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De como un ferrocarril sanguíneo y escarlata
Agita brumas a pulsaciones de carbón,
Una la´grima ácida, una pupila de sudor,
Un sudor de lantos.
De como un suspiro expansivo, aquí nace,
Erigido sobre vertebras férreas, aquí yace.

Procurar aliviar la tensión de los rieles,
El calvario de los sentidos,
La extorsión de las pestañas, de las cenizas,
De los roces de fuego, ojo por ojo,
Latido por latido, metal por metal.
De cuyo ardor, inevitable fulgurar,
Manan, sin duda, las velocidades psicoperversas,
Más aún, perpetuar ese movimiento giratorio
Que los relojes nietzschenianos intentan explicar,
Se sitúan en las cárdenas ruedas de los trenes,
Justo en los óxidos que regresan siempre,
Sobre la fría negrura carbonatada en la sangre,
No sangre kilométrica sino de crepúsculo de nervios,
De fuegos fatuos, de pieles fatuas, de motores muertos.

De como pavores y vapores se aparean
Con los placeres herméticos, ansias de locomotoras alegóricas,
Justo como los miedos que abdican a los tronos orgásmicos,
Vertiginosas aquellas coronas, exquisitas y romanas.

Hay temores que se descarrilan
De sus propias locomotoras suicidas,
Hay trenes que arriban al vértigo sur,
Hay horrores que lo hacen al vértigo norte.
Y prodigiosamnete circula,
En alientos de rieles,
El pánico, el tprrente ahogado del pánico.
De como el imperio del miedo
Se extiende y abruma sólo un riel,
Viajando por sólo una dirección agónica,
Hasta un único destino abismal,
Que ninguna respiración mecánica logra frenar,
El maquinista arácnido es la causa prima, el ansia,
El operador del delirio de los carriles,
El amo universal del ruedo de las velocidades enrojecidas.

En un itinerario posterior, se extienden
Otros rieles, otros vagones repletos de oscuridad,
Mas allá de los horizontes ferroviarios de la conciencia,
Los túneles freudianos,
Donde el preámbulo de penumbra de la represión,
Hace los ecos rutilar,
Dentro de ellos se concibe el sueño,
Los muros de estos túneles surrealistas;
Albergan calendarios que van marcando, kilométricamente,
Las nociones babilónicas,
Los juicios mesopotámicos,
El homo sapiens, la angustia daliniana,
Que sin duda es la antepasada del temor.

De como un ferrocarril, sanguíneo y escarlata,
Agita brumas a pulsaciones del yo,
De como este tren,
Pasa, emerge, esclarece, hasta el otro extemo del túnel,
Hacia las arterias de la conciencia obstruídas,
-El colesterol del inconciente- Exclaman los genios.

Luego de este a tarves de los
Campos de trigo, de fobias y angustias,
De sienes en el palpitar,
Se van percibiendo claramente los horizontes,
Se van verticalizando hasta la salida,
Hasta la libertad del símismo.

...Y entonces despues del carbón cruzamos
Ese fabuloso puente de concreto, fáctico, empírico.
Y entonces el maquinista,
Ya no es la causa prima, ya no es el ansia,
No obstante los túneles jamás se extinguen,
Sólo se eluden, se olvidan, como actos fallidos

Texto agregado el 21-06-2004, y leído por 141 visitantes. (0 votos)


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