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Inicio / Cuenteros Locales / jorgerodriguez / Capítulo 1

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Hay personas que se convencen que nacieron para triunfar, lograr un buen trabajo, una buena promoción en la oficina, vestir un buen traje y conducir un auto del año. Reducir su felicidad a lo que traen sus bolsillos y a que el dineral en su cuenta corriente siga dando frutos, convirtiéndose en una riqueza que nunca en vida podrán disfrutar. Hay quienes nacen para recibir de golpe al pesimismo, arrastrándose como escoria con una mente nublada de falsas necesidades. De dioses misericordiosos, con la única excusa de que su propia raza nunca los supo comprender. De envidias a quienes dicen ser triunfadores, opacaron sus sueños al aceptar tempranamente que nunca se cumplirían. Sé que no se trata de una idea nueva pero nunca será suficiente resaltarla.
Créanme cuando les digo que ambos casos no son muy diferentes. Han disfrazado lo que comúnmente llaman “vida” bajo la careta de una clase social, siendo cada uno de ellos una pieza en la eterna competencia por trascender. Su sed de sentirse parte de algo y ser útil a las mismas personas que, con el paso de los años, te sacarán en cara lo ineficiente que eres y que ya es tiempo de pensar en el retiro. Negaron así su propia existencia individual, su propia esencia de ser humano.

Por suerte existe una tercera clase de personas, aquellas que si bien conocen el valor del dinero hoy, no son cegadas por su presencia. Les vale con sólo tener aire en sus pulmones para sentirse vivos y que todo el resto es parte del camino que les tocó recorrer. Para ellos, su única necesidad es descubrirse día a día, atesorando todo lo que sus ojos absorben ante el sol y sus mentes reflexionen ante la luna.
Hay quienes nacen para malgastar su vida y otros que deciden ser sabios.

Gracias a esto decidí mi vocación de explorador. Empaparme de la cultura del mundo; navegar, escalar, volar y simplemente amar. De descubrir que muchas veces la realidad es tan magnífica como los sueños. Sin embargo, nunca tuve la aprobación de familiares y cercanos, que veían esta actitud naturalista como una espina en la comodidad de sus vidas, al punto de negarme ser parte de una sangre.
Ya sin apellido, fui recorriendo y amando al mundo cada vez más. Y aunque siempre fui un tipo de más yagas en las manos que de hábil lengua, algo me perturbaba manteniendo un recuerdo del mundo. El legado.

Ese día en el que comenzó, quizás, la historia más importante, la fama de explorador me precedía. Pero al no ser un trabajo con horarios establecidos y con una inestabilidad latente, tuve que arreglármelas para sobrevivir el día a día, en base a mis servicios de guía.
Mi riqueza, debo reafirmar, se construye a partir de la experiencia, no se viven cinco décadas en vano, carga que llevo marcada en mi rostro y en la sabiduría de mis pocas palabras, las que he sabido ahogar oportunamente con un trago amigo.

Bar de puerto, antro alérgico a la luz del sol y de un insoportable olor a humedad y bestias marinas. Punto de inicio a una nueva página en mi diario, pero que aún no daba sus primeros pasos por el retraso de mi acompañante.
Luego de un par de tragos y un temblor de impaciencia en mis piernas y brazos, un muchacho se detiene en el umbral de la puerta. Nadie lo nota hasta mencionar mi nombre a todo pulmón, llamado al que respondo alzando mi brazo. Después de las formalidades, el chico comienza un discurso nervioso y maratónico que poco entiendo.

-Te contraté para tres destinos, la idea es que me mantengan ocupado por el resto de mi vida. Cosas que siempre quise realizar pero que sólo hoy puedo dedicarme por completo a ellas. De hecho, siempre pensé en que el mundo tenía mucho más que ofrecerme que… ah! y no se preocupe por el dinero… ahorré lo suficiente para todo el viaje, pero me falta un guía y ahí entra a jugar usted…-
-Espera un momento, vas muy rápido- interrumpí -. Si nombraras los destinos uno por uno podríamos organizar de mejor manera el viaje -. Algo me simpatizaba del chico, su vitalidad me recuerdan algo al “yo” de hace treinta años; fuerte, rápido y por sobre todo con ansias de mirar.
Hay personas que llenan los espacios de palabras sin intención de respuestas y otros que aún pudiendo responderlas se callan siendo hermanos del silencio.
-Disculpe. Todo de nuevo- dijo mientras una sonrisa nerviosa se esbozaba en su rostro, como quien comete una travesura y luego es sorprendido en el acto cargando una piedra.- Una de ellas es buscar mi gran amor. Nos conocimos siendo niños y hoy luego de un par de décadas sé donde volver a buscarla. Otra es alcanzar la cima del mundo y oír la voz de Dios, ja ja ja, siempre quise probar suerte, desde que leí la historia de Edmund Hillary… ah! y la primera de todas, y he ahí porque lo cité en este puerto; viajaremos al archipiélago Juan Fernández- contuvo la respiración un momento. Una pausa que no se prolongó por más de un par de segundos e, inclinándose hacia delante, susurró que en su poder había un mapa que indica la ubicación exacta de un tesoro nunca profanado.

La mitad del vaso, justo y preciso para preguntar si estaba seguro en lo que decía, cuestionando como sus palabras realmente no significaban nada desde su corta edad. El chico, sin saber que responder, perdió su mirada en sus zapatos-. No es menor dudar, más aún cuando muchos mapas falsos se reparten de mano en mano y a todos los precios. Sin embargo, el tipo no parecía un iluso del todo al comentarlo y mientras no estuviese mi dinero comprometido tampoco debería preocuparme, además, los años me enseñaron a nunca desperdiciar la oportunidad de seguir maravillándome con el mundo, sin importar si todos nuestros planes no resultan como esperamos.- No te preocupes. Ya tienes un guía, vamos.-

Un último sorbo, una sonrisa paternal y partimos.

Texto agregado el 05-05-2010, y leído por 119 visitantes. (0 votos)


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