(A Nerina)

Ella, como todas las noches, comenzó a gemir y gritar. Unas gotas de sudor brillaron en la frente y espasmos violentos la sacudieron. Él, que esperaba la crisis, con una caricia en la mejilla espantó el mal sueño. Con su aliento infundió calor a sus sienes y colocó las alas en el torso para tranquilizarla.
Poco a poco las convulsiones cesaron y la princesa volvió a su sueño profundo y feliz.
Por la madrugada, ruido de cascos repicando por el puente, lo sacaron de su vigilia.
El Dragón entonces, respondió al desafío y fue al encuentro del príncipe gritando que daría su vida para impedir que este, con un simple beso, despertara a la doncella.