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Mercados de Pulgas y Bazares




Qué variedad y diversidad de colores, de épocas, de estilos, de significados y de historias encontramos en un mercado de pulgas. Cuántas cosas extrañas, hermosas, distintas y también horribles podemos descubrir en ellos. No hay sitios más sorprendentes que estos, porque nunca son iguales. En París iniciaron alrededor de 1900 y los más famosos eran Montreuil, di Vanves y di Clignancourt, este último es conocido como les Puces de Paris Saint-Ouen y es el segundo lugar más visitado de París precisamente por sus exquisitos objetos; en donde los encontramos divididos por temas en extensas galerías.

En lo personal, me encanta recorrerlos con calma. Observar desde los objetos más simplones hasta los más extravagantes; desde aquellos en los que le doy la razón a su dueño original por haberlo desechado, como aquellos otros de los que pienso: “si esto hubiera sido mío, creo que nunca me habría deshecho de él”.

Y en casi todas partes del mundo hay estos famosos mercados de pulgas, en los que descubrimos cosas tan disímbolas y eclécticas reunidas como un reloj en forma de manzana tipo Pop Art y un sombrerito de piel de los años cuarenta. También hay vajillas antiguas, cristales, platería, manteles y sábanas del siglo XIX, libros, porcelanas y cerámicas orientales, monedas, tapices europeos y hasta cartas personales o epístolas firmadas por algún famoso personaje. Algunas cosas son verdaderas baratijas y otras en cambio tienen un valor histórico, tal vez fueron recuerdos de familia que pasaron de abuelos a nietos sucesivamente hasta que la familia tuvo la necesidad de venderlas.

Los mercados de pulgas tienen algo muy especial que los hace únicos; porque se respira en ellos un ambiente que nos remonta a los tiempos medievales, cuando este tipo de comercio era el único existente y que se ubicaba en los propios mercados convencionales de alimentos frescos. Los comerciantes gritaban anunciando sus productos y los compradores buscaban algo en especial o simplemente acudían para adquirir víveres.

Y yéndonos más lejos en el tiempo, nos transportan hasta aquellos mercados persas ubicados en estrechas calles empinadas y sinuosas de arquitectura mudéjar, llenas de recovecos y vericuetos, con aromas a especias, en las que también se encontraba de todo; desde la venta de esclavos hasta pócimas y filtros para el amor. Ahí estaba ya el despabilado comerciante que enredaba con su palabrería a la clientela, mientras una hermosa mujer envuelta en velos bailaba en otro puesto al ritmo de la música oriental para atraer como truco publicitario a clientes potenciales.

En un mercadito de pulgas vi, hace unos dos años, una hermosa lamparita victoriana que me fascinó, pero junto a ella había un juego de tres cerditos de cerámica, horribles, de colores brillantes y de muy mal gusto. Sillas sin una pata. Mesitas para salas de estar o uno que otro mueblecito arruinado por el tiempo. Discos de acetato de los setentas y ochentas e incluso anteriores, recuerdos de conciertos de rock como botones o carteles, electrodomésticos inservibles, ceniceros, macetas, espejos, ropa vieja, etc.

Algunos de estos artículos casi nos murmuran su historia al oído; todo es cosa de ponerle un poco de imaginación. Por ejemplo, de entre el tumulto de cosas, saqué una talla religiosa de madera y una lámpara árabe exactamente como la del cuento de Aladino, más adelante me encontré con una sencilla cigarrera de plata. Esta cigarrera, pensé, con una buena pulida y estará como nueva.

Cuando la limpié comenzó a narrar su historia. Tenía unas pequeñas líneas transversales y en el centro un pequeñísimo zafiro engarzado. En el lado opuesto también había líneas transversales y en el centro un doble círculo que enmarcaba dos iniciales entrelazadas; una “A” y una “M”, ¿Alejandra y Manuel?, ¿Antonio y Marcela? Las opciones eran tantas…

Pero si estas dos letras estaban entrelazadas era de suponerse que pertenecían a una pareja de enamorados, tal vez ella fumaba y él le regaló la cigarrera por su aniversario o viceversa. Tal vez se tratase de la prueba de un amor imposible que nunca se logró, porque de no ser así, no habrían botado este artículo con tanta facilidad. O, tal vez uno de los dos, al ver rechazado su amor, fue, con lágrimas en los ojos, a venderla…

También pudo tratarse de unos esposos, ella mandó grabar la cigarrera para él y ésta permaneció en la familia hasta que los hijos se deshicieron de ella… Tantas cosas que puede uno pensar al ver este objeto añoso, olvidado, abandonado en un mercado callejero… Lo que sí era seguro era que la cigarrera quería contar alguna historia de amor, aunque borrosa, que sólo se podía adivinar a medias.

El caso fue que al pensar en todo esto y observarla por horas y guardarla durante días, la cigarrera comenzó a hacerme sentir molesta, no la usaba. Pero aún guardada en un cajón no la podía olvidar… y si, como dicen, ¿los objetos personales traen la marca, la vibra, el destino de su primer propietario? ¿Y si esta vibra no es buena sino que tiene algo de fatídico? ¡Supercherías! Me decía a mí misma. Aun así sentía un no sé qué acerca de ella y fueran o no ciertas mis ideas, cada día crecía más mi animadversión hacia la cigarrera. A veces me parecía que el zafiro lanzaba visos extraños, como un ojo antiguo observándome atento. Así que en cuanto pude la regalé; tampoco deseaba botarla a la basura, no me fuera a caer encima alguna maldición. Suficientes consejas e historias había escuchado acerca de que los objetos claman por su dueño y transmiten su destino bueno o malo al nuevo poseedor.

Ahora me parece cosa de risa, porque la razón me dice que esto no puede ser cierto, pero en aquellos momentos sólo buscaba la oportunidad para sacarla de mi vida cuanto antes. Como quiera que sea, a veces estamos todavía tan ligados a esas ideas o manías que influyen sobre nosotros, que llegan a superar todo pensamiento razonable y coherente. Mas no por eso he dejado de visitar los mercados de pulgas, y si puedo adquirir algo, únicamente busco aquello que no tenga iniciales grabadas o alguna otra señal extraña para mí.

Y así, entre todas esas antiguallas, podríamos crear una larga cadena de historias, líos familiares, robos, pérdidas, desamores, pobreza repentina y más. Creo que estos mercaditos no deberían de desaparecer nunca, porque gran parte de lo que ofertan son objetos curiosos y vale la pena visitarlos, aunque sólo sea para divertirnos y pasar un buen momento.

Texto agregado el 15-06-2010, y leído por 146 visitantes. (1 voto)


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