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Inicio / Cuenteros Locales / Pujalito / CAUTIVO DEL PECADO.

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¿Donde estoy?- se preguntaba con incertidumbre.

¿Quien soy?- inquiría con el mismo desasosiego.

De alguna forma lograba preguntarse quien era, donde estaba, por que estaba allí, y sobre todo como llegó y cuando saldría de allí. No conocía lenguaje alguno, por lo menos conocido para nosotros lo que de modo alguno logramos comunicarnos con otros.

Sentía dolor, placer, hambre, miedo, sosiego, sentía, sin saber al propio tiempo la significación humana y literal del sentir, pero sin duda alguna experimentaba o percibía sensaciones producidas por causas externas e internas a él.

No tenía obligaciones, responsabilidades u horarios. Ni siquiera sabía a que se referían esos conceptos. Su existencia se remitía al exclusivo fin de satisfacer las necesidades que, de modo alguno, provocaban sus sentidos. Sin embargo, ni siquiera aquel cautivo sabía como se saciaban esas parvedades.

El espacio en donde se encontraba recluido, no le permitía movimientos muy bruscos, ni mucho menos generosas extensiones corporales. Sus ojos estaban sellados, y su mundo era la oscuridad que proporcionaban sus propias pupilas. Tampoco tenía objeto alguno cerca que acariciar o con el cual pudiese entretenerse. Sus manos permanecían contraídas, como si de alguna forma estuviese siempre preparado para alguna batalla.

Sus inquietudes eran solo pensamientos. Ya que al no conocer lenguaje alguno, y no saber o poder ni tan siquiera gritar su sentir, estaba compelido a lo único que conocía, sentir o por qué no pensar.

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Ocho semanas habían ya transcurrido. De alguna forma, lograba darse cuenta de que el tiempo había pasado, sin tan sin quisiera saber lo que era el tiempo.

A pesar de que vivía en la lobreguez, percibía sonidos desde el exterior de su trena. No entendía literalmente lo que a esos sonidos se referían, pese a que si lograba interpretar a su manera, el contenido y la intención de los mismos.

Para esa época, le provocaban temor, sin tan siquiera saber aquel cautivo que era el temor. No pecaba de ignorante, inconcientemente de lo que sentía a raíz de esa percepción; no le agradaban, al contrario, sabía que eran sonidos malquistados.

Aunque su mundo se ceñía en la tortura de no ver, ni hablar, ni caminar, ni hacer, sabía que, por lo menos de alguna manera quizás cruel, de que se trataban; sabía también que aquellos sonidos atentaban contra su azarosa, fortuita, pero particular existencia.

Aquel cautivo sentía la reticencia del encargado de su custodia en acatar aquellos sonidos que literalmente no entendía, pero que de modo alguno alcanzaba a interpretar. Confusión por parte del reticente que también aquel cautivo sentía.

En esa época de su sometimiento por momentos gozaba de su peculiar e insólita placidez. Aunque en otros, se sometía por funesta coacción al temor de aquellos desgraciados sonidos. Semanas-para nosotros- pasaron, -para aquel cautivo no sabemos que-, para que esos pérfidos y viles sonidos se alejaran transitoriamente de lo que era su universo de percepción. En lo ulterior, la quietud era el estado regular de su devenir. Por momentos, pero solo por momentos, percibía angustia de parte del encargado de su custodia. Sentía que otros sonidos-radicalmente opuestos a los pretéritos, calmaban aquél desconsuelo. Se preguntaba por qué aquella angustia trastornaba su singular paz, como si de alguna forma él y el encargado de su custodia estuviesen interconectados. No lograba formular una razón que le explicará por qué las sensaciones de aquél ser externo y aparentemente su detractor le causaban efecto.
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Ya habían pasado veinte semanas, y a medida que transcurría el tiempo extrañamente aquél cautivo se sentía más fuerte, grande y sobre todo lograba entender con más facilidad los sonidos cutáneos.

La tranquilidad que por casi tres meses lo embargó había llegado a un aparente remate. A partir de aquí, el paradigma de su existencia sufrió un importante revés: La desesperación, el temor, la hostilidad, la adversidad fueron su pan de cada día. Sus días eran la concreción de la incertidumbre y la desdicha. El buen sentir del pasado próximo ya ni un recuerdo constituían para él, pues los sonidos externos que ahora provocaban este nuevo estado emanaban del encargado de su custodia. Convergían por demás, otras asonancias externas, desconocidas; pero que procedían del mismo lugar que aquellas que si le resultaban familiares. Enigmáticamente, algo le decía que su cautiverio no sería para siempre y que en algún momento lo que fue su mundo, cambiaría y sería distinto a su realidad coetánea.

Tiempos de agonía, infortunio y desventura sobrevinieron. Su existencia era una inmolación, un verdadero suplicio. Aquellos sonidos que una vez lo reconfortaban de un momento a otro se convirtieron nuevamente en sus más fervorosos opositores.

Un día, estando sumergido en el tenebroso discurrir de su existencia, sintió por vez primera algo que con determinada intención le palpo, como en señal de indagación. Acto seguido, sus ojos comenzaron a percibir estimulaciones ajenas distintas a su costumbre. Luego de manera reiterada e incisiva se repitió aquel roce, pero ahora con mucho más propiedad, entre tanto, aquel cautivo sentía una fuerte presión a su alrededor que lo impelía contra aquel extraño y deliberado palpo. Por minutos se vio sometido a esta traumática pero a la vez novedosa experiencia.

En un momento el impulso interno coincidió con aquel molesto huroneo. Tirones seguidos, fueron a la acción inmediata, provocando en consecuencia que aquel cautivo interpretara aquella situación como el final de su cautiverio. Era el momento de conocer un nuevo mundo, era el momento.

Horas pasaron hasta que por fin, un destello de luz artificial golpeó con innovadora estimulación sus ojos. Subsecuentemente y por ocasión primera, aquel cautivo escuchó un grito que provenía de lo más profundo de su ser.

Era un niño con un aparente trastorno genético causado por la presencia de una copia extra del cromosoma XXI.

Había nacido, el fruto de padre e hija, había nacido.

…FIN…

Texto agregado el 11-05-2010, y leído por 96 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
29-06-2010 Nada mal. En especial el final. catman
11-05-2010 Leí tu pregunta en la mesa acerca del uso de descripciones y decidí leerte antes de opinar acerca del asunto. Lo único que te puedo decir es que tienes que borrar y borrar y borrar hasta encontrar "justeza" en tus narraciones. Si la descripción minuciosa de, digamos, una recámara logra una imagen justa de un ambiente, pues hay que dejarla. Pero si, en cambio, esa minuciosidad resulta confusa y estorbosa para el entendimeinto de lo que quieres narrar, pues a borrarla. Este cuento, creo yo, adolece de eso, de una sobrecarga descriptiva estorbosa. Más allá de su pretendida "sorpresa" final (muy mala, según yo), la narración está entrampada en su propia palabrería redundante, cacofónica y ralentizada. A este, si me lo dejaras para borrar, creo que no le dejaría ni una coma. Así que, al primer impulso,describe cuanto quieras, lo que quieras, como quieras, pero luego leelo (leer en voz alta ayuda mucho a encontrar ritmo. O, mejor dicho, falta de ritmo) y date cuenta de lo que estorba, de lo que suena mal, de lo tonto o gratuito que no debería estar ahí. Eso. Aristidemo
 
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