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Las calles obscuras le dan al paisaje un tono sobrio, y no le quita para nada su hermosura a estas avenidas que tantas veces he recorrido ya. Es noche tarde, no hay nadie fuera de su dulce hogar, pero necesitaba yo salir a caminar. Salir con mis pensamientos un poco, sacarlos a pasear, así se embeben de la embriagante preciosura de la luna.
Las cuadras pasaban tranquilas y sin tumulto, la brisa suave de la noche calma mis ansias y mis dudas. El tiempo parece detenerse en una algodonada calma.
De pronto un apagado llanto quiebra el hilo de mis compañeros delirios. A unos pocos pasos de mi una pequeña niña, sentada en el cordón de la vereda y mirando absorta la nada, deja que gruesas y abundantes lagrimas recorran sus rosadas mejillas.
Mi corazón se enternece ante sus ojitos llenos de dolor, y un dejo familiar en su rostro angelical produjo un escalofrió helado en mi espalda. Intento acercarme un poco, trato de calmarla con delicadas palabras, sin ánimos de asustarla. Estoy casi a su lado, pero, ¿qué haces? ¡No corras!
Sale corriendo despavorida sin dejar de sollozar y, sin poder controlar mis piernas, salgo corriendo detrás de ella, tan rápido como puedo, pero sin alcanzarla. Dobla en una esquina, tango que llegar a ella, está sola, no puedo dejarla sola. Otra vez esa sensación familiar atravesando cada una de mis células y estremeciendo todo mi cuerpo, cansado ya por la persecución. Alcanzo la esquina, doblo y, no está. Tengo que encontrarla pero no está. Corro unos pasos mas pero…desapareció.
Una sensación de frustración llena toda mi alma. De pronto las calles que habían sido para mí tan hermosas se vuelven sombrías y tristes. Me invaden unas ganas terribles de llorar, no puedo contenerme. Las lágrimas brotan de mis ojos, la angustia me llena el pecho. Siento tanto dolor en mí que creo, voy a morir acá mismo.
Sentada en el cordón de la vereda absorta en mi misma, me siento ínfima, desprotegida. Todo parece dar miedo. La mujer que hace unos instantes caminaba feliz y extasiada por las calles de su muy querida ciudad, ahora no es más que un remedo, bañado en llantos y con los ojos cargados de recuerdos que parecen no ser suyos, pero que le son conocidos a la vez, y no hacen más que hacerla temblar. Estoy sola, comienza a levantarse un viento abrazador, el frio se inyecta en mí y me hace doler el cuerpo.
Alguien se acerca, está demasiado cerca y parece no detenerse. Comienzo a desesperarme, cada vez mas. En un arranque de pánico comienzo a correr. Las piernas me duelen por el frio pero no puedo parar, no puedo, va a alcanzarme y eso me aterra. Doblar, debo doblar en la esquina, ya casi llego, un poco más.
La perdí, perdí a esa mujer, ya no corro peligro. ¿Peligro? ¿Corría peligro? La cabeza comienza a darme vueltas, la confusión es enorme, ¿que ocurrió? Yo…yo…¿dónde estoy?
Reconozco la calle de mi casa, el paisaje vuelve a ser el tan conocido x mí, es mi barrio. La calma regresa, estoy donde debo estar, estoy como debo estar. ¿Pero que ocurrió? ¿Cómo?...
Las preguntas son tantas que…y ahora no puedo dejar de reír, no fue más que mi imaginación, todo es como siempre, como siempre.

Regresó a su casa con total normalidad. La niña aun llora en las calles del hermoso barrio que alguna vez fue suyo, alguna vez hace ya mucho tiempo. Ahora ella está escondida, oculta en lo profundo y lo más aislado de su ser, esperando salir, esperando escapar, esperando poder dejar de llorar.

Texto agregado el 04-05-2010, y leído por 75 visitantes. (2 votos)


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