, por culpa de sus sombras, tiene pesadillas escabrosas. Cuando eso ocurre, despierta llorando hace llorar a Miranda también, porque no sabe cómo ayudarla. La oruga siempre lleva consigo un saco con granitos de azúcar, pero como hace tanto tiempo estaba recorriendo el mismo lugar, se empezaron a acabar. Además, su distracción -en más de una ocasión- hizo que varios granitos se desparramaran por todo el lugar. Cuando pasaba eso, Miranda se sentía jovial y sorprendida, al darse cuenta que sonreía... de nada. Era una risa maquinal que le provocaba confusión, pero la hacía sentir feliz. Es que había épocas en las que su cuerpo se llenaba de amargura, el aire se volvía pesado y Miranda casi no podía respirar. Aquello, también repercutía en el ser que habitaba en su interior que por algunos segundos se asfixiaba, la angustía llegaba de golpe y nada podía hacer. Hubieron varias semanas en que Miranda no sintió a la oruga. Pensó lo peor, quizás, que se hubiese perdido en algún lugar remoto de su cuerpo del que ni ella misma tenía conocimiento. Pero no, era que se había sentido infinítamente cansada, además estaba casi desnutrida. No había alimentos y un sueño enfermizo la había hecho dormir por mucho tiempo. Pero un día, despertó y su brusco movimiento alertó a Miranda, que de inmediato se dió cuenta que seguía viva. Se alegró bastante, pero eso duró hasta que se percató que la oruga estaba enferma y no tenía fuerzas para seguir caminando. Sólo alcanzó a llegar al corazón, se sentía un poco mejor. Pero no. Fascinación, era fascinación lo que sentía cada vez que estaba ahí y esta vez no sería una simple estadía. La oruga enferma, sufría delirios y sin darse cuenta, desesperada, comenzó a comerse el corazón de Miranda. Pequeños bocados en un principio, luego se transformaron en voraces. Miranda, presa del pánico, se puso a llorar. ¿Habría sido un error permitir que una oruga habitara en su cuerpo? Hoy, padecía una lenta agonía. Aquella mañana, ya no había rayos de sol que se colaran por su ventana. Era invierno y llovía. Sólo se escuchaba el crujido de los techos. Miles de ínfimas gotas cayendo del cielo... y la angustia la envolvía. No amanecía, hoy era noche... y lo sería por mucho tiempo más, pero sin luz de luna ni tampoco estrellas.

Texto agregado el 20-06-2004, y leído por 581 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
20-06-2004 Interesante, quería seguir leyendo libelula
 
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