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El sol descendía llevándose el calor que había reinado desde antes de medio día y dando paso a la refrescante brisa que bajaba de la serranía, la plaza estaba desierta, solo en los antejardines de las casas que la rodeaban se veían personas sentadas en sus mecedoras de madera y mimbre, tratando de capturar la brisa con sombreros y abanicos, Julián barría en la calle, frente a la heladería, las hojas que la brisa arrastraba, para evitar que fueran a parar al ya empolvado salón de la heladería. Se esmeraba por no levantar polvo pero era imposible. La luz del sol empezaba a alargar las sombras de los árboles y a pintar de un color rojizo las paredes de las casas al otro lado de la plaza. La brisa y las personas, como salidas de la nada empezaban su ambular cotidiano a traves de la plaza, unos venían en bicicletas desde una fábrica cercana, otros arreando bestias de carga y hasta ganado venían de la labranza en los alrededores del pueblo. Un rumor de música de acordeón llegaba desde el billar de Don Pedro, un autobús llegaba desde la capital, todos los que bajaron eran conocidos: Un grupo de jóvenes que estudiaban en el liceo de la capital, una señora bastante mayor con un vestido negro acompañada por su hija un poco menor, Don José que trabajaba en el hospital del pueblo pero vivía en la capital, la profesora Mari y el profe don Iván que trabajaban en el liceo, pero entre todos ellos había algo, o mejor, alguien nuevo: Una chica de más o menos un metro sesenta de estatura. Traía calzado estilo romano atado hasta casi las rodillas, una falda amplia de una tela muy ligera y estampado de flores, una blusa de mangas cortas con encajes en el cuello, el cabello hasta los hombros, suelto, en las manos adornadas con pulseras de más de cien colores, traía sus maletas, dos para ser precisos y un bolso pequeño colgado de sus hombros descubiertos de tela pero cubiertos de pecas. Bajó su equipaje y el ayudante de transporte le indicó hacia donde quedaba en único hotel del pueblo, Julián la vio buscar en su bolso y sacar una pañoleta que desenvolvió con cuidado y sacó unos anteojos para el sol, con la pañoleta se recogió el cabello y se puso los anteojos, recogió las maletas y empezó su camino. El hotel no era realmente un hotel sino una casa antigua, bien conservada que se había llenado de habitaciones alrededor de un patio con un gran almendro tan viejo como el polvo que lo cubría. Julián la vio desaparecer por la puerta enorme de madera pintada de marrón. Hasta casi las 10 de la noche ella apareció, buscando algo para comer, se sentó en un mesón cerca a la entrada, pidió una torta de queso, Julián la sirvió sin dejar de observar a esa chica, casi una niña, de cara blanca y cubierta de pecas que la hacían ver más infantil, el cabello ondulado abundante y negro, ojos grises que se hacían casi invisibles en el marco de pestañas largas y gruesas, recibió la torta con una sonrisita que arrugo una nariz en miniatura y mostro unos dientes muy blancos rodeados de unos labios rosados delgados, que parecían tan frágiles que se romperían si ella se riera a carcajadas.- me llamo Julián-dijo al dejar servilletas y un vaso de jugo de uvas, ella volvió a sonreír- yo soy Rosa- dijo con un voz de manantial, porque sonaba clara como un susurro en voz alta y trasmitía tranquilidad. Julián noto algo que no había visto la primera vez, en su hombro izquierdo, sobre la piel lechosa y debajo de un cumulo de pecas que parecían estrellas café en un cielo blanco había un tatuaje, ese dibujo que aparece en los mapas indicando los puntos cardinales y que el profe de geografía dijo que se llamaba “la rosa de los vientos”. El no disimulaba sus miradas curiosas y atrevidas, ella lo noto y tampoco lo evitó, el la miro a los ojos buscando respuestas, pero no entendió nada, solo logro pedirle que lo esperara. Termino su trabajo ansioso, temblando la tomo de la mano y salieron como si lo hubiesen planeado desde antes de conocerse, caminaron por las calles poco iluminadas y totalmente desiertas, iban hablando, conociendo sus pasados, viviendo sus presentes y olvidando sus futuros, y de vez en cuando, debajo de algún árbol a donde no llegara la escasa luz de las bombillas eléctricas, se detenía para conocerse la piel, vivir un beso y olvidar todo lo demás. Recorrieron todas las calles del pueblo, pasaron frente a la iglesia, detrás del cementerio, por debajo de la estatua y por arriba del puente, ella le pidió que la llevara a su lugar favorito, el la tomo de la mano y la condujo por un camino a la orilla del rio hasta llegar a un lugar rodeado de arboles, y donde crecía una hierba corta, la luz de la luna creciente se reflejaba en las hojas de los arboles, en la hierba y en las rocas del rumoreante rio que en este lugar en particular era profundo, una suave brisa movía las ramas de los arboles haciendo saltar miles de luciérnagas que subían al cielo y se confundían con estrellas fugaces que como por magia esa noche pasaban una detrás de otra, a veces en grupos como si jugaran a las escondidas y prendieran sus colas al ser descubiertas, y las apagaran para ocultarse de nuevo. Ella como hipnotizada por la magia del lugar se despojo de ropa y calzado y se lanzo al agua, el solo vio un rayo blanco que cruzo el aire y desapareció en las ondulaciones y reflejos del agua. Al salir le lanzo la ultima prenda que le quedaba, el hizo lo mismo al darse cuenta. Se abrazaron bajo el agua se besaron y se hicieron el amor solo un instante, salieron del agua se recostaron sobre la hierba, el la besaba, y ella aunque quería lo contrario, le pidió que se detuviera, ella sonrió - debemos irnos, el viento arreciara y si nos quedamos aquí nos congelaremos.-el viento meció las copas de los arboles -vamos a mi habitación- dijo Rosa el entonces comprendió y salieron corriendo, vistiéndose por el camino y sin soltarse las manos, volando con el viento que los sorprendía y atacaba por la espalda, robándoles las carcajadas, y dejándoles solo el pelo despeinado, llegaron al hotel, la gran puerta marrón estaba abierta, entraron corriendo, el viento entro detrás de ellos y cerró la puerta con un golpe seco no se detuvieron, llegaron a la habitación y el viento les abrió la puerta, entraron y serraron al encender la luz eléctrica esta titilo y se apago, solo la luz de una vela les basto para reconocer sus cuerpos, se desnudaron mutuamente a prisa y se metieron bajo las sabanas, se besaron y se abrazaron para sacar el frio que había entre los dos, afuera el viento arreciaba, empujaba las puertas y las ventanas como si quisiera entrar, la luz de la vela se extinguió mientras hacían el amor, el viento quería arrancar el tejado, y cada vez que el clímax visitaba a Rosa, el viento furiosos amenazaba con arrancar el viejo almendro, y solo cesó cuando Julián y Rosa, hastiados de pasión y cansados de amor, se quedaron dormidos. Cuando despertaron, un aguacero caía sobre el pueblo lavando el polvo traído por el viento, llovía sin viento, sin relámpagos ni truenos, solo con un murmullo que se confundía con la voz de Rosa que se había puesto a cantar mientras salía de la cama, cantaba mientras se daba el baño de la mañana, mientras volvía a la cama con Julián, y mientras el seguía pensando que todo era un sueño, y soñó lo mismo por varios días, aun después de que Rosa dejo el pueblo y se llevo consigo a los vientos.

Texto agregado el 24-04-2010, y leído por 131 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
24-04-2010 La historia interesa, pero se desmejora por la redacción. Oraciones muy largas con demasiadas comas y algunas faltas ortográficas que atentan contra la atención que debe poner el lector. Tal vez una reescritura más puntillosa le otorgue al texto el brillo que el relato pretende ostentar y que, por ahora, se queda en un trasfondo de segundo plano. Salú leobrizuela
24-04-2010 Se llevó consigo los vientos, pero en su maleta no cabían ni los recuerdos ni la nostalgia... ZEPOL
 
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