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Cuenta una antigua leyenda de nombre desconocido. Que una vez en la orilla del río, se encontró a una criatura con los ojos perdidos. Dicen las personas que oyeron esta historia, que una fina lluvia caía al invocar la memoria, al instante, se oía un triste llanto, como si viniera detrás de los altos prados. Todo el mundo temía, y dejaban a mitad el relato, es que nadie se atrevía a terminar de narrarlo



Pero, sin embargo, se rumora que bajo los valles fríos y nevados de la luna, vivió un alma valiente, que se atrevió a terminar de contar la historia.

Cuentan que tenía las alas mas doradas que el mismo sol, y que su voz era puro canto, motivo de inspiración. Dicen que dormía sola, bajo el manto de las estrellas, que su piel era tibia y rara, y que no había color que la describiera, que se asemejaba al coral, pero se confundía con la noche, cuando ésta se apreciaba sobre el mar. Dicen, que tenía los ojos enormes e incansables de tanto andar.

Que en ellos guardaba tesoros y secretos de la vida, como esta historia que nunca antes pudo ser difundida. Dicen que una noche, fría y olvidada, bajo la luz de la luna se dispuso a contarla…Comenzó por invocar a las nueve musas, del Dios griego Apolo, para que guiasen su relato, y lo hicieran certero y memorable. Ella comenzó diciendo…

Hace más de 2000 años luz, cuando las llamas del fuego no quemaban, existió, una niña con cierta luz en la mirada.

Ella vivía en el bosque “Los Felices” junto a su familia, en una casa rústica construida piedra sobre piedra, a orillas del río Mel.

Todos los días, al llegar la tarde, cuando aún calentaba el sol, Mirina se bañaba desnuda en las aguas dulces del río. Ciertamente un día, Mirina se quedó dormida sobre una roca que estaba cubierta por la espuma que dejaba el agua al pasar. Al despertar se dio cuenta que había pasado toda la noche allí, sobre la roca. En efecto los huesos de su cuerpo le dolían a horrores. Entonces ella estiró un brazo, y luego el otro con intenciones de alongarse un poco. Desde luego se sintió más cómoda. Pero el desconcierto llegó cuando intentó pararse para salir del agua. Es que Mirina no podía hacer pie, y tampoco entendía la razón de no poder lograrlo. Entonces volvió a intentarlo, y cuando se dispuso a levantarse, su cuerpo calló de costado y se sumergió en la rivera. Y en aquel momento, logro descubrir que

de la cintura para abajo tenía aletas al igual que un pez, que estaban cubiertas por escamas. Que esa era la razón por la cual ella no lograba ponerse en pie. El reluciente color de sus nuevas piernas, era extremadamente precioso, se asemejaba al zafiro cuando mantenía sus aletas dentro del agua, y se apreciaba destellos de plata al resplandor del sol. No solo sus piernas habían sufrido una metamorfosis, si no que también su rostro y su pelo eran aún más bellos que antes. Una áurea, larga y abundante cabellera caía sobre su espalda, pasando por una delineada cintura. Su rostro de niña se había convertido en el de una adolescente irresistiblemente hermosa. Así pues, confundida, hizo fuerza para gritar y pedir ayuda. Pero sus reclamos fueron en vano, pues no consiguió articular palabra alguna, y su pedido de ayuda se convirtió en una triste canción de amor. Su voz sabía a dulce ambrosía. Y atraía a todo hombre que merodeaba las aguas del río. Una situación que empezó a intranquilizarla, porque nunca antes se había sentido observada de tal manera. Se atemorizó al ver tantos ojos posados sobre ella, entonces comenzó a llorar, y en su llanto cantaba endechas de soledad. Y así pasaron los días, seguidos de las noches; y cuando la luna de redonda cara se atrevía a aparecer, la bella Mirina cantaba hasta contemplar el rosado amanecer.

Mientras tanto,al otro lado del río, en el frondoso bosque. Su madre lamentaba la ausencia de su pequeña hija. Se acercaba a su cama y se tendía sobre su almohada con deseos de sentir su aroma y tratar de recordarla. La pobre señora no comía, y ya no lloraba, el río se había llevado sus lágrimas. Por que siempre la buscaba allí, y se la imaginaba jugueteando con la espuma, ensuciándose de verde las manos con los musgos de las rocas. Saltando como las ninfas, por entre los árboles del bosque. En busca de mariposas de colores exóticos, de aves raras y simpáticas, de flores salpicadas por las gotas del rocío de una tímida mañana.Y al cabo de un tiempo, no muy largo, en puro hueso y pura arruga se convirtió su linda madre. Y bajo el cielo azul sin nubes se la llevó con ella la tarde. Más a nadie pudo importarle, pues la que lloraría de pena por este episodio tan triste, ahora se encontraba lejos y perdida. Y el hombre que debía cuidarla andaba de casería. Jugando a los amantes con divinas jovenzuelas. Porque es que a este señor le apetecían las doncellas, y no solo por su belleza, sino más bien por su cautivante inocencia. A él lo apodaban el macho cabrío de “Los Felices” por su fama de perseguir niñas y arrebatarles su pureza. Como buen sátiro gustaba del vino en abundancia, de los ardores de las fiestas, y de los placeres corporales. Ni una sola lágrima se escapó de sus ojos, cuando su esposa murió. Y mucho menos, cuando su hija desapareció. Él había formulado sus propias conclusiones de porque su hija había decidido marcharse. Pensó que siempre le había causado mucho daño, y era conciente de ello. Él había machacado muchas veces su inocencia. Y no sentía culpa por ello. Pero, sin embargo, sí, sentía rabia, por haberla dejado escapar. Y se reprochaba, todos los días bajo el efecto del alcohol caliente que paseaba por sus venas, el porque de no haber sido aún más duro con ella. Siempre pensaba, que ella ahora estaría allí con él, complaciéndolo a su antojo. Pero no estaba, y eso era motivo para desquitarse y odiar a las demás niñas que vivían en el bosque.

Mas tarde, los días siguieron pasando. Y aunque en el bosque no paraban de hablar de ella; nadie sabía que la nueva y temida criatura, era la dulce niña perdida Mirina.

Mientras su padre, bebía un fuerte licor, veía colores nuevos a travez de la luz del sol, mareado entre los altos prados intentaba caminar, pero la sangre caliente lo revolcaba sobre la tierra. Y sus músculos se debilitaban, pero se encendía su poder cuando en las tiernas niñas del bosque el pensaba.

Y un poco caminando y otro poco arrastrándose llegó a un lugar extraño. Junto al bosque había un río, el río Mel por todos conocidos. Lo extraño era el color de las aguas y el azul del cielo. Una niebla se levantaba sobre sus ojos y no podía ver lo que se escondía detrás de la grisácea nube. Atariado por el alcohol, se dejó caer al agua, y sus pies se humedecieron lentamente y el calor, fue quemando su cuerpo viejo y arrugado.

Al mismo tiempo sus oídos perturbados oyeron un triste llanto, que cantaba amargas penas de soledad. Atontado, creyó reconocer esa voz, y sintió que tenía un tono familiar.

Y mientras que más se acercaba, el miedo y la duda consumían su alma. El deseo comenzaba a apoderarse de él, y la lujuria le inspiraba cosas sucias al oído. El control comenzaba a desaparecer de sí mismo, se había vuelto a sentir como antes, cuando perseguía niñas en el bosque.

Finalmente el volcán escupió su lava, y el fuego quemó a la triste criatura que sola lloraba. La poseyó, tantas veces como pudo, hasta que la luz de una apenada estrella se la llevó. Y en cuanto su alma iba partiendo, su cuerpo en el agua quedaba. Y su padre aterrado, vio como su linda niña lloraba. La locura lo tomó preso, e intentó descuartizarla, sin embargo nada podía hacer, porque a la niña la protegían unas criaturas mágicas. Entonces cada vez que cortaba un pedazo de la carne de su hija, ésta volvía a crecer. Mientras que su cara se volvía más linda, como cuando era feliz.

Perturbado la miró a los ojos, y no pudo creer lo que había hecho con su hija. Se había convertido en un monstruo sin sentimientos. Esta vez había llegado demasiado lejos, es que ya no eran solo a las niñas del bosque a las que había dañado. Ahora estaba allí, frente a su propia sangre. Frente a su propia sangre, Muerta… Sintió un dolor muy fuerte en medio de su cabeza, mientras que un frío glacial le congelaba las piernas y las manos. Y un excesivo calor le quemaba el resto del cuerpo, y llegaba a despellejarlo. Lentamente veía como una parte de su cuerpo se congelaba y la otra parte era consumida por la llamas. Se estaba muriendo, y ésta, era una muerte lenta. Una fina lluvia comenzó a caer, y un triste llanto se oyó como a despedida. Mientras el padre, mirando al cielo infinito.

Dijo: “Ay infierno llévame pronto…he destruido a mi niña...que perdidos estaban sus ojos, y hoy los encontré…y no pude con mi antojo…y sin quererlo a ella, la vida y su pureza, le arrebaté”



Y así termina esta historia de la niña de los ojos perdidos.

Texto agregado el 03-04-2010, y leído por 80 visitantes. (0 votos)


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