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LA MAQUINA DE MATAR

Cuando el capitán les hablaba a sus hombres, siempre daba a entender sus órdenes de la manera más fácil y adecuada, para que estos, no tuvieran la menor duda sobre lo que se les pedía. A veces tenía que repetírselos dos o tres veces hasta que entendieran, pero si no entendían por palabras, entendían con los golpes que el salvaje les repartía como premio a su estupidez.

-Maten a esos hijos de puta, a todos los que puedan. Aprendan a ser valientes, y encárguense que esta sea la ultima vez que esos tipos que tanto les gusta la calle se queden en ella para siempre. Ellos se los agradecerán, y no se sientan mal, porque ellos miraran en su acción el momento de su gloría. Ellos esperan esas balas para poder ser mártires de la patria, para poder ser recordados. Y a los que griten misericordia, a esos hijos de puta dispárenles por cobardes, esos solo andan en las calles para aprovecharse de los valientes que morirán por esa su causa, a esos dispárenles tantas veces hasta que ya no se muevan. ¿Entendido?
-Si capitán-

Todos estaban listos, y no sentían el temor, que minutos antes del discurso les comía los huesos y les paralizaba la mano, ante el hecho de pensar en un acto tan violento como quitarle la vida a otro humano. Todos estaban programados como unas maquinas de carnicería, lista para poder demoler la carne que tuvieran frente a ellos. Salieron a la calle y comenzaron su trabajo. Pero por el otro lado, las personas que salían a la calle a protestar, sabían muy bien que al mirar al primer hombre vestido como militar o policía, debían salir corriendo y escapar para salvar sus vidas. No tenían que esperar que les dijeran las cosas dos veces.

Cuando por una esquina del aeropuerto miraron a los uniformados, todos corrieron presurosamente. Los mártires que según el capitán esperarían a sus verdugos para alcanzar la gloria eran los primeros que habían acelerado el paso. Los soldados creían que su capitán les había tomado el pelo al decirles que habría hombres dispuestos a morir. Miraban nada mas aquel gentío de hombres y mujeres de todas las edades que parecían espantados al mirarlos a ellos, ellos que nada mas eran hombres que cumplían ordenes, no eran ningunos monstruos de mierda como les gritaban algunos, ellos eran la ley y el orden y como tal, tenían que hacerla cumplir ya sea por las buenas o por las malas.

Comenzaron los disparos, la gente que era alcanzada por las balas caía ya sea por las aceras, por las calles, o quedaba debajo de algún carro. Pero entre toda la caballeriza de soldados se encontraba uno que no quería obedecer la orden. Desde pequeño su madre le regañaba o le daba alguna paliza si con sus otros amigos maltrataban a cualquier animalito. Uno día llego contento donde su madre, le llevaba una gallina recién muerta para poder comer. Tenían mucha hambre. La madre que con mucha necesidad de alimento se hubiera acercado a su pequeño hijo y le hubiese dado una caricia por agradecimiento, le agarro de las orejas, lo desnudo y con un lazo mojado comenzó a darle tantas veces, que parecía que al que prepararían para la comida sería al pequeño. Así que si Juan se miraba casi imposibilitado de quitarle la vida a un animal, mucho menos se la quitaría a un humano.

Pero no podía dejar que sus compañeros miraran en él algún signo de cobardía, así que fijo su mirada en uno de los tantos jóvenes y hecho a correr detrás de él. El joven que sabía lo que le esperaba si el soldado le alcanzaba, corría presurosamente. Parecía que competía en una de esas maratones que hacen por la vida, solo que esta era mucho más importante, esta era por su vida. Corrió tan aprisa que llego a las brisas en menos de tres minutos, Juan que estaba acostumbrado al ejercicio diario no dejaba que el joven le tomara mucha ventaja y siempre le tenía en la mira. Diez minutos después ya iban por la san ángel. Otros diez minutos después pasaban por prados universitarios y aquella carrera que parecía que nunca acabaría era digna de televisarse, por las fuerzas y la tenacidad que demostraban los dos competidores. Mientras Juan se acercaba al joven, pensaba en gritarle que no se preocupara, que dejara descansar su paso, porque no tenía ninguna intención de dispararle. Quería decirle que lo que él quería era alejarse del grupo y aunque sea, que sus compañeros lo miraran tratando de alcanzar a uno de los tantos manifestantes, y ya que no había nadie cerca, intentaba gritarle que no tenía nada que temer. Pero por la velocidad y la distancia que llevaban, la poca saliva le impedía poder pronunciar palabra alguna. Ya iban por la 21 de octubre cuando miro que el joven tambaleaba, pero aun así la voluntad de salvar su vida permanecía intacta. Juan trato de juntar todas sus fuerzas para acercarse lo suficiente como para poder susurrarle al joven que no temiera, pero el joven al sentir que los pasos de la botas sonaban mas cerca, mas se alejaba del infierno que sentía a sus espaldas. Ya estaban llegando al desvío de santa lucia, cuando Juan miro que el joven cayo al suelo. Juan bajo su paso, se acercó casi arrastrando sus botas que ya no sonaban tan violentamente, porque de tanto correr, la plantía de estas estaban tan calientes, que parecían una goma de mascar. Al estar a la par del joven se acercó y le dijo con la voz mas cansada y suave del mundo
-No corras… No te voy a hacer nada… No soy capaz de hacerle nada a nadie…-
Pero el joven no le respondió. Juan se acerco más al joven y al mirarlo bien se arranco los pocos pelos que tenía en su cabeza. El joven estaba muerto. Juan lo había matado de cansancio.

Texto agregado el 28-05-2010, y leído por 97 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
29-05-2010 Quizás la maquina de matar tenia calculado un desenlace como este. ¡Saludos! mauro22
 
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