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Era un viernes, y se acercaba la hora de cerrar todo, Roberto ansiaba volver a casa, a darle cariños a su perro, que era su única compañía. No tardo en programar la salida de esa noche con sus empleados, mientras estos se despedían riendo, para volver a encontrarse mas tarde, y saliendo último cerraba la puerta principal como todo buen propietario.
Él siempre tuvo una casa propia, donde encontraba paz y tranquilidad en una total soledad. Esta de ladrillos vistos y rejas grises, rejas y no muralla, para que la gente admirara y hasta envidiara lo que él tenia. La casa contaba con dos ventanales perfectos, en el segundo piso, no tan grandes, ni pequeños, los que terminaban en un acogedor balcón, donde pasaba algunas noches reposando en una hamaca.
Siempre que salía, iba a grandes fiestas, y se preocupaba por llegar tarde, para que así su presencia se haga notar. Todos lo conocían, y se acercaban a saludarlo, talvez solo por ser el jefe. Esperaban algún comentario ingenioso de su parte, para soltar una carcajada grupal acompañada de un aplauso en conjunto.
Todo el sinfín de risas falsas y cumplidos terminaba al llegar alguna persona más importante o querida que él, en ese momento, la multitud rodeaba nuevamente a esta persona y volvía a reírse sin sentido.
Él simplemente se sentaba a disfrutar su trago mientras hablaba amistosamente con un mozo, luego volvía a su lugar propio, donde no tardaba en encontrar el sueño.
Unos días mas tarde, fue a una fiesta, y después de que lo saluden y se cansen de él, agarró una silla y se sentó en el centro de la sala, esta se hallaba repleta de gente, pero todos parecían no darse cuenta de su presencia, algunos hasta lo llevaban por delante. Él estaba totalmente rodeado de gente, pero a la vez solo. Sus “grandes amigos”, eran falsos, y ni enterados estaban de que él tenia una enfermedad terminal y pasaría solo sus últimos días.
Quedándole solamente un mes, recibió la llamada de un viejo amigo, éste había sido su único verdadero amigo. Habían discutido hace tiempo, por algo que ninguno recordaba, pero en ese momento resolvieron sus problemas. Solo falto la iniciativa de uno, para que volvieran a ser inseparables.
Esos últimos días fueron los mejores tiempos de ambos, casi ni durmieron de la inmensa alegría de vivir y compartir todo. Después de un tiempo, nadie sabe como o cuando, se les unieron dos hermosas mujeres y continuaron divirtiéndose.
Una noche, una de ellas cansada de esa vida, pregunto hasta cuando vivirían así. Entonces, en ese preciso momento, Roberto y su amigo se dieron cuenta que esa era su última noche juntos, el mes se había terminado. Decidieron quedarse despiertos para ver que pasaba. Al cabo de dos días, nada había pasado.
Resultó que había sido mal diagnosticado y no se sabía cuanto tiempo le quedaba.
Todos felices, siguieron viviendo al límite, como si fueran los últimos días de sus vidas, hoy, Roberto sigue vivo, esta casado y tiene un hijo.

Texto agregado el 25-06-2004, y leído por 124 visitantes. (0 votos)


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