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El Espejo

Entramos a la antigua casa de mi difunto abuelo, Raúl, era así como se llamaba, pero había cambiado tres veces de nombre antes de morir, así que muchos lo nombraban Gabriel, Sandro o quizá también Pablo. Pero falleció, aunque no era muy popular y era caracterizado por su personalidad ermitaña, pero muchos fueron al funeral, personas de edad que miraban con lágrimas verdaderas el féretro oscuro del abuelo, algunos decían cosas increíbles, de lo bondadoso y las rememoradles acciones de su pasado, pero los hijos del abuelo nunca conocieron la dicha de aquel hombre (que según los más ancianos) fue un hombre con una sonrisa para todos, pero se dice que cambió drásticamente cuando la abuela desapareció enigmáticamente (muchos dijeron que se había fugado con otro hombre, a lo cual el abuelo reaccionaba con violencia, manteniendo su devoción a la mujer que en apariencia lo había abandonado). Los hijos de mi abuelo, por tanto mis tíos y uno mi padre, recuerdan poco de aquella época, porque muy pequeños eran. Los cambios fueron tan drásticos que la habitación conyugal fue cerrada con tablones, cadenas y candados, nadie entraba, ni siquiera los hijos. Los primeros meses, el abuelo no salía mucho de la casa, hablaba muy poco y sus amigos trataron de reanimarle pero fueron esfuerzos en vano, nada lo motivaba, era como si cargara un gran peso en el alma. Sus hijos fueron enviados con las hermanas del abuelo Raúl, por tanto las tías de mi padre. Ellas cuidaban de ellos junto con el resto de la prole. Nadie hablaba de mi abuela, nadie mencionaba su nombre porque cuando eso ocurría un silencio incómodo, más por hábito que por rencor. Por un año el abuelo permaneció sólo, agobiado por los recuerdos. Así como los cambios se daban en él, también se daban en la casa, sin que nadie pudiera creerlo, en los jardines donde nada crecía, aparecieron una infinidad de narcisos y alcatraces que crecían apretujados a las paredes y las enredaderas treparon por las paredes, las ranas cantaban, el aroma de vida se notaba en todo su entorno y durante las lunas de luna llena las flores ostentaban un brillos mágico que cautivaba a todos los vecinos, menos a mi abuelo que les daba la espalda a todo aquellos que no se tratara de él mismo. Me han contado que mi abuelo deambulaba por las noches, diciendo palabras extrañas en una lengua extraña (o eso parecían sus balbuceos constantes); pronto se cuestionaban su cordura, ahora no se cuidaba y la barba estaba descuidada al igual que el cabello, se bañaba pocas veces a la semana y comía solamente aquellos alimentos que sus hermanas le mandaban con sus hijos.
Creyéndolo en la locura, mis tías abuelas mandaron a sus respectivos esposos a verificar el estado mental de Raúl. Entonces, tres meses después de la desaparición de mi abuela, él se encerró por completo y ya no recibía los alimentos acostumbrados, tomaba agua de las fuentes sucias del patio y comía las flores que crecían en el jardín.
Pero tal acción no se llevó a cabo, porque mi abuelo salió de aquel ensimismamiento, entró a la casa de sus hermanas diciendo: ¿Dónde están mis hijos?, desde entonces se hizo cargo de ellos y les dio lo mejor que pudo, pero la sombra se le venía a los hombros, la pesadez que decía tener como si el alma estuviera mal ubicada en el cuerpo y tratara de reacomodarse entre espasmos y dolores momentáneos, pero eran dolores no físicos, sino del alma misma.
Después el abuelo vio crecer a sus hijos, solamente con ellos intercambiaba palabras, porque con sus amigos se comunicaba a través de gestos y miradas y para el mundo él yacía en el mutismo.
Sus hijos: Sandro, Miguel, y Fabián (mi padre), se casaron.
Fue cuando los viajes misteriosos del abuelo comenzaron, alrededor de todo el mundo, yendo y viniendo y nadie sabía de dónde obtenía dinero para tan largos y costosos viajes. Recuerdo que en mi cumpleaños séptimo el abuelo me regaló una daga celta, la cual guardo como un tesoro por su belleza.
También solía pasar temporadas enteras escribiendo en su viaja máquina de escribir, incluso dejaba de comer para seguir tapizando hojas y hojas hasta que le sangraban los dedos, escribía con la dedicación del pianista, escribía pero nunca dejaba que nadie tocase los escritos que eran escondidos en un mueble de madera gruesa.
Nunca se volvió a casar, tampoco se le vio con otra mujer, incluso sus hijos trataron de animarlo, pero ningún cambio, parecía condenado a la soledad, porque no nos veía como familiares, eran distantes los unos de los otros y cuando llegaba siempre hablaba el primer día, después el mutismo lo embargaba.
Recuerdo que él solía cargar una foto de mi abuela oculto (casi todo el tiempo en reloj que siempre cargaba con él), la foto se desteñía y él usaba todos sus conocimientos incluso se dice que incurrió a la hechicería para que el retrato no se esfumara, quizá era lo único que valoraba.
Los años transcurrieron y lo embistieron, pero su fortaleza parecía inmutable, pero sus ojos delataban el cansancio. Dos personas atravesaron la brecha que mi abuelo mantenía con el resto del mundo: Mi madre, Susana y mi hermana Ruth, ellas llegaban siempre a la hamaca donde él solía descansar en sus retornos, le llevaban alimentos y bebida. Recuerdo que mi hermana, siendo muy pequeña se acercó mientras él mientras descansaba sobre la hamaca colorida, Ruth le pidió que compusiera su muñeca de trapo que su abuela materna le había dado. Él se irguió y fue a su habitación, regresando con hilo y aguja y compuso la muñeca, creo que fue la primera vez que escuché la voz de mi abuelo con un tono de felicidad (porque cuando hablaba con mi padre y mis tíos era serio y distante); mi madre por otra parte era efímera, porque su mente siempre divagaba por los confines de su conciencia y de pensamientos reales y otros que rayaban en lo fantástico. A ellos tres: Raúl, Susana y Ruth llegué a considerarlos con seres cercanos y lejanos, no sé cómo explicarlo con palabras, pero era así. El abuelo fijo unas palabras que hasta ahora puedo evocar con tanta facilidad: “Ruth tus ojos son iguales a los de tu abuela, mi preciosa Tala”.
Cuando cumplí la mayoría de edad el abuelo entró a la casa con regalos, como siempre, pero ahora dejó los bultos en un costado y su mirada se perdió en el techo, mirando los estragos del tiempo que habían deteriorado las vigas. Me abrazo sin decir otra cosa que “felicidades”, después se recostó sobre la hamaca y desde entonces y para el resto de su vida no dijo otra palabra.
La vejes por fin lo afectó, su cuerpo fornido dio lugar a un ser delgado de mirada melancólica que viajaba por menos tiempo y que pasaba sus horas de ocio en la escritura y en la lectura de libros antiguos y de idiomas y culturas variadas.
Se contrató a un hombre que sabía el lenguaje de las señas que daba clases en la preparatoria, así lo llevaron y éste instruyó a mi abuelo y a nosotros y así era como nos comunicábamos con él, incluso Ruth siendo la más pequeña de la casa aprendió antes que todos las señas y con mi abuelo pasaban juntos horas y horas incluso días con conversaciones que a mi parecer eran triviales.
Yo, mi hermano y mis primos le preguntamos.
-¿No te aburres del viejo?
-No, porque él habla con el alma y muestra la verdad.
No volvimos a mencionar el tema.
Cuando Ruth cumplió los 14 años el abuelo falleció. Entonces nos dimos el permiso de revisar todo aquello que había sido oculto para nosotros, incluso mi padre se mostraba sorprendido y maravillado.
Al fin creímos que el misterio sería revelado.
Ruth y yo entramos a la habitación de la abuela Tala antes que nadie, me atemorizó que el polvo no hubiera poblado el lugar, incluso el aroma del aire era fresco (más fresco incluso que el enigmático jardín de la casa), nada parecía ser viejo, al contrario, las cosas gozaban de un aura nueva, fresca y mi hermana penetró el umbral, yendo directamente hacia el ropero. Lo abrimos y vimos las vestimentas, que tenían algo, algo muy especial, un aroma de antigüedad y belleza como si la hermosura de Tala se hubiera impregnado en sus vestimentas y cepillos los cuales aún tenían rastros de sus cabellos oscuros y sedosos.
Por mi parte vi una libreta, allí sobre la mesa de noche, esperándome. Lo cogí y comencé a leer un relato con líneas extremadamente viejas y otras tan nuevas que la tinta aun yacía fresca:
“Hoy a ocurrido lo que más temía, ella se ha ido, el hueco me duele, me aterra la vida sin ella, es como si parte de mí se hubiese ido al otro lado del espejo. Aquella mañana el sol entraba por las ventanas y el aroma a flores inundaba la habitación, desperté y la encontré sentada mirándome con lágrimas en los ojos, supe de qué se trataba: “Nuestro tiempo se ha agotado, Raúl, mi pueblo me espera, al otro lado del espejo, porque los ángeles no deben estar más de una vida en la tierra, porque te dije que nuestra unión en la tierra sería momentánea, porque los Dioses así lo dictan”. Le pedí que se despidiera de los niños, pero se opuso, supe que su dolor era muy grande y que oprimía su corazón. “No tengo las fuerzas, no quiero desfallecer, porque si los veo otra vez, me desvaneceré en dolor” Y así fue como ella desplegó sus alas blancas, las cuales no había visto desde que la conocí, en aquel monte alto, donde descendió a beber agua y donde me enamoré de ella. Supe que nadie ha amado a otra persona como he amado yo. “Tu tiempo llegará, yo vendré por ti, yo vendré por ti”. Se dirigió al espejo y se hundió en este, su mirada de amor se perdió detrás del espejo y nada había… y el dolor anegó mi alma para el resto de mis días, pero antes de irse, derramó algunas de sus plumas en el jardín, porque creo que era el único recuerdo que dejaba para sus hijos. Así, después de estar mucho tiempo me dispuse a encontrar una forma de hacerla volver, pero en ello descuidé de mis hijos y me hundí en un mundo propio en donde la esperanza no moría, la recuperé cuando vi a mi nuera, Susana, sé que es como mi Tala, lo huelo en el aire que deja al pasar junto a mí, eso me reconforta, me revive y me aleja del letargo. Me sonríe y me dice: “Tala te espera, debes esperar”. Después vino Ruth y ella posé los ojos de su abuela, es como ver su dulce mirada, sus ojos hermosos. En las últimas semanas he entrado a la habitación que compartía con ella, la veo, casi transparente, siento que mi tiempo se agota, que yo me agoto y que mi alma añora libertad. La silueta se hace más clara a cada día, ahora puedo oler su aroma y casi es palpable de nuevo. Sus alas hacen un ruido melódico cuando duermo y por primera vez vuelvo a dormir en una cama, no en las acostumbradas hamacas. Una mañana vi como una pluma blanca y reluciente se coló a través del espejo, ahora siempre la traigo conmigo, de nuevo la felicidad de invade y mi cuerpo se estremece del letargo.
“Por la noche la vi, estoy seguro, la vi, creo que estás son mis últimas palabras, sí, la veo, se acerca a mí: “Ya es tiempo” me dice, termino de escribir… termino”.
-Así que su tiempo llegó, Tala me dijo que el día se acercaba al igual que la partida de nuestra madre, ella también se desvanece, por tanto debe cruzar al otro lado, donde esperará a nuestro padre, porque el destino nuestra estirpe está atado a los Ángeles y tú, hermano mío, pronto conocerás a tu compañera –dijo antes de salir por la puerta y por primera vez pude ver una alas que emergían de su espalda.

Texto agregado el 04-04-2010, y leído por 167 visitantes. (0 votos)


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