Olvidada de mi pueblo,
manos blancas entre
cuerpos negros,
encadenada de una
peste que nunca
me llevó consigo,

historiadora de canciones
claras de tiempos
oscuros,

sacerdotisa en
oscuros llantos
bajo tierra, en
cuevas sobre el
sacrosanto cuello de la
tierra.

Fui mujer del viento y
me lincharon por
bailar desnuda con
Thor,

fui amiga de Zeus entre roqueríos
desesperados, desdeñando
a las más bellas canciones
de amor.

Iletradamente enamoré a
Calíope y la
dejé cabalgar conmigo
por el viento de los
días, hasta el
amanecer de las
oscuras llamaradas
del final de un siglo.

Ví morir a mis dioses
con la soga al cuello de
sus propias presunciones,

los paganos lloraban
con los cuerpos desnudos
pintados de ideales,

vi las escrituras de los
clásicos mientras
me sonaba
la nariz con una tela de
cebolla

(no paraba de llorar)

practiqué esgrima con
Baudelaire y le proferí
en el cuello la herida
de la poesía,

fuí amiga del sol
y la luna estuvo celosa de mí,

me acosté con cuanto
hombre encontré en
el mundo y lo
dejé al amanecer
de la última noche de su vida,

no envejecí,

aún no crezco,

y huyo como una sombra
de la luz de las antorchas y
la guerra de los santos.