Este fué mi primer año en el colegio "Libertad en Laurel" un secundario con buena base de estudio. Mientras me despertaba,pensaba como sería el día y como me tratarían aquellas personas cuando me viesen. La verdad,traté de integrarme en los diferentes grupos,todos con diferentes actitudes y mi corazón, más vacío que una lata y más indeciso que una ruleta, no escogió a ninguno para compratir. Cada día era un nuevo llanto frío y desgarrador, tanto que algunas veces no quería estudiar; incluso se unió, a este problema las discuciones entre mis padres. Yo me sentía culpable, ya que en parte, esas discuciones eran a causa de mi educacion. Esto que yo sentía era inevitable, un problema de salud tambien apareció, y éste no me dejaba en paz, los análisis demostraban un estado muy bueno pero ese dolor tan grande, poco a poco me destrozaba.
La última semana de clases decidí intentar hablar, disfrutar e incluso compartir con mis compañeros y mis profesoras, antes de que sea demasiado tarde. Una sonrisa era necesaria para demostrar simpatía pero yo ya sabía que dentro de mí se encontraba esa amargura dolorosa.
Ese grupo que me tocó fué casi desconocido, sabía sus nombres, los podía reconocer pero mis sentimientos no eran convincentes. La charla era tan corta y los días tan largos, las profesoras tan amables y yo tan callado ¿Qué podía lograr alguien como yo? desgraciadamente...muy poco.
Podía estar solo tantas horas quisiese pero enseguida un llanto se largaba, más frío y ambundante que la lluvia en invierno, ya era demasiado sufrimiento. Ese año me marcó en la soledad, solo tenía doce años y ya pensaba en un sueño eterno del cual nunca despertar.