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SERES SIN LUZ
Hay un lugar donde los seres
creados por la mente humana
esperan ansiosos su oportunidad
de existir. E.V.D

La flor crecía… Sin tiempo.
Nutrida a ratos por la frágil sombra de la noche.
Sus petalos se confundían con el aleteo violeta de los gorriones.
Nació sola. Siendo el viento quien la trajo de ese remoto lugar donde las nubes pierden su forma.
La dejó ahí, sentada en las raíces del guácimo, para luego esperar impaciente, la llegada de la luna a los cielos.
Esa misma noche nació, al frío abrigo de uno que otro ser de sombra.
Muchas flores habían en aquel jardín, hermosas, soberbias, llenas de vida, pero ninguna como aquella… experta en robarle el color a las tinieblas.
La luz del día la opacaba, parecía marchitarse bajo los rayos del sol. En cambio en el ocaso renacía, sacudiendo su belleza como bailarina nocturna.
Algo extraño había en ella, ya que hasta el viejo jardinero rehuía su presencia con el deceso de la tarde.
Hace tan solo seis meses que la muerte había metido su guadaña en las vidas de aquella gente. Una mujer cansina y de ojos apagados habitaba aquel lugar, con su pequeña hija Lorna de nueve años.
La niña amaba la lectura por culpa de su padre, quien compartía una historia por cada estrella del cielo.
El hombre tenía una inmensa biblioteca que Lorna admiraba en silencio; pero al llegar un invierno los libros callaron, llevándose para siempre la pausada voz de su padre.
Fue la guerra quien lo amarró a su caballo camuflado, haciéndole galopar entre una lluvia de misiles, para luego regresarlo callado, sin sueños, sin vida.
La niña le miró el rostro, lo tenía cambiado, extraño…Y entre lágrimas mudas sintió en su boca un sabor muy parecido al que le dejaban esos cuentos que no le gustaba escuchar.
Por las tardes se inventaba amigos que la acompañaban por la casa, con su cielo de dragones que huían de la luz, mientras crepúsculos rojizos se ahogaban en los charcos de la calle.
Aquella noche tuvo un sueño, uno con voces que la llamaban: “Queremos existir, déjanos existir, como seres reales en tu mundo”
“La flor…ella es el sendero, la guía”
Un sonido seco la hizo despertar. Con temor en los dedos recogió el grueso libro que estuvo leyendo antes de dormir.
En su lomo un título de letras gastadas la miraban: El Mundo Olvidado de las Leyendas.
Lo guardó. Y por primera vez miró hacia el jardín con suma curiosidad.
Los árboles mecían su sombra deteniendo a ratos la noche entre sus ramas.
Con un largo suspiro cerró los ojos, mañana habría mucho por descubrir.
El día se descolgó del cielo como una araña dejando a la niña escudriñar con su vista la variedad de plantas.
Dos gorriones revoloteaban ante una flor. Lorna apretó un libro contra su pecho, dejando escapar una risilla que se enredó nerviosa entre las palmas de un viejo coco.
Tocó suavemente los pétalos de la flor y seguidamente se sentó a leer en voz alta varias leyendas de su libro.
Mientras lo hacía, un cúmulo de imágenes cobraban vida en su mente, de una manera nítida y espectacular.
Cerró el libro asustada, sintiendo la presencia de aquellos seres danzando a su alrededor.
Observó la flor, comparándola a un pequeño duende violeta que escuchaba sus relatos.
Era un día hermoso, radiante de luz y de viento. Con voz pausada continuó con la lectura y de nuevo las imágenes regresaron como estrellas.
Se dejó llevar hacia ese mundo fantástico, sintiendo a ratos el caliente vaho de la Segua sobre su cuello, mirando el rojo intenso de los ojos del Cadejo, escuchando claramente el chuasss-chuasss-chuasss de la Mona en el aire y el eco lastimero de una vieja carreta carente de bueyes.
Día tras día hermosas leyendas desfilaron bajo el frondoso guácimo. Todas ellas oscuras y llenas de misterio.
La flor tenía sus favoritas y la niña lo sabía.
Lo vivía, lo sentía… En la claridad o ausencia de las imágenes que invadían su mente.
Un domingo se quedó dormida mientras leía. Soñó con un pequeño camino de sombras que empezaba a un lado de la flor.
Su jardín se había vuelto inmenso y las hojas secas de los arboles caían sin cesar.
Al final del camino pudo ver un gran árbol con sus ramas viejas y marchitas, semejantes a brazos cadavéricos.
Bajo sus ramas seres sombríos danzaban. Los mismos que existían en sus leyendas.
“Llévanos” – le decían – “Déjanos existir en tu mundo” “Déjanos entrar… válete de las figuras, las figuras”.
Cuando Lorna despertó, la tarde se había marchado. Con asombro pudo notar algo semejante a un camino que se formaba junto a la flor, para luego perderse entre lo oscuro del jardín.
Por vez primera tuvo miedo de todo aquello. De su libro, sus leyendas, del camino, de esa flor…
Decidió dejarlo, y empezar de nuevo. No le gustaba el miedo. ¡La hacía llorar!
Los meses pasaron y Lorna encontró amigos que ocuparon su tiempo.
Pero una tarde entre juegos y bromas, se rieron de su libro, de sus leyendas, de las historias que narraba y de lo tonto que era creer en ellas.
Se marcharon cuando el ocaso caía sobre las casas del pueblo. Rato después alguien rebatía un olvidado saco de juguetes.
Esa noche leyó un par de leyendas, mientras en su mesita de noche descansaban las figuras de cuatro objetos.
Al amanecer los lavó muy bien, buscó pinturas y se dio a la tarea de renovarlos.
De un negro intenso pintó al perro, con los ojos de color sangre.
La carreta la tiñó de un café oscuro, con su par de ruedas negras salpicadas de rojo.
Una mona de rabo largo se fue cubriendo de un negro escarlata, con un rojo de muerte escurriéndole por la boca.
Al caballo le cortó la cabeza, para luego hacerle lo mismo a una esbelta muñeca.
Con sumo cuidado agregó al cuerpo la cabeza del sonriente potro.
Pintó ambas partes de un amarillo hueso, la vistió con el más bello de los vestidos para luego agregarle una hermosa cabellera negra.
Acabada su obra las colocó en el jardín, justo al lado de la radiante flor, con sus vistas puestas hacia el torcido camino de sombras.
Tarde a tarde leía sus historias en compañía de sus pequeños amigos, deleitándose casi al paroxismo por las vivas imágenes proyectadas en su mente.
Fueron casi dos meses después cuando empezaron a circular relatos en los pueblos vecinos. Eran las clásicas historias narradas en su libro. La de hombres que habían visto una sombra en forma de perro, carretas oscuras que no tocaban el suelo, un animal negro brincando entre los árboles y esa mujer hermosa con rostro de caballo.
Eran grandes las secuelas sufridas; tartamudeos, temblores involuntarios, y en el peor de los casos la gente quedaba sin habla, con una espantosa mirada perdida en el rostro.
Cierto que eran pocas las víctimas, pero la calidad de las lesiones daban de que hablar.
Y luego de un tiempo, las leyendas comenzaron a cobrar vida…
Lorna siguió con sus lecturas en las raíces del guácimo, pero notó algo extraño, sus figuras desaparecían al acercarse la media noche.
Se sintió culpable y a la mañana siguiente cavó la tierra, enterrándolas una a una en sitios diferentes.
Arrancó la pequeña flor de raíces plateadas y la dejó ahí, tirada junto a la cerca de la casa.
Deseaba que aquello terminara y pronto… Por eso quemó temblando su temido libro de leyendas.
Pasaron los días, y la flor desapareció.
¡A caso fue el jardinero!
¡O quizás el viento!
Dormía cuando un relincho lejano la sacó de sus sueños.
Corrió hacia el jardín temiendo lo peor. Suspiró tranquila al notar la ausencia de la flor en las raíces del guácimo.
Un gruñido cercano heló su sangre y mirando tras el sombrío árbol, pudo observar con espanto la pequeña flor junto a sus cuatro muñecos. Al lado de la flor, un sendero conocido se formaba.
Sobreponiéndose a la sorpresa corrió hacia la casa. Entró a su cuarto y esperó en silencio, rezando a gritos una oración en su alma.
No tuvo tiempo de terminarla y unos brazos huesudos la jalaron a través del vidrio. Lo demás fueron gritos, relinchos y gruñidos al verse transportada al mundo de sombras que tan bien conocía en sus sueños.
Fue su madre quien la encontró, sentada mirando el jardín, con la locura y el espanto marcados en sus obscurecidos ojos.




Texto agregado el 23-05-2010, y leído por 100 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
27-05-2010 ¡Que poder tiene la mente!, cuando su padre partió, relacionó todo a través de la flor, su imágen pasó, por todo el dolor que esa muerte le causó, esa niña, jamás salió de sus nueve años, ¡que duro!, muy lindo, triste pero lindo, yo escribo cuentos para niños, te invito a que los leas, mi voto 5* y un abrazo gordinflon
 
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