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Angélica y la burbuja espacial
la historia de una nena sin sombra que un día decidió que quería volar 
 
Capítulo I: acerca de la nena sin sombra 
Esta es la historia de una nena sin sombra que un día decidió que quería volar.
“¿Volar?” Te preguntarás, y tal vez me dirás: “es simple, te tomás un avión y listo”.
O tal vez te hayas detenido en el hecho de que no tiene sombra, y te preguntarás: “¿sin sombra?”, y tal vez me dirás: “Pero eso es imposible, ¡si todos tenemos sombra!”.  A lo que yo te diré: “Pues no, porque Angélica no tiene sombra”, y posiblemente me dirás: “¿Y quién es Angélica?” y yo te diré: “Angélica es la protagonista de esta historia, la nena sin sombra que un día decidió que quería volar”. Pero no nos enredemos más con los detalles, y pasemos a contar de una vez esta historia que es la que vine a contar. 
      Angélica es una nena de siete años, tiene el pelo rosa a la altura de los hombros, los dientes algo desparejos (va a tener que hacerse los aparatos de ortodoncia en un futuro no muy lejano), pie plano (que la obliga a usar plantillas dentro de sus zapatillas, un par de números más grandes que su talle),  y ve medio borroso de lejos, por lo que tiene que usar anteojos… Ah! Me olvidaba, ¿o ya te lo dije? No tiene sombra. En ningún momento, desde que nació hasta la fecha, nadie jamás le vio sombra. Esto a ella no le preocupa mucho, es más, lo ve como una ventaja porque básicamente su condición de no tener sombra le facilita pasar desapercibida en muchos casos en los que la sombra podría delatarla, como por ejemplo, jugando a la escondida. No sé si ustedes juegan a la escondida hoy en día con tanta tecnología, playstation, computadora y demás, pero Angélica todavía juega. Otra cosa que no tiene Angélica son amigos de su edad, pese a que en el colegio se habla con todos sus compañeritos, no tiene una verdadera amistad con ninguno de ellos. En vista de que ya te hablé bastante de lo que Angélica no tiene, paso a nombrar algo que sí tiene, que es mucha pero mucha imaginación, y eso le ha dado otro tipo de amigos, los que casi solo existen para ella. Con ellos juega a las escondidas, a las cartas, les lee cuentos, inventan historias y protagonizan sus propias películas, que interpretan en el patio de su casa.  
      Pero volvamos al tema de la sombra. Los papás de Angélica, preocupados porque la nena no tenía sombra, la llevaron a ver muchos médicos: clínicos, y especialistas; la llevaron a diferentes clínicas y hospitales destacados en distintas especialidades, y nadie, ninguno, ni uno solo de ellos, pudo determinar en absoluto por qué la nena no proyectaba sombra. Le dieron jarabes horripilantes, pastillas de todos colores, y hasta inyecciones muy dolorosas, pero nada le hizo aparecer la sombra. Hasta que un día un doctor de orejas grandes y bigotes chiquitos, que usaba unos anteojos que parecían lupas y le hacían unos ojos enormes, sentó a los papás de Angélica (perdón, abrimos un gran PARÉNTESIS [Los paréntesis (en singular, paréntesis) son signos de puntuación. Se usan de a pares para separar o intercalar un texto dentro de otro] ahora sí, con todo aclarado, sigo, te decía,  me olvidé de presentarlos, que descortés lo  mío: Rodolfo Gutiérrez, papá de Angélica, le presento mi querido amigo el lector, amigo lector, Rodolfo Gutiérrez; Milagros Arístides, mamá de Angélica, especialista en reparar heladeras (te comento en caso que algún día necesites reparar tu heladera, nunca está de más pasar esta información), le presento al amigo lector, estimado lector, le presento a Milagros Arístides de Gutiérrez. Cerremos el paréntesis). Te decía, este doctor parecido a una ratita de laboratorio con anteojos, sentó a los papás de Angélica y les dijo: “Rodolfo, Milagros, Angélica es una nena sana, le hicimos todos los estudios necesarios para asegurarnos que no tuviese ninguna enfermedad, y no tiene ninguna. No le duele no tener sombra, ni le produce inconveniente alguno para seguir con una vida perfectamente normal, como la de cualquier chico de su edad. Por eso les digo, quédense tranquilos, y empiecen a buscar todas las ventajas que da el hecho de no tener sombra”, acto seguido le dio un chupetín a cada uno y emitió una risita graciosa parecida a gritito de ratita. Los papás de Angélica se miraron, se sonrieron, le sacaron el papel a los chupetines, se los llevaron a la boca, agradecieron al doctor y se fueron a su casa. 
Capítulo II: de cómo Angélica un día decidió que quería volar.  
      Aclarado el tema de la sombra pasemos a otro tema importante: Angélica un día decidió que quería volar. Y vos tal vez me hayas planteado el tema de que se tome un avión y listo el pollo, pero no, Angélica no quería volar por el cielo, Angélica quería conocer el espacio exterior,  quería conocer la Luna. Entonces una tarde mientras jugaban a representar una comedia musical en el patio con Urraca y Ciempiés, les contó a sus amigos la idea. ¡Otra vez me adelanté! Disculpáme lector, pasa que estoy ansiosa por contar la historia y me salteo todas las presentaciones. Urraca y Ciempiés son dos de los amigos imaginarios o invisibles, podríamos decir,  de Angélica. A ella no le gusta que los califique como imaginarios porque dice que realmente existen, más allá de su imaginación. Por eso les dice invisibles, porque nadie los ve, salvo ella. También cree que los puede ver porque no tiene sombra, y eso la hace entonces “medio invisible”, a su entender, y la capacita para ver otros seres invisibles. A Urraca lo conoció cuando tenía dos años, solía encontrarlo escondido en el bajo mesada de la cocina, se ve que trataba de robar galletitas, Urraca digo, no Angélica, que a esa edad la verdad que mucho no le gustaban las galletitas. Urraca es de cuerpo azul brillante, un ojo grandote marrón y blanco, manitos naranjas y no tiene pies, ni piernas, sino que es solo cuerpo. La cuestión es que un día, después de varios de verlo ahí y no decirle nada, le dijo: 
-¿vos quién sos?
-Urraca - contestó Urraca -  ¿y vos?
-Angélica, ¿que hacés metido acá adentro?
-Vivo acá – contestó Urraca
-¿Hace mucho? – preguntó Angélica
-Hace varios días – le replicó Urraca
-¿Y no querés salir a estirar las patas? le dijo Angélica
-Y, la verdad que no tengo patas, pero me gustaría salir un poco de acá – se sinceró Urraca
-Bueno, dale, yo no tengo sombra – le dijo Angélica – así que a los dos nos falta algo, vamos a tomar un poco de sol, ¿dale?
-¡Dale! – se entusiasmó Urraca… y a partir de ese día empezaron a conocerse, a compartir mañanas y tardes, llegó un punto en el que cuando alguno de los dos estaba aburrido, el otro siempre aparecía y traía alguna idea para empezar un juego, o representar una historia, o simplemente para compartir el rato con el otro y sentirse menos aburridos. 
Pero como bien dice el dicho, no hay dos sin tres, y un día como hoy, mientras Urraca y Angélica tomaban chocolatada en el patio, una curiosa enanita anaranjada, con ojos negros y profundos, manos blancas y un montón de pies grises, no sé si cien, pero seguro que ochenta y pico, se topó con ellos. 
-Perdón, perdón, no los ví ahí sentados. Mucho gusto, mi nombre es Chilopoda, pero mis amigos me dicen Ciempiés, solo pasaba por aquí; estoy buscando un poco de humedad, porque donde estaba viviendo me empezaron a construir un edificio y tanto cemento no me gusta, prefiero el verde. Ustedes son……
-Yo soy Angélica y él, Urraca. Mucho gusto Chilopoda. – le contestó Angélica
-Por favor, llamáme Ciempiés. Ya me caíste bien Angélica, sos muy atenta… ¿Están tomando chocolatada? ¿no me convidarías un poco? Me encanta el chocolate, ¡siempre tengo apetito para el chocolate! – no se avergonzó en explayarse la recién llegada
-Pero por favor, ahora te traigo un vaso… Acercáte y sentáte. ¡Saludá Urraca! – ordenó Angélica, avergonzada por la falta de modales de su amigo.-
-Hola, ¿cómo te va? – saludó tímido Urraca
-Bien, ahora muy bien, a decir verdad. Vengo caminando mucho desde muy lejos, tratando de buscar algún lugar donde parar a descansar. En todos los lugares donde quería parar, charlar con alguien, me ignoraban como si no existiese, ¡podés creer! Ya estaba pensando que era invisible, gracias – Ciempiés agradeció a Angélica el vaso de chocolatada que le acercó al tiempo que se sentaba con ellos para escuchar su relato. Le dio un buen sorbo y relamiéndose los labios exclamó– ¡Está delicioso! – Luego continuó - Les decía, la gente me ignoraba, y a mí me gusta mucho charlar, me gusta intercambiar opiniones e historias, y que nadie te conteste… no sé si lo pueden imaginar, es muy frustrante, y encima ahora, con el camino que me queda por recorrer hasta encontrar algún lugar hospitalario donde me reciban y pueda quedarme a vivir…
-¡Quedáte acá con nosotros! – se entusiasmó Angélica
-¡No! shhhhhhhhhh, Angélica – se exaltó Urraca, y siguió hablando en un tono más bajo – No la podés invitar, no la conocemos, encima mirá como habla sin parar, recién se sentó y no paró un minuto
-Entiendo la desconfianza, no hace falta que bajen la voz, con como están las cosas hoy en día, no se puede confiar en nadie, faltaba más, me termino el vaso de chocolate y me voy, no se hagan problema – dijo Ciempiés
-No, Ciempiés, de ninguna manera  - gritó Angélica – No vamos a dejar que andes vagando sin rumbo ahora que está por hacerse de noche. Quedáte por lo menos esta noche, podés compartir el bajo mesada con Urraca, hay lugar para los dos. ¡Y mañana con tiempo podemos tratar de resolver tu situación!
-Gracias, Angélica, Urraca – se emocionó Ciempiés, aunque Urraca refunfuñaba algo para sus adentros – ¡no saben cuánto aprecio este gesto! ¡No molestaré para nada! Paso la noche, y mañana parto
-Eso espero – dijo Urraca, de mal humor 
            Al día siguiente, que era domingo, se levantaron y pasaron todo el día charlando en el patio, así que nuevamente los sorprendió el anochecer, y otra vez Ciempiés se quedo a pasar la noche, y la misma situación se repitió por varios días, varias semanas, y Ciempiés nunca se iba, hasta que un día quedó sobreentendido que ella ya era parte de la familia. 
            Ahora que ya quedó claro quiénes son Urraca y Ciempiés, podemos volver al tema de volar.  Un día, mientras representaban una comedia musical en el patio, como te conté, Angélica interrumpió la canción a la mitad y les dijo a sus amigos: 
-Quiero volar 
            Ellos, algo sorprendidos por tan ambicioso deseo, empezaron a preguntarle por qué, cómo pensaba hacerlo, adónde quería ir, de dónde había sacado esa idea… 
-¿querés volar como un pájaro? – preguntó Ciempiés
-¿querés volar como un avión? – preguntó Urraca
-¿querés conocer otros países, o solo ir  más arriba de donde estamos ahora? – preguntó Ciempiés
-Quiero volar al espacio exterior, y conocer la Luna – confesó Angélica
-Mmmmm, está bien, pero ¿cómo pensás viajar? – indagó Urraca
-Y para eso necesito la ayuda de ustedes – confesó Angélica
-Pero no sé si te vamos a querer ayudar, si eso significa que te vayas de viaje y perdamos tu compañía por unos días, o semanas, o quién sabe, ¡¡hasta meses!!  - empezó a sollozar Ciempiés
-¡Pero la idea mía es que ustedes me acompañen! ¡No quiero emprender tan interesante viaje sola! ¡Lo quiero compartir!  - explicó Angélica
-Hubieses empezado por ahí – se entusiasmó Urraca al ver que iba a recorrer el espacio – ¿qué te parece en globo?
-Un globo no va a sostenernos a los tres – se quejó Ciempiés – aparte dicen que cuando salís al espacio exterior está fresco, vamos a tener mucho frío, deberíamos construir alguna especie de nave
-¿Cómo podríamos hacer?... - se preguntó en voz alta Angélica, enroscándose un mechón de pelo entre dos dedos y fijando la mirada en el cielo
-Debería ser una nave - repitió Urraca
-Tiene que ser liviana - opinó Ciempiés
-Y debería tener algún tipo de alas - agregó Angélica
-Tenemos que pensar también cómo la haríamos despegar - apuntó Ciempiés
-¡Y en cómo vamos a hacer para que se mantenga en el aire! - exclamó Urraca.  
            La situación era mucho más complicada de lo que había pensado Angélica.  Cuando decidió proponerle a sus dos amigos hacer este viaje creyó que en entre los tres no iban a tardar en idear un plan rápidamente, ya que como dicen por ahí, tres cabezas piensan más que una. Pero las horas transcurrían y sólo descartaban ideas, no había ni una contra la que ninguno de los tres tuviese objeción alguna. En un momento Ciempiés empezó a acercarse a algo que podía tener sentido. Ella dijo:
-Podría ser un bote con alas, como una canoa, que es liviana - se entusiasmó, ya imaginándosela en el aire, dibujando ángulos inexistentes con las manos como si estuviese calculando las medidas
-Ah pero ojo, mirá que en una canoa, que no tiene techo, también nos va a entrar bastante fresco, vamos a tener mucho frío! - descartó la idea rápidamente Urraca
-Bueno pero no nos pongamos tan detallistas - quiso conciliar Angélica, que a esta altura no le importaba mucho cómo ni en qué mientras que hicieran el viaje - ¡llevamos más abrigo y listo!
-¿Y las alas? - le preguntó Urraca
-Uy, sí - agregó Angélica - ¿de qué se las hacemos? ¿Y cómo se las ponemos?
-Esteeeeeeee - comenzó a responder Ciempiés, estirando la última "e", haciendo tiempo mientras miraba a su alrededor buscando una respuesta
-¡Ya sé! - gritó Urraca, sacando a Ciempiés de su letargo - ¡Le pedimos a varios pajaritos que se aferren a la canoa y nos lleven, volando, hasta la luna!
-Buenísimo, ¡ya está! ¡todo resuelto! ¡vamos en canoa! - empezó a festejar Ciempiés
-Hay otro problema - dijo seria Angélica - primero, tenemos ver si encontramos pajaritos dispuestos a hacer este tremendo viaje, tengan en cuenta que una vez que alcanzamos una cierta altura los pajaritos no van a poder parar a descansar cuando estén cansados
-Es cierto - coincidió Ciempiés - es un largo viaje... y hacerlo sin descanso va a ser difícil
-¿Si buscamos pajaritos deportistas? Así entrenados digo, de los que participan en maratones y ese tipo de cosas - sugirió Urraca
-¿Qué les parece una burbuja? – dijo Angélica, sorprendiendo a sus amigos con la sugerencia
-¿Una burbuja? - repitieron al unísono Ciempiés y Urraca, mirando a Angélica, extrañados
-Escuchen: es liviana, lo que nos permitiría flotar sin necesitar de nadie que nos lleve; es cerrada, lo que nos brindaría protección contra el frío; es flexible, es amplia,  y lo mejor de todo, como es transparente ¡no nos perdemos en ningún momento del paisaje! ¡Visión de 360°!
-¡Excelente idea! - aprobó Urraca
-Está todo dicho - dijo Ciempiés, al tiempo que empezaba a hacer un baile de festejo, zapateando con sus muchísimos pies - ¡nos vamos en burbuja! ¡nos vamos en burbuja! 
            Así fue como los tres empezaron a probar y fabricar distintos tipos de burbujas: con detergente, con jabón de tocador, con jabón para lavar la ropa, combinando ellos entre sí en distintas proporciones, todo era prueba y error. Hasta el momento sólo sabían que una burbuja estaba formada por agua y alguna sustancia jabonosa…. Pero ¿cómo hacerla durar más? ¿O cómo hacerla más grande sin que termine estallando? Después de muchas investigaciones, comprendieron que el agua es una molécula, compuesta por átomos, que las moléculas tienen enlaces que comparten con otras moléculas, y que estos enlaces hacen que se aten entre sí y tengan una cierta tensión. Para que baje esta tensión y el agua permita crear la burbuja le tenían que agregar el jabón, después soplar para llenarla con aire. Al agregar más aire, más grande era la burbuja, y al tener aire adentro de la burbuja, ¡podrían respirar en el espacio! Sólo faltaba ver como la hacían durar. Investigaron un poco más, y aprendieron que las burbujas explotan cuando se evapora el agua que las forma. Por lo tanto, sólo tenían que encontrar alguna forma de evitar que el agua se evapore. Y encontraron la solución en el bajo mesada, más exactamente, ¡en un paquete de gelatina! La gelatina vuelve al agua flexible y sólida. Los amigos empezaron a hacer pruebas con distintas proporciones de agua, jabón y gelatina, y también con distintos sabores de gelatina, porque según el sabor que usaban, la burbuja terminaba coloreada,  por ejemplo si habían usado cereza quedaba rosada, violeta si usaban uva, verde si habían usado manzana… al final se decidieron por la sin sabor… que no tenía un aroma agradable pero era transparente. Y siguieron probando hasta que lograron conseguir una burbuja totalmente resistente. Solo faltaba el detalle más importante: meterse dentro de la burbuja. Usando una rueda de bicicleta que Angélica tenía en  desuso, y un ventilador para agregar aire en grandes cantidades, lograron hacer una burbuja enorme en la cual podían intentar meterse sin problemas.  Sólo faltaba decidir la fecha del viaje, y la decidieron para el viernes siguiente, justo una semana después. Ese día Angélica se iba a pasar el fin de semana a lo de su abuela, que es sorda, así que probablemente si ideaban un buen plan, ni se daría cuenta que no estaba. 
 
Capitulo III: de cómo el viaje en burbuja estuvo a punto de no hacerse. 
      Durante toda esa semana, Angélica investigó mas sobre el espacio, y junto a sus amigos trataron de comenzar a definir la ruta que realizarían. El viaje por el espacio se les presentaba muy difícil, porque en el espacio no hay rutas ni carteles, ni estaciones de servicio dónde preguntar si iban por el camino correcto. Además, la burbuja no tenía controles. Y pese a que trataban y trataban, y hacían pruebas, no podían inventar ningún tipo de volante ni timón para dirigirla. Ninguno que no requiriese de un sistema de dirección más complejo, cosa que no podían darse el lujo de tener adentro de la burbuja, porque no tenían forma de instalarlo sin volverla más frágil. Urraca empezó a preocuparse, el era un poco miedoso, y no poder tener un absoluto control, certeza o seguridad sobre la situación le provocaba mucha angustia. Se le notaba en la cara, en el ojo (que tenía una expresión de preocupación, y se le entrecerraba al contrario de cómo lo tenía siempre, abierto y vivaz), y en el color del cuerpo, que parecía opacado, no el azul brillante que lo caracterizaba. Consumido por la angustia, en la segunda tarde que pasaban tratando de definir esta situación, le planteó a Angélica: 
-Angélica, escucháme, ¿no te parece muy imprudente hacer este viaje sin volante y sin saber el recorrido?
-Pero Urraca, tranquilizáte, ya se nos va a ocurrir como manejar la burbuja – le contestó, indiferente, Angélica,  a la vez que seguía fantaseando con el espacio
-Vos te tomás todo muy a la ligera, Angélica -  le dijo Urraca, más asustado y cada vez más opaco por el miedo a salir al espacio – Me parece que no tendríamos que hacer este viaje. ¡No vamos a poder llegar a ningún lado!
-Pero Urraca, ¡si casi lo tenemos! No podés echarte para atrás ahora que estamos a un paso – siguió convencida Angélica
-Creo que tenemos que suspender todo una, dos, tal vez tres semanas más… o un mes, o dos, o tres más – empezó a balbucear Urraca
-Urraca – interrumpió Ciempiés – calmáte que nos faltan cinco días para el despegue…
-¡Despegue! ¿¡Cómo podés hablar de despegue, inconsciente!? No tenemos volante, no tenemos mapa … AHAHHAHAHHAHHAHHAHAHHAHHHAH – gritó Urraca despavorido, y empezó a saltar arriba y abajo, comprimiendo el cuerpo
-¡Urraca! – exclamó Angélica -  te prometo que no salimos al espacio a menos que encontremos la forma de manejar la burbuja. ¿Te tranquiliza eso? – preguntó Angélica
-Ufffffffffffff – suspiró Urraca – por fin recobrás la cordura Angélica
-Igual a mí me parece que tenemos que dejar la burbuja flotar, y que nos lleve donde nos lleve – opinó Ciempiés, a  quien no le gustaba planear mucho nada, sobre todo los viajes
-No podés estar hablando en serio – empezó a preocuparse de nuevo Urraca - ¿cómo vamos a flotar a la deriva? ¿y si no aterrizamos nunca en ningún lado?
-¡Ciempiés! No lo hagás preocuparse de más – la retó Angélica y se quedó pensando. Después de mirar  un rato para arriba,  se le ocurrió la solución a la falta de mapa
-Mirá, Urraca, para ir  a la luna, que se ve desde acá, una vez que resolvamos el tema de cómo dirigir la burbuja, solo tenemos que ir flotando apuntándola hacia ahí.  ¿Entendés? ¡Imposible perdernos!
-Sí, está bien – dijo Urraca, mirando la luna fijamente desde el patio, con el ojo grandote, grandote – imposible perdernos – repitió casi para sus adentros, y siguió mirando fijo la luna 
            Al ratito nomás, los tres habían dejado algo olvidado el tema del viaje, ya que había caído la tarde y la panza hacía ruido. Se dispusieron a comer unos sándwiches de jamón, queso, radicheta, tomate y mayonesa de merienda. Angélica cantaba para sí misma,  Urraca no emitía sonido alguno, continuaba opaco, y serio, mirando fijo la luna y Ciempiés parecía hipnotizada por su sándwich. En esa hipnosis sandwichera Ciempiés llegó, sin querer, a pensar una forma de cómo dirigir la burbuja. Mientras comía su sándwich y veía el tomate resbalarse por el costado, ayudado por la mayonesa, recordó una conversación de unos señores que había escuchado al pasar, bah, tan al pasar no, sincerémonos, en realidad fue así,  ¡Momento!  Primero te pongo al tanto por si no te dije antes: a Ciempiés le gusta mucho salir a caminar, será por la cantidad de piecitos que tiene, se me ocurre, pero por sobre todo le gusta conversar. Aunque generalmente nadie la ve ni la escucha, ella suele a veces (demasiadas, tal vez) escuchar las conversaciones ajenas y hasta se atreve a opinar, aunque nadie le pida su opinión. Así que no te sorprendas, lector, si algún día sentís como que alguien te está escuchando, o si sentís una expresión de aprobación, como esta: “ajá, muy bien ahí”, o de duda, como esta: “mmm, ¿te parece?” o de negación, como un fuerte: “¡¿qué!? ¡¿estás de la cabeza!?”. Lo más seguro es que sea ella. Volvamos a la conversación que recordó Ciempiés comiendo su sándwich. Ese día estaba particularmente aburrida, y cuando se cruzó a estos señores, empezó a caminar a la par y a escuchar. Pese a que la conversación le pareció también aburrida, no podía dejar de seguir a estos señores, porque uno tenía la cabeza con una forma particular, muy similar a un tomate, estaba rojo como un tomate y vale la pena mencionar que su pelo, negro, tenía la forma de esas ramitas que tienen a veces los tomates, ¿viste? De hecho, el motivo por el cual recordó la conversación fue porque al ver el tomate en el sándwich, recordó a este señor cabeza de tomate, y la espantó la idea de pensar que quizás estaba comiéndoselo. Un pensamiento llevó al otro, y recordó claramente que cabeza de tomate (llamémoslo así para identificarlo fácilmente) le decía al otro señor: 
-Lo dice la tercera ley de Newton “a cada acción corresponde una reacción, con la misma intensidad, dirección y sentido contrario”
-La verdad que no me sé muy bien las leyes de Newton – contestó el otro señor
-Yo tampoco – opinó Ciempiés
-La de la gravedad sí, no me podés decir  que no –  le dijo cabeza de tomate al otro señor, sin haber escuchado a Ciempiés – Te la hago más fácil: imagináte una cámara cerrada llena de gas en combustión, ¿sí? Ese gas produce presión para todos los sentidos, pero al estar cerrada no produce fuerza porque la  presión de arriba se anula con la de abajo, y la de la izquierda con la de la derecha. Ahora si hacés una abertura por ejemplo en la base, la presión de los lados se sigue anulando entre sí, pero la de arriba ya no se anula con la abajo porque hay un escape, entonces directamente va para arriba, ¿entendés?
-Ahora sí – contestó el otro señor
-No entiendo nada – opinó Ciempiés, y aunque nadie la escuchó, siguió – ¿será la ley de la gravedad la que establece qué tan terrible es algo?  - se preguntó mientras cambiaba de camino, para seguir a unas señoras que hablaban de cosas más entendibles. 
            Mientras comía el sándwich y recordaba todo esto, lo relacionó con la burbuja, y gritó, con un pedazo de radicheta pegado en un diente: 
-¡Acción y reacción! - gritó Ciempiés
-¿Cómo? - le preguntó Angélica, algo atragantada con el sandwich
-¡Ya sé cómo dirigir la burbuja! – gritó Ciempiés – acción y reacción – insistió
-Explicáte – pidió Angélica, ansiosa
              Entonces Ciempiés empezó a contarles que un día siguió a un señor con cabeza de tomate, que iba con otro señor, que hablaban aburrido, de un tal Newton y unas leyes, que una era de acción y reacción, y  les contó tal como lo recordaba el ejemplo de la cámara cerrada con gas en combustión, y después agregó:
- Si llenamos la burbuja con algún gas en combustión y hacemos un agujero por debajo la burbuja se iría inmediatamente para arriba, entonces si cuando empecemos a flotar le hacemos un agujero en el lugar contrario hacia donde queremos dirigirnos, el aire saldrá por ahí y nos impulsará en la dirección que queramos– remató su relato Ciempiés, muy orgullosa de sí misma.
El único ojo de Urraca de un instante a otro pasó a agrandarse tanto que le ocupaba más lugar que el que su cabeza le daba
- Está loca Angélica, está absolutamente loca, nos quiere matar! – Gritó Urraca en un tono de voz inentendible.
- ¿Pero, qué decís Urraca? – Le preguntó Ciempiés
- El gas en combustión está lleno de contaminantes, no se puede respirar – aclaró Urraca con una expresión de terror absoluta
- ¿Si nos ponemos máscaras? – preguntó tímidamente Ciempiés
- Tené en cuenta que si le hacemos un agujero a la burbuja, lo más probable es que explote – opinó Angélica
- Uy es cierto – contestó Ciempiés
- A ver, y qué les parece si vamos girando la burbuja moviéndonos dentro de ella como en los jueguitos de los hámsters - razonó en voz alta Urraca – Cuando despeguemos para arriba vamos a ir, y si vamos moviéndonos podemos ir direccionando la burbuja ¿no?
- Suena bastante lógico – contestó Angélica
-¿Qué les parece entonces? ¿Lo intentamos? - preguntó Ciempiés
-¡Sí! ¡Genial! – se emocionaron los tres al ver que su proyecto volvía a tomar forma
- Empiezo a estar más tranquilo – dijo Urraca, mientras veía sus miedos desvanecerse… Podía verlos claramente, como líneas de humo gris, muy, muy finitas, mientras iba recuperando su brillo habitual, y su cuerpo tenía por un momento un gracioso rayado en azul brillante y azul opaco – ¿Ven eso? -preguntó a sus amigos
-¡Sí!  - se asustó Angélica – Urraca, no me digas, ¿vos fumás? – le preguntó
-¡No!, para nada – contestó Urraca – ¡son mis miedos! ¡Se están esfumando!
-¡Qué bueno, Urraca! – se contentó de corazón Angélica, lo abrazó fuerte, y agregó –  Me alegro que se vayan tus miedos. ¡Y yo que pensé que habías empezado a fumar a escondidas! ¡imagináte si te nos quedabas sin aire en el espacio! – reflexionaba en voz alta Angélica, y después agregó - Mirá igual que curioso cómo se te esfuman los miedos. ¡En gris!
-Sí, viste – se interesó Ciempiés – cualquiera diría que se esfumaban en un violeta oscuro.  
            Más relajados, siguieron comiendo sus sándwiches,  mientras Urraca seguía recuperando su color habitual, al mismo tiempo que se tranquilizaba y se emocionaba más por el viaje. Empezaron a hacer una lista de las cosas que tenían que llevar. Lo más importante que deberían llevar era más mezcla para burbuja, porque la forma de aterrizar que habían ideado era, simplemente, pinchar la burbuja, y deberían poder hacer otra para volver. Además, si no podían respirar en el espacio podían armarse pequeñas burbujas para ponerse en el cabeza, como cascos-burbuja. Prepararon bolsitas con mezcla exacta para burbuja grande, más pequeñas porciones para hacerse cascos-burbuja. Ahí descubrieron un nuevo problema, que era el mismo que intrigaba a científicos de todo el mundo: no sabían si en la luna habría agua. Y de hecho, yo les confieso, hasta donde yo sé, no la hay, así que ante esta dificultad decidieron llevar un gran bidón con agua. Para comer, decidieron llevar porciones mínimas de alimentos envasados, algunas latas de arvejas, unos paquetes de galletitas, y un frasco de mermelada. Era sólo un fin de semana, así que con eso les debería alcanzar. Llevaron además una cartuchera con una tijera, un cuenco para preparar la mezcla de burbujas, tres cucharas, un lápiz, papel, pegamento y chicles (por si necesitaban pegar algo), una pulsera grande para hacer los cascos-burbuja y  un pequeño inflador de bicicletas por si se quedaban sin aire.  
Capítulo IV: acerca de la abuela Clara 
            El viernes  los papás de Angélica la llevaron a la casa de su abuela, con su mochila llena con los elementos para el viaje, y sus dos amigos sentados a su lado, pero invisibles para ellos. Cuando llegaron a lo de la abuela, una casa muy linda pero muy vieja y algo descuidada, (y especialmente pintoresca porque está algo elevada y tiene una pequeña escalerita hasta la puerta de entrada) todos bajaron del auto. Tocaron timbre, y nada. Más vale, si la abuela es sorda, ¡cómo va a escuchar el timbre! La abuela de Angélica en cuestión se llama Clara. Es la mamá de Milagros, a quién bautizó así porque se tomó tanto tiempo en venir al mundo que le pareció un milagro que naciera. Ahora es muy, muy viejita. Y se quedó sorda hace algunos años ya. De hecho, Angélica no recuerda si alguna vez escuchó bien. Sus conversaciones se dan más con la mirada, que con palabras. Clara suele hablar hasta por los codos, y Angélica asiente, niega, pone expresión de asombro, miedo, alegría o tristeza según lo que esté contando Clara. Angélica a veces cree que podría ser una gran actriz, con el entrenamiento que le da su abuela. Amigo lector, paso a describir a Clara, para que si algún día la ves la reconozcas: tiene el pelo totalmente blanco, tan blanco que si lo ves al sol te lastima los ojos, es chiquita, tiene los ojos tan claros que parecen casi transparentes, y todos sus huesos se sobresalen un poquito de la piel,  por lo que parece que ella estuviese a punto de romperse. Y recordá, si la ves y la saludás, ella no va a poder escucharte, sin embargo, siempre se ocupa de atender muy cortésmente a quien se dirige a ella, y nunca, pero nunca, le falta tema de conversación. El único inconveniente es que tal vez no te conteste sobre lo mismo que vos le estás hablando.
Volvamos a la puerta de la casa de Clara. Como nunca atiende el timbre, Milagros tiene una copia de las llaves para poder entrar directamente, pero igualmente no pierde la costumbre de tocar el timbre, esperanzada de que su mamá tal vez alguna vez la escuche. Milagros le ofreció hacerle unos audífonos para que pueda escuchar, pero Clara no quiere.  Clara dice que prefiere no escuchar. Dice que está en una edad donde es feliz así, sin saber lo que la gente realmente dice, porque cree que las personas últimamente están muy preocupadas y angustiadas, y a su edad, dice, la preocupación y la angustia se contagian y enferman. Cuando hay algo muy importante que tiene que saber pide que se lo anoten, es un buen sistema, porque la gente por lo general no tiene muchas ganas de escribir, entonces le resulta un buen filtro para enterarse solo de cosas realmente importantes, el resto lo deja librado a su imaginación.  Pero ya me fui demasiado por las ramas, ¿no, lector? Volvamos una vez más a la puerta de la casa de Clara, donde dejamos a Milagros con la llave en la mano a punto de abrir la puerta, y ya me está diciendo que le duele la mano, que ya va a ser casi una hoja la deje esperando, me parece que está apurada.  Bueno Milagros, sigo con vos: Milagros abrió, mirando para adentro buscando a su mamá.  A lo lejos venía caminando, renga, Clara: 
-Hola chicos, ¿cómo están? Los estaba esperando con té con miel – los recibió Clara
-Gracias mamá, pero tenemos que ir al supermercado ya porque se llena de gente y vamos a tardar dos horas y todavía no hice la comida. Dejamos a Angélica nomás y ya nos vamos. Fijáte por favor que tiene tarea para hacer.
-Sí, la humedad por suerte se fue. Ahora esta sequito, lindo, sino me duelen mucho los huesos – contestó Clara, ignorando por completo que era lo que le había dicho su hija – Angélica querida, que grande estás, dame un beso – dijo dirigiéndose a su nieta
-Hola abuela – contestó Angélica – espero que no te moleste, vine con Urraca y Ciempiés
-Hola abuela – dijeron Urraca y Ciempiés al unísono, abrazando a Clara, quien por supuesto no los escuchó
-Bueno, mamá, ya nos vamos – se impacientó Milagros – mira acá te dejo lo que te dije para que sepas – le dijo extendiéndole una nota con las instrucciones para  revisar que Angélica haga las tareas, no se acueste muy tarde, no coma demasiados dulces, e informándole que el domingo a la noche la venían a buscar
-Bueno, bueno, querida – dijo Clara, leyendo la nota – que se diviertan, nos vemos el domingo, no te preocupes por nada 
            Los papas de Angélica la abrazaron, le dieron un beso y se fuero apurados al supermercado. De tanto en tanto la dejaban el fin de semana en lo de Clara y ellos aprovechaban para salir a  pasear, al cine o al teatro, como cuando eran novios. 
Capítulo V: de cómo la burbuja espacial finalmente despegó 
            Una vez solas, Clara y Angélica se dispusieron a tomar el té, mientras Urraca y Ciempiés salían al jardín a escondidas (aunque no era necesario, dado que nadie los veía) para ver cuál era el mejor lugar para hacer el despegue. Angélica hizo sus tareas mientras su abuela le contaba distintas historias de cuando era más joven, y en un momento, no pudo con su emoción, y le contó del viaje al espacio… tal vez por la seguridad de que no la escucharía y por eso tampoco se lo impediría. 
-Abuela – se dirigió a ella Angélica – sabés que esta noche nos vamos a conocer la luna…
-Sí, ¡podés creer! – contestó Clara – setecientas cincuenta y dos merluzas trajo Fermín de ese viaje. Nadie, ni una sola persona lo podía creer… ¡ni yo! Y eso que tu abuelo era muy buen pescador, y conocía el mar como la palma de su mano, y mirá que hay que conocer el mar. Conocerlo y respetarlo, respetarlo ante todo 
            Fermín se llamaba el abuelo de Angélica. Ella nunca lo conoció, porque el murió antes de que ella naciera, pero Clara siempre hablaba de él, como si todavía estuviese con ella 
-Creamos una burbuja espacial – continuó Angélica – no sabés el trabajo que nos costó, y lo bien que nos salió, es de no creer
-Claro – replicó la abuela – con un poco de ajo, apenitas de aceite de oliva, y te chupás los dedos
-Así que este fin de semana –siguió contando Angélica – vamos a estar de viaje, pero vos no te preocupes, voy con Urraca y Ciempiés. No sabés lo contenta que estoy de hacer este viaje
-Juntando caracoles – se sorprendió Clara – ¿cómo creés vos? Cada uno un color, quién dijera que la naturaleza es tan rica y sorprendente. Bueno cuando termines la tarea cenamos, ¿te parece Angélica? 
            Angélica sonrió, asintió con la cabeza y empezó a levantar sus cuadernos y libros. Ayudó en silencio a su abuela con la comida, y en un momento salió al patio a hablar con Urraca y Ciempiés, quienes habían encontrado el  lugar  ideal para el despegue. Coordinaron algunos detalles, y Angélica pasó al siguiente paso de su plan, tenía que convencer a su abuela de que ese fin de semana lo iba a pasar en carpa en el jardín,  era la forma de fingir que estaba ahí sin estarlo. Escribió varias notas, contándole a su abuela que había venido con Urraca y Ciempiés (a quienes ella conocía por palabra de Angélica) que habían decidido acampar el fin de semana, que habían traído comida en lata para no tener que entrar a la casa, le mostró la mochila con la comida y la cartuchera con las cosas que habían traído, cosas que podían servir para un fin de semana en el espacio o para un fin de semana de camping, no había por qué pensar una sobre la otra. La abuela leía las notas que le iba dando Angélica y hacía unos gestos que no podría definir si eran de desaprobación, preocupación, o simplemente sonrisas. Balbuceó algunas palabras para sí misma, pero no le daba respuesta. Lo que  le llamó la atención fue que Angélica le pidió expresamente que  no se acercara a la carpa,  Pero en realidad no le parecía mal que la nena quisiera hacer esa experiencia, porque ella cuando se mudó a la costa con Fermín vivió un par de años sin comodidades, y así aprendió a ingeniárselas con poco y nada. Quién sabe por qué una nena de siete años se quiere excluir un fin de semana del mundo, pensó Clara,  a quien los años no la habían vuelto ni distraída ni tonta, pero al instante recordó cuando ella tuvo siete años, y si, lector, ahora era vieja pero no había perdido la memoria,  y con una mirada y sonrisa cómplices, accedió a todas las peticiones de Angélica. Y, misteriosamente, le dió una vela y fósforos. 
-No llevás linterna - le explicó Clara- y la que yo tengo no anda, porque me olvido siempre de comprarle pilas
-Gracias abuela - le agradeció Angélica 
            Una vez armada la carpa “señuelo” en el jardín de la abuela, Angélica, Urraca y Ciempiés pusieron manos a la obra con el despegue de la burbuja. No habían podido traer el ventilador, porque tampoco podrían llevarlo en el viaje, pero probaron que soplando fuerte los tres a la vez podían llenar la burbuja lo suficiente como para que tome el tamaño necesario para que entren los tres. Poniendo todas sus cosas en la mochila de Angélica (las provisiones, el agua, las mezclas para burbuja, la cartuchera de “supervivencia”, la frazada, el buzo y la vela, no olvidamos nada, ¿no?) comenzaron el preparativo final. Mojaron la rueda de bici con la mezcla de burbujas, y juntando aire, fuerte los tres, empezaron a soplar… fuuuuuuuuuuuuuussss, fuuuuuuuuuuuuuuusssss, fuuuuuuuuuuussssssss, fuuuuuuuuuuuusssssssssssssss, sin parar, a juntar aire, vamos todos, ayúdeme lector, soplemos todos así se forma bien grande la burbuja… fuuuuuuuuuus, fuuuuuuuuuuuussssssssss, fuuuuuuuuuuuuussssssss, fuuuuusss, fuuuuuuussssssss, Angélica se iba poniendo rosa, roja de hacer fuerza para soplar, Urraca pasaba de azul brillante a violeta furioso, Ciempiés de naranja pasaba a ponerse un naranja medio marrón. Finalmente (gracias por la ayuda, lector, en nombre de Angélica, Urraca, Ciempiés y mío propio, sino este capítulo de la burbuja podía durar cincuenta páginas de fuuss fuuss) decía, finalmente la burbuja tomó el tamaño necesario, entonces, tal como habían ensayado, los amigos contaron hasta tres: uno, dos, y…… ¡tres! Saltaron los tres a la vez dentro de la burbuja, luego se dieron vuelta, y la burbuja justo se desprendió de la rueda de bici, cerrándose a la perfección. Angélica, Urraca y Ciempiés, que estaban al revés de cómo habían entrado en la burbuja, empezaron a girar para tratar de dirigirla, comprobando que era más liviana de lo que habían calculado y empezaba a elevarse con mucha facilidad. Contentos y cansados, rieron por el alivio y empezaron a mirar cómo iban subiendo. En eso vieron el primer obstáculo ¡iban directo a un cable de luz! Gritaron los tres al unísono escandalizados, y empezaron a empujar para esquivar el cable… por un centímetro casi no lo logran. ¡Urraca estaba gris! Angélica le dijo: 
-Urraca, ¿estás bien? ¡Estás gris! ¡Mirá, ya esquivamos el cable!
-Sí, sí, es que,  ay,  me siento un poco mareado, casi morimos, no puedo evitar pensar que casi morimos – empezó a sollozar Urraca
-Pero estamos bien, Urraca – lo quiso tranquilizar Ciempiés – tenés que relajarte un poco, no podés viajar así
-Vamos, Urraca, tranquilo – le dijo Angélica – Ciempiés tiene razón, tenés que relajarte,  pensá en disfrutar el viaje. Aparte, acordáte que la burbuja es flexible. Hubiésemos rebotado contra el cable, no muerto.
-¡Ay sí! Flexible. Estamos en una nave flexible – empezó a tranquilizarse Urraca.  
            Pero, a medida que seguían subiendo y Urraca se relajaba, su miedo comenzaba a esfumarse, y la burbuja comenzó a llenarse de humo gris. Al ver su miedo esfumarse, y el humo que empezaba a hacer toser a Angélica, Urraca volvió a asustarse y fue como que absorbió de nuevo su miedo, y así siguió sucediendo una y otra vez, se relajaba, empezaba a salir el humo, se asustaba, absorbía el humo, se relajaba, humo, se asustaba, no mas humo. Seriamente parecía algo de nunca acabar. Ya  a la cuarta vez que sucedía, los amigos se reían sin parar, y al reírse Urraca se relajaba más intensamente, y más humo liberaba, de la misma forma más abrupto se asustaba y más gris se volvía a poner, absorbiendo todo el humo. Decidió que sería mejor tratar de asustarse durante todo el viaje, para no esfumar sus miedos ahí nomás, y cuando llegaran a la luna se relajaría tranquilo. Así que siguió tratando de pensar cosas feas, para mantener un nivel equilibrado de susto.
            A todo esto, tal vez creerás que ya habían dejado por completo la tierra y entrado al espacio exterior, pero no, todavía no habían alcanzado la altura de un avión  como los que ves en cualquier momento pasar por el cielo desde el patio de tu casa, en realidad, ¡apenas habían pasado en algo así como un metro y medio la altura del cable de luz! 
 
Capítulo VI: de cómo al pensar tanto en la ida, se olvidaron de pensar en la vuelta  
            A medida que la burbuja subía, a  Angélica no le alcanzaban los ojos para admirar todo el paisaje que iban viendo, y eso que tenía los anteojos que la ayudaban, sino no lo hubiese podido apreciar igual, porque como te conté, ve bastante borroso. Rodaba alrededor de la burbuja para no perderse ni un detalle. Urraca también estaba fascinado, y fue el único día en su vida que deseó tener dos ojos, o cuatro, u ocho. Al pensar esto, e imaginarse con tantos ojos (que no le entrarían en la cara, apenas le entraba uno) se rió, callándose rápido y asustándose de  nuevo por si se le esfumaban los miedos y llenaba la burbuja de humo. Por el contrario, a Ciempiés sus dos ojos le  alcanzaban y le sobraban. Sentía como si fuese la más pequeñita del universo, ante toda esa inmensidad que comenzaba a abrírsele de golpe sin anestesia. Su mundo siempre se había limitado al ras del suelo. Nunca hacia arriba. Y conociendo tan bien el abajo, le sorprendió lo infinito que se hacía todo para arriba. Al cielo sólo lo tenía visto de mirarlo desde abajo. No podía creer cómo se abría hacia arriba, y lo chiquito que empezaba a hacerse su mundo conocido.  No era miedo lo que sentía, como podría explicártelo mejor, es una sensación que tiene algo similar al miedo, pero te atrapa a la vez. Imagináte si cambiás de trabajo. Aunque, pensándolo bien, si todavía sos un niño o niña leyendo este libro y al mismo tiempo estás trabajando, hay un problema. Mejor dicho, vas a tener problemas con tu jefe por leer un libro en horario de trabajo. No, perdón, ese sería mi problema. Así que mejor te doy otro ejemplo, uno que sirva para un niño, imagináte que cambiás de escuela: podés sentir miedo o nervios, porque no sabés con qué te vas a encontrar, pero también a la vez por eso mismo hay una cierta emoción por descubrirlo. Ciempiés sentía un poco que perdía su mundo conocido, pero en realidad cambiaba la idea que tenía de él. En eso, absorbida como estaba por el paisaje,  reparó en un pequeño detalle que no habían pensado ni hablado en absoluto cuando estaban planeando el viaje ¿cómo iban a hacer para, al volver, aterrizar justo en lo de la abuela Clara? 
-Angélica – la llamó Ciempiés despacito, porque no quería alarmar a Urraca
-Sí, decíme, Ciempiés – le contestó Angélica, mirando el paisaje para abajo
-¿Se te ocurrió alguna forma para que a la vuelta aterricemos en lo de tu abuela? 
            La cara de Angélica se puso blanca, pálida, dura, parecía una estatua. Los ojos, grandotes como estaban de admirar el paisaje, se agrandaron el doble. La boca se le abrió levemente, como si fuese a decir algo, y la volvió a cerrar de golpe, mordiéndose levemente el labio inferior y dejando la boca fruncida, casi paralizada. Movió la cabeza de un lado al otro, negando. Por la cabeza se le pasaban mil pensamientos, como autos en una autopista, ¿cómo no había pensado cómo aterrizar en lo de la abuela? ¿cómo no se le ocurrió pensarlo ANTES de despegar, ANTES de estar en el aire? Siguió negando con la cabeza, y pese a que trató de evitarlo una lágrima empezó a deslizarse por su mejilla. Así como a Urraca se le esfumaban los miedos como humo gris, a Angélica la angustia se le esfumaba como gotas cristalinas, transparentes y saladas. Tenía más miedo de perderse en el mundo que de explorar el espacio. Es que sólo tengo siete años, pensó. Ella siempre iba a todos lados con alguna persona grande que se sabía el recorrido, ella no conocía la ciudad. ¿y si caían en otro barrio? ¿en la otra punta de la ciudad? ¿en otra provincia? ¿en otro PAÍS? ¿¿EN EL MEDIO DEL OCÉANO?? Angélica empezó a pensar que no iba a volver a ver a sus papás ni a su abuela, que se iban a caer con la burbuja en el medio de la China y nunca podrían volver a casa. Rompió en llanto, ya no era una, eran miles de lágrimas que caían de sus ojos, y Ciempiés tuvo miedo de que inundara la burbuja. “Estamos listos” pensó Ciempiés, y como Angélica no respondía, inmersa en su llanto desconsolado, decidió que mejor era pinchar la burbuja ahora y aterrizar ahí nomás que todavía estaban cerca. Decidió decírselo a Urraca, y cuando estaba por hacerlo dudó un segundo. Pensó en el ataque de llanto de Angélica, le sumó a Urraca y su ataque de miedo, con el cuerpo comprimido y rebotando en la burbuja, y por un instante creyó más sabio si simplemente pinchaba la burbuja sin avisar. Pero no estaba segura de las consecuencias de esa sorpresa. Se dio vuelta y vió a Urraca con un papel y un lápiz (que había sacado de la mochila de Angélica), el ojo fijo en la tierra y anotando algo totalmente concentrado. Lo interrumpió: 
-Lindo momento para escribir poesías, Urraca, no ves que tenemos una situación acá – le dijo, cruzada de brazos y  señalando a Angélica con uno de sus piecitos
-Shh, esperá Ciempiés – le dijo Urraca sin siquiera mirarla
-U-rra-ca – insistió Ciempiés, con los dientes pegados al hablar y como callando un tono de voz mucho más elevado que el que estaba usando
-Esperá, te dije – repitió Urraca – Sos pesada cuando querés, eh – siguió, sin sacar la vista de la tierra
-Te-ne-mos-u-na-si-tua-ción – volvió a insistir Ciempiés, ahora pellizcándole un pedazo de cuerpo a Urraca, con sus ojos negros y profundos cuatro veces más grandes,  y señalando a Angélica con cuatro piecitos
-Uy, ¿qué pasa Angélica? – le preguntó Urraca, recién desayunándose del llanto drámatico, digno de una telenovela del mediodía, que salía de Angélica
-Que – contestó Angélica, sorbiendo lágrimas, mocos, y aire, todo a la vez como en un licuado indefinido y bastante repugnante – nunca vamos a volver a casa BUAAAAAAAAAAAAAAAAAAA
-¿Por qué – preguntó Urraca espantado, con el ojo empañado de ver a Angélica tan triste
-No – empezó a contestarle Angélica – no-no-no-no-no-no-no-no-no-te-te-te-te-te-te-te-ne-ne-ne-ne-ne-ne-ne-mos-mos-mos-mos-mos-mos…………
-N o tenemos como aterrizar de nuevo en lo de la abuela – concluyó Ciempiés, y agregó, decidida – creo que lo mejor es que pinchemos la burbuja ahora y aterricemos de emergencia, todavía estamos cerca de lo de Clara – agregó, tomando la tijera de la cartuchera de Angélica
-¡NO! – gritó Urraca - ¿pero por qué no me preguntaron a mí?- siguió, algo enojado – apenas despegamos me di cuenta que no lo habíamos pensado y decidí empezar a anotar todas las referencias posibles para dirigir la burbuja a lo de la abuela Clara cuando estemos volviendo. Empecé con el cable de luz, ¿ves? Acá esta, es uno que está al lado de una estación de servicio azul, ves, acá fui anotando todo lo que ví desde que salimos. Con gráficos y todo. Y pienso seguir hasta salir al espacio. Cuando volvamos, vamos buscando las referencias que dejé anotadas. ¿Entienden?
-Sí – dijo Angélica, sorbiéndose una vez más mocos y lágrimas
-Sos un genio, Urraca – dijo Ciempiés guardando la tijera de nuevo en su lugar
-Sí, sos un genio – gritó Angélica, riendo de lleno y abrazando a sus amigos – gracias, gracias por ayudarme - les dijo – son los mejores amigos que una podría desear
-Bueno, yo también te quiero Angélica – agregó Urraca – pero soltáme así puedo seguir anotando, sino ahí sí que no vamos a volver a casa 
Capítulo VIII : de cómo la burbuja finalmente entró en el espacio exterior 
             No había ni una sola nube. El suelo ya estaba pequeñito, se veía todo como las imágenes de algunos mapas: los cuadraditos de los campos perfectamente delineados, las líneas algo irregulares de los ríos. Contrariamente a lo que pensaban, su visión se adaptó a la oscuridad sin problemas y podían seguir anotando todo con lujo de detalles. Igualmente tanto Urraca como Ciempiés tenían una excelente visión nocturna (no puedo decir lo mismo de Angélica), acostumbrados como estaban a la vida en el bajo mesada, sin luz.  
            La burbuja se mecía suave, flotaba liviana, subía sin parar, el cielo se abría a su paso sin problemas, es más, parecía darle una mano para subir más fácilmente. La luna y las estrellas iluminaban el recorrido. Angélica empezó a cabecear un poco, se le cerraban los ojos, estaba algo cansada, y se dejó llevar por el sueño. Urraca seguía anotando, el ojo fijo en el camino, él era de trasnochar, así que el cansancio no lo afectaba. Ciempiés iba mirando el paisaje y tarareando una canción. Ya estaban bastante alto. Veían claramente separados parte de la tierra y parte del océano.  En medio de toda esa tranquilidad, Ciempiés creyó divisar algo que se movía a una cierta distancia. Afinó la vista, pero nada. Se distrajo nuevamente, y por el rabillo del ojo, otra vez le pareció ver algo moverse. Volvió a mirar, no había nada. Cerró los ojos un momento para descansar, tenía la cara apoyada de frente a la burbuja, mirando casi para abajo. Los brazos abiertos en cruz, las patas mezcladas desordenadamente. Una posición muy graciosa, a decir verdad, bastante despatarrada, parecía un felpudo de la puerta de entrada a una casa. En eso volvió a abrir los ojos, y vio, de frente a ella, una especie de masa sin forma, de un color un poco más oscuro pero igual al del cielo, pero con dos puntos como pequeños ojos, de un color claramente azul brillante, casi el color del cuerpo de Urraca. Los ojos, la miraban fijo a los ojos de ella. Cimpiés no se quiso mover, no quería que ese ser se asuste. Le guiñó un ojo. El ser le contestó, apagando por un instante uno de sus puntitos azules. Ciempiés guiñó el otro ojo. El ser le contestó. Siguieron así un rato, hasta que Ciempiés rió y el ser desapareció en un segundo. Se quedó esperando, y no volvía. Esperó un rato más, y como no volvía, se dio vuelta para quedar de espaldas a la tierra, y de frente a la luna. En eso sintió algo que la rozaba. “¿estás acá?, atinó a preguntar Ciempiés, y para su sorpresa, el ser misterioso se hizo presente. Ciempiés se presentó: 
-Hola, yo soy Chilopoda, pero mis amigos me dicen Ciempiés – le dijo - ¿quién sos vos?
-Soy el cielo – contestó el extraño ser
-Si vos lo decís – le dijo Ciempiés, y giró hacia Angélica – Angélica, tenemos visitas
-AHAHAHAHHA – se desperezó Angélica, estirándose toda como un gatito – Hola, yo soy Angélica, ¿cómo te llamás?
-Lamento informarles que no tengo nombre, sólo soy el cielo – contestó el ser
-Urraca, mucho gusto – le dijo Urraca, que seguía concentradísimo anotando referencias para la vuelta
-Sos el cielo – repitió Angélica, mientras lo miraba fijo, analizándolo. Era como una masa gaseosa, sin forma definida, no tenía manos, ni pies, ni piernas, ni cabeza, ni boca. Solo los dos puntitos azules, que parecían ojos, pero vaya a saber uno si realmente lo eran
-¿Qué trae a vosotros a estas alturas, en tan espléndida nave? – preguntó el cielo
-Estamos de viaje por el fin de semana – le contestó Angélica – vamos a conocer la luna
-Excelente elección - opinó el cielo
-Mirá, no quiero ser maleducada – le dijo Angélica, de la manera más respetuosa posible – pero si sos el cielo, y estás ahora adentro de la burbuja, ¿qué es todo esto que nos rodea? ¿la ausencia de cielo?
-Veo que es Ud. más suspicaz que muchos de los suyos, astronautas y científicos de profesión– contestó el cielo, solemnemente – Me ha descubierto, lo admito: no soy el cielo
-¡Yo sabía! – dijo Ciempiés – me había sonado a verso eso del cielo – agregó
-¿Y entonces? – le preguntó Angélica
-Soy parte del cielo – contestó el …. bueno, la parte de cielo en cuestión, que difícil que me hace el relato si no tiene nombre, perdón querido lector
-¿Qué? – preguntó Angélica – ¿entonces el cielo está formado por muchos como vos?
-Así es – contestó la parte del cielo 
            En ese momento, millones de puntitos azul brillante se prendieron y apagaron en cuestión de milésimas de segundo, como si todos los pedacitos de cielo se hubiesen presentado a saludar 
-¿Cuando se apagan esos puntitos es que cierran los ojos? ¿a la noche duermen todos los pedazos de cielo? - se intrigó Angélica
-No, en primer lugar no son nuestros ojos... nuestros ojos son todo nuestro cuerpo. Estos puntitos los usamos para que puedan vernos ustedes
-¿Y cómo cierran los ojos para dormir entonces? - preguntó Ciempiés, que ahora tenía esa inquietud - porque si sos todo ojos ¿cómo dormís?
-Nosotros no dormimos – le contestó el pedacito de cielo
-¿Y cómo descansan? – se interesó Angélica
-¿Descansar? Si no nos cansamos – reveló el pedacito de cielo, algo extrañado por la pregunta
-Pero algo hacen acá – insistió Angélica
-Sí, hacemos muchas cosas, pero no necesitamos descansar – volvió a contestarle el pedacito de cielo – No nos cansamos
- ¿O sea que pueden estar todo el día, todos los días, semanas enteras despiertos y nunca pero nunca se cansan?
-Así es – afirmó el pedacito de cielo - nosotros no dormimos, así como ustedes no ominulan
-¿No qué? - exclamó Urraca, que nunca había escuchado la palabra "ominulan"
-No ominulan - le trató de explicar el pedacito de cielo - yo ominulo, ellos ominulan. Es una expansión flotiforme que coincide con el jumer, provocando la ditinfración de los trémpastos
-Claro, claro - dijo Ciempiés, asintiendo con la cabeza
-¿Sabés qué es eso? - se sorprendió Angélica
-Mmm, claro, es estirarte como una bandita elástica - quiso explicar Ciempiés, aunque era evidente que no tenía idea de qué estaba diciendo, porque siempre que dice cosas de las que realmente no sabe nada juega con un par de sus piecitos, poniendo uno sobre otro y viceversa
-No es eso en realidad - la corrigió el pedacito de cielo - y no podría explicárselos. Así como nosotros no dormimos, y no sabemos cómo es eso, ustedes no ominulan y no podrían entender de qué se trata. ¡Si ni yo sé cómo definirlo de forma que lo entiendan!
-Me parece que estamos por salir al espacio - interrumpió Urraca
-¿Cómo sabés? - le preguntó Angélica
-¿Ves allá? - le señaló Urraca - Parece que cambia el color, y además estamos avanzando cada vez más rápido
-Yo podría ayudarlos en algo – les dijo el pedacito de cielo –  La burbuja es muy liviana, yo puedo empujarla un poco para que salgan al espacio exterior, que en caso contrario difícilmente lo lograrían porque hay cierta resistencia, demasiado largo de explicar a la distancia que nos separa ahora. ¿les interesa?
-¿En serio? ¿no es molestia? – se entusiasmó Ciempiés, que ya se había encariñado con el pedacito de cielo – ¡te lo agradeceríamos tanto!
-Para nada, un placer ayudar – contestó la porción de cielo – ¡un gusto haberlos conocido! 
            Y así, con la ayuda del cielo, subieron muy rápido, como si fuesen en un ascensor a velocidad máxima (velocidad máxima tipo cohete espacial, no máxima tipo ascensor, que sería bastante lento a decir verdad) hasta que, al grito de “¡directo a la luna!”, el cielo los empujó al espacio exterior. 
Capítulo IX : de cómo la burbuja llegó a la luna 
            Cuando salieron al espacio exterior, ahí sí que no les alcanzaban los ojos para contemplar tamaña inmensidad. Para que te des una idea, a la sensación que te conté de Ciempiés cuando recién arrancaban el viaje volando, la multiplicás por un millón, por mil millón, por un millón millón, y capaz ahí recién te acercás a lo que sintieron los tres amigos contemplando el espacio exterior. Ninguno  podía creer lo que estaban viviendo. El espacio se veía literalmente infinito, y  cuando digo literalmente me refiero a que la palabra infinito la debés entender en la plenitud de su sentido, o sea “que no tiene ni puede tener fin o término”, o “lugar impreciso en su lejanía y vaguedad”. O si queremos simplificarlo al máximo, deberías tomar infinito como “muy enorme”. ¿Te lo imaginás?  
            El viaje no dejaba de sorprenderlos en cada momento, y al salir al espacio exterior, se encontraron con una nueva sorpresa. En el espacio, la burbuja parecía navegar. No había agua, pero sentían algo así como una corriente que dirigía la burbuja directo a la luna. Como si hubiesen dado con el caudal de un río que iba directo a desembocar en el mar, y el mar en cuestión fuese la luna. Y ni hablar de la velocidad que había tomado, debían de ir a quichicientos kilómetros por hora.  En eso, de la nada, una especie de rana de color amarillo, más grande que Angélica de tamaño, con unos enormes y sobresalientes ojos naranjas, se pegó sobre la burbuja, del lado de afuera. El color era tan amarillo que la supuesta rana, con sus manos, sus patas y sus dedos extendidos, parecía el mismísimo sol. Angélica se asustó al verla, porque temió que pudiese llegar a romper la burbuja, pero al ver que esto no sucedía, la saludó con la mano sonriendo. Ciempiés hizo igual, en cambio Urraca la miró medio de reojo, reticente como era a la hora de conocer gente nueva. 
-¡Hola! – gritó fuerte Angélica, para que la supuesta rana la escuche – me llamo Angélica, ¿cómo te llamás?
-Racáca – contestó - ¿van a la luna?
-Si – le dijo Angélica - ¿tenés idea si vamos bien? Porque salimos al espacio y entramos en esta especie de camino que empezó a llevarnos directo
-Directo a la luna, sin escalas – contestó una voz que no era de ninguno de nuestros amigos, ni de Racáca
-¿Fuiste vos? – preguntó Angélica
-No, fue una voz de hombre, ¿acaso me ves cara de hombre? – le contestó Racáca, algo ofendida
-No, pasa que de acá no te escucho muy bien – dijo Angélica, para disimular su error - ¿quién está ahí? – gritó para ver si había alguna respuesta
-Directo a la luna, sin escalas – atinó a decir nuevamente la misteriosa voz
-Parece una voz de esas de las estaciones de tren – dijo Ciempiés, quien era entendida en estaciones de tren por sus numerosos viajes
-Es el anunciador – aclaró Racáca – ¿de dónde vienen ustedes?
-De la Tierra – contestó Angélica - ¿quién es el anunciador?
-Es la voz del canal, que te indica adónde va y cuando hay salida para combinar con otro canal, para que no te pierdas, porque acá en el espacio no hay carteles, no puede haber carteles – le explicó Racáca – lo que no entiendo es cómo llegaron ustedes desde la Tierra a un canal
-Me parece que nos trajo el cielo – intervino Urraca - ¿no escucharon cuando nos terminó de empujar que gritó “directo a la luna”?
-Ahhh si, es verdad – contestaron a la vez Angélica y Ciempiés
-Con razón – replicó Racáca – porque por lo general la gente de la Tierra no entra a los canales. Mandan esos cohetes que van rapidísimo, dirigidos desde la tierra, parecen enceguecidos, y si no tenés cuidado te atropellan. Nunca embocan uno en un canal para llegar directo, es más, a veces atraviesan los canales en cualquier dirección, hay que andar atento.
-¿Y vos de dónde sos? - le preguntó Angélica
-Yo soy del espacio – dijo Racáca – era de Mercurio en realidad, pero está muy cerca del sol, y la verdad que es medio difícil vivir ahí, hace un calor increíble. Así que ahora ando rumbeando, no soy de ningún lugar, por eso digo del espacio. Voy y vengo depende de cómo me levante. Me meto en los canales con los ojos cerrados, y adonde llego, llego.
-Guau – contestó Ciempiés – ¡qué buena vida!
-Sí, la verdad que sí  – le confirmó Racáca, sonriendo–  Cuéntenme ¿ustedes por qué van a la luna?
-A conocer – le dijo Angélica – queremos ver como es, conocer un poco el espacio
-Ah ¿nunca fueron? – le preguntó Racáca, intrigada
-No, es la primera vez – contestó esta vez Urraca
-No se van a arrepentir – les dijo sonriendo Racáca – ¿y a la Tierra van a volver o ya no?
-Volvemos – le aclaró Ciempiés – Angélica tiene siete años nomás, que en la tierra es como si fuese… un cachorro de humano, por decirlo de alguna manera. Todavía no es independiente, vive con los papás.
-Entiendo a lo que te referís, pero entonces ¿por qué no vinieron los papás de viaje? – preguntó intrigada Racáca
-Ellos no creen que se pueda ir al espacio exterior – le contestó Angélica – creen que hay que ser astronauta, estudiar y que sólo se puede llegar en esos cohetes que decís vos. Por eso vine con Urraca y Ciempiés
-Claro, nada más imposible que hacer el viaje con alguien que no lo cree posible ¿no? – le dijo sonriendo Racáca
-Miren allá – la interrumpió Angélica, señalando más adelante y algo a la izquierda, al divisar una suerte de tubo celeste, medio fosforescente, pero a la vez medio transparente, era como un reflejo, y parecía que se les venía de frente
-Combinación a Marte – anunció la voz del canal
-Te está avisando por si querés ir para Marte, tenés que doblar en la próxima – le aclaró Racáca
-Es hermoso – dijo Angélica, mirando los tonos del canal a Marte, y le preguntó a Racáca – ¿Cómo es que veo ese canal y no veo el color del canal por el que vamos ahora?
-Porque desde adentro no se ven – le contestó Racáca – los canales los divisás por fuera y una vez que entrás, no los ves más. Solo vas sobre ellos sin parar. Lo mismo con los que están muy lejos, no los llegás a ver, se hacen presentes sólo cuando están lo suficientemente cerca como para tomarlos
-Entiendo – dijo Angélica - ¿querés pasar adentro de la burbuja? ¿no tenés frío ahí afuera?
-Gracias, estoy bien – le agradeció Racáca – además no creo que pueda entrar sin romperla. Con que pueda aferrarme llego bien, más rápido a si fuera sola.
-¿Podrías viajar sola? – le preguntó sorprendida Ciempiés
-Sí, como no. Lo que pasa es que tardás un montón, pero podés viajar sin nave - le contó Racáca
-¿Y no necesitás ningún casco, nada? ¿Cómo hacés para respirar? – se interesó de golpe Urraca, que solía ser tan precavido para todo
-Y, eso va en cada uno. Depende de tu atmósfera y qué acostumbrás respirar. Yo la verdad que no tuve que hacer nada para adaptarme, ando lo más bien,ni idea por qué. Igualmente hay formas de adaptarse, y en cada planeta suele haber alguien que te ayuda a respirar si no trajiste ningún adaptador
-Nosotros trajimos burbujas para ponernos en la cabeza – le contó Urraca
-No se sorprendan si no las necesitan – le contestó Racáca
-¡Ojalá que no! – se esperanzó Ciempiés – ¡yo quiero andar libre, no con la burbuja en la cabeza!
-Ojalá – suspiró Angélica 
 
            A lo lejos, se acercaba el final del canal. La luna se veía cada vez más grande, de tonos blancos y grisáceos, perlados, impecables. Se veía solo la superficie limpia, como si estuviese totalmente desierta. Al acercarse al final  la voz del canal hizo el anuncio “Luna, final del recorrido, todos los pasajeros deben descender”. La burbuja se movía más bruscamente, por fuera Racáca se agarró más fuerte, adentro Angélica, Urraca y Ciempiés se abrazaron, y, como si fuesen disparados, salieron del túnel y empezaron a caer, flotando nuevamente suave y como si no pesaran nada. Racáca levantó la cabeza para empezar a mirar por dónde caían, Angélica se soltó de sus amigos y pegó su cara a la superficie de la burbuja para mirar el paisaje. Lo mismo hizo Ciempiés. Urraca empezó a buscar la tijera para pinchar la burbuja cuando estuviesen cerca de la superficie, y una vez q la tuvo a mano, también se puso a admirar el paisaje. Todavía no se divisaba nada, sólo se veía la superficie blanca, y algunas sombras grises. El cielo no tenía un color celeste como el de la Tierra, se veía anaranjado, pero era un tono muy clarito, apenas naranja. Siguieron bajando liviano, balanceándose suavemente hacia los lados, Angélica miraba y buscaba alguna referencia parecida a la Tierra que conocía, pero no se veían las parcelas de tierra o las líneas de los ríos, se veía solo superficie blanca y desierta. Racáca miraba y parecía saludar, pero Angélica no veía a nadie que pudiese estar saludando. Así tranquilos siguieron bajando por un buen rato, hasta que empezaron a divisar más cerca la superficie. Urraca estaba ansioso, quería explotar la burbuja cuanto antes, pero Ciempiés le pedía esperar a estar un poquito más cerca. Cuando ya estaban lo suficientemente cerca, le hicieron una seña a Racáca, que saltó directo de la burbuja a la luna, cayendo graciosamente y sin problemas de pie. Angélica agarró la mochila fuerte, Ciempiés le dio una señal a Urraca, y Urraca pinchó la burbuja. Pero no cayeron de golpe, sino que cayeron flotando, podían girar en el aire si querían. Y, finalmente, pisaron la luna. 
 
Capítulo X: el lado claro de la luna 
            Una vez en la luna, Urraca respiró profundo, tranquilo, y todos sus miedos empezaron a esfumarse. Se le fue yendo el tono opaco, hasta que quedó totalmente brillante. Cuando se dio cuenta que estaba respirando sin el casco de burbuja, se puso tan contento que empezó a brillar más todavía. Riendo, giró buscando a Angélica y Ciempiés para festejar que podían respirar, pero cuando los encontró no los encontró riendo y festejando. Angélica estaba acostada en el suelo, y Ciempiés estaba armando rápido mezcla para casco burbuja. Urraca corrió veloz hacia Angélica, a la vez que Racáca hacía lo mismo. Ayudaron a Ciempiés, armaron un casco y pudieron ponérselo a Angélica. A los pocos minutos, reaccionó.  
-¿Ustedes pueden respirar? – fue lo primero que le preguntó Angélica a Urraca
-Sí, sin problemas – le contestó – apenas bajé, fue tan natural que no me di cuenta.
-Ufa, yo quería respirar sin casco – se lamentó Angélica
-No te hagás problema – le dijo Racáca – yo tengo unos amigos que creo podrán ayudarte, ¿me siguen?
-Te seguimos – le contestó Ciempiés, mientras guardaba de vuelta las cosas en la mochila de Angélica 
            Empezaron a caminar siguiendo a Racáca. El suelo de la luna era como de arena, totalmente blanca, y se veían esos cráteres que se ven en las fotos que a veces nos muestran los satélites que mandan de acá. Parecía estar totalmente desierta, y mientras caminaban Angélica se empezó a decepcionar un poco porque la luna parecía la playa pero sin mar, sin nada de nada, solo la arena. Ni siquiera los cráteres eran muy lindos, simplemente agujeros grandotes, y se veían solo a lo lejos. Cuando parecía que estaban por llegar cerca de uno, el cráter parecía alejarse más. Le empezaron a dar ganas de ir para otro planeta. Para colmo no podía respirar sin casco, y los demás sí. Angélica estaba frustrada, como cualquiera se frustraría si emprendiera tremendo viaje y al llegar lo que encontrara fuese menos interesante que lo que había en el lugar de donde vino. Para demostrar su decepción, mientras caminaba pateó un pedazo de suelo, levantando algo de esa especie de arena, al tiempo que sintió un “¡AY!” Racáca se dio vuelta de inmediato y la miró a Angélica 
-¿Qué fue eso? – la indagó
-Ni idea – le contestó Angélica
-Me pareció escuchar un “ay” – le dijo Racáca
-Si, a mi también, pero no sé que fue – le dijo Angélica 
            Racáca la siguió mirando, miró alrededor, miró más allá, más acá, y vio la arena lunar removida donde Angélica descargó su angustia. 
-¿Vos pateaste ahí? – le preguntó a Angélica
-Si – le confesó Angélica algo sonrojada
-¡Cómo patéas ahí! – la retó Racáca - ¿no ves que podés lastimar a alguien?
-¿A quién? – le dijo Angélica – si acá no hay nada
-Me parece que sí, sino no se hubiese quejado – le contestó Racáca
-Bueno, perdón – le dijo Angélica, y volvió a disculparse mirando hacia donde había pateado – perdón, no te ví ahí – le dijo
-Todo bien – dijo una voz desde la arena lunar revuelta
-¿Qué hay ahí – le preguntó Angélica a Racáca
-Y no sé, no lo veo – le dijo Racáca – pero no te sorprendas. Estamos del lado de la luna que se ve desde la Tierra, así que no es raro que si hay alguien no se muestre. Sigamos nuestro camino – les sugirió, sin nunca haber parado de caminar
-¿No quieren que se vea desde la Tierra? – se intrigó Angélica
-No, casi nadie en el espacio se deja ver, si tiene posibilidad, por la gente de la Tierra – le contó Racáca – es que, sin ánimo de ofenderlos, son algo atrevidos los de la Tierra. Sabemos que tienen aparatos y satélites potentes que exploran y examinan todo, y están todo el tiempo mirando hacia acá, y hacia otros planetas del sistema solar. Imagináte vos, tranquila, en tu casa, capaz haciendo algo personal, como sacándote mocos de la nariz o cortándote las uñas de los pies, y te enterás que hay un centenar de científicos mirándote y descifrando todo lo que haces. Y le dicen ciencia ¡No confundamos ciencia con invasión de la privacidad! ¿O vos viste algún ser de otro planeta espiándote?
-Y, la verdad que nunca ví ninguno – se sinceró Angélica 
            Siguieron caminando bastante más, acercándose a lo que parecía un abrupto precipicio. Era como si se terminara la luna, y se viese clarito y ahí nomás la curva que seguía para el otro lado, el lado que no estaba iluminado. Racáca giró para advertirles lo que venía, y en eso reparó en Angélica. El sol los iluminaba, y por primera vez desde que bajaron de la burbuja, Racáca se dio cuenta de que Urraca tenía sombra, Ciempiés tenía sombra, ella misma tenía sombra, pero Angélica no tenía sombra. Mirándola fijo le preguntó: 
-¿Te sentís bien?
-Sí, ¿por? -  le contestó Angélica
-Me parece que…. Cómo te lo digo…perdiste tu sombra – le dijo Racáca, tratando de no alarmarla, pero sin poder disimular la preocupación en su voz
-Ah, no, no tengo sombra – le contestó naturalmente Angélica, que ya sabemos que no tiene y nunca tuvo sombra
-¿Hace mucho? – le preguntó Racáca
-Y, nunca tuve – le contó Angélica – pero no es nada, ya visité muchos médicos en la Tierra, y estoy bien
-Es raro – pensó en voz alta Racáca, intrigada, estirando su mano para proyectar su sombra sobre Angélica y ver si pasaba algo, pero no pasó nada –  Bueno, les comento, presten mucha atención: ahora vamos a seguir caminando hasta pasar esta curva que ven, donde parece que se termina la luna ¿sí? No entren en pánico, no va a pasar nada, ustedes, pase lo que pase, no dejen de caminar. ¡Y nunca, pero nunca, miren hacia atrás!
-¿Qué pasa si miramos hacia atrás? – preguntó Ciempiés, a quien le encantaba el misterio
-Absolutamente  nada, pero siempre quise decirlo – le contestó riendo Racáca – ahora en serio, no dejen de caminar, eso sí es importante, si se quedan quietos en la oscuridad pueden terminar siendo parte de ella – aclaró, seria. 
            Lo que les pasó después creo que debe haber sido parecido a tirarse en paracaídas, digo creo porque lo supongo, ya que te confieso, lector, yo nunca lo he hecho. Ninguna de las dos cosas he hecho a decir verdad, ni tirarme en paracaídas ni caminar por la luna. Pero uso esos ejemplos porque es lo que se me vino a la mente escuchando el relato de Angélica. Otra vez me fui por las ramas, perdón nuevamente, me distraigo bastante, como te habrás dado cuenta. Continúo: siguieron caminando, aunque se veía que la luna parecía terminarse, curvándose, sin permitirles adivinar qué les esperaba del otro lado. Cuando empezaron a recorrer la curva, se puso todo tan oscuro como si les hubiesen vendado los ojos en un segundo. Dejaron de ver por completo. Urraca amagó con frenarse, pero Angélica, que iba detrás de él, lo tomó de la mano a tiempo para que no dejara de caminar. El recorrido a oscuras empezó  a sentirse como algo de nunca acabar. Urraca tanteó hasta encontrar la mano de Ciempiés, y Ciempiés buscó la de Racáca. Se hacía más tranquilo el recorrido al saberse acompañados. No se escuchaba ni se veía nada. Era como estar dentro de una cueva, y eso te lo afirmo con seguridad, atento lector, porque sí he estado dentro de una cueva, y me tomo el atrevimiento de compararlo porque aunque no atravesé la oscuridad de la luna en persona, lo que me contó Angélica se asemeja bastante, salvando algunas pequeñas distancias.  En las cuevas está húmedo y frío, pero un frío que se te mete en los huesos. Y cuando llegás a alguna parte que esté lejos de la salida, entre recovecos y formaciones cavernosas, estás como ciego, y podés llegar a escuchar el latido de tu corazón, porque no escuchás absolutamente nada más. Los tres amigos estaban fascinados, se sentían seguros al tener una guía experimentada como Racáca, pero algo de temor sentían, porque el recorrido se estaba haciendo muy largo. Después de seguir así por lo menos media hora más, Racáca les advirtió: 
-Ya estamos por llegar 
            Cuando llegaron, no podían creer lo que estaban viendo. 
 
Capítulo XI : El lado oscuro de la luna 
            El cielo era amarillo, un tono muy suave, y estaba atravesado espaciadamente, en ese momento, por nubes que no eran nubes. Eran blancas como las nubes de acá, pero se asemejaban a círculos vacíos por dentro, y no tan circulares vale aclarar, sino más bien ondeados, como si estuviesen flotando y cambiando de forma a medida que se movían. Soplaba una leve y agradable brisa, y se percibía a lo lejos un agradable bullicio musical. A un cierto nivel del suelo había otro tipo de nubes, nubes que eran  de color rojo oscuro, y se veían esponjosas. Angélica tocó una, para ver si era sólida o no, y  pudo comprobar que lo era, y además que estaba levemente húmeda. Podía subirse sobre ellas, si quería, porque la sostenían. Era como si estuviesen pegadas al suelo, pero no había nada entre éste y la nube. Racáca le explico que las llamaban nubadas, y que las solían usar para descansar sobre ellas. Eventualmente podían hacer llover, porque juntaban vapor de agua, le explicó. Y de esa agua podían tomar. Por eso debajo de cada nubada había pequeños cuencos blancos, con agua. El suelo seguía siendo blanco, como al otro lado de la luna, y asemejaba una arena finita y suave. Había ríos de agua, tan cristalina o más que la de la Tierra, y a lo lejos montañas blancas como el mismo suelo arenoso. El sol no se veía como se veía del otro lado, parecía lejano y diferente, como si ese lado estuviese iluminado por otra estrella. Y su color tampoco era ese amarillo que conocemos, sino que era rosa, con algunas vetas de un rojo más oscuro. Angélica no divisó nada parecido a árboles, si había pequeños arbustos con flores y algo parecido a frutas, siempre sobre las márgenes de los ríos. Tampoco había construcciones sobre la superficie, se veían pequeños cráteres distanciados, por lo que supuso que los habitantes debían vivir bajo la superficie. Vió por doquier seres de formas diferentes, todos geométricos, los había cuadrados, rectangulares, triangulares, esferas, cilindros, todos de diferentes colores rojo, azul, violeta, fucsia, amarillo, plateado, negro, verde, “chocolate” (una forma delicada de referirse al marrón, viste que lo usan en las casas de ropa, porque se ve que el chocolate vende más que el marrón, perdón de nuevo, lector, esto de agregar opiniones se me está yendo de las manos, cuando consiga un editor, que me edite lo que escribo, supongo que le pondrá fin a este sinfín de comentarios que alejan mi relato de la historia que vine a relatar). Mejor continúo: se movían volando, saltando, arrastrándose, flotando en el aire, caminando, o rodando, de todas las maneras imaginables. No tenían ni brazos, ni piernas, ni ojos, ni pelo. Para que te des una idea, querido lector, si alguno de estos seres iba a caminar, y era cuadrado, estiraba parte de su cuerpo por los ángulos, y los apoyaba a modo de piernas, pero no tomaban forma de pierna, así como la conocemos nosotros ¿me seguís? Era solo el cuerpo estirado. Si alguno quería tomar algo como no tenían manos, estiraban partes de su cuerpo pero no en forma de mano como la conocemos, sino en forma de cinta, o gancho, o de lo que fuese necesario según qué estuviese por tomar. Cada uno estiraba la parte de sí mismo que tenía que usar, y luego volvía a su forma geométrica original, como si fuese de plastilina. Te cuento el último detalle de estos seres lunenses y geométricos: para mirar, o para hablar, se les formaban huecos, que simulaban ser una suerte de ojos, o de bocas, y podían salirles del lugar que quisieran: por atrás, adelante, de costado, en la parte de arriba, o abajo. Y cuando hablaban, sus palabras formaban melodías. De allí surgía el bullicio musical que se sentía en la luna, como en una ciudad se puede sentir el ruido del tránsito. Mientras Angélica caminaba lento, mirando y conociendo, en un momento se dio cuenta que todos los seres que estaban en ese momento sobre la superficie la estaban mirando fijo, hasta que uno gritó: 
- ¡No tiene sombra! 
            Y todos desaparecieron de su vista en un abrir y cerrar de ojos.
La primera reacción de Angélica fue quedarse paralizada por completo, inmóvil, mirando a su alrededor extrañada. Su ausencia de sombra había tenido repercusión a lo largo de su vida, pero nunca una tan multitudinaria, sincronizada e instantánea. Urraca, Ciempiés y Racáca se quedaron también quietos, mirando a Angélica, esperando que se moviera, que reaccionara. Ciempiés le susurró, muy bajito, a Racáca: 
-¿Qué fue eso?
-Creo que los habitantes de la luna nunca vieron un ser sin sombra – respondió Racáca  
            Urraca caminó hasta quedar al lado de Angélica, y le preguntó, tratando de sacarla de su estado de shock: 
-Angélica, ¿estás bien?
-Sí, si – balbuceó Angélica – sigamos recorriendo 
            Ciempiés se encogió de hombros y fue la primera en emprender la marcha. “¿Para dónde?, le preguntó a Racáca, quién señaló un cráter grande a lo lejos, hacia el que empezaron a caminar. La luna parecía haber quedado detenida como si pusieras una película en pausa. No se sentía más la leve brisa que estaba soplando desde que llegaron, hasta las nubes, que se movían graciosamente, creando distintos tipos de formas, quedaron estáticas y fijas. El silencio era absoluto. Racáca comenzó a hablar de cualquier cosa para cortar un poco la tensión que se respiraba en el aire. Contaba de una comida que había probado en Marte, súper picante, que ni bien la probó sintió como si estuviese comiendo fuego. Y contaba que en Marte hay escasez de agua, y que parece que sus habitantes están acostumbrados a comer tan picante porque de alguna manera les ayuda a combatir la deshidratación, porque no ingieren mucho líquido. Pero claro, que eso funciona en los nativos de Marte, porque el que no tiene el paladar acostumbrado siente que se empieza a prender fuego y encima no tiene nada con qué apagarlo. Que le habían dado la bebida que ellos acostumbran tomar, que no era líquida, porque como tienen escasez de agua las bebidas marcianas son espesas, granulosas y apenas hidratadas, supongo yo que será como tomar barro o algo así. Y bueno, decía Racáca, con eso los marcianos andan bárbaro, pero que ella encima del fuego, cuando tomó esa bebida pastosa quedó además atragantada, una pesadilla decía, y de ahí en adelante siempre lleva con ella una pequeña bolsita, les contó, mostrándoles la bolsita, que era del mismo color de su piel, y que colgada como la tenía del cuello se camuflaba con su cuerpo y no se notaba para nada. En la bolsita, siguió contando, tenía unas cápsulas originarias de Mercurio (donde también hay mucho calor y escasea el agua), que cuando las lleva a la boca, en contacto con la saliva, se hidratan transformándose en un refrescante torrente de agua fresca fortificada con sales especiales que calmaba hasta la sed más intensa. Ciempiés escuchaba el relato de Racáca entusiasmada por conocer nuevas cosas y haciendo un montón de preguntas, pero Angélica casi ni la escuchó, seguía preocupada por la reacción de los lunenses. Urraca tampoco escuchó mucho la historia de Marte, estaba preocupado porque veía a Angélica preocupada. En ese momento, llegaron al cráter que había señalado Racáca en un principio. Era de forma circular, pero irregular, no era un círculo perfecto. Los bordes estaban levemente elevados, y no tenía ni tapa, ni puerta, ni reja, ni nada que lo tapara, se veía sólo un túnel oscuro que se perdía en la profundidad de la luna. Racáca llamó gritando “¡Pírpolis!”. De esa oscuridad, se acercó un ángulo verde, largo, y estirado hasta el máximo posible. Cuando llegó a asomar más arriba de la superficie, de frente a la cara de Racáca, se le formaron dos hoyos, a modo de ojos. Miraron un segundo y se unieron transformándose en un solo hoyo, más grande, a modo de boca, que se abrió y dijo: 
-Racáca, querida, que sorpresa y que gusto verte de nuevo por aquí. Decíme, ¿te diste cuenta que la humana que está atrás tuyo no tiene sombra? – cuando terminó de decirlo, desapareció la boca y se formó un embudo, se ve que para escuchar.
-Sí, pero tranquilo Pírpolis, vengo con ellos viajando desde el canal de la Tierra y es una humana adorable e inofensiva. Nunca tuvo sombra.
-¿Y si es contagioso? – preguntó Pírpolis, cambiando el embudo de nuevo por la boca
-Todavía tengo mi sombra – dijo Racáca, señalando su sombra
-Tal vez es contagioso, pero tiene un período de incubación – opinó Pírpolis
-Disculpá que sea entrometido, pero nosotros vivimos con Angélica y tenemos sombra – se impacientó Urraca, que  no estaba de acuerdo con que hablaran así de Angélica, como si no estuviese ahí parada detrás de ellos,  y además como si fuese un bicho raro
-Vamos, Pírpolis, ¡salí ya de ese cráter! – le dijo Racáca, avergonzado y algo malhumorado por la extrema desconfianza de su amigo 
            Pírpolis salió, extendiendo un ángulo, luego el otro, y una vez con dos de sus ángulos sobre la superficie lunar, a modo de pies, asomó el ángulo restante, armando un perfecto triángulo. Una vez fuera del cráter, flotó hasta quedar de frente a Angélica. Alrededor de ellos surgió un tubo blanco que los envolvió, separándolos de los demás. Parecía hecho de telaraña. Urraca atinó a avanzar, quería romper esa tela, pero Racáca lo detuvo, mirándolo seria, y parándose de frente delante de él. Dentro del tubo,  Pírpolis extendió un ángulo sobre Angélica, proyectándole su propia sombra. Se le formó un ojo en el ángulo, que la miró fijo, y un momento después miles de hoyos se le formaron en toda su superficie, y todos esos  miles de ojos miraban a Angélica. Esos ojos se duplicaron en cantidad, pero volviéndose de la mitad del tamaño, e inspiraron, oliendo a Angélica. Pírpolis extendió otro ángulo, quedando parado en uno solo, la olía, le proyectaba sombra, la medía con sus ángulos extendidos, después empezó a flotar, sin apoyarse para nada en el suelo, y girando alrededor de Angélica observó detenidamente cada detalle hasta que, con la mínima parte de la puntita de uno de sus ángulos, la tocó muy despacito en el hombro. Le dio un leve empujoncito, que dejó a Angélica balanceándose suavemente, y volvió a ser un triángulo perfecto. El tubo de telaraña se evaporó en el aire, sin dejar rastros. A Pírpolis se le formó una boca y dijo 
-Ausencia de sombra: desde su nacimiento. Materialización: completa. Dinámica: uniforme. Hidratación: 91%. Contagio: improbable. Diagnóstico: saludable 
            Al instante que pronunció esas palabras, toda la luna volvió a moverse, como si hubiesen sacado la pausa. Los habitantes aparecieron, siguieron con lo que estaban haciendo como si nunca hubiesen desaparecido. En menos de una milésima de segundo lunar (que es más rápida que la terráquea), volvió la brisa, las nubes volvieron a crear diferentes formas, se fue el silencio absoluto, y se sintió un casi imperceptible bullicio musical, muy agradable para los oídos de Angélica, que recién en ese momento se tranquilizó y sonrió. Pírpolis miró extrañado, e hipnotizado por esa dulce sonrisa, que dejaba ver su inocencia y pureza, extendió un ángulo para tocar el casco burbuja que cubría la cabeza de Angélica, con la mala suerte que lo explotó. Ella cayó de espaldas al suelo, desmayada, e inconsciente. 
-Por eso te venía a buscar -  le dijo Racáca a Pírpolis 
             Pírpolis asintió con su ángulo superior, y  extendió otro ángulo dentro del cráter, buscó y revolvió, estiró un poco más, un poco menos, giró a la derecha, a la izquierda, revolvió un poco más acá, un poco más allá. A los amigos de Angélica les pareció una búsqueda eterna, pero finalmente terminó, y su ángulo volvió con una especie de moco, verde muy claro y súper, súper pegajoso, que le metió en la nariz a Angélica. Todos se quedaron quietos esperando ver qué sucedía, preocupadísimos, y Angélica abrió los ojos y empezó a respirar. Se tocó la cabeza, y al ver que respiraba sin el casco burbuja, aunque no entendía bien que había pasado, saltó y abrazó a Pírpolis, sonriendo y agradeciéndole que le hubiese adaptado la respiración, así podía recorrer la luna sin ese incómodo casco burbuja. 
Capítulo XII: de cómo decidieron ir en busca de la sombra 
            Algunos lunenses se acercaron a Angélica, Urraca y Ciempiés, y empezaron a proponerles lugares para recorrer y cosas para hacer, hablaban apurados y las melodías de cada uno al hablar se combinaban tan bien que Ciempiés bailaba al escucharlos, y les contestaba cantando, pero la verdad es que Ciempiés no afinaba muy bien y no era tan agradable oírla. Otros lunenses se acercaron con frutas y agua, que los tres amigos aceptaron gustosos, ya que no habían probado bocado desde que despegaron de lo de la abuela Clara. Finalmente decidieron empezar recorriendo el valle de la luna, donde comieron más frutas, y descansaron tomando algo de sol rosado, con los pies remojándose en el río, menos Urraca, que como ya te conté, es sólo cuerpo, por lo que decidió zambullirse completamente. Sobre ese margen del río también podían zambullirse en la arena, que no era arena como la conocemos, era mucho más finita, como si fuese harina. Si hacían un hueco en la arena podían llegar a la siguiente capa, que era rosa como un chicle, e igual de pegajosa, sobre la que  podían saltar elevándose muy, pero muy alto, haciendo piruetas y flotando por mucho tiempo, porque no caían enseguida como acá en la tierra. Se divirtieron un largo rato en el valle, y después decidieron ir a bucear dentro del río. Pírpolis tenía otra preparación mocosa que adaptaba la respiración al agua, y una más que Angélica podía ponerse sobre los ojos para ver sin necesitar los anteojos. Cuando la probó, empezó a saltar y flotar de la alegría.  
- Por favor Pírpolis, preparáme más de este moco-adaptador para la vista que me lo llevo a la tierra, ¡no uso más los anteojos! - le suplicó Angélica, emocionada
-Lo siento Angélica, pero sólo funcionan en atmósfera lunar. En la tierra estoy seguro que habrá algún moco-adaptador de atmósfera terrestre que puedas usar, la ciencia está bastante avanzada - le contestó Pírpolis
-Vamos al agua, Angélica, dale - le gritó Urraca, que estaba ansioso y no quería esperar un minuto más para bucear 
            Se tiraron al agua, y era tan cristalina que se veía muchísimo mejor de lo que pensaban. Había diferentes tipos de seres, también geométricos, pero mucho más pequeños que los lunenses de la superficie, estos eran como versiones dimunitas de ellos. Todos hablaban, y lo hacían también con melodías. Cada vez que se cruzaban con uno los saludaban, les daban más datos de para donde ir, o donde había tal o cual cosa interesante para ver. Así vieron un submarino hundido, que un lunense muy viajero se había traído de recuerdo de un viaje a la tierra, y lo había usado para hacer un museo de cosas terrestres. Cada cosa tenía la explicación de qué era. Lo primero que se encontraron fue un árbol, y tenía un pequeño cartel de tela impermeable lunar que decía "arbusto crecido". Había también una palangana, "pileta para extremos" la definía, un televisor, "reproductor de entretenimiento para la casa", una puerta, "típico divisor para privacidad", un ropero "organizador de trapos", una torta demasiado vieja y en mal estado, que Ciempiés quiso comer, porque era de chocolate (o alguna vez lo había sido) y por suerte Angélica pudo detenerla a tiempo. La torta estaba definida como "fruta elaborada, del material más delicioso que haya probado alguna vez", y al leerlo Ciempiés se sonrió, codeando a Urraca, diciéndole "este es de los míos, aguante el chocolate". Más adelante había una silla, "nubada construida artificialmente, no hace llover", y una regadera, que decía "lluvia intencional". No había ningún objeto más, pero si había otro cartel que decía "museo en reformas, se aceptan donaciones", y Angélica pensó que sería bueno hacer otro viaje y llevar algunas cosas para colaborar con el museo. En eso se les cruzó un lunense acuático que les dijo que en la superficie había varios lunenses improvisando, y que deberían aprovechar para ir a verlo, porque allá no hay recitales u obras de teatro programadas como acá, con ensayos, días de estreno y horarios para las funciones, sino que simplemente a veces se cruzan varios lunenses e improvisaban canciones o historias, sin ensayos ni días de estreno ni horarios, y cada una es única e irrepetible. Rápidamente subieron a la superficie, se sacaron los moco-adaptadores para el agua, Angélica se puso el moco-adaptador de aire (no se sacó el de la vista, iba a usarlo hasta el último minuto que estuviese en la luna) y se sentaron a mirar el espectáculo. Fue muy divertido, los lunenses actuaban, era una mezcla de musical con humor con suspenso y drama, todo mezclado de una manera sumamente atractiva, logrando que nuestros amigos estuviesen todo el tiempo con la atención en lo que hacían, sin distraerse ni un minuto. El espectáculo duró hasta el anochecer, porque se iban sumando interpretes, cualquiera participaba o se retiraba libremente sin que molestara o afectara el ritmo de la obra, y aunque durara tanto tiempo, nadie se aburría, y menos se aburrían Angélica, Urraca y Ciempiés, que nunca habían visto algo así y no paraban de aplaudir. 
            Al caer la noche, no se fue el sol ni apareció la luna, como sucede acá. Tengan en cuenta que estaban en la luna, ¿la luna tiene luna? Pues no. Curiosamente el amarillo del cielo se volvió negro, como la noche de acá. Se veían las estrellas, pero el sol (o quienquiera que fuese esa estrella, que era distinta a la del otro lado) seguía lejano y rosa, como durante el día. Así que toda la luna estaba a oscuras, pero con un reflejo rosado sobre su suelo y montañas blancas. Hasta el río transparente se veía ligeramente rosado por el reflejo de ese sol. Racáca apareció para hacerles llegar a Angélica, Urraca y Ciempiés la invitación de Pírpolis para cenar en su casa-cráter. Obviamente aceptaron contentos. 
            La casa-cráter de Pírpolis era muy acogedora. Estaba iluminada por unas frutas, que Urraca recordaba haber visto buceando en el río. Eran transparentes y en el centro tenían como un carozo que brillaba intensamente, iluminando todo de amarillo. Las frutas estaban dispuestas en diferentes ángulos de la casa, estratégicamente elegidos para que la suave luz pudiese iluminar todo el cráter. No tenía habitaciones, era un solo y muy gran ambiente. En el centro, estaba la mesa, que no tenía patas, flotaba. Al acercarse comprobaron que eran varias nubadas unidas, y abajo había bastantes cuencos, para juntar el agua cuando hicieran llover. Para sentarse había más nubadas, que Pírpolis había traído para sus invitados, porque los lunenses no las usan para sentarse a comer, suelen comer flotando. No había muchas más cosas en la casa de Pírpolis, solo libros, que tampoco estaban en una biblioteca, sino en pilas, desparramados por el suelo, y muchos frascos, que no eran de vidrio, sino de ese mismo material que había formado el tubo que rodeó a Angélica y Pírpolis cuando este la analizó. Cada uno de esos frascos tenía preparaciones mocosas de diferentes colores, y con distintos nombres inentendibles para cualquiera, excepto para Pírpolis. Apenas unos minutos después de que llegaran, Pírpolis sirvió la comida. Toda pero toda la comida que sirvió, y que era de lo que se alimentaban los lunenses, eran frutas. Todas realmente deliciosas. Era increíble la cantidad de colores, y las diferentes presentaciones que había desplegado sobre la mesa. Cada fruta estaba cortada con diferentes formas, y ordenadas de una manera, combinando colores y formas, que provocaban no querer ni tocarlas para seguir admirando ese espectáculo. Pero el apetito era grande, y cuando Pírpolis los invitó a probar, no dudaron ni un segundo más. Sobre la mesa no había ninguna bebida, porque tomaban de los cuencos que estaban bajo las nubadas. Mientras comían, Racáca le dijo a Pírpolis: 
-Creo que es oportuno mencionarle ahora a Angélica lo que me comentaste esta tarde
-Tenés razón - asintió Pírpolis - Angélica, no sé si vos sabías esto, pero las sombras están con uno desde su nacimiento hasta su muerte
-Eh - dudó Angélica, confundida por el comentario - supongo, en la gente que tiene sombra debe ser así
- Sólo al morir su ser, la sombra se ve liberada de su obligación de acompañarlo y puede irse al planeta de las sombras - prosiguió Pírpolis
-¿El planeta de las sombras? - preguntó Ciempiés, sorprendida
-Sí, Júpiter - le aclaró Racáca
-Yo creo que deberías ir a Júpiter para ver si allí está tu sombra - le sugirió Pírpolis
-Supongamos que existe mi sombra - dijo Angélica, que nunca se había imaginado que su sombra podía existir - ¿por qué va a estar en Júpiter?
-Porque es el planeta de las sombras - le contestó Pírpolis
-Sí, pero ¿no podría estar en cualquier planeta? Racáca es de Mercurio, y está en la luna, nosotros somos de la tierra, y estamos en la luna... Mi sombra, si existe, podría estar de paseo - reflexionó Angélica
-No lo creo, las sombras no piensan así - dijo, no sin dudar un poco, Pírpolis - A las sombras les encanta Júpiter, por eso se van allá en cuanto tienen la oportunidad. Por eso le dicen el planeta de las sombras. Insisto, creo que deberías tratar de encontrarla. Cualquier sombra se alegraría de volver a encontrar a su ser, son sombras, a fin de cuentas.
-¿Ustedes que piensan? - le preguntó Angélica a Urraca y Ciempiés
-A mí me encantaría ir a Júpiter - le dijo Ciempiés - ahora sobre si buscar o no tu sombra, creo que es una decisión que deberías tomar vos
-A mí me gusta  mucho la luna - le contestó Urraca - me parece mejor quedarnos y seguir conociendo acá, pero si querés ir a Júpiter, ¡obviamente estoy con vos! 
            Angélica se quedó pensando unos minutos, comiendo un poco más de fruta, pensando si su sombra existiría o no, si debería ir a buscarla o no. Finalmente dijo: 
-Vamos a Júpiter. No sé si mi sombra existe ni si debería buscarla, pero siento algo de curiosidad por averiguarlo. Y si después de llegar hasta acá volvemos y me quedo con la duda, posiblemente me arrepienta de no haber hecho la prueba. Así que vamos a descansar, que nos espera un largo viaje para mañana. 
            Sus amigos asintieron con la cabeza. Quisieron ayudar a Pírpolis a levantar la mesa, pero él, en menos de un segundo, volviéndose muy finito, se deslizó sobre la mesa levantando todo, y después colgó de las paredes varias telas, de esas parecidas a telarañas que usaba para todo, como si fuesen hamacas paraguayas, sobre las cuales se acostaron a dormir. 
Capítulo XIII: Júpiter, el planeta de las sombras 
            Al día siguiente se despertaron temprano y Pírpolis los esperaba con un rico desayuno de frutas ya preparado. Guardaron nuevamente sus cosas, y salieron a despedirse de los lunenses que habían conocido. Racáca apartó a Angélica a un lado para hablar con ella, le pidió si podía acompañarla, a lo que Angélica accedió contenta. Cuando sacaron la mezcla para burbuja, y estaban preparando todo para armarla, se dieron cuenta que no tenían la rueda de bici, claro, ¡si había quedado en el jardín de Clara! Cuando despegaron, ¿te acordás? Saltaron dentro de la burbuja y ésta se despego justo de la rueda de bici, cerrándose a la perfección. ¿Cómo hacían ahora para ir a Júpiter? Racáca fue a buscar a Pírpolis, a ver si tenía algún objeto redondo que sirviera para hacer la burbuja, o en última instancia tal vez algún lunense podría tomar forma redonda y ayudarlos. Cuando lo encontró y le contó el problema, Pírpolis dijo: 
-¡¿Pero cómo se van a ir en burbuja?!
-De la misma forma en que llegamos a la luna - le contestó Ciempiés, naturalmente
-Me refiero a que cuando les dije de ir a Júpiter, yo quise decir también que los llevaba en mi nave - les dijo Pírpolis
-¿Qué nave? - preguntaron Urraca y Angélica a la vez, sorprendidos 
            Pírpolis se metió de nuevo en su casa-cráter, se escucharon ruidos, como si estuviese revolviendo sus libros y frascos, y finalmente se asomó, flotando, en una simpática navecita hecha de una mezcla de materiales: su tela multiuso, preparaciones mocosas, arena lunar, sustancias pegajosas, y en honor a nuestros amigos, una cúpula de burbuja.  
-¡Hay suficiente lugar para todos! - gritó Pírpolis
-No parece - le susurró Ciempiés a Racáca, riendo, ya que la nave era bastante chiquita, y se veía que iban a tener que apretujarse bastante para entrar todos 
            Empezaron a subir y a acomodarse como podían, uno pegado al otro,y Ciempiés arriba de Angélica, porque sino no entraban. Pírpolis despegó, y se empezaron a alejar de la luna, Angélica seguía saludando a los lunenses que veía, y Urraca miraba pegado a la cúpula-burbuja cómo se alejaban. Esta nave se elevaba más rápido que la burbuja en la que viajaron a la luna, porque Pírpolis la tenía equipada con un propulsor mocoso que le daba bastante velocidad. Racáca desplegó un mapa que le había dado Pírpolis, para tratar de buscar el mejor camino, mientras él empezó a contarles a todos que Júpiter no tenía ningún canal para llegar directo porque nadie iba allá, por ser el planeta de las sombras. Básicamente porque en Júpiter no hay absolutamente nada más que sombras. Por eso las sombras están tan a gusto, y por eso a nadie le interesa ir para allá. Salieron rápidamente al espacio exterior, y entraron en el canal para Marte. De ahí tendrían que combinar con otro canal, el de Saturno, y estar atentos para salir en el momento indicado. Mirando el mapa, Racáca le indicó a Pírpolis que la salida más próxima los dejaría en Europa, que es una de las lunas de Júpiter.  
-¿Júpiter también tiene lunas? - preguntó Ciempiés, que no sabía que las tenía
-Sí - le contestó Pírpolis - muy lindas para conocer, a decir verdad. Si quieren conocer todo el espacio, tendrían que tomarse un buen par de meses, o tal vez deberían hacer como Racáca y mudarse al espacio, porque no les alcanzaría el tiempo para recorrerlo todo
-Es verdad - opinó Racáca - llevo años viajando y todavía no terminé de conocer el sistema solar 
            Siguieron viajando por el canal de Saturno, y se cruzaron con otras naves que iban para allá. Una era como un avión de acá, parecía hecha de metal y todo, otra era cuadrada y toda blanca, sin ventanas, sin nada de nada, parecía una caja cerrada, y la última era un tubito largo y chiquitito, como una flauta, que les pasó por al lado rapidísimo y se alejó tan veloz que los dejó dudando sobre si realmente había pasado una nave o no. Racáca estaba muy atenta, sabía que de ella dependía agarrar la salida indicada. En un momento lo divisó a lo lejos, era un aro celeste que se abría hacia la izquierda, se veía una luna, chequeó en el mapa si esa sería Europa, siempre se confundía las lunas de Júpiter, pero si, lo era, le avisó a Pírpolis, y en cuanto se acercaron lo suficiente a la salida, él giró la nave abruptamente. Logró la salida en el lugar correcto, y Angélica lo aplaudió. Ahora venía lo más difícil, porque para llegar a la superficie de Júpiter debía dirigir la nave manualmente, por lo que estiró otra preparación mocosa sobre la cúpula-burbuja, le dió forma de flecha, la colocó apuntando hacia donde quería bajar, y la nave se dirigió hacia allí sin desviarse. El viaje no era tan ameno como en el canal, saltaban un poco y de vez en cuando debían esquivar algún que otro cometa o estrella fugaz que atravesaba el camino, pero lograron atravesar la atmósfera de Júpiter y llegar a su superficie. La nave tocó el suelo, y había llegado la hora de buscar la sombra de Angélica. Pírpolis le dijo: 
- Angélica, vas a tener que bajar sola. Si nosotros bajamos nuestras sombras podrían confundirse y perderse, y no estoy seguro que nos pasaría a nosotros o ellas si eso ocurriese.
-No hay problema - le dijo Angélica.  
            Tomó su mochila y bajó de la nave. El suelo de Júpiter era frío, lo podía percibir a través de sus zapatillas, y todo estaba oscuro. Podía ver algo, veía por donde caminaba, además no parecía haber nada de nada en Júpiter, no era como que se iba a chocar con algo, porque no había nada. Lo realmente extraño, era que tampoco veía ni una sombra. ¿El planeta de las sombras y no hay sombras? se preguntó Angélica. Siguió caminando, mirando, recorriendo. No se quería alejar mucho de la nave porque tenía miedo a perderse. Aunque pensándolo bien, como no había nada, por más que se alejara podía ver la nave, entonces Angélica se dió vuelta y como todavía la veía, juntó coraje y siguió avanzando más a lo lejos. Bastante rato después de seguir avanzando sin encontrar nada, se resignó y se dejó caer, sentándose en el suelo. Respiró hondo, y miró a su alrededor. "Ni una sombra", pensó, y se sacó la mochila de la espalda. Como tenía hambre, buscó en su mochila una fruta lunar que había guardado para comer, pero no estaba. Se acordó que Ciempiés en un momento le había pedido la mochila para buscar una cosa, y claro, esa cosa no era más que la fruta, y se la había comido. Que mala suerte tengo, pensó de nuevo Angélica, dejando la mochila a un lado. Sacó la cartuchera para comerse uno de los chicles que había llevado, y al abrirla vió la vela que le había dado Clara. Pensó que si la prendía tal vez tendría chances de ver algo más, así que usando los fósforos que también habían guardado, prendió la vela, y miró de nuevo a su alrededor. 
            Nunca había visto Angélica tantas sombras juntas. Eran miles, millones, como cuando das con un hormiguero lleno de hormigas, así, por miles, se cruzaban las sombras a su alrededor. Era increíble que no hubiese podido divisar ninguna antes. Estaba todo Júpiter completamente repleto de sombras. Angélica comenzó a caminar entre ellas fascinada, casi hipnotizada. No sabía si podría encontrar su sombra, porque eran millones las que estaban dando vueltas por ahí, pero no podía dejar de mirar hacia todos lados. Al ver la luz de su vela, algunas pasaban de largo, pero otras aprovechaban y hacían figuras, hasta escribían palabras, saludando a Angélica. Algunas hacían figuras muy elaboradas, como paisajes enteros con mil detalles, Angélica no podía creer que sólo con la luz de una vela pudiesen crear todas esas imágenes. Se acercó corriendo con la vela hasta estar lo suficientemente cerca de la nave, para que sus amigos pudiesen ver los dibujos que creaban las sombras en movimiento, hasta parecía que estaban viendo una película. Es ese momento, Angélica creyó ver algo que la dejó paralizada. De la punta de sus pies, y hacia su izquierda, sobre la superficie de Júpiter, se proyectaba una sombra. Ella se movió y la sombra la siguió. Una lágrima le rodó por la mejilla a Angélica. Nunca había pensado que podría ver su sombra. Caminó un poco para allá, un poco más para acá, esbozó con una de sus manos una figura para ver como la formaba su sombra. “¡Hice un conejito!” le gritó Angélica a sus amigos en la nave, que miraban la escena emocionados también. Decidió alejarse un poco más, para hablar con su sombra en privado. Mientras caminaba le empezó a hablar, pero la sombra no le contestaba.  
-Hola yo soy Angélica - le dijo, sin obtener ninguna respuesta
-¿Tenés nombre? - insistió, pero nada
-¿Podés hablar? - y el silencio era absoluto. 
            Angélica trató de ponerse de frente a su sombra, pero no podía, porque la única luz que había era de su vela y sólo la podía sostener con la mano, entonces nunca lograba proyectar la sombra por delante de ella. Le siguió preguntando cosas y la sombra no emitía sonido alguno. Angélica se cansó, y gritó: ¡Por favor pará de seguirme! Recién ahí la sombra se volvió a desprender de ella, y se le puso de frente. 
-¿Pero qué pasa? ¿No venías a buscarme? - le preguntó su sombra
-No, no sé, en realidad venía a conocerte. No tenía ningún plan de buscarte ni nada por el estilo. Pasa que fuimos a la luna con Urraca y Ciempiés y conocimos a Pírpolis que me dijo que le parecía correcto que viniese a buscar mi sombra y bueno, sentí curiosidad por ver si existías y acá estoy - resumió Angélica
-Ah - contestó su sombra - ¿entonces no venís por mí?
-No. Lo que sí quiero saber es cómo fue que crecimos separadas, porque Pírpolis me dijo que las sombras están con su ser de su nacimiento a su muerte, y yo no estoy muerta - la interrogó Angélica
-Sí, eso jaja - le empezó a decir su sombra, algo incómoda - Mirá Angélica, fue así: cuando estabas por nacer, yo estaba ahí preparada para acompañarte desde ese momento, pero un segundo antes de que nacieras dudé. Si iba a ser tu sombra, iba a hacer sólo lo que vos quisieras, ¿entendés? No iba a poder elegir mi vida. Y así como a la mayoría de las sombras esto no les molesta, o no les importa, o lo prefieren así, a mí no me convencía. Yo no estaba segura de poder hacerlo.
-No creo que sea tan así ¿acaso no pueden ponerse de acuerdo los seres con sus sombras para que ambos estén conformes? - reflexionó Angélica
-Sí, algunas creen que lo hacen, pero seamos sinceros, el ser siempre es el que tiene la última palabra, y hasta guía a la sombra en su pensamiento. No existen sombras libres, ni siquiera muchas de las que están acá, ya sin ser y libres, lo son, porque siguen atadas a eso que fueron alguna vez.
-Te entiendo. Y vos solo querías ser libre - le dijo Angélica
-Solo quería poder elegir qué hacer de mi vida, como hacés vos. No me pareció que fuese mucho pedir. Así que cuando naciste, no entré en ese segundo de contacto donde ser y sombra quedan unidos por la existencia, y una vez que perdés ese segundo, ya no te unís - le explicó su sombra
-O sea que, cuando dudaste, quedamos separadas la una de la otra - concluyó Angélica
-Exactamente - dijo su sombra - Esta mañana estaba de viaje por los anillos de Saturno, cuando un amigo me contó que había una niña humana yendo a Júpiter a buscar su sombra. Me hicieron llegar la noticia porque todos sabían que mi ser estaba vivo.
-Y viniste a buscarme - dijo Angélica
-Quería ver si era verdad - le contestó su sombra - Cuando te ví llegar acá, y te ví primero perdida, y después prendiendo la vela, y fascinada con las figuras que las sombras te ofrecían, me pareció que no debías haber hecho tan largo viaje para irte sin sombra. Además pensé que venías a llevarme con vos. Y por eso te digo, ahora, en señal de respeto a ese esfuerzo, y a esa demostración de voluntad, te ofrezco irme con vos.
-¿Volverías a la tierra conmigo? - se extrañó Angélica
-Así es - le contestó su sombra
-Pero yo no quiero eso - se dió cuenta Angélica - sólo quería conocerte, y es un gusto haberlo hecho, pero yo no necesito una sombra. Perdóname si te ofendo, pero no me gusta que me sigan
-¿En serio? - le preguntó su sombra, visiblemente aliviada
-En serio. Me encantó haberte conocido, y espero que sigas muy bien, pero es hora de irme. ¡En este planeta hace mucho frío! - se rió Angélica
-Un gusto haberte conocido a vos, Angélica - le dijo su sombra - Cuando quieras volver, puedo hacerte un tour por el planeta
-Gracias, en serio - le dijo Angélica
-¡Buen viaje! - le deseó su sombra   
            Angélica y su sombra esbozaron un abrazo un tanto imposible, entre un ser de carne y hueso y una sombra, y ella corrió hacia la nave. Se subió, y sus amigos empezaron a hacerle miles de pregunta. Pírpolis se dió vuelta y dijo: 
-¡Silencio, por favor! Antes que nada, ¿para dónde voy? ¿los llevo a la tierra? ¿o quieren pasar por algún otro lado antes? 
            Urraca y Ciempiés miraron a Angélica, esperando que ella lo decidiera. Ella los miró, y Racáca le dijo: 
-¡Mirá que Pírpolis maneja! ¡Adonde vos digas! 
            Angélica sonrió y les dijo: 
-Esta luna de Júpiter, Europa. ¿Es linda? Tenemos tiempo de visitar una luna más, ¿no?  
            Y Pírpolis puso la moco-dirección apuntando a Europa. 
 
Copyright 2009-2010 - Angélica y su Burbuja Espacial, La historia de una nena sin sombra que un día decidió que quería volar - Catalina Kobelt - All rights Reserved
 

Texto agregado el 09-03-2010, y leído por 91 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
09-03-2010 no puede ser que alguien se valla a leer todo esto... krlisle
 
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