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Por alguna razón las pinturas de Carla quedaban siempre inacabadas. En un principio se pensó que era el temor de finalizar algo y no saber cómo recomenzar pero yo nunca estuve de acuerdo con esa teoría, puesto que antes de terminar un trabajo su mente ya estaba reacomodándose a la nueva tela que se estaba preparando en el estudio y su mirada ya no se fijaba en la obra sino que solía desviarse repetidas veces hacia el cero absoluto del lienzo no comenzado, aquel que yo como su ayudante le armaba en el taller e imprimaba en el cuarto contiguo para no distraer su atención a quien posara para ella en cada ocasión. Si bien yo pasaba horas en el taller observándola trabajar, nunca supe exactamente como pasaba de los primeros bocetos sobre la tela y las manchas de color al momento en que su pintura adquiría el alma del modelo; en parte porque ella se resistía a que espíe del otro lado del bastidor, donde las musas tienen su fiesta y otro tanto debido a que ella siempre terminaba la obra durante la noche, cuando yo había acabado mis tareas y me retiraba a mis aposentos, en el altillo de su atelier, dejándola en compañía de sus castálidas y el joven, que a esta altura ya estaría entregado a su don, que lo convertiría en un dios indeleble. Para cuando yo bajaba, la nueva tela ocupaba el atril, y el espíritu del modelo descansaba con cierto desdén contra una pared, pintado en el lienzo y alejado de la luz, como purgando su penitencia. Casi siempre encontraba a Carla durmiendo en el piso cubriendo su cuerpo semidesnudo con algunas mantas empapadas en vino y los pinceles regados por el piso de madera teñida en óleo. Yo con mis dieciséis años y un para ese entonces, no muy formado cuerpo solía llevarla en brazos hasta su cuarto, donde la arropaba y cuidaba que durmiera su borrachera, hasta que la resaca lo permitiese. Esta situación se venía repitiendo desde que me contrató para ayudarla, cuando yo recién había escapado del orfanatorio, allá por mis quince, y ha pintado mucho desde entonces, desde hombres maduros hasta jovencitas; siempre con esa mirada que los desnudaba y los volvía a vestir en su lienzo, acariciando sus dones con pinceladas suaves y seductoras hasta que la noche se los entregaba extasiados de su arte y de su amor, que los plasmaba en un instante eterno, atrapándolos en un calabozo de tela y bastidor del que no podrían escapar, flanqueados por colores electrizados y perspectivas divergentes hacia ningún lugar, que por algún motivo no poseían puntos de fuga; pero lo más inquietante era ese elemento faltante, o simplemente esbozado en cada obra que se rehusaba a terminar de formalizar, como si esperase que se autocomplete, como una respuesta del cuadro al diálogo que ella le propusiera; una réplica del amor al arte que le fuera correspondido.
Esta mañana, para cuando desperté, Carla había bajado temprano al estudio y ya se encontraba frente a la nueva tela repasando la última capa de imprimación cuando suena el timbre desde la puerta de calle y ella se apuró a abrirla con un entusiasmo que difícilmente hubiera mostrado en una tarea que me correspondía a mí, al punto que casi se topó conmigo bajando las escaleras y aún así fue ella misma quien acudió al llamado. Me dirigí al office a preparar café, para dejar constancia de cuál es mi función mientras veo entrar a una hermosa mujer adulta, de unos treinta y siete, (algo así como la edad que aparentaba Carla) vestida con un tapado de piel oscura y con un peinado muy armado y aparatoso. Carla la trataba como si la conociese de mucho tiempo atrás, y por su apariencia de ricachona, pensé que se trataba de algún agente artístico que compraría sus cuadros, ya que no parecía del tipo que cobre para posar como modelo; sin embargo, cuando se quitó el abrigo y pude ver su escultural cuerpo desnudo, comprendí que me había equivocado.
-“Me gustaría que ésta vez pensaras en algo diferente.” -le dijo a Carla, lo que me llamó la atención puesto que ella nunca había aceptado sugerencias de parte de una modelo, al menos desde que empecé a trabajar aquí y por lo que pude entender, ellas se conocían anteriormente, ya que nunca la había visto posar.
-“Mhm…Déjame ver Eugenia…”-Dijo Carla mientras la ayudaba a acomodarse bajo una claraboya para que la luz descubra las curvas de su cuerpo.
-“Me refería a que…tal vez no debería estar sola en la escena.”-Dijo Eugenia mientras miraba hacia mí con ojos atrevidos. Yo reaccioné abruptamente echándome para atrás y derribando unos jarrones de madera que usualmente sirven para decorar el fondo y haciendo mucho ruido, el que se confundió con las risas de ambas, al verme sonrojarme.
-“¿Sabés qué…?-Dijo Carla-“Creo que sería una magnífica idea”, mientras se dirigía a mí y me tomaba de la mano llevándome hasta el tablado en el que se encontraba Eugenia, y sin siquiera consultarme desabotonó el cinturón de mis jeans, y sacó mi remera hacia afuera, para luego dar un paso atrás y con su mano en la barbilla me dijo:
-“Mejor te los sacas y listo”
Las risotadas de ambas me confundieron un poco y por un momento no sabía si estaban hablando en broma o qué, hasta que me di cuenta de que era “qué”, cuando escuché a Carla decir con voz firme”
-“Vamos, vamos que no tenemos todo el día”.
La situación me molestaba bastante pero en todo éste tiempo, nunca había desobedecido una orden de Carla y no creí que ése fuera el momento de empezar a hacerlo, así que lentamente me quité los zapatos, levanté una pierna para sacarme una manga del pantalón, tropezando con algunos objetos del decorado, aunque sin perder mi compostura y logré desembarazarme del pantalón, estirando mi playera de modo que cubra completamente mis atributos, los que estaban deseosos de contradecirme.
Carla me colocó parado a un lado de la señora, que para ese entonces estaba completamente desnuda y sentada a mis pies. Luego se agachó hasta enfrentar a Eugenia y colocando sus manos sobre su cabeza, la orientó hacia mis partes nobles, obligándome a que mi concentración pueda más que mi hombría de bien. Se alejó lentamente de nosotros caminando hacia atrás hasta tomar posesión del puesto de comando, entre su paleta y el atril. Tomó un gran pincel robusto y empezó a agredir la tela con vertiginosos guadañazos, los que podía ver desde el bastidor hasta que se detiene y pone sensualmente el pincel en su boca para pensar, provocándome nuevamente a resistirlo, lo que apenas logro, cuando Eugenia movió su mano del piso y tomándome con ella una pierna dijo:-“¿Qué tal si nos tomamos un descanso?”
Para ese entonces no hubo concentración que valga y Carla se abalanzó sobre nosotros con todo su cuerpo desparramándonos a los dos por sobre las mantas del tablado. Yo caí encima de Eugenia y Carla sobre mí, por lo que pensé que ya no importaba contener mi erección, pero de repente, Carla cambió de posición y se posó sobre su amiga desplazándome con el pie contra los jarrones, donde me incorporé hasta sentarme tomándome por las rodillas a ver el espectáculo, que inusitadamente cobró un vuelco diferente a lo que supuse estaba ocurriendo. Carla empezó a golpear fuertemente a Eugenia quien devolvía lo que al principio parecían caricias con más energía de lo usual hasta que su amiga le gritó:
-“¡Mejor que te vayas de aquí, y no vuelvas nunca más…!”, a lo que Eugenia contestó en el mismo tono, mientras se desenrolla de las piernas de Carla:-“Por algo tienes fama de nunca terminar tus obras”-Tomando su abrigo y marchándose de un portazo.
La rabia de Carla empezó a disiparse de su cara, aún sentada con la vista hacia el suelo, hasta que lentamente empezó a levantar la cabeza dirigiéndola hacia mí, con una mirada entre tierna y seductora; se levantó para caminar hasta mí y me dio una mano para que me incorpore; me sacó la remera dejando mi torso al descubierto y me llevó de la mano hasta el tablado; acarició mi cuerpo, como para posicionarme y se alejó lentamente hacia atrás hasta llegar a su atril; puso un pincel en su boca y levantó la paleta; me miró de frente y sensualmente me dijo:
-“Vamos a terminar esta”.

Texto agregado el 27-02-2010, y leído por 92 visitantes. (0 votos)


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