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Celestino Sepúlveda el magnánimo





La noche era clara y luminosa. La pulpería permanecía a media luz, era una vieja casona con paredes de ladrillo crudo adaptada en un gran salón, con una barra petisa y mesas de madera rústica; de pie los parroquianos, vacías ya las botellas y los vasos de ginebra. En el muro posterior de la barra se exhibían con bastante prolijidad, retratos al carbón de varios gauchos que habían labrado la historia de aquel pueblo con el filo del cuchillo; debajo de cada retrato podía verse el nombre del retratado y una leyenda, que describía sucintamente lo más destacado de sus personalidades.
Diógenes Salerno permaneció sentado a pesar de estar planteada la afrenta; su actitud tenía más de pereza que de cobardía, rasgando la guitarra, frotándose el bigote, mirando de reojo a su adversario. Era conocida su larga trayectoria en batallas de poncho y puñal; nunca esquivó una contienda ni pasó por cobarde, aún temiéndose vencido de antemano. Era considerado un gaucho enérgico y temerario, de esos que no presumen de sus dotes de cuchillero para no cargar con demasiada frecuencia con el despanzurro de un santo y tener que rendir cuentas a la policía.

Sepúlveda, de pie junto a la mesa, gritaba e insultaba como jamás lo había hecho; la tranquilidad de Salerno fue sospechada temor, hecho que infló más el pecho de Celestino. Más por arrogancia que por valentía volteó la mesa de un solo movimiento, arrojando por el suelo botellas y vasos, presumiendo de hombre recio y de pocas pulgas.
Los parroquianos se pusieron sobrios de golpe, esperando en silencio la típica frase de Salerno “Marche pa’ fuera y despidasé, que ahora lo alcanzo con las condolencias pa’ la viuda”.

Celestino Sepúlveda, por el contrario, era gaucho de oficina; amanuense del patrón y contador en la balanza. Era un tipo manso y generoso, chiquito y campechano; conocido por casi todos por haberles hecho algún que otro favor desinteresado en el pesaje el día de pago. Pero ese día aquel hombrecito era un Sepúlveda desconocido, irascible, encendido.
Intentaron detenerlo en su declaración pero les fue imposible. Quería pasar a la historia, dejar de ser, a la vista de todos, un estúpido con educación.
-Es mejor pasar por equivocau y cobarde que por estúpido y muerto, Sepúlveda- le dijo José, el pulpero, mientras lo tomaba de los hombros obligándolo a recular.
José lo soltó y se hizo a un lado, el duelo estaba cantado y se vislumbraba un claro vencedor.

-¡Si eso es lo que quiere…!- dijo Salerno y se puso de pie. Dejó la guitarra contra la pared, recogió el poncho, tanteó el cuchillo trabado a la faja, se puso el sombrero y salió a la calle.
Sepúlveda se hizo a un lado y le dejó paso; la garganta se le hizo un nudo cuando lo vio de pie, unos treinta centímetros más alto y significativamente más grueso. Celestino era un hombre instruido y sabía, por experiencia y por física, que si la trenza era a la fuerza no tenía ninguna opción de salir bien parado de aquel duelo.
-Si te vas a arrepentir todavía estás a tiempo, Sepúlveda. No me gustaría dejar huérfanos a tus mocosos que recién sueltan la teta- gritó Diógenes desde la calle.
Sepúlveda caviló un instante.
-A mí nadie me llama maricón y se va como si nada- respondió Celestino esforzándose para que su voz resultara temeraria y varonil.
-Si preferís tomártelo así venite pa’cá, acá te espero aunque me da pena.
Celestino se asomó y lo vio parado como un obelisco, limpiando un cuchillo que más parecía sable. Los parroquianos estaban en círculo, formando el escenario de la riña; a diferencia de otras veces, nadie había abierto una apuesta; el resultado estaba puesto y no valía el intento. Chiquito, maltrecho, feo y cobarde como lo veían, estaba claro que nadie apostaría un quinto por él. Pero él no podía pasar a la historia como un ser insignificante, como un cobarde; tenía, de algún modo que conseguir su redención, y qué mejor que venciendo al gaucho más bravo.
-¿Alguien sería tan amable de prestarme un cuchillo?- preguntó.
José se acercó y le extendió uno que llevaba en la cintura.
-No se preocupe, ahora se lo devuelvo- le dijo Sepúlveda.
-No creo. Yo después lo junto- expresó José mientras los gauchos cuchicheaban.
Los presentes hicieron el sorteo para dar parte a la viuda y a los guachos finalizada la contienda, incluso exhortaron al ganador a ir yendo al rancho de Sepúlveda en ese instante, para llegar con la noticia fresquita.
-¡Pobre Sepúlveda; era un tipo bueno…!- indicó uno de los presentes.
-Pero estúpido- agregó otro.
-Más respeto que todavía estoy vivo y respirando- dijo Celestino.

Frotó el cuchillo, se cargó el poncho en el brazo izquierdo, miró a su oponente presto y se lanzó. Dos, tres, cuatro movimientos, un esquive y el puñal de Salerno lo perforó como queso rancio. Sepúlveda se desplomó, sangrando. Diógenes lo observó con desdén; nunca había tenido que matar a nadie de un modo tan estúpido. Celestino podía sentir el frío de la hoja metálica, avanzando desde su pecho hasta sus pies, desde la herida hasta su cabeza; pensó de qué absurda manera había abandonado lo que era, sabiéndose antemano perjudicado. Debía reivindicar su idiotez con una salida magistral que lo hiciera pasar a la historia como alguien importante. Con un gesto le indicó a Salerno que se acerque, el resto de los presentes se acercó también.
-Me creías estúpido por enfrentarte sabiéndome perdedor- dijo -¿No se te ocurrió pensar que perder era lo que deseaba? El resultado siempre fue mi voluntad; yo nunca he perdido, me he dejado ganar.
Salerno lo miró mitad con desconfianza, mitad con asombro. Le desclavó el cuchillo, lo limpió con el poncho, lo colocó en la vaina, trepó a su caballo y se fue del pueblo, confundido, para siempre.

Desde aquel día, en la pulpería de José, cuelga otro retrato del muro posterior: el de Celestino; a la par de los hombres más recios y bravos de por aquellos pagos. Había sin duda pasado a la historia. Debajo de su imagen, en el espacio designado para la leyenda que indicara la cimiente de su gracia y su proceder, podía leerse: “Celestino Sepúlveda, el más estúpido de los valientes”.




Texto agregado el 11-06-2010, y leído por 202 visitantes. (2 votos)


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