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Las manecillas del reloj marcaban las diez y treinta de la noche. Rebeca terminaba de aplicar su maquillaje con la erudición que la caracteriza para labores de ese tipo. Víctor, cantaba a viva voz diversos temas de Arjona como si sintiera una necesidad imperiosa de expresar su sentir. Yo, por mi parte terminaba de observar la uniformidad de mi peinado, luego de haber dedicado gran parte de mi estadía en casa de Rebeca a él. Era hora de partir.

Emprendimos la marcha. Transitamos alrededor de cuatro cuadras antes de abordar el medio que serviría para transportarnos hasta nuestro destino. Mientras caminábamos por aquella avenida colmada de rascacielos, Rebeca, Víctor y yo hablamos sobre el orden del día. Víctor, alzó su mano brusca y velozmente, buscando detener algún taxi, provocando- a juzgar por aquella mirada- asombro en Rebeca. Acto seguido, un vehiculo pasa por delante de nosotros, interrumpiéndose su marcha por un oportuno tirón del picaporte por parte de Rebeca. Abordamos de inmediato la unidad de transporte.

En el camino Rebeca y Víctor hablaban sobre diversos temas, mientras yo -como he de acostumbrar- me encontraba abstraído del mundo y como si se tratase de un infante me divertía con toda aquellas majestuosas edificaciones bonaerense de mi entorno. Luego de haber atravesado varias cuadras, el conductor casi enojado por el alto imperioso que provoco la luz roja del semáforo, gira su cuello en un ángulo de 45 grados, preguntando:

Me repite en el número exacto por favor- Dijo el conductor con aire de confusión.

Rebeca, vacilante sugirió un número, buscando de inmediato confirmación con una mirada que me brindo. Yo, enseguida asentí con la cabeza en señal de aceptación.

El taxímetro marcaba diez con cincuenta; habíamos llegado a nuestro destino. Rebeca se encargaba de determinar que cuota le correspondía a cada quien proporcionar, entretanto yo, de mi lado, me percataba de mi carencia de cambio, incomoda situación que de inmediato advirtió Víctor.

Acto seguido, Víctor facilitó el abono justo al conductor. Bajamos del auto, mientras Rebeca proporcionaba su parte del importe a Víctor y este peleaba con ella por no recibirlo, yo trataba de recordar el piso y número de apartamento del lugar donde habíamos llegado. Aquel aparato que tendría a bien servirme para comunicarme con los que metros arriba aguardaban nuestro arribo, me hizo recordar vagamente los números 4 y 9, sin embargo no el orden en que correspondían tales números.

Decidí,-como si se tratase de una decisión de suma importancia- apretar dudosamente en el botón que incumbía al piso 4, Apto. 9. Acto continuo, una voz conocida contestó, preguntando con cortesía:

-¿Si buenas?-

De inmediato mi nivel de adrenalina descendió exponencialmente.

-Somos nosotros-, respondí.

Prosiguiendo dicha voz a decirnos, enseguida bajo.

Sesenta segundos no transcurrieron entre la última respuesta recibida de aquel aparato que se encargaba de comunicar a los visitantes y los propietarios del condominio donde nos encontrábamos, cuando vimos que una silueta familiar se aproximaba con llaves en mano a darnos la bienvenida.

-Hola, ¿Que lindo estas?- Dijo Rebeca.

-Hola, ¿Como estas?- Dijo Víctor.

Yo por mi parte me mantuve parco. Se trataba de Roberto, uno de los dueños de aquel lugar que tendría a bien albergarnos en las próximas horas. Este por su parte, frunció el ceño, mostró su sonrisa en señal de agrado ante el acostumbrado elogio de Rebeca y dijo:

-Gracias Rebeca, ¿Como están chicos?-

Produciendo acto continuo, una respuesta en coro por parte de nosotros.

¡Bien!- expresamos a coro.

Nos aproximamos al elevador con miras a subir al departamento. Una vez frente a él decidimos separarnos en grupo de dos, pues aquellos ascensores por condiciones técnicas solo permitían el traslado de 2 personas por viaje. Mi compañera de viaje fue Rebeca, mientras Víctor y Roberto abordaron la otra unidad. Esa separación solo fue transitoria.

Termina el viaje del ascensor y hemos salido airosos del mismo. Estamos al final del corredor. Nuestra posición geográfica nos permite vislumbrar parcialmente el contenido de nuestro destino y las personas que se encuentran allí. Avanzamos sigilosamente hasta la el zaguán de aquella morada, cuando de repente se escucha una voz que dice:

Hola, ¿Como están?- indicó Lucia con agrado.

Fue su voz la que contestó ante el anuncio de nuestra llegada. Ella es otra de las dueñas del departamento en donde ya nos encontrábamos.

Rebeca y Víctor, con una sonrisa que al parecer se encontraba petrificada en su faz, saludaron a los participantes de aquella velada. Yo, por mi parte procedí a cumplir con el mismo requisito, al tiempo que los anfitriones de la reunión nos invitaban a tomar asiento.

De inmediato, diviso que en el televisor se transmitía un partido de baloncesto bastante anhelado por mi. Acto seguido, me enfocó en aquella transmisión, y en cuestión de segundos me puse al tanto de todo lo acontecido en aquel tan suspirado partido. Víctor, interesado en el partido también, va comentado conmigo lo que va transcurriendo en el mismo. Su poca pericia en el juego provoca que la conversación sea más prolifera.

-Que susto pase hace un momento con este vestido, creí que lo había perdido- expresó Rebeca con asombro a Lucia y Marta mientras conversaban sobre cosas de mujeres, al menos eso intuí por el comentario del vestido.

Alrededor de 12 personas conformaban aquella reunión. La otra parte del grupo centraba su atención en una persona que días antes había tenido la oportunidad de conocer, sin embargo no lograba recordar su nombre. Ella se encargaba de darles clases de baile a los otros invitados; lo hacia no porque fue contratado para ello, sino porque los demás invitados eran uruguayos y estaban interesado en aprender a bailar una que otra danza caribeña. Esta joven, de la cual no alcanzo a recordar su nombre, pertenece a la misma isla bananera de donde somos Rebeca, Roberto, Lucia, Marta y Yo.

Termina el partido, consiguiendo la victoria el conjunto que esperaba. Desorientado, por la falta de ocupación, requiero a Víctor que llame Carol y a Luisa. Este asiente con la cabeza y velozmente, como si se tratare de una orden militar procede a poner en ejecución mi deseo.

-Están de camino- expresó Víctor.

Transcurren diez Minutos desde mi requerimiento, cuando de súbito repiquetea un timbre.

Lucia, quien se encontraba charlando efusivamente con Jonás,-otro invitado de la fiesta-, se dirige hacia la fuente de aquel molesto sonido.

Levanta un auricular, intercambia escasa palabras, toma unas llaves, abre la puerta y se ausenta sin explicación. Poco después, se escucha una voz alegre que dice:

-¡Hola chicos!, ¿Como están?-

Se trataba de Carol seguida de Lucia y Luisa. Estas saludaron de inmediato a todos los que nos encontrábamos allá. Ya se encontraba completo aquel grupo.

-¡Que linda estás!- Se decían recíprocamente Carol, Luisa y Rebeca.

Mientras yo, acostumbrado a mantenerme en silencio mientras ellas platicaban, observaba con frugalidad su efusividad al hablar, y continuaba con el mismo patrón de comportamiento de tradición.

Mi reloj marcaba las doce y treinta de la noche. Nuevamente era hora de marcharnos. En ese instante, interrumpo con una intensa mirada a Lucia la cual sostenía -en apariencia- una interesante conversación con Jonás. Le señalo el marque del reloj y le sugiero nuestra partida.

-Me parece bien-contestó Lucia con determinación.

Lucia realiza el comunicado a los presentes, sugiriendo uno de ellos el cambio de destino pues uno de los que allí se encontraba no poseía identificación, y por ende no iba a ser posible su admisión en el lugar donde pretendíamos ir. Yo y mi grupo más cercano, sesionamos brevemente, y decidimos abortar la idea primigenia y solidarizarnos con aquella agraviada. Decidimos someternos a la decisión final de los demás integrantes de tan concurrido grupo. Luego de intensas conversaciones se precisó el lugar.

¡Vámonos!-gritó alguien del grupo-,

Procediendo todo el mundo en estampida hacia a la puerta. Luego de varios viajes en elevador por la impotencia técnica de este, al fin nos encontrábamos en la calle.

Caminamos unas cuantas cuadras hasta el lugar donde nos resultaba más factible tomar el taxi que nos habría de llevar hasta el nuevo destino.

Por segunda vez en la noche, el taxímetro marcaba 10 con 50. Esta vez me encontraba compartiendo el taxi con Carol y Luisa. Colectamos avivadamente el importe completo, pagamos y descendimos del vehiculo.

Acto seguido, llegaron los demás chicos. Cruzamos en conjunto hacia la vereda del frente, pues era allí el nuevo lugar a donde esperaríamos la puesta del alba.

Nos colocamos en una mal llamada fila organizada supuestamente para ingresar al lugar.

Unos de los integrantes del grupo, indicó el importe a pagar por concepto de ingreso al establecimiento. Rebeca, Víctor, Luisa, y Yo nos miramos con sorpresa al escuchar aquella suma.

No pretendo entrar- expresó Luisa con decepción.

Víctor y Rebeca asintieron con la cabeza como en señal de conformidad con lo manifestado por Luisa.

Carol, de su lado se encontraba saludando a unos viejos amigos que recién arribaban al lugar. Rebeca, le comenta a Carol, la escandalosa suma, arrancando salvajemente la ilusión de Carol. Sin embargo, la llegada de esta nueva camada de amigos, la coloca en una situación difícil.

Rebeca, Víctor, Luisa, y Yo, decidimos no ingresar al lugar.

Lucia y Marta, insiste en que entremos, procediendo Rebeca a reiterar la razón que motivaba su retirada, a lo que al propio tiempo, Víctor, Luisa y Yo, también.

La otra parte que conforma el grupo, incluso aquella joven desconocida por la cual se cambiaron los planes, deciden entrar y se desinteresan por la decisión tomada por nosotros.

Designan una persona para que colecte el importe para ingresar, resultando seleccionada la misma joven que provocó el abrupto cambio de designios. De inmediato, como si jamás hubiesen estado ahí, se olvidan de la existencia de los ya dimitentes.

Carol, siente el llamado de la solidaridad y decide no ingresar al lugar, y quedarse con nosotros.

Yo, por mi parte sin más nada que agregar me alejo unos cuantos metros del grupo, me giro contrariado con rumbo a la multitud cuando escucho una voz lejana que dice:

¡Despierta!, ¡Despierta!, nos esperan los chicos, son las 10:30, ya es hora de irnos.- Expresó Rebeca y Víctor, al tiempo que se encargaban de interrumpir mi profundo sueño, y anunciaban nuestra partida.

¡Ya estaba despierto!

…FIN…

Texto agregado el 11-05-2010, y leído por 105 visitantes. (0 votos)


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