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“Un cielo peligroso en un día de playa”

Hay toda una página en blanco, y es bien triste porque no consigo recordar el momento preciso: no sé si el sol había tejido sobre el cielo una limpia llanura de luz y tuve que hablarte entornando los ojos, haciendo muecas extrañas mientras tú me mirabas a tus anchas con unos ojos nada molestos, o si fui yo, con el sol a mis espaldas, quien avanzó hacia ti muerta de miedo por dentro.

Lo cierto es que estábamos en la playa, dejándonos acariciar por el ritmo indolente de la mañana mientras las gaviotas volaban allá arriba, sobre nuestras cuerpos enlazados.

Al rato te dejé porque tuve que ir donde Cristina para ayudarle a preparar la comida. Había tanta gente en aquella casa que era divertido saludar en cada rincón, mientras Cris hacía las presentaciones:

- Olga, una amiga, el cuñado de José, Juan, y su amigo Julio.

A ese ni caso, decía Cris, es muy divertido, pero un poco fantasma.

Algunos volvían de recoger leña para la barbacoa, y José ajustaba grandes piedras para rodear el fuego. El patio estaba lleno de gente, iban de aquí para allá, colocando sillas alrededor de una larga tabla destinada a ser la mesa para la comida. Desde el interior de la casa llegaban voces y risas.

A Cris le dije que vendría acompañada y me miró sonriente y con malicia. Yo también sonreí, porque esto es como un irse a dormir, le dije, nunca sabes en qué sitio soñarás ni con quién.

Volví a la playa temiendo que sobre la arena sólo quedara mi solitaria toalla roja y una huella de arrastre junto a ella. Pero no, estabas allí, y nos quedamos un rato más mirando los cielos, los de dentro y los de fuera. El tuyo era cálido y nocturno. Enseguida me di cuenta del silencio ¿Dónde fueron las gaviotas? te pregunté mientras caía en la cuenta de que el mar también había enmudecido. “Desde que te fuiste han dejado de pasar gaviotas”, dijiste, encogiéndote de hombros. Yo lo encontraba todo tan callado y tan a la espera…

Te apremié para irnos, pero tú seguías encogido en mi espalda y se te notaba que no tenías ni pizca de ganas de levantarte y sacudir la toalla. Me pregunté dónde habrías estado todo este tiempo. Al fin te levantaste, qué perezoso, y me cogiste de la mano dispuesto a dejarte llevar sumiso, o eso creía yo, porque al cruzar el seto de esa especie de jardín desolado y lleno de palmeras secas que hay antes de la casa de Cris, me miraste, suplicando. Y yo sabía que no podría resistir tus besos mientras te apretabas contra mí, ni siquiera tus manos acariciándome de aquella manera, y que, a poco que continuases, me pondría a ronronear y un calor y unas ganas de abandonarlo todo me entraría por momentos. Pero Cris esperaba y no debíamos demorarnos.

Ya veíamos la casa, los puntitos de la gente, y hasta distinguí a Cris con su bikini azul y su coleta rubia, intentando ordenar aquel desbarajuste de invitados. “Faltan tres sillas, José, y yo no sé si habrá bastantes platos…”

El trecho que aún nos quedaba bien duro que fue. El sol de mediodía estaba justo encima de nuestras cabezas, sofocándonos la piel mientras caminábamos hundidos en la arena a cada paso. Me detuve un instante y me volví: el mar estaba bajo la sombra compacta de una manta de nubes medio grises y medio azules, y parecía la grandísima baba de un monstruo, de lo quieto y pegajoso, allá a lo lejos.

Cuando ocurrió, creo que te miré. Sí, te miré un solo instante porque era tan insólito aquel avión blanco fijo en el cielo, que ninguno de los dos podíamos apartar los ojos de aquella visión silenciosa. Estaba recortado sobre el azul con toda nitidez, y tan cerca que veíamos todos los detalles del fuselaje. ¿Qué hacía aquel avión sobre nuestro cielo, entre la casa de Cris y nosotros? Pero no hubo más preguntas cuando apareció aquella otra maquinaria volante que tenía todo el aspecto de un avión de guerra, todo pardo y puntiagudo. Se puso detrás del pequeño avioncito blanco (ahora lo veíamos pequeño) acercándose lentamente, como buscando un acoplamiento favorable de sus engranajes. Parecían estar en medio de una complicada maniobra espacial, nada más que allí, en aquella playa donde tú y yo estábamos a punto de llegar a casa de Cristina, a un paso, literal, de abrir las botellas de cerveza, sentarnos a la mesa y sumergirnos en las risas y en los holas cómo estás.

No sé cuando salimos del asombro y vimos el peligro, pero recuerdo que de pronto me asustó algo que sobresalía de algún sitio: una boca negra y metálica que parecía mirar hacia abajo. Y cuando oí las detonaciones y los gritos, y todo era polvo y ráfagas de arena que se levantaban salpicándonos los ojos, ya estaba yo en el suelo con las manos cubriéndome la cabeza y esperando esa aguda quemazón que dicen que se siente cuando las balas desgarran la piel y entran en la carne. Pensé que me iba a romper en pequeños pedazos de cristal y que los vidrios me aguijonearían las piernas, las caderas y los costados.

Todo el tiempo te sentía cerca, aunque no podía verte porque las dunas nos separaban. Pero te imaginaba tendido como yo, quizá enrollado como un ovillo en alguna espalda de arena y con las manos en la cabeza, esperando el castigo.

Pero yo no pude esperar más y creo que grité y te busqué, pero sólo lo creo, porque lo que más recuerdo es la urgente necesidad que sentí de salir de allí, de escapar entre los gritos y el humo, pisando cuerpos y tragando polvo, hasta que, en aquella neblina espesa apareció la puerta abierta de la casa de la playa.

Sin palabras, desde sus ojos quietos, Cris me preguntó por ti. De la misma forma, yo le contesté que ya sólo eras un triste cadáver abandonado en la playa.

Durante la comida alguien encendió la televisión, y allí vimos a muchos hombres, mujeres y niños inmóviles sobre la arena…Y también a muchos otros avioncitos en cielos luminosos, sobrevolando playas, plazas y mercados.

De puro miedo, abracé y besé a Cristina, y sentí en mis labios un trozo de su mejilla, un trozo de carne escurridiza que intenté escupir, mientras los demás miraban la pantalla desde sus cuencas vacías. Era horrendo el ruido de los huesos, esa forma de engullir que tienen los cadáveres cuando ven la televisión. ©

Texto agregado el 28-05-2010, y leído por 64 visitantes. (0 votos)


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