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Yacía al pie de las gradas con la frente impregnada de hollín, de la blusa empapada ya no quedaba rastro, pues ese albo impecable se había esfumado tras el puñal violento que le habían incrustado. La vertiente de sangre: el omóplato izquierdo, el impacto había reventado la piel agrietándola y el peso al caer hizo que ésta se desgarre, el fluido seguía su curso a borbotones, como erupción de aguas subterráneas a modo de geiseres en miniatura. No se podía saber con exactitud cuan profunda era la herida, estaba sumergida en un rojo cobrizo. Su quietud parecía indicar que ya no había vida en ese cuerpo frágil y quebradizo, el cual inspiraba pavor al intento de cargar, pues daba la impresión que en cualquier momento iba a perecer, nadie quería ver morir en sus brazos a tan inocente ser. La vida, cuanto se aferró a la vida a pesar de que ésta sólo le ofrecía dolor; no importaba la angustia, ella solo quería seguir respirando. Imágenes llenas de amor colmaron su mente, en las que podía observar a mami y papi junto a ella durante una bella tarde, sol, mar, ya tenía 4 años y podía cantar, de pronto este canto se convirtió en el agudo sonido de sirena, era la ambulancia que acabó de llegar.

Fue un brillante cuchillo tomado a hurtadillas del comedor de las monjas el causante de tan profundo dolor y delirio, el cual, cómplice de una fuerza alimentada por la rabia de aquella adolecente de inocente aspecto pero irritable carácter, había desatado tal terrible hecho que marcaría para siempre, más que una espalda y una camisa, una vida llena de miedos y soledad carente de sosiego.
Jamás supo por qué la atacó, fue un hecho que la defraudó muchísimo ya que no podía comprender por qué su mejor amiga, en la que tanto había confiado, decidió agredirle. No dejaba de preguntarse qué pasó, en qué momento hizo algo que hubiera podido herir sus sentimientos. Miles de ideas pasaban por su mente, quizás le molestó el fuerte ruido de la música que escuchaba, de repente le ofendió el haberle dicho que no le gustó el último osito de felpa que cosió, o tal vez el día que llovió y no pudo prestarle su chaqueta le indignó. Sin embargo, ninguna de estas razones pueden justificar la violencia con la que reaccionó.

Texto agregado el 06-05-2010, y leído por 56 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
07-05-2010 Buena historia, me gustó******* JAGOMEZ
 
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