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Magdalena ese domingo se despertó con una alegría especial y es que éste no era como cualquier otro, se daba solamente una vez al año y para la mayoría de los niños y no tan niños del mundo constituía un día de decidida felicidad: era pascua de resurrección. Con sus ojitos verdes brillantes y el pelo alborotado, saltó de su cama para ponerse las pantuflas y correr hacia el comedor a recoger los huevitos que estarían escondidos por toda la casa, pero cuando al introducir ambos pies en ellas, se dio cuenta que dos de ellos ahí la estaban esperando. Ansiosa, los abrió y echó a la boca de manera fugaz mientras abría la puerta del comedor y pensaba que era la primera de sus hermanas en levantarse y obtendría más chocolate que ellas para comer los días que siguieran. Los primeros estaban fáciles, sobre los ceniceros que ella nunca usaría, en la fuente de la mesa de centro, entre los cojines de los sofás y sobre los marcos de algunas fotos de baja altura; acto seguido se dirigió hacia el living y luego a la cocina, pasando por los largos y no tan largos pasillos que unían dichas habitaciones y un par de baños y, sí, también aquí habían: dentro del vaso para enjuagarse, dentro del botiquín que para ella estaba prohibido y detrás de las cremas de sus hermanas. No obstante, luego de tener ya su bolsa bien llenita observó que no había ningún conejito ni grande ni chico dentro de ella. Con más calma, algo decepcionada, intentando encontrarle algún sentido a tal atroz acontecimiento se dirigió hacia el cuarto de sus padres donde encontró a su madre en la cama y su padre en la ducha.
- ¿Mamá?
- Dime hija – respondió con voz somnolienta. Aún tenía lagañas en los ojos y su cara denotaba una noche agitada
- ¿Por qué no hay conejitos de chocolate este año? ¿Acaso se le olvidó al conejito, le pasó algo?
Y fue cuando su madre recordó que el día que fue a comprar los chocolates al supermercado había tenido una pelea terrible con un compañero de trabajo, que fue el mismo chistosito que el año pasado le jugara una broma de exquisito gusto cuando le regalo un conejito de chocolate laxante y tuviera que pasar un par de días en la clínica por deshidratación, y que por culpa de ello había decidido no comprar ningún solo conejo este año, pensando que su hija menor no se daría cuenta o bien no le daría mayor importancia. Le cayó un pequeño peso en el pecho, pensó que había sido una actitud egoísta y que Magdalena no tenía ninguna culpa de ello. Que debía inventar alguna historia y alguna solución. Ahora. Ya.
- ¿Sabes Maida? - le dijo para ganar tiempo
- ¿Qué cosa mami?
- Lo que pasa… lo que pasa es que este año el conejito estuvo muy, pero es que muy ocupado trabajando para la celebración de su aniversario, cumplió ¡1000 años de casado!, y no tuvo tiempo de hacer sus famosos retratos de chocolate. Pero me prometió que el próximo año traería muchos, muchos muchos muchos. Y… - en ese momento los ojos de su hija se pusieron algo tristes y su rostro comenzóse a apagar – me dejó una receta para hacer uno de brownie contigo.
- ¿En serio? - respondió Magdalena con una renovada emoción.
- En serio. Espera un segundo a que me ponga la bata vieja. Tú por mientras anda a ponerte algo que puedas manchar.
Inmediatamente luego que su hija salió de la habitación, corrió en busca de su bata y se dirigió prestamente a la cocina. Debía buscar el viejo molde que su mamá usaba todas las pascuas para hacer el conejo que tanto le gustaba a Alejandro y que desde su muerte había dejado de cocinar. Sabía que tenía que estar en algún lugar no tan escondido, que Marcela no debía haberlo dejado tan alejados del alcance de la mano, por si alguna vez, por recóndita que fuera la posibilidad, volvía a hacerlos en un acto de evocación de sus años más felices. Y efectivamente lejos no estaban: en la estantería adyacente a la puerta de la despensa, en la última repisa y al fondo a mano izquierda, detrás del chocolate semi-amargo en polvo, se encontraba. Aprovechó de sacar las dos cosas y al momento que Magdalena entraba la cocina ella estaba con una amplia sonrisa frente a la mesa esperándola.
Bueno, ¿qué esperas? ¡Comencemos en seguida! Le dijo con voz de júbilo mientras entre las dos sacaban la mantequilla, los huevos, los polvitos royal que su hija no alcanzaba, la harina que le había traído su vecina ayer y la vainilla que tantos otros recuerdos le traía. Luego de tener todo junto se dispusieron a efectuar algo que para ella era como un ritual, un ritual casi olvidado, pero que sus manos recordaban como si fuera ayer y todo se desenvolvía con total normalidad, dempolvando todo con un gusto algo amargo pero que detrás de ello escondían sensaciones que pocas veces invadían su cabeza. Luego de unos minutos, la mezcla estaba lista, el molde relleno y el horno precalentado. Introdujeron esa amalgama de futuros olores y recuerdos en el horno y se fueron a acostar en la cama a regalonear.
Tras alrededor de 30 minutos a la cocina volvieron. Al conejo recién horneado del horno sacaron mientras Magdalena escuchaba la historia de Jonás y la Ballena. Y dime, ¿le quieres poner algún nombre? Azrael le respondió ella. Un escalofrió le bajó por su espalda y una gota de perturbación se fijó en su rostro. Ella hizo como que reía y le propuso que le pusieran Bugs, como el dibujo animado que a las dos encantaba. ¡Sí!, respondió ella con alegría. Lo dejaron sobre la mesa, a que enfriara luego de haberlo sacado del molde. Antes de salir nuevamente de la cocina ambas probaron un poco de lo que había quedado en el molde. Estaba delicioso.
Tras cerrar la puerta de la cocina un extraño y fugaz destello la ilumuinó completamente. Una pequeña y efímera forma de vida había nacido. Con dificultad, Bugs abrió los ojos, la luz lo cegó unos instantes, luego, quedó asombrado. Había entrado a un mundo lleno de color, diferentes aromas inundaban la cocina y mil y un sonidos entraban por sus grandes oídos. Todo le parecía exquisitamente brillante, lleno de vitalida, aunque sólo él pudiera moverse en aquella habitación. Se quedó expectante, esperando que algo pasara, que alguna luz cambiara radicalmente la configuración de todo lo que ante él estaba, que algún sonido sublime lo sobresaltara, que algo se moviera y pasara enfrente de él, que alguien lo tocara. Tras unos momentos estáticos, sin que ningún acontencimento acaheciera, decidió caminar, como si fuera lo más natural del mundo y siempre lo hubiera hecho. Se cayó. Tenía las patitas pegadas, había observado con detenimiento todo excepto a él mismo. Miró que efectivamente podía mover sus manos, y que había un pequeño espacio entre sus piernas que podía ser removido y le daría cierta movilidad, limitada, pero suficiente para lanzarse a descubrir ese vasto nuevo mundo. Esto iba a doler.
Miró hacia arriba, esperando encontrar consuelo alguno pero solo observó un cielo raso blanco, semi-brillante. Respiró hondo, juntó fuerzas, agarró un objeto metálico que le llegaba hasta el nacimiento de sus piernas, tenía una forma ovalada y cóncava en su extremo seguido por una sección larga y estrecha. Con dificultad logró ponerla entre sus inhábiles manos. Se sentó. Respiró hondo nuevamente. Elevó sus manos y con una fuerza desde todo punto de vista desmedida se enterró la punta de metal entre sus piernas. Lanzó un gritó hacia el cielo que nadie escuchó. Al poco rato encontró un pequeño objeto circular de color blanco, algo blando, que colocó en su boca para poder de mejor manera el dolor aguantar, y así un largo rato procedió y en lo poco ya que de vida llevaba numerosas lágrimas reconoció. Justo cuando hubo terminado la puerta se abrió y de manera presta todo lo que estaba haciendo él dejó. Se volvió a parar y en la misma posición en la que sus ojos había abierto bien quieto se quedó.
Magdalena entró a la cocina, saltando, sonriendo y cantando. Miró al conejito y algo extraño en el notó. Había una cuchara y un montón de miguitas de brownie a su costado. Pensó que podía haber sido alguna de sus hermanas que lo había estado tallando y cuando termino se aburrió y se fue sin probarlo, cosa bastante extraña pero al fin y al cabo posible. Juntó todas las migas con sus manitos y se las comió. Miró al conejo de nuevo, le pareció que se había movido, que había abierto sus ojos, pero nada más pasó. Dio media vuelta y se dirigió nuevamente al cuarto de su madre. Dejó la puerta abierta.
Ahora sí, el escenario había cambiado, el tenía sus pies libres y pudo sentir como se movían y los movió enérgticamente. La puerta estaba abierta y desde su posición se veían unos pequeños objetos brillantes y arrugados con forma de ovoide. Se paró. Dio un par de pasos para ver cómo era poder moverse. Se sentía bien. Caminó despacio, lo más despacio que pudo, a un ritmo normal, un poco más acelerado, casi corriendo. Se cayó nuevamente; no podía ir a una velocidad mayor que aquella, se puso algo triste, pero era algo importantísimo para tener en cuenta. De alguna forma sabía que cada vez que alguien entrara a la cocina él debía estar allí, ni un centímetro más a la izquierda, ni un centímetro más a la derecha, ni un centímetro ni más ni menos para ningún lado. Pero eso por ahora no importaba, la vía estaba despejada, quería ver qué era esa extraña cosa que brillaba a lo lejos. Miró hacia ambos lados en busca de alguna forma de bajar. Al fondo, a la derecha, divisó una serie de objetos semi-curvos que sobresalían de las paredes. Caminó hacia ellos, estaban lo suficientemente cerca como para poder bajar. Nuevamente miró hacia el cielo para ver si encontraba ayuda alguna, pero sólo encontró un cielo raso, blanco, semibrillante. Un extraño sentimiento se posó dentro de su pecho. Respiro hondo y exhaló fuerte. Se puso de estomago y lentamente se arrastró hacia el borde del mueble, se comenzó a doblar y mover los pies en busca del soporte que lo ayudaría a bajar. Se dio cuenta que todavía no sabía cómo iba a seguir descendiendo, menos de cómo iba a regresar a su posición original, pero ya era demasiado tarde: había logrado hacer contacto con su primer eslabón que lo llevaría a suelo más firme. De una manera más fácil de lo que pensaba se había estabilizado con los dos pies sobre sus improvisados peldaños. Acto seguido se agarró firme del borde superior del mueble y comenzó a descender su pie derecho, de la misma forma que hacía unos segundos, hacia el segundo peldaño. Pero no lo encontraba, movía su piececito de manera frenética pero no lo encontraba. Pensó en mirar nuevamente hacia el cielo, pero sabía que se encontraría con el techo raso, blanco y semibrillante. Logró hacer contacto, estaba más frio de lo que esperaba, allí ya no llegaba el sol. Con más tranquilidad comenzó a mover su pie izquierdo hasta que logró pararse, su cuerpo había quedado totalmente extendido y entendió que era tiempo de bajar sus manos y ponerlas sobre el primer peldaño. El movimiento fue un éxito. Ahora estaba claro cómo bajar y subir de una manera simple pero no por ello fácil de realizar.
Al llegar al suelo éste se sintió tibio, grato. Ante él se extendía algo parecido a una gran planicie de dimensiones incuantificables donde a lo lejos, aunque ahora bastante más cerca, brillaba el objeto de deseo. Se dirigió sin pensarlo hacia él, si bien la distancia entre ellos no era menor, no sería difícil recorrerla, era plana, y en comparación con lo que acaba de realizar parecía un chiste y lo fue. Al llegar allí lo tomó entre sus manos, se sentía áspero pero a la vez suave. Lo giró para apreciar cada pequeña parte de éste y notó que tenía un pequeño fragmento que sobresalía de las demás. La tocó, se movía con facilidad. Lo dejó en el suelo y comenzó a doblarlo hacia afuera y notó que el resto del objeto seguía su movimiento. Se entusiasmó y comenzó a doblarlo más, a tirarlo y tirarlo con una violencia cada vez mayor al ver que se asomaban superficies oscuras como del color de su piel. El envoltorio se rompió y como si esto fuera una cuestión de lo más común prosiguió con el resto hasta que el objeto brillante ya no lo era más y entre sus manos abrazaba una cosa suave y agradable al tacto. La olió y su aroma le pareció extremadamente familiar. Se la llevó a su boca y lo probó, el sabor le parecía intinsicamente conocido, y con sus dientes lo intentó morder mas no pudo al comprimirse éstos por lo que siguió lamiéndolo. Al levantar la cabeza observó una seguidilla de envoltorios metálico que él no había dejado allí. Caminó en su dirección mientras continuaba saboreando su nuevo descubrimiento. Escuchó un ruido, provenía desde donde se dirigía. Se paralizó. Miró hacia el cielo y esta vez notó que era blanco pero que no brillaba y supo que tenía que devolverse. Escuchó nuevamente exactamente el mismo sonido pero más fuerte. Soltó lo que tenía entre manos y movió lo más rápido que pudo sus pequeños piececitos evitando irse de bruces hacia el suelo. Justo a tiempo logró colocarse en su posición original.
Magdalena entró feliz a la habitación seguida de su mamá y escuchó algo relacionado de un tal Jonás y algo que se llamaba ballena y cómo uno de ellos vivía dentro del otro pero que a ella no le hacía lógica alguna y su mamá rió y de repente sintió como lo levantaban y de repente sintió que escuchaba menos y de repente se percató que le faltaba una oreja y veía como una niña se iba más feliz de lo que había entrado y escuchaba atentamente como el hombre había logrado entrar a la ballena y vivir en ella. A ella le encantaba esta historia.
Dolía, dolía horriblemente y durante lo que quedaba del día no movió ni un dedo más. Intentó imaginarse qué era una ballena y cuán distinta sería de él, mas no lo consiguió.
Al día siguiente abrió los ojos, Magdalena, 2 niñas más, y su madre estaban sentados frente a él y conversaban alegremente, todas reían y sol iluminaba de una bella manera sus rostros. Mamá, danos un abrazo antes que nos vayamos, el conejo escuchó. Y observó cómo cada una de ellas recibía “un abrazo” y luego dejaban la habitación y, cuando la última ya se perdía de vista, dio media vuelta, lo agarró y su segunda oreja comió. Dolía, dolía horriblemente. Paz.
Una persona desconocida entró a la habitación. Vio como algo escurría a su lado y resbalaba con otro objeto desconocido y a ratos parecía sutil y a ratos violento dependiendo de la superficie contra la que chocaba. Uno de los objetos quedó erecto detrás de él. Tuvo curiosidad, había notado que éste brillaba y que las cosas se veían dada vueltas sobre su superficie. Esperó a que la señora cuyo nombre nunca escucharía saliera de la habitación. Se sentía apremiado, el tiempo pasaba lento y el dolor se iba yendo sin ningún apuro, la verdad es que no tenía donde irse. Quería mirar al cielo, aunque supiera que no encontraría allí consuelo alguno pero algo lo obligaba a hacerlo. La señora no se iba, no se iba nunca, pasó un tiempo que podría haber sido un par de horas si es que Bugs las hubiera conocido; vio cómo cosas entraban de una forma a un sector y salían otras, cómo con las manos ella transformaba un cúmulo amorfo en algo inteligible, cómo la configuración natural de las cosas se volvía rígida y a ratos estéril. Y la señora no se iba y podría haber pasado otra hora más si es que Bugs supiera lo que era una hora y la señora no se iba, y no se iba y no se iba y no aguantó más: de una manera brusca giró y se encontró cara a cara con la verdad. Se presentó a él mismo, se dio la mano, se dijo hola o creyó que lo había hecho, una vibración había sentido en su garganta. Se contempló de pies a cabeza y observó su contorno superior irregular, con ciertas hendiduras hacia sus ojos que no había sentido y se puso a imaginar cómo habría sido esa parte que le faltaba y le había permitido escuchar, pero no consiguió nada que lo satisficiera. La señora salió.
Recordó la pista de envoltorios brillantes y el lugar de dónde el sonido que lo ahuyentó había venido. Quiso dirigirse hacia allí, quería ver si podía encontrar más de esos exquisitos objetos oscuros, suaves y ovalados. Se apresuró a bajar nuevamente su improvisada escalera y le pareció bastante más fácil: tenía un peso menos encima y era más estable. Al llegar abajo temió que lo descubrieran en el camino, ya no era capaz de escuchar los ruidos que antes le habían advertido, pero qué más daba, ya había recorrido la parte más dificil del trayecto. Caminó con calma mientras en su mente maquinaba qué forma daba término a su cuerpo, fue un acto infructífero, no tenía ninguna respuesta, la verdad es que conocía demasiado poco del mundo para poder si quiera imaginar la situación más simple en la que él no hubiera estado, el concepto de empatía estaba todavía, y lo estaría para siempre, muy lejos de su alcance. Siguió el mismo camino que había tomado el día anterior, y es que no había otra posibilidad, no había otro camino ni elección alguna que tomar, y encontró que la huella seguía ahí, solo que de manera más difusa, y se fue dirigiendo siempre desde un envoltorio hasta otro, esperando encontrar rastro de lo que nuevamente deseaba probar.Después de unos intentos se percató que todo indicaba que los restos provenían de la siguiente apertura, por lo que omitió los últimos para evitar mayor demora. Inmediatamente al entrar una profunda sensación de asombró lo invadió, allí, a lo alto, rodeado de un montón de cosas para comer, había una figura en extremo parecido a él y pudo por fin completar lo que su imaginación no le permitía. Pensó que era más bello como era antes, pensó en por qué él no se movía, pensó en que en esos momentos quería “un abrazo” y el piso se movió de manera cada vez más fuerte y supo que no alcanzaría a llegar de vuelta a su lugar y se escondió, esperando que la señora que se llevaba los envoltorios no entrara a la habitación y cuando entró rogó que no se diera cuenta de su ausencia.
Su símil brillaba, brillaba igual que todo lo que le rodeaba y su próximo objetivo era él, pero tendría que ser más tarde. Sintió numerosas vibraciones en el piso y presumió que Magdalena y las demás habían llegado. Debía dirigirse de regreso a su habitación y así lo hizo.
Magdalena entró feliz a la habitación sonriendo y cantando conjunto a sus dos hermanas y una de ellas se iría con una sonrisa aun más pronunciada en el rostro. Las tres sacaron de sus bolsos unos potecitos donde habían llevado la colación para el colegio y, la tercera, después de pasárselo a la señora, se dirigió hacia Bugs y con una facilidad que dolió, que dolió terriblemente, le arrancó un brazo con sus manos. Se desmayó.
Despertó adolorido. Miró con terror su brazo, o más bien dicho la ausencia de éste y se preguntó si sería capaz de bajar nuevamente su improvisada escalera y ver qué había pasado con su compañero o compañera que había visto hace unos momentos, puede que el día anterior. Se sentía confuso, un extraño sentimiento se apoderaba de ese espacio que no debería estar vacío. La cabeza le daba vueltas, la vista se le nublaba y veía al techo venírsele encima numerosísimas veces. Algunas creía que su extremidad izquierda había vuelto a aparecer sólo para luego caer nuevamente en un triste estado depresivo. Luego de eso pensó que sería mejor quedarse ahí, quietecito. Luego que sería mejor esconderse en algún lugar, luego que eso no serviría para nada y luego que lo único relevante que podía hacer era intentar reencontrarse con su igual aunque fuera lo último que hiciera.
Con una energía renovada, aunque con serias limitaciones dentro de ésta, emprendió camino hacia la escalera. Logró poner ambos pies en el primer escalón con escasa dificultad y cuando iba camino al segundo su pequeño brazo no pudo más y en caída libre contra el piso chocó. Mareado, con un serio dolor de cabeza y sintiéndose algo más plano, menos voluminoso pero igual de pesado, varias veces intentó pararse y aún mas evitar de caerse en el primer intento. Se desesperó. Ante él se presentaba ese insondable cielo raso blanco y brillante al cual pedía gritos algo de ayuda, alguna imagen que se dibujara en él pero lo único que pudo ver fueron unos objetos blanco o no tan blanco, moliendo lentamente migas de café oscuro en su boca y estas desaparecían para siempre jamás. Al lograr levantarse se sintió débil, fatigado, pero siguió. Repitió el mismo camino que la vez anterior, verificó que el piso no presentará ninguna vibración extraña ni que por el pasillo apareciera la señora que cautivo lo tenía en su habitación. La ruta estaba despejada. Al llegar a la entrada encontró la puerta casi completamente cerrada. Intentó empujarlo pero no pudo, por lo que tuvo que intentar pasar por el pequeño intersticio dejada entre ésta y el marco y lo logró con facilidad, su nueva morfología había resultado de gran ayuda.
Al entrar divisó un espectáculo macabro. Atrás quedaban las dolorosas mutilaciones que él había sufrido, la gran caída recién acaecida, la búsqueda vana de reconforte y las largas horas de espera para poder lograr moverse nuevamente. Ante sus ojos y a una distancia que le permitía ver con más detalle de lo que él nunca quiso ver, Magdalena despedazaba la cubierta brillante que cobijaba y protegía a su compañero o compañera, eso no tenía la menor importancia. Ahí se encontraba perdida la última esperanza de encontrar alguna compañía, de intentar comprender qué era o llegaría a ser, de verse junto a alguien caminando un poco más allá de esos primigenios e inhóspitos pasillos; sabía que algo enorme y sorprendente podía encontrarse con un poco de esfuerzo, al fin y al cabo, en sus momentos de inmovilidad podía vislumbrar a través de la ventana un siempre cambiante escenario con diversos, alegres y no tan alegres colores que tanto seguían asombrándolo; habían cosas que se movían en esos parajes tal cual como él lo hacía y quería conocerlas. Al fin y al cabo, tenía una gran curiosidad que saciar y un gran vacío de soledad que llenar y todo ello quedaría exactamente igual gracias a ese extraño ser que en estos momentos despedazaba gozosamente sus últimos fragmentos de ilusión y probablemente de cordura.
Cabizbajo, con la vista nublada y sintiendo cómo su rostro se humedecía volvió a su habitación. Hizo pequeños amagues para subir la escalera pero no pudo. Con su espalda contra la pared se sentó y quedó inmóvil larguísimo rato hasta que la señora entró, lo tomó y dejó de donde nunca debió moverse. Se quedó estático, en blanco, vacuo. Desde ese momento no observó nada más, un sinfín de imágenes fueron desfilando frente a él de las que sólo rescataba la entrada de las hermanitas con un posible nuevo desmembramiento.
Dos días pasaron y de Bugs sólo quedaba la cabeza. Magdalena entró una vez más alegre y danzante a la habitación y lo observó con ojos de preocupación. “¡Este último pedazo es mío!”, dijo con alegría, “Yo te hice, yo te terminaré de comer”. En esos momentos el conejo comprendió con terror al ver los ojos de ella que ese era el fin de su existencia, que sería destrozado con asombrosa facilidad por esas fauces implacables. Recordó la historia de esa tal ballena y ese tal Jonás implorando que fueran verdad, para que hubiera algo más allá de esa oscura cavidad a la que se acercaba sin escapatoria alguna.
El terror duró algo menos que un segundo.
Despertó. Estaba totalmente oscuro. Creyó sentir sus extremidades nuevamente, por lo que intentó caminar y lo logró. Se tocó sus brazos, sus piernas, sus orejas: podía escuchar nuevamente pero tristemente ningún sonido deambulaba por el ignoto lugar donde se encontraba. A cierta distancia se vislumbraba una luz rojiza y a ratos tambaleante. Emprendió rumbo hacia ella y constató que sus pasos no producían ruido alguno, que sus pies no estaban ni calientes ni helados y podría estar perfectamente en medio de la nada o en la boca de la muchacha. No lo sabía. No quería saberlo y sin embargo continuó. La luz permanecía a una distancia fija, no importaba cuánto caminaba ésta seguía viéndose igual de pequeña o quizás incluso más. Comenzó a sentir calor sin que la temperatura de los alrededores subiera, luego frío y luego ondas que se intercalaban de manera súbita y avasalladoras. El peso de quizás qué se cernía sobre él y se sentía totalmente impotente. Pensó en que quizás hubiera sido mejor nunca haber existido, la palabra felicidad se desdibujaba de manera cada vez más notoria de su escueto diccionario y se aferraba con dientes y uñas a los pequeños fragmentos que sus escasos primeros segundos de vida habían construido en su memoria.
Se tiró al piso y lloró, lloró y lloró. Repentinamente el lugar se iluminó por completo. Un largo e infinito pasillo se dibujó hasta el horizonte y mucho más allá de éste, lleno de puertas y luces rojas y tambaleantes dispuestas con una escalofriante asimetría y aleatoriedad. Se sentía como si el corredor fuera un ente consciente, que palpitaba y se reía de él haciendo aparecer y desaparecer las puertas grandes y chicas, nuevas y viejas, del mundo que él conocía y de unos que jamás en su corta vida ni aunque hubiera sido cien veces más larga alcanzaría a conocer. Sus oídos por fin percibieron un sonido muy leve y comenzó a saturar al ambiente mientras éste iba in crescendo y comenzaba a envolverlo y asfixiarlo. Por última vez miró hacia el cielo raso de esta nueva habitación para ahora encontrarse con una repetición completamente inteligible de figuras y fotografías cada una completamente distinta de la otra pero donde cada una le recordaba la imagen de su compañera – ahora estaba seguro de que era ella, no el – antes de haber sido destrozada.
Se levantó. Su vista se perdió en el horizonte. Abrió la primera puerta, un escenario dantesco de seres irreconocibles e indescriptibles, pero ciertamente alejados de toda belleza, se percibieron extrañados frente a su presencia. La cerró. Siguió adelante.
Un largo camino le quedaba: En algunas encontraría escenas que ningún ser humano dudaría en llamar como paraísos terrenales, otras a habitaciones que le resultaron endiabladamente conocidas y otras en que una habitación completamente blanca con una capacidad totipotencial para ser llenada con lo que a uno se le viniera a la mente se encontraría. Y así, seguiría con la esperanza de que tras escuchar el chasquido que daba paso a una nueva habitación, ella lo estuviera esperando, esperando con los brazos abiertos y una sonrisa en el rostro, y poder al fin cruzar ese abismo insondable y cerrar… cerrar la última puerta.

Texto agregado el 13-05-2010, y leído por 226 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
13-05-2010 uyuyuy, esto merece 3* Meretriz
 
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