El Ritual

El ritual despues de la siesta de un cierto día frío y ventoso de Mayo, tuvo sus inconvenientes para terminarlo de manera satisfactoria.
Me pareció extraño ya que tantos años practicándolo podrían hacer a que el hábito marque la perfección. Pero no fue así.
Quizás la turturante luz que dejaba pasar la persiana y la excitada brisa que parecía dejar entrar el fuerte olor al triperío, marcarían negativamente los actos y el ánimo al despertar.
Mientras buscaba una de las pantuflas debajo de la cama y la aplastada almohada recuperaba su forma, afuera una decena de pollos esperaban para ser carneados.
Llené la pava con agua, prendí la hornalla y me dirigí a lavarme la cara. El espejo mostraba a alguien con ojeras, mal dormido, poco humor y con pocas ganas de trabajar.
De regreso a la cocina, el agua caliente daba comienzo al ritual que más disfruto hacer.
El primer cajón albergaba todos los untensillos y no se cómo la bombilla de alpaca con mis iniciales grabadas que me había regalado mi señora en el cumpleaños número cincuenta, cayó al piso. La puteada fue detenida por el chillido de la pava y rezongando escupí que andar con sueño provocaba éstas cosas.
A través de la ventana, la secas y amarillentas hojas ya no bailaban entre ellas y el ánimo para trabajar intentaba recuperarse.
Una vez dispuesto todo sobre la mesada y luego de agarrar con mis manos y darlo vueltas un par de veces, cada gota muy caliente penetraba de manera muy lenta y una perfumada columna de humo se desprendía lentamente. Pasaron dos segundos, mi cara se arrugó y mi lengua se tiño de verde. De bronca arrojé todo a la pileta.
Supongo que no haber dormido bien la siesta empañó el ritual de preparar el mate. No solamente se había lavado sino también tapado.