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El escritor se sentó, pidió la cerveza y se puso a escribir.
El pescador sonreía, sentado en la punta del muelle de su isla. Sus pies colgaban sobre las olas que corrían lentas hacia la playa. Se sentía bien, y recordaba los últimos tiempos.
Hacía ya dos años había pedido al escritor que escribiera aquel cuento. Un cuento de amor donde un caballero enamorado le ofreció su corazón a una princesa que vivía en una casa grande.
Sonreía el pescador. Recordaba la cara de amigo el escritor. “Vos, el hombre que parece mas fiel en el mundo… ¿enamorado de otra?” Su respuesta sorprendió mas al escritor: “Amo a mi mujer. Mi cuerpo seguirá siendo suyo, mi vida también, pero el corazón será de la princesa.”
Todo pudo ser una desgracia, pero la princesa era muy inteligente. Rechazó el corazón, pero quería y respetaba al pescador. Sin lastimarlo, con la dulzura del amor simple, lo rechazó.
El pescador insistió, arrastrado por la mágica sonrisa de la princesa. Estaba convencido de que podía hacerla feliz. Se sentía capaz de llenarla de alegría, porque sabía que la princesa no era feliz. Y justamente cada vez la amaba mas, viendo su alegría contagiosa llenando de vida a otros. Desde su corazón lastimado, deseoso de ser amado, la princesa amaba y llenaba la vida de otros.
El pescador recorría el mar pensando en ella, recordando sus caritas de enojo, sus rubores y sus risas. Quería estar todo el día con ella. Cuando pasaba por una isla y en la playa veía una figura de mujer, veía a la princesa e intuía su sonrisa.
Pronto el amor se llenó de deseo y veía ahora su cuerpo delgado con ansiedad. Sus labios parecían la fuente de toda la dulzura del mundo. Su sonrisa erizaba su piel.
Soñaba en abrazarla y tomarla bajo su cuerpo, llenarla de amor, escuchar suspiros de placer.
Elevó plegarias a un Señor en el que no creía. “Por favor, quítame el deseo. Déjame amarla sin amar su cuerpo”
Abordó su barca, nervioso. Amaba a su mujer, amaba a la princesa y tanto amar le engrandecía. Su vida tenía sentido en ellas. Pero desesperaba en su culpa de infidelidad hacía ambas.
Ya en alta mar, mirando fijamente el mar azul, perdido en sus pensamientos, el pescador vio una rubia cabellera sobresaliendo entre el suave oleaje. Asustado y sorprendido, se acercó a ella y viendo una mujer lanzó un bote para alcanzarla. Con trabajo y sus redes, la subió al barco y ya en él se encontró con una sirena, cuyo rostro era sin duda, el de su amada de cuento.
“Que haces princesa, en medio del mar” “¿Eres princesa o sirena?”
“Soy una simple mujer y para ti, princesa y sirena”
“¿Que quieres decir?”
“Tú me amas como mujer de verdad, y me sueñas princesa como en un cuento” “Puedes amarme cuanto quieras pero no puedes entrar en mi mundo bajo el mar, como yo no puedo entrar en el tuyo.”
El pescador se enojó: “Tú estás en mi mundo y ¡vaya si lo estás!”
La mujer sirena sonrió y el pescador la amó. “Estoy en tu mundo de sueños, pero si yo quisiera vivir en tu mundo real no me dejarías” dijo suave.
El pescador bajó su mirada, apesadumbrado. “Es cierto. Si llegases a mi isla, destruirías mi hogar y dañarías a mi mujer.”
La princesa sirena volvió a sonreír dulcemente. “¿Entiendes? Me amas como a princesa de cuento. Y yo soy sirena, mujer inalcanzable, porque en mi mundo entran solo los que amo. Y te lo digo con amor, de ti no estoy enamorada.”
“Yo estoy enamorado de ti y amo mi mujer y mi vida” protestó el pescador “y tú sirena, me amas a tu modo, pero no estás enamorada y no me quieres en tu mundo”
“Es así” dijo la mujer, princesa y sirena. “No puedes alcanzar mi cuerpo de princesa, porque vivo en los cuentos y no puedes alcanzar mi cuerpo de sirena, porque solo yo puedo permitirlo con mi amor” “Pero ambos podemos disfrutar de nuestro amor sin los cuerpos, amor sin cuerpo que no muere jamás” “Libre cada uno, a su modo”
La sirena se esfumó de la cubierta y solo gotas de mar quedaron. Y el pescador volvió junto a su mujer amada, la abrazó y besó mil y una veces. Jamás podría vivir sin ella. Pero al mirar el mar, recordó a su mujer princesa y sirena y le siguió ofreciendo su amor sin cuerpo, eterno.
No terminó el escritor de marcar el último punto, que el tabernero, que se hacía el distraído pasando el trapo a una mesa sin uso, se acercó y dijo: “¿puedo leer el cuento?”
Se lo dio para leer el escritor y entonces, después de leerlo, el tabernero comentó: “lo mismo de siempre, pero… ¿como has de llamar a este cuento?”
“Una historia real” contestó el escritor.
“¿Real?” el tabernero se sorprendió. “¡si los personajes no existen!”
“Es que lo real son los sentimientos” dijo el escritor mientras pagaba la cerveza.

Texto agregado el 18-04-2010, y leído por 104 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
19-04-2010 Que bueno tener esa inteligencia para comprender así las cosas. pensamiento6
 
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