Yo solía repasar sus pezones con mi cara, atragantarme con su clítoris afectado de gigantismo, eso sí siempre tuve cuidado de no vomitarle encima, excepto en una ocasión, ahí se juntaron los largos pelos rizados como amortiguadores de trolebús con aquellas bolas chinas y un piercieng que se había quedado dentro enzarzado con aquel anillo de pedida que aún sostenía aquel dedo peludo en su segundo metacarpiano que me acarició la garganta y aquella papilla salió que ni las cataratas de Iguazú. Los tropezones de aquel doner comenzaron a campar a sus anchas congratulándose de su recién estrenada libertad y resbalando por aquel abrupto valle ayudados por aquellos litros de sangría don simón como si por un tobogán de aqualandia se arrojasen. yujuu que divertido, yo quiero tirarme otra vez papi, se les oía susurrar, mira que no has hecho la digestión hijo, y ya nunca más la haré papi ahora soy libre, de verdad que lo estaban pasando tan bien que fue una lástima cuando corrieron tubería abajo por la cañería del wc, esto si que son rápidos se les oía decir.