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Creo que hoy entró un virus en mi mente o quizás está hace mucho tiempo y no había querido darme cuenta. Ya sabes hay veces en que uno trata de hacerse el desentendido de ciertas cosas, pero creo que tengo que asumirlo y en invierno me es más fácil detectarlo, porque cuando está nublado mi estado anímico se perfora más fácilmente y el desgano se me hace latente. Mis pasos son cansinos y mi mirada es taciturna. Sólo una inyección anímica puede hacer que mis músculos, gestos y sonrisa reaccionen, pero tampoco es tan fácil encontrarla. Parece casi una sublime panacea.

Me gustaría formatear mi mente y empezar todo de cero, sólo dejar aquellos recuerdos que se esconden en mi corazón casi como un baúl enfierrado, pero tengo que continuar con lo mismo, sólo continuar…
-Piiii…- suena una de las micros del centro de Santiago como un vehículo acorazado. Me despierta un poco esa bocina aguda y mis ojos se prenden nuevamente. Esquivo de un lado a otro la multitud que se aglutina en el paseo huérfanos, mientras huelo el olor a maní que se expande por los aires y se mezcla con el perfume de humo de la ciudad. Miro todo como una película, una sensación extraña que a veces se me atraviesa, como que eso real no lo fuera tanto. Creo que es una manera de divorciarme de este mundo un tanto contaminado. Trato de observar todo como cuando era un niño y preguntaba porqué a cada rato para conocer las cosas, pero esas ansias se me esfuman cuando mi figura choca con un vidrio que me dice que ya soy un adulto con una imagen alargada y una corbata rimbonbeante. La corbata lo dice todo, pues ya estoy en ese horizonte, donde una corbata puede ser tu carta de presentación para encontrar trabajo. Donde ya no eres un rebelde y todo lo que hagas tiene una consecuencia inmediata. No puedo darme el lujo de faltar a una reunión o simplemente hacerme el enfermo para quedarme acostado en casa. Ya no puedo mirar feo a alguien aunque me caiga mal; ahora, debo sonreír. Ya casi dejé de ser yo, hasta llegar a mi casa donde puedo liberarme. Lo único que queda de mí es esa corbata con dibujos extravagantes que se amoldan un poco más a mi personalidad, porque en definitiva el traje no me identifica.

Saco un cigarro tras otro, en tanto, continúo con mi caminata. Soy casi una locomotora. Ya he dado al menos tres vueltas a la manzana y estoy un poco transpirado. Una gota se resbala por mi frente. Me acerco al lustrabotas para que realice su trabajo en mis zapatos. Me mira extraño, porque es segunda vez que hago lo mismo. Vuelve a lustrarme con aún mayor empeño, pues mi calzado está brillante como el oro. Saco otro cigarrillo. Continúo mi caminata. Una vuelta más, qué importa.

Veo al mendigo que con el brazo que le queda pide limosna. Siempre me cruzo con él… siempre, pero casi nunca lo miro. Saco todo el dinero que tengo en la billetera: muchos billetes y se los meto a su tarro. El hombre no puede creerlo y ni siquiera saca el habla. Prosigo mi viaje sin destino. Caminaré hasta morir como un caballo desbocado.

A lo lejos la veo. Es ella con su traje rojo ceñido. Nunca le he dicho ni siquiera un hola, pero siempre la admiro, no la miro, la admiro. Su andar se baña en elegancia de manera desfachatada y su cabello castaño brilla casi más que mis zapatos. Ya está casi llegando a mí. Me cruzo frente a ella. Nuestros ojos chocan de frente, certeramente.
-Hola- le digo un poco nervioso y ella sólo me mira. Después la beso en la boca y ella sólo se deja. Prosigo con mi caminata y la mujer se queda parada sin reaccionar. Lo sé, porque con mi cuello di media vuelta y aún seguía ahí. Fue el mejor beso que alguna vez di.

Me saco la corbata y la lanzo al suelo y desabotono mi camisa en los dos primeros botones. Luego, hago lo mismo con la chaqueta, pero esta se la regalo a un mendigo. Reacciono, camino más rápido. Siento la vida, pero ellos están frente a mí. Lo supieron todo. Fui despedido hace una hora. Me esperan…con sus trajes verdes. Así de simple y sólo lo maté…así de simple y es la policía.


Texto agregado el 22-05-2010, y leído por 113 visitantes. (0 votos)


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