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Mi sueño era llegar a ser un famoso escritor. Me inscribí en cuanto concurso había, pero nunca gané ni siquiera en un tercer puesto. Compartí antologías ofrecidas por editoriales, por las cuales tuve que pagar. Pero una noche desilusionado sobre una mesa de ofertas, descubrí, en una librería de la avenida Corrientes uno de los libros entre el montón.
Reflexione que quizás al público ya no le atraían los cuentos cortos sobre vidas cotidianas, mezclado con algún toque fantástico o de real maravilloso.
Pensé que realmente me había equivocado de vocación.
Una mañana después de haber tenido una horrible pesadilla, se me ocurrió que quizás, en esos sueños encontraría los temas. En sus hechos irreales e incogruen- tes y con ellos el camino a la consagración y me volqué de lleno a escribir.
La historia trataba sobre un aguilucho, que todas las mañanas yo observaba, mientras tomaba el desayuno y descubrí que yo, también era observado por él. Siempre volaba al acecho de alguna cotorra o pichón desprevenido.
Se posaba sobre la copa de una Araucaria centenaria, en un parque cercano. Decidí ir a su encuentro. Me trepé el árbol y el ave sorprendida, con un trozo de su presa a medio engullir, me escudriño con su mirada aguda y temeraria, me preguntó que quería. Le propuse que me enseñara a volar. El aguilucho me hizo desplegar los brazos y me observó detenidamente, me tomó con las garras de las ropas y emprendimos el vuelo. Unos cuantos metros mas adelante, imprevista-
mente me soltó y volaba atento a la par mía.
Me atreví a mirar hacia abajo y quede maravillado al ver la ciudad. Autopistas, calles y hordas de gente yendo en distintas direcciones sin percatarse de que yo los miraba desde arriba. Sentí ganas de gritarles -¡Hey! Miren, soy un ser humano que puede volar. Pero decidí seguir con mi incógnito vuelo.
El aguilucho se despidió, rumbo a la reserva ecológica. Y yo, viendo como se alejaba casi me trago el obelisco.
Vire hacía la izquierda rumbo a Balbanera y divise el patio abandonado del colegio donde cursé la primaria y decidí aterrizar. De repente las puertas de las aulas se abrieron bruscamente y de ellas salieron niños y también sus maestros. Caminaban como zombis, babeándose, pálidos, atropellándose torpemente. Me rodearon y sacaron de entre sus ropas filosos cuchillos. Yo, desesperado, quise remontar vuelo pero no podía, Ante la proximidad de mi cruel e inminente muerte, grite con todas mis fuerzas y desperté tembloroso y agitado.
Cuando terminé de escribir la historia con alguno que otros arreglos, la llevé inmediatamente a un editor conocido.
-Es excelente. Me dijo. Me propuso hacer unas cuantas narraciones más y publicar un libro. Ellos se encargarían del lanzamiento y una promoción especial en la “Feria del libro” pronta a realizarse. Yo, entusiasmado decidí internarme por un
mes entero en mi casa. A mis parientes y amigos, les pedí que no me molestaran a menos que fuera estrictamente necesario.
Verifique los cartuchos de la impresora, si tenía resmas de papel suficiente, café, whisky y cigarrillos.
Los días siguientes, dormía, escribía, fumaba, y brindaba con un vaso de whisky cada vez que terminaba uno de mis cuentos. No me había impuesto horarios para dormir y cada vez más me gustaba internarme en esas vivencias delirantes de personajes diversos y extraños, donde en ocasiones, intervenía como protagonista.
Después de unos cuantos días de maratónica escritura, releí y corregí lo que hasta entonces había hecho.
Solo me faltaba un cuento con el que esperaba darle un remate especial al libro. Esperaba conciliar el sueño rápidamente pero no fue así, daba vueltas en la cama en un estado de ansiedad insufrible.
Me levanté y al abrir la puerta de la habitación una luz me cegó. Avance hacía ella con una mano sobre mis ojos tratando de ver de donde venía. La puerta a mis espaldas se volvió diminuta hasta desaparecer, así que no había vuelta atrás. Por un instante creí que iba camino al paraíso, pero el lugar se asemejaba mas a la Atlántida que describió Homero o alguna ciudad de la antigua Grecia.
Inmediatamente me escoltaron varios hombres con escudos y lanzas. Otros seres oníricos entre ellas, ninfas bellas y etéreas, me miraban perplejas y murmuraban. Era persuadido a caminar por un sendero, apuntado discretamente por las armas de los esculturales guardianes.
Me obligaron a ponerme de junclillas con la cabeza gacha, frente a majestuoso trono. Trompetas ensordecedoras sonaron anunciando la presencia de un magnánimo anciano que ocupó el sillón. No podía creer que ante mis ojos se presentaría un icono de la mitología griega, el mismísimo Zeus. Los guardianes se apostaron a los lados. Con una voz aguda que hacía zimbronar hasta mí estomago, me dijo. -¿Cómo te atreves a revelar los secretos de los sueños, no sabes acaso como castigue a Morfeo?
Me revelé contra él, burlándome de su amenaza a sabiendas que todo lo que vivía era un sueño. Ante mi impertinencia los soldados me sujetaron. Uno tomó mis brazos y otro con su arma hizo un corte a la altura de mis muñecas. Sentí un dolor insoportable en las heridas, la sangre se escurría por las palmas de mis manos. De pronto me encontré en el centro de un podio, parecía un antiguo circo romano.
Un anciano interlocutor estiró un papiro y proclamó. Que el supremo me condenaba a morir bajo la pena de ser fulminado por un rayo, por haber revelado a los humanos de los sueños. Rugió el cielo y cuando Zeuz apuntaba amenazante su dedo índice hacía mí. Aparecieron en la arena Hipnos y Nix padres de Morfeo. Su madre “la Noche” lloraba pidiendo clemencia.
Zeus ofuscado les recriminó por haber seguido engendrando hijos que desafiaban el mandato divino. Yo miraba impávido la escena. El que según era mi padre se dirigio hacía mí me dijo. - ¡Arrepiéntete hijo mío! Dile a nuestro Dios, que borrarás cada línea que escribiste y cada sueño revelado.
Yo, les seguí la corriente e implore su perdón.
Fui perdonado pero en castigo la deidad griega sentencio que borraría todo lo que yo había escrito y sería vigilado por el que según él era mi hermanastro Tánatos (la Muerte). Repentinamente nubes oscuras cubrieron el lugar, estrepitosos truenos y una caída en picada, hizo que me desplomara bruscamente en la cama. Me desperté súbitamente, me levante, abrí la ventana y suspire aliviado. Anochecía y note que había llovido copiosamente.
Repuesto ya de aquella pesadilla, antes de sentarme a escribir, decidí tomar un café mientras meditaba en como comenzaría la historia. Me dirigí al escritorio y al entrar a la habitación, no podía creer lo que veía, todos mis escritos estaban mojados y esparcidos por el piso a causa de un ventanal que olvidé abierto.
Después de recuperarme del disgusto prendí la computadora, volví a imprimir todos los cuentos y redacté de un tirón lo que había soñado. Tuve muy poco que corregir y me sentía feliz. Los apile sobre el escritorio y mañana mismo lo llevaría a la editorial. Prendí un cigarrillo mientras saboreaba el último sorbo de whisky.
La noche estaba tranquila. Había una luna llena grande y luminosa. Jugué con la idea de imaginarle un bello rostro como el de la diosa Nix, pero al observarla mejor, vi como de sus ojos brotaban lágrimas que caían volviendo a mojar mis manuscritos.
De repente, sentí que mis muñecas comenzaban a dolerme y a sangrar, consternado deje sobre la mesa un corta papel. Me levante para detener la hemorragia, pero alguien se interpuso en mi camino. Un espectro se presentó ante mí y me dijo –Yo soy Tánatos tu hermanastro.


Luisa Gracia

Texto agregado el 25-04-2010, y leído por 72 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
26-04-2010 .|. Pene
 
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