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EL BONOBO Y LA FELATRIZ

A través de la ventana, observó, el incesante tráfico de personas, abajo en la peatonal todos caminaban apurados, como hormigas en un jardín. A pesar de sus intentos, no podía concentrarse en el trabajo, llevaba horas frente al computador y su vista, se escapaba, recorriendo, por enésima vez, el trozo de paisaje urbano que, el recuadro de la ventana atrapaba.

No tenía ningún interés en su trabajo y varias veces había pensado en dejarlo y mandar al infierno a su jefe, pero en los últimos tres años se había cambiado quince veces de trabajo y algo le decía que debía mantenerlo.

Desde su divorcio, ya casi nada le importaba, su mujer no lo dejaba ver a su hijo y sus padres no le hablaban por no pagar la pensión de alimentos, de este modo, se liberó de una sola vez, de ex –mujer, hijo y padres.

Sólo una cosa absorbía todo su interés: la adicción por el sexo pagado. Frecuentemente, visitaba meretrices, era un conocedor de las páginas web que anunciaban chicas con fotos y gastaba gran parte de su sueldo en esas incursiones.

Deseaba ser un mono bonobo, aquellos chimpancés pigmeos que, a manera de saludo y como forma de pago realizan sexo oral, frotaciones, coito y cualquier otra practica sexual, con la sóla limitación impuesta por el tabú del incesto. Esa, estimaba él, era una verdadera sociedad, las reconciliaciones y la solución de conflictos sociales, pasaban por una buena mamada y luego todos amigos, aquí no ha pasado nada.

De todas las practicas sexuales, la felación era su favorita, en cualquiera de sus variantes: americana, francesa, fellare o irrumare, esta última consistía en dejar la boca quieta, mientras, él llevaba el ritmo.

Había conocido todo tipo de mujeres, con labios carnosos, delgados, con dientes, sin dientes, con labio fisurado, con bocas pequeñas, grandes, etc. Y no podía evitar imaginarlas con su pene en la boca, cada vez que veía por primera vez a alguna.

Un día en la oficina, se enteró por uno de sus compañeros, que en un lugar, había una mujer, cantante lirica, que entonaba algunas estrofas de la opera favorita del cliente, mientras lo chupaba. Sin embargo, no pudo obtener con certeza mayor información, parecía un mito urbano, más que una realidad.

Busco información en todas partes: en las chicas de las que era cliente, en publicaciones especializadas, con amigos, en páginas de internet y nada. Cuando estuvo a punto de abandonar la búsqueda, vio un anuncio, en un periódico, que decía:
“Visítame, experiencia maravillosa, te comeré mientras canto”, ahí estaba, lo había encontrado, tenía que llamar. Apresuradamente marcó el número del anuncio y concertó una cita.

Tuvo que esperar bastante, la señorita tenía la agenda ocupada y sólo dos días después, se encontraba tocando el timbre, de un discreto departamento en el barrio alto de la ciudad. Salió a su encuentro una mujer joven, alta, atractiva, de apariencia distinguida y con lentes oscuros. “Los usa, para que no la reconozcan en la calle”, pensó para sus adentros.

Tras una breve conversación, acordaron la tarifa, se dirigieron al dormitorio y le comunicaron la única prohibición: “Todo se haría con la luz apagada, el cliente no puede encender la luz”. Quiso discutir esa condición, pero, ella fue inflexible, sin eso, no habría servicio.

Ambos ingresaron a la habitación, ella siempre con gafas para el sol. Antes de apagar la luz, él, pudo contemplar la habitación, dimensiones normales, cama matrimonial con dos veladores, higiénica, nada fuera de lo normal.

A oscuras, temblaba lleno de ansiedad, sintió un aliento cálido y agradable, cerca de su rostro, besos suaves en el cuello y un beso profundo en los labios, mientras ella, desabrochaba los botones de la camisa.

Luego, descendió con la lengua hasta su pecho, mordió suavemente sus tetillas y le bajo los pantalones, dejando al descubierto su miembro completamente enhiesto. La percibió arrodillándose, sintió como su mano experta, lo tiraba hacía atrás hasta dejarlo completamente descapullado y delicadamente con sus dientes, rozó la piel de su falo, usando la lengua para apretarlo contra el paladar; para, a continuación, envolverlo con los labios, una y otra vez, aumentando en velocidad paulatinamente. Los gemidos de placer llenaron la habitación y sólo fueron acallados por algunas estrofas de “Carmen” que sonaron potentes, con voz de soprano, tal como se lo habían contado.

Era verdad, paralelamente a lo que el vivía como sexo oral, había bell canto, ambas cosas hechas por la misma persona; al parecer no había truco, sin embargo, la curiosidad y la desconfianza, lo obligaron hacer algo de lo que después se arrepentiría.

Interrumpió la felación. Empujó la cabeza de la señorita, con fuerza hacía atrás, haciéndola caer con un grito de dolor. A tientas, en la oscuridad y con los pantalones abajo, buscó afanosamente un interruptor en la pared, encontrando uno, cerca de la puerta.
Cuan grande sería su sorpresa, al encender la luz y descubrir un ojo de vidrio sobre la mesa de noche…



Texto agregado el 02-03-2010, y leído por 144 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
07-08-2010 Este si que es un final a todo terror. 5* Catman
 
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