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José Antonio Carrero


El Joven Y El Beduino


Llevaba casi cinco años caminando sin parar por aquella sofocante tierra desolada que desde hacía milenios atrás era azotada por un interminable vendabal de arena el cual durante algunas horas del día se hacía mucho más poderoso al punto que hacía recordar aquellos huracanes que azotaban el Caribe y los tifones poderosos que todos los años devastaban el semillero de islas del Pacífico.Durante otras horas,y de pronto,se volvía tan débil que parecía ser una capa de fino polvo de oro que como rocío de granos de polen revoloteaba por todo aquel cielo dejando ver un poco el prohibido color azul celeste y en algunas ocasiones hasta el brillo del sol.A pesar de que su intensidad variaba según las horas del día sus vientos nunca cesaban de castigar aquellas tierras y aquella gente.Según contaban las viejas historias de los beduinos que habitaban aquella olvidada parte del mundo antiguo los vientos de aquel vendabal de arena le daban la vuelta al mundo,el cual para ese entonces no era tan pequeño como lo es ahora,y volvían por estos senderos cargando voces extrañas que en ocasiones parecían rogativas,súplicas,llanto atragantado,ladridos de perro macho,gritos de hembra en celo y cuya procedencia nadie había podido descifrar con exactitud todavía pero que las historias que la gente pasaba de boca en boca aseguraban que eran voces de guerreros antiguos entrelazadas con rugidos de bestias horrendas nunca antes vistas por ojo humano alguno y que salían en las noches a sepultar sus propios huesos cada vez que la tormenta los dejaba expuestos.Había escuchado a los beduinos decir que todo aquel vendabal que azotaba ininterrumpídamente aquellas tierras se trataba de una maldición terrible que había caído sobre un príncipe guerrero que había gobernado aquella región del mundo hacía muchos siglos atrás y el cual seducido por sus ancias de poder y gloria,un día,reunió sus ejércitos y arremetió contra los imperios vecinos rompiendo los milenarios tratados de paz que habían sido establecidos por su padre.
La arena de aquel desierto miserable que ahora gobernaba aquellas regiones del mundo antiguo,se colaba en sus zapatos con insistencia dolorosa provocando llagas en sus pies que,después de haber andado todo un día por el desierto,le dificultaban el caminar y le recordaban que cinco años después de haber comenzado su travesía por el desierto todavía estaba vivo.De no haber sido por aquellos pequeños lagartos que pasaban el día ocultos debajo de la arena y que se desenterraban por las noches para recorrer el desierto en busca de carroña,de agua y los que le lamían las llagas de sus pies mientras él dormía hasta curarlas por completo antes de la llegada del amanecer,él no hubiera llegado muy lejos.El sol ardía sin misericordia por esa parte del mundo de los muertos y no tanto de los vivos y la arena cargada por el vendabal se estrellaba como pequeñas flechas contra su humanidad.El agua que llevaba consigo y la cual había recolectado en un oasis que había estado en esa región del mundo desde ese primer instante en el cual el mundo se hizo mundo y alrededor del cual se podían encontrar monumentos egipcios,algunas tumbas y hasta armas antiguas,justo dos días después de haber comenzado su viaje por el desierto,se había agotado hacía un poco más de cuatro años atrás.Sus pasos ya no tenían ni el ánimo ni las fuerzas que tenían al comienzo del viaje.Ahora parecía que cada paso que daba lo daba arrastrando todo el peso de la humanidad completa.En medio de aquella nada y de aquel calor infernal comenzó a preguntarse si cruzar aquella desolada región del mundo había sido una buena decisión o una locura.
-Después de haber recorrido media humanidad en una búsqueda interminable por llenar el profundo vacío de su corazón,después de haber escapado del mismo estómago de la muerte doscientas treinticinco veces,para ser exacto,finalmente encontraba mi tumba,solo,entre serpientes zigzagueantes que vivían empeñadas en dejar su inconfundible rúbrica sobre las siempre cambiantes arenas del desierto,entre escorpiones de fuego que vomitaban veneno por sus rabos,entre la hirviente arena que según contaban las historias antiguas se había tragado ejércitos completos y hasta había vomitado los huesos de reyes arrogantes.Había vivido en ochenticinco países diferentes.Había sido secuestrado de mi casa,en medio de la noche oscura,veintiuna vez por escuadrones de la muerte bajo el mando de regímenes dictatoriales que habían declarado mis escritos como el enemigo principal de sus gobiernos.Diecisiete veces,para ser exacto,fui sometido a incontables horas de tortura por mis secuestradores.Fui herido mortalmente por el enemigo en el frente de batalla nueve veces y siete veces mis compañeros de armas cavaron mi tumba y esculpieron mi nombre sobre la fría lápida.Mis ojos habían visto catorce guerras sangrientas y sin sentido alguno,once revoluciones miserables,siete levantamientos de mierda y dos invasiones distintas.A todo ésto había sobrevivido,y todo para nada,para que ahora,bajo todo el peso sofocante de aquella temperatura infernal,mi cuerpo finalmente comenzara a tornarse mortal,mi vista comenzara a tornarse empañada y mi vida comenzara a fundirse con la arena del desierto.-pensó mientras arrastraba su moribunda humanidad por aquella arena.
Por primera vez en su vida se quedó tendido,al borde de la agonía, bajo la mirada protectora de los enormes y blanquesinos huesos de una bestia prehistórica que formaban parte de todo un enorme promontorio de rocas milenarias que sobresalían,retantes,como gigantescas estalagmitas, monumentos a la nada del desierto y a las entrañas del vaporoso mar de arena hirviente.Cuando abrió los ojos nuevamente lo hizo para encontrarse acostado,en una fresca esquina de una tienda,sobre un mar de sábanas finas.Unos cómodos almohadones que estaban cerca hacían una perfecta combinación con aquellas sábanas sobre las que descansaba plácidamente.Observó con cuidado aquella tienda,parecía la tienda de un rey babilonio.Bajo aquel techo habían baúles adornados con piedras preciosas y metales finos.Se dio cuenta que una espada,cuya vaina estaba labrada en oro y plata y cuya empuñadura terminaba en una cabeza de un fiero león rugiente descansaba sobre uno de los baúles.Junto a ella había una pequeña daga con una vaina labrada en oro y plata la cual hacía juego con aquella espada.Quedó impresionado con el gusto que tenía el dueño o la dueña de aquella tienda,después de todo había pasado cinco años recorriendo aquella nada del desierto sin encontrar rastro de vida alguno,sin escuchar voz alguna que no fueran aquellas voces que eran cargadas por el viento cuya procedencia no había podido descifrar a pesar de que en algunas noches le parecía que provenían de alguna región cercana.No tenía la más mínima idea de cómo había llegado hasta allí.Afinó su oído con dificultad por unos minutos hasta que logró escuchar el ruido inconfundible del ganado y el llanto y la algarabía de niños jugando.Revisó sus pies,las llagas habían desaparecido por completo,los pequeños lagartos del desierto habían hecho su trabajo a perfección nuevamente.Se levantó de entre las sábanas después de haber echado una ojeada a la tienda.Por la entrada de la tienda se colaba sin ninguna inhibición la claridad del exterior.Se dirigió hacia la entrada de la tienda asomándose tímidamente por entre la apertura de la entrada,era la primera vez en cinco años de viaje que veía el color azul celeste,era la primera vez en cinco años de viaje que contemplaba claramente la anchura del cielo,era la primera vez en cinco años que veía al sol brillar en toda su plenitud.Vio un puñado de niños que corrían jugueteando en los alrededores de la tienda.Se detuvieron para observarlo por un instante.Sonrió tímidamente saliendo hacia el exterior de la tienda.Los niños continuaron su carrera desapareciendo en un segundo.Miró a su alrededor,habían más tiendas en los alrededores.Caminó lentamente,sin tener la más mínima idea hacia donde se dirigía,por entre aquellas tiendas desconocidas para él y por entre aquellos chiquillos que no paraban de corretear,tratando de absorber por los poros todo lo que veía a su alrededor.Los niños seguían correteando por todo aquel lugar gastando sus inagotables reservas de energías.Se detuvo por un segundo,miró hacia la lejanía,alcanzó a ver en la distancia y por entre las nubes de polvo que se levantaban hacia el firmamento,el desierto de la eterna tormenta.Miró hacia el lado opuesto y vio las figuras de unos hombres que acompañaban algún tipo de ganado que se movía en lenta caravana por el valle.Continuó su marcha tímidamente por aquel campamento.Cerca de una tienda se tropezó con un pequeño grupo de mujeres que echaban en unos envases hechos de cuero la leche que habían recolectado durante el día.Detuvieron su trabajo por unos segundos,lo observaron sin ningún temor,las más jóvenes y atrevidas sonrieron alegremente mientras que las de mayor edad continuaron su trabajo.Murmuraron algunas palabras entre ellas,rieron tímidamente y luego todas continuaron haciendo su trabajo.Convecido por completo que se reían de él sonrió tímidamente.Continuó su marcha sin prestar más atención a aquellas mujeres.Miró hacia su izquierda,cerca de allí,a unos cuantos pies de distancia,otro pequeño grupo de mujeres cocinaba afanosamente unos pedazos de carne sobre el fuego.El inconfundible olor que escapaba de las brazas junto a la escena de aquellas mujeres que cocinaban afanosamente aquella carne le confirmó que aún estaba vivo y que llevaba mucho tiempo sin probar bocado alguno.Mientras caminaba entre aquella gente desconocida para él un anciano de apariencia apasible,de cabello canoso,de larga barba,que vestía una túnica color marrón y que caminaba ayudado por un cayado tan viejo como toda aquella tierra desolada,se acercó a él tranquílamente.
-Ya comanzabas a preocuparme.Te encontramos casi moribundo en el desierto de la eterna tormenta-dijo el anciano mientras caminaba a su lado ayudado por su cayado.
Lo miró fíjamente mientras continuaban caminando sin rumbo definido-De verdad que no recuerdo mucho de lo que sucedió en los últimos días.-le dijo
-No te culpo-dijo el anciano.
-¿Por qué?-le preguntó el joven.
-Con la alta fiebre que tuviste los últimos días.-dijo el anciano mientras caminaba tranquílamente junto al joven.-De verdad que no hay mucho que decir.Dormiste por cinco días seguidos,sin probar ni tan siquiera un bocado y sin beber ni tan siquiera una gota de agua.Mis criadas se encargaron de tí.Para ser sincero yo no creí que lo lograrías así que mandé a mis criados a que cavaran una tumba justo en medio del desierto.
-No ha sido el único en pensar que no lo lograría.-dijo el joven.El anciano se quedó callado,pensando,por unos segundos mientras caminaban hasta llegar al final del campamento.
-Eres fuerte,muchacho.-dijo el anciano mientras se detuvo,levantó una mano llevándola hasta su frente para proteger sus ojos del poderoso sol del desierto.El joven hizo exactamente lo mismo que el anciano hizo.En la distancia se divisaban unas pequeñas figuras junto al ganado.
-Mis criados llevan el ganado a pastar.-dijo el anciano mientras miraba fíjamente hacia la lejanía.
-Ven conmigo.-dijo el anciano alejándose de allí después de haber echado una ojeada a sus criados.El joven lo siguió de cerca hasta llegar a la tienda de la cual había salido.El anciano entró a la tienda.Rápidamente puso su cayado a un lado.Se sentó,cruzado de piernas,sobre las mantas que cubrían el suelo de la tienda.El joven se sentó al extremo contrario del anciano,justo en frente de él.Entraron en la tienda,de pronto, un grupo de mujeres jóvenes y bellas.Pusieron sobre las mantas,justo en frente del anciano,pan, leche, carne,queso y vino.Exáctamente todo lo que la humanidad de aquel joven no había probado hacían años.No pudo apartar sus ojos de aquellos manjares que aquellas preciosas mujeres habían puesto en la tienda.Su estómago empezaba a rebelarse en su barriga ante toda aquella comida.
-Come,-dijo el anciano.El jóven no perdió tiempo en meter sus manos en aquellos manjares mientras el anciano se complacía al verlo comer-mis criadas tienen buena mano para la cocina.
-No sé cómo lo has hecho pero sobreviviste al desierto.No todo el mundo hace eso.He vivido en ésta tierra por muchos soles.....han sido muchas las tumbas que he cavado en el desierto para peregrinos como tú.Hay algo especial en tí....estoy seguro de eso.Me gustaría que trabajes para mí.-dijo el anciano.
Al otro día lo levantó agitada una de las criadas de Melbac,el anciano con el cual había dialogado el día anterior
-Levántate,no tenemos mucho tiempo.-ordenó la mujer apresurádamente mientras recogía las cosas del joven a toda prisa.El se levantó de entre las sábanas a toda prisa sin tener una idea de lo que estaba ocurriendo.La criada de Melbac le ordenó que la siguiera mientras ella salía de la tienda apresurada.Al salir de la tienda se dio cuenta que un par de camellos cargados con provisiones esperaban frente a la tienda.La criada de Melbac montó uno de los camellos el cual se levantó del suelo rápidamente emprendiendo la marcha.El joven montó el otro camello rápidamente y la siguió sin hacer ninguna pregunta.En varias ocasiones la mujer miró hacia atrás asegurándose que el joven la seguía de cerca.
-¿Qué sucede?-le preguntó a la criada de Melbac una vez pudo darle alcance.
-Los hombres vinieron desde la ciudad ésta madrugada,adelantaron su llegada al campamento,viajaron toda la noche.Trajeron noticias de que los soldados del gobierno te buscaban en la ciudad.Melbac me ordenó llevarte a las cuevas de las montañas del desierto de la eterna tormenta en donde estarás a salvo hasta que los soldados dejen de buscar por tí.-dijo la mujer.
No comentó nada durante el resto del viaje.Después de un recorrido de tres días llegaron hasta un enorme y escondido corredor entre las montañas.Lentamente recorrieron aquel corredor hasta que finalmente llegaron al otro lado en donde los recibió una pequeña explanada la cual estaba a los pies de una montaña.Después de ascender por aquellas faldas de aquella montaña por algunas horas se detuvieron cerca de un promontorio de viejas rocas que descansaban en una de las caras de la montaña.La criada de Melbac bajó del camello,tomó las provisiones sin decir palabra,dirigiéndose hacia el promontorio de rocas.El joven la siguió de cerca.Caminaron por varios minutos hasta llegar a una estrecha abertura localizada entre dos grandes rocas.
-Aquí estarás seguro.-dijo la hermosa mujer señalando hacia la abertura.Entraron con dificultad por entre la estrecha abertura que había entre las dos gigantescas rocas hasta que llegaron a una cueva.La criada de Melbac le dio varios sacos que llevaba sobre uno de los camellos,en ellos había queso,pan,un poco de carne y vino.También le dio una vasija en la cual había un poco de aceite para que se calentara durante las noches frías.Prometió regresar en unos días con más provisiones y noticias sobre los soldados del gobierno.Aquella noche no pudo dormir,la preocupación de que lo encontraran los soldados del gobierno lo agobió apesar de que él mismo había sido testigo de lo impenetrable que podía resultar el desierto de la eterna tormenta.Le preocupó mucho más que alguien delatara a Melbac.Después de hacer una fogata para calentarse durante la noche agarró las sábanas que le dejó la criada de Melbac.Se recostó cerca de la entrada de la cueva.No sabía por qué aquellas personas que él había acabado de conocer habían decidido ayudarlo a escapar de los soldados.A decir verdad eran tantas las preguntas para las cuales no tenía ninguna respuesta precisa,así había sido toda su existencia ligera.Entre aquella soledad perturbadora la noche se hizo mucho más larga que de costumbre y las voces irreconocibles,los quejidos,los gritos de hembra en parto,los aullidos de lobo moribundo,los ladridos de perro macho,que cargaba el viento se hicieron mucho más perceptibles esa noche y danzaron hasta desfallecer alrededor de aquella fogata.El fuego fue falleciendo lentamente hasta morir por completo a los pies de los primeros rayos de sol que trajo la mañana.La poderosa tormenta de arena había amainado un poco.Salió de la cueva a media mañana para echar una ojeada a los alrededores.Caminó solo por entre aquellas rocas que vigilaban celosamente el camino hasta la cueva.Llevó una de sus manos hasta su frente para proteger sus ojos de la arena que era cargada por el viento aprovechando que la tormenta de arena había disminuído su furia para escudriñar los alrededores en busca de algún intruso.Recorrió el horizonte con su vista,como pudo,sin detectar ninguna señal de vida.Nadie se acercaba hacia la cadena de montañas,por ahora estaba seguro.Regresó a la seguridad de la cueva antes de que los vientos de tormenta cobraran fuerza.En aquella soledad pensó que lo mejor para todos sería que emprendiera el viaje,que se alejara de esa región lo más pronto posible.Era demasiado arriesgado para un hombre como Melbac,que había logrado tanto,que sus tierras comenzaban en donde terminaba el gran desierto de la tormenta pero que,según decían sus criados,no tenían fin y que su ganado era tanto que era imposible de contar,darle refugio a un hombre que por sus ideas había sido declarado enemigo del gobierno.
-Después de todo,huir constantemente,era lo que había hecho toda mi vida.El alzar mi voz ante los constantes abusos de los gobiernos me había convertido en un nómada forzado,en un peregrino constante.-pensó sentado entre aquella aridez acogedora.
Cuando no estaba sentado en la cueva junto al calor de aquel inquieto fuego en donde se quemaban los espíritus del pasado estaba sentado entre las rocas de la montaña espiando el paisaje,tratando de distinguir alguna inconfundible figura humana que se acercara a las montañas.Cuando ya casi se agotaban las raciones de comida que Verónica,la criada de Melbac,le había dejado,apareció por entre aquel vendabal de arena,su femenina y diminuta figura sentada sobre la deforme figura de un camello.Venía cargando desde el campamento con más provisiones.La recibió sentado entre las rocas que estaban a la entrada de la cueva tratando de encender una fogata con el poco aceite que quedaba en la vasija que ella misma le había dejado la vez anterior.
-Mi señor te envía más provisiones.-dijo la criada,Verónica,mientras ponía algunas de las provisiones que había traído con ella en el suelo.
-Le agradezco a tu señor lo que ha hecho por mí,-le dijo el joven mientras avivaba el fuego que había logrado encender-pero me iré en unos días.
-¿Por qué?-preguntó Verónica.
-No quiero causarle ningún problema a tu señor.-explicó el joven.
-No creo que le causes algún problema a mi señor.-aseguró Verónica mientras sacaba algunos de las provisiones fuera de un saco.
-¿Cómo lo sabes?-le preguntó sin tan siquiera mirarla.
-Creo que conozco a mi señor mejor que tú.-dijo Verónica.
Aquella noche pensó en lo que había dicho Verónica.Aquella extraña mujer lo hizo cambiar de parecer algo que ningún mortal ni tan siquiera las doscientas treinticinco veces que sobrevivió a la muerte,ni las veintiuna veces que fue secuestrado,ni las diecisiete veces que fue torturado,ni las nueve veces que fue herido mortalmente,ni las siete veces que se levantó casi de la tumba,ni las catorce revoluciones sin sentido,ni las once revoluciones miserables,ni los dos levantamientos de mierda y mucho menos las dos invasiones distintas de las que había sido testigo,habían logrado hacer.La voz de aquella mujer se movía en su cabeza de un lado para otro sin descanso alguno,por momentos más rápido y por momentos mucho más lento,pero estaba siempre presente,como lo estaba aquella tormenta del desierto,unas veces más poderosa y otras veces más dócil.Decidió quedarse allí,en aquel oscuro lugar del mundo,entre aquella arena de oro fino,el calor mundano del desierto,a la orilla del desierto de la eterna tormenta.Pasó muchos años entre la gente de Melbac hasta convertirse en su preferido por su disciplina y su dedicación al trabajo.No pasó mucho tiempo en quedar al mando de las tierras y de las posesiones de Melbac.Una tarde calurosa del desierto el joven fue a buscar a Melbac.Le dijeron en el campamento que había salido muy temprano,antes del amanecer,así que se dirigió hacia un promontorio cercano en donde de seguro lo encontraría.Después de caminar por cerca de una hora llegó a un promontorio que dominaba la región.Según las historias de los beduinos de la región aquel promontorio había sido habitado desde tiempos inmemorables por diferentes pueblos los cuales lo convirtieron en una fortaleza impenetrable pero desde hacía unos cuantos cientos de años,desde que los soldados romanos la destruyeron,nadie había habitado aquella región.Sólo las tribus de beduinos que cruzaban constantemente aquellas tierras en búsqueda de mercancías paraban allí.Subió lentamente aquel promontorio y encontró al anciano en la cima,sentado,meditando,mirando hacia la lejanía.El anciano notó su presencia pero lo ignoró,siguió contemplando el paisaje un poco melancólico.
-Allá está mi esposa y mis hijas-dijo el anciano luego de unos segundos mientras miraba hacia unas montañas que se divisaban en la lejanía.El joven llevó su mano hasta su rostro tratando de proteger sus delicados ojos de la inclemencia del desierto mientras escudriñaba la lejanía tratando de divisar la cadena de montañas sobre las que hablaba Melbac.No logró divisar nada,sólo aquella tierra media devastada gracias a tantos siglos de pastoreo,de guerras,aplanada por tantos siglos de caravanas de beduinos.
-Escucha con cuidado hijo,-dijo el anciano-ya estoy entrado en años.Ya no me queda mucho por vivir.Lo más que quise en ésta vida,mi mujer y mis hijas,estan allí enterradas,en aquellas montañas.Quisiera pasar los pocos años que me quedan cerca de ellas.No tengo hijos que puedan heredar mis posesiones y llevar mi nombre con orgullo.Estoy convencido que por eso el destino te trajo hasta aquí,te permitió que sobrevivieras al desierto de la hirviente arena y de la eterna tormenta,que habitaras en mi casa,entre mis criados.Aquel día el anciano beduino se marchó dejando al joven al mando de todas sus posesiones,de todas sus riquezas.Bajo su mano se multiplicó el ganado,aumentó el número de caravanas que marchaban a mercadear hacia regiones cercanas y distantes y de las cuales traían sal y especias para preservar y condimentar la carne y los demás alimentos,piedras preciosas,todo tipo de granos y de ganado,vino,aceite y finas telas de colores brillantes.Su fama como uno de los hombres más sabios de la tierra se esparció como los vientos de aquel vendabal que azotaba aquellas tierras del desierto.Su nombre fue conocido en las ciudades,en los palacios,en los mercados,en las calles y su palabra fue más valiosa que el oro mismo.Se casó con Verónica,la criada de Melbac.Llenó su casa de hijas que le dieron infinita alegría y las que se casaron con sus criados y le dieron infinidad de nietos.Fue tanta su riqueza que enemigos de todas las regiones del mundo confabularon contra su familia,vivió de guerra en guerra las que se llevaron poco a poco a sus yernos,sus hijas y hasta su mujer y cuyos cuerpos enterró uno a uno en aquella cadena de montañas en las que descansaban los restos de Melbac,de su esposa y de sus hijas.La inmensa mayoría de sus más fieles criados,los cuales habían pasado muchos años junto a él,ahora estaban muertos.
-¿De qué servía tanta riqueza? ¿De qué servía tener tanto poder? ¿De qué le servía todo si lo más que quiso en la vida,sus hijas y su mujer,estaban muertas?¿De qué le servía todo si ni siquiera podía dormir tranquilo durante la noche?se preguntó un día a los pies de la tumba de su esposa y de sus hijas.Ese día comprendió al anciano beduino.El anciano no se había ido porque había querido irse,el anciano se había ido porque había comprendido que la riqueza,en ocasiones,viene acompañada de mucho dolor,de mucha melancolía.Obras adicionales en http://jacarrero.i8.com

Texto agregado el 16-05-2010, y leído por 112 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
16-05-2010 Excelente cuento. jonathanc
 
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