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Inicio / Cuenteros Locales / beto1963 / LA SALA CONTIGUA

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Hace aproximadamente un año y medio o más, que no visitaba el Centro Radiológico
el motivo simple para mi, irracional para mis colegas, soy médico cirujano y mi especialidad es la medicina general, mi consulta particular esta a unas dos cuadras
de aquí. Recuerdo que hace un poco más de dos años, fui invitado a aportar mis servicios
al Hospital General de esta ciudad, Santrinburgo.

Ese año muchos hospitales colapsaron por un brote de malaria de cepa bacteriana muy extraña para ese entonces, recuerdo que debimos trabajar hasta turnos extras, muchas
veces no remunerados, en principio como es normal en esta profesión, me negué, aduciendo
que mi consulta particular estaba completa en sus citas con mis pacientes.

Coincidentemente mi relación personal no funcionaba y decidimos ponerle término, con
odiosas visitas al tribunal y fijar los horarios de visita para poder ver a mi pequeño hijo
Antonio, no fue un divorcio muy amistoso y mi ex esposa complicaba más mi precaria
convivencia con mi pequeño Antonio.

Después de estar dos horas impuestas por la excelentísima jueza del tribunal de familia
dejé a mi hijo en el tribunal le abracé como nunca, recordándole que pronto sería su cumpleaños, visitaríamos juntos el laboratorio del Hospital Radiológico, que esta enfrente
de la Catedral, el estaba feliz y yo muy triste de ver como se alejaba de la mano de su madre. Entonces me decidí fui al Hospital General a tomar un par de horas de servicio comunitario necesitaba distraerme.

La doctora jefa era Isabel, una ex compañera de Universidad así que su trato hacia mí
fue muy cordial y amistoso, me comentó mientras caminábamos por el pasillo del hospital
que faltaba mucha ayuda y no podía dedicarle tiempo a la sala infantil, mi función ahí
sería mantener fuera de riesgo la vida de estos pequeños pacientes, acepté sin preguntar
nada Isabel estaba muy complicada y demostraba mucha admiración por mi trabajo, rápidamente me dirigí a la pequeña sala contigua, al piso de los niños y solicité a los
auxiliares, los expedientes médicos de cada uno, comencé a conocerlos clínicamente
primero, diversas enfermedades todos con riesgo de morir de no suministrar bien las
dosis de medicamentos.

En total veinticuatro fichas clínicas, entonces caminé al piso infantil y me dirigí a la
sala, saludé cordialmente a estos pequeños pacientes y sus parientes, la escena chocante
por cierto y muy comprensiva a la vez, esos pequeños sonriendo junto a sus padres, como
enseñándoles a soportar cruel castigo, con tiernas miradas y abrazos nacidos espontáneamente, como lo hacia mi hijo Antonio, cuando nos encontrábamos los fines
de semana o cuando se podía.

Conté las camas eran veinticinco, no cuadraban con las fichas que había revisado me acerqué lentamente y lo vi por primera vez, dormía sedado, conectado con suero y
totalmente calvo, sus orejas muy bien delineadas y grandes, me llamo profundamente
la atención, una curiosa sonrisa dibujada en su rostro, mi vista se fijó en su historial
clínico lleno de apuntes de distintos médicos, mas abajo el fatal timbre de “desahucio”
me estremecí, tiene cinco años, lleva dos en este Hospital y según su ficha clínica, fue
abandonado al nacer, mi experiencia como médico, me ha servido para soportar algunas
muertes de pacientes adultos, estuve a cargo un tiempo de la morgue de esta ciudad y
he visto muchos cadáveres de distintas edades, practicando además diversas autopsias
y estudios médicos, la ficha decía “ Toñito” le mire de reojo, estaba sentado mirándome
apuntando con su pálida mano hacia la conexión de suero, su débil brazo amoratado por
la aguja, no daba más, seguramente sentía dolor, sin vacilar cambie inmediatamente las
agujas por unas mas pequeñas, curándole de paso esas heridas provocadas por otras
fastidiosas punciones, le alenté y le dije que no le dolería más, cambie también el catéter
y ubique otra vena, no te dolerá pequeño le dije, el solo me sonrió, de pronto me abrazó
como agradeciendo el gesto de aliviar su dolor.

Sentí como se le escapaba la vida lentamente, no le demostré que estaba choqueado la
imagen de mi hijo Antonio casi de su edad, solo de seis años, me atragantaban la garganta
hablaba muy poco, seguro lo que los nobles auxiliares le enseñaban, entre buenos modales
y garabatos se hacia entender muy bien, era lógico aquello, se aferraba a las visitas que
programaban para los continuos controles de su leucemia, que lo consumían irremediablemente.

Las visitas se acaban, solo algunos padres se quedan, la amargura y tristeza los marca
traspasando sus cuerpos y sus almas. Ya es muy tarde llevo como tres o cuatro horas
he revisado cautelosamente todas las fichas clínicas, sobre todo aquella la de “ toñito”
nada alentador, pero sus ganas de vivir resaltaban de su pequeño cuerpo, del resto de los
niños hospitalizados junto a el. Antes de retirarme pase a verlos, me sorprendió ver a
“ toñito” consolar a otros niños mas pequeños, que sin lugar a dudas, extrañaban a sus
padres, seguro por razones distintas, trabajo, distancia y claro mucho abandono, me miró
y sonrió, le hice un ademán despidiéndome, hasta mañana por la tarde.

Esa mañana trabajé con algunos pacientes y me retiré rápidamente, me fui a una tienda de
juguetes y compré algunos de esos vistosos y didácticos, coloridos, bultosos, para aplacar
en parte el dolor, de aquellos pequeños pacientes. No me fue difícil hacerlo ya que a mi pequeño Antonio, le gustaban todos, más esos que tienen ruedas.

Mis visitas al Hospital General, a la sala contigua a este, es decir, donde estaban estos niños
fueron cada vez más seguidas, inconscientemente me aferraba a la idea de hacer mas grata
la vida a estos, sobre todo a “toñito”.

Isabel me sugirió sutilmente traer a mi hijo, para compartir algunas tardes, eso sin dudas
nos acercaría mas a mi hijo y yo, reconociendo que mi afecto hacia “toñito” era cada vez
más fuerte y no aceptaba que su muerte era inminente y profesionalmente, aunque muy
preparado, para estos momentos tarde o temprano me afectaría, lo tenía claro, trataría
de alargar sus días…

No me di cuenta del tiempo transcurrido, tres, cuatro meses no sé, era extraño el sentimiento que despertaba este niño y no tan solo a mi me ocurría, sino que también
a los auxiliares, paramédicos y cuanto personal sabía de las andanzas y juegos
de “toñito” era muy querido, regalón de todos nosotros, ese año recuerdo, celebramos
su cumpleaños, lo hicimos sentir como un pequeño emperador, mi hijo Antonio como
niño juega con él y comparte risas, empujones y rabietas como cualquier niño normal
para ese cumpleaños conseguí permiso especial, para llevarlo a los jardines del Hospital
General, le dejé que se revolcara junto a mi hijo, por el verde prado, miraba el cielo y
conversaba en su lenguaje con mi hijo, estaban felices, se lanzaban pétalos al aire e imaginaban que era lluvia, tenían en sus rostros esa risa contagiosa de niños felices y
cálida a la vez, ambos corrieron hacia mi, abrazándome entre cariños y besos mi agria
cara, estaba así, porque no quería demostrarles, que en esos momentos yo era mas frágil
que aquellos pétalos lanzados por estos crios.

Llegó el momento de volver a la sala junto a sus compañeros, cantar una desafinada
canción y recrear entre todos un cuento, de esos infantiles que existen en una página
de internet, llamada la comunidad, lo dejé durmiendo, el tomó mi mano y la puso en
su rostro, la paso por sus mejillas, me sorprendió su gesto y le acaricie innatamente
por reflejo, duérmete pequeño, le digo en voz baja, me señala a otros niños que lloran
me toma la mano y se levanta, guiándome hacia ellos, para que los cure como a él.

Todos los niños aquí, tienen los mismos cuidados le repliqué, pero “toñito” sabía
que podíamos aliviarles el dolor físico, el pequeño se consolaba al sentir las manos
de este mocoso tan enfermo y moribundo que tenía tiempo hasta de abrazarle. Yo
solo miraba en silencio este momento, como una escena descarnada de esta realidad.

Pasó más o menos un mes cuando una mañana, en que mi hijo, “toñito” y los otros
niños, dibujaron una especie de mural, era divertido verlos, me descomprimía el corazón
verles tan felices riendo y pintándose hasta la cara, fue un día muy lindo además, me despedí entre abrazos y risas, me retiré satisfecho, pasé a dejar a mi hijo a casa y seguí
mi trabajo en la consulta, dejando claro está, las instrucciones a los auxiliares.

Llegué mas agotado que de costumbre, a mi departamento, me tiré literalmente al sillón
me dormí un rato, luego me di un baño, bebí una copa de vino y puse la video cámara
para editar el momento en que estaban pintando ese divertido mural, lo disfruté, los niños
ahí felices y varios de nosotros entre ellos Isabel y su equipo de doctores todos pintados
disfrutando el día , no me di cuenta, me dormí profundamente.

El teléfono no paraba de sonar, eran como las tres de la madrugada, era Isabel, del Hospital
General rápidamente conteste, entre adormilado y exaltado cae el teléfono celular estrepitosamente, saltando la pila de este debajo del sillón, eructé todo tipo de improperios
logré por fin armar el aparato, que afortunadamente funcionó, llame a Isabel esos segundos
se hicieron eternos, no pensé en nada, no quería, “toñito” está en coma me dijo con voz
enérgica y rápida, salté de mi posición y me medio vestí, mis pensamientos estaban desordenados aún, estaba sorprendido, sabía que sucedería pero no tan pronto, llegué
al Hospital General tan pronto como pude conducir, Isabel y su equipo, hacían desesperados esfuerzos, me puse la ropa especial para poder unirme a ellos, en el
quirófano.

Estaba muy débil, entre la mascarilla que tenía puesta, y mis lentes que provocaron un
vaho no lograba distinguirlo bien, me saqué los lentes, mis colegas lloraban en silencio
Isabel mueve su cabeza, mientras rodaban sus lágrimas por sus mejillas y cansado rostro
llevaba dos días sin dormir. Todos estábamos sollozando, dejémosle tranquilo dije, entre cortado y sereno, me quedé en el quirófano mirándole, mis colegas uno a uno se marchaban
golpeándome cariñosamente los hombros al pasar por atrás mío, no hablábamos, no teníamos de que, el silencio y el monótono ruido del respirador mecánico, éramos su
compañía, yo tenia su mano seguía mirándole, estaba sedado como cuando le conocí,
su pequeña mano me indica muy débilmente, las agujas de su brazo izquierdo, extraigo
el catéter, curé sus heridas que ya no coagulaban, comienzo a desconectarlo, saco su
mascarilla de oxigeno lentamente, el me sonríe como la primera vez, yo estoy tranquilo
pero por dentro estaba quebrado, aprieta mis dedos y siento como exhala su último aliento
mirando como queda dibujada esa sonrisa en su pequeño rostro, el agudo sonido del monitor me confirman su deceso, los auxiliares que estaban conmigo, comienzan a retirar
los equipos de manera tan ceremoniosa despidiéndose cada uno a su manera.

El sonido fue intenso de esos que inundan el oído medio y te dan una sensación de vacío
estaba sentado a sus pies mirándole, Isabel me trae una pastilla y agua, me la trago casi
por instinto la pastilla es amarga, pero nunca como este momento si pudiéramos describir
la tristeza que nos inundaba a todos, desbordando en lágrimas y silencio.

Todo el equipo aunque, profesionalmente y humanamente hicieron lo posible por detener
el envenenamiento general de su sistema circulatorio, no tendría otro desenlace, me ofrecí
para asistir la autopsia de rigor. Hace más de un año y medio o más, que no estaba por
aquí y los recuerdos aún vivos, me estremecen todavía.

La autopsia reveló un coagulo cerebral, alojado en su parietal izquierdo, era un antiguo
golpe seguramente propinado al nacer, “toñito” llegó al Hospital de Niños antes de ser
derivado al Hospital General, a meses de haber nacido, fue abandonado en un basurero
de una terminal de autobuses, de esta gran ciudad Santrinburgo.

Este Centro Radiológico, me trae tantos recuerdos, venia aquí, con mi hijo Antonio que
por cierto hoy cumple ocho años, a revisar las radiografías, de “toñito” y sus compañeros
de sala, es una sensación extraña, volver aquí las primeras semanas, solo cumplía para
lavar mi conciencia, poco a poco me quedaba horas, buscando alargar la vida de este
adorable niño. Perdón es mi celular que está sonando, es mi hijo Antonio que me llama
me recuerda que debo llevarlo al Hospital General porque quiere celebrarse su cumpleaños
con el resto de los niños e hijos de los funcionarios en la sala contigua del Hospital, los
niños sanos los unos, enfermos los otros, nos contagian con sus risas y juegos, hemos
fijado la fecha en que “toñito” dejó este mundo, para celebrar un solo cumpleaños que
será la próxima semana y buscar esa sonrisa que “toñito” nos regalaba, Antonio me confeso
mas tarde que “toñito” en sueños jugaba con los niños y por eso reía, nosotros los adultos
lo veíamos como un gesto de agradecimiento hacia nuestros cuidados y atenciones.

En el Hospital General en la sala contigua del viejo edificio, las camas de niños enfermos
terminales ha aumentado a treinta y cuatro y el equipo medico de Isabel junto a auxiliares
paramédicos, voluntarios y sus hijos ha crecido en proporción, para velar por estos pequeños pacientes, incluyéndome con otros eminentes doctores, cielos se me hace
tarde debo pasar por mi hijo o me regañará, ahora estamos mas unidos que nunca,
gracias a ti “toñito”…



“NO AL MALTRATO INFANTIL EN TODAS SUS FORMAS…”












Texto agregado el 24-03-2010, y leído por 212 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
28-03-2010 Exceelnte narración, agridulce diría, cuanto para aprender de Toño!!, como siempre un placer amigo!!!****** nanajua
26-03-2010 como siempre amigo.. tu escribes cosas grandes. te dejo mis eternas supernovas. el_mesiaz
24-03-2010 Amigo quede profundamente conmovida por este texto,por este y todos los Toñitos de este mundo ésperemos que los seres humanos comencemos a serlo de una vez.Gracias ********** shosha
24-03-2010 Esteban, gran texto. Tremenda situación. Máximo dolor y pesar. Triste realidad que afrontar. Un abrazo. CARLOSALFONSO
24-03-2010 Extraordinario texto. Me conmovió profundamente.***** susana-del-rosal
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