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Vivo en una colonia situada en la periferia de la gran ciudad. Mucha gente sale de aquí muy de madrugada para trasladarse a sus trabajos. Distantes muchas veces a mas de dos o tres horas en microbús o transporte subterráneo. La mayoría de las casas son de construcción rustica, madera y láminas de cartón son los materiales que mas se observan. El frio de la mañana aun quema ligeramente y una suave neblina proveniente de una ciénaga situada a no más de cincuenta metros del barrio se mueve entre las calles. Hombres o mujeres salen y se detienen sobre la calle principal en espera del transporte colectivo. Permanezco sentado sobre un poste de concreto que alguien dejó aquí tirado desde hace mucho justo donde termina la calle. Mientras fumo un cigarrillo me limito a mirar el ir y venir de los microbuses, el subir y subir de la gente que viajará apretujada hasta quien sabe donde. Yo solo tengo que esperar la camioneta que transporta mi cuadrilla hasta el otro lado de la ciudad a una zona exclusiva donde construimos una plaza comercial.
Hace una semana se nos unió un nuevo compañero; Antonio. Pero los compañeros lo han bautizado como “toñoloco” por su carácter callado y reservado y una endiablada energía para el trabajo, a pesar de que es muy cansado ya van tres días de cinco que dobla turno. Ayer por fin se animo a entablar conversación conmigo. Es de un rancho llamado “los potrillos”, como a 600 kilómetros de aquí, a la edad de 17 años vino a probar suerte a la capital. Desde entonces renta un cuartuchito en una vieja vecindad que habitan más de veinte familias, que constantemente se hacen la vida imposible unas a otras, muchas veces por cuestiones insignificantes. Se caso con su primera novia en la gran ciudad, quien dos años después lo abandonó para irse con otro hombre, al no poder el dar la vida que ella deseaba. Se fue dejándole al único hijo que procrearon, al que nombraron como su padre. Ya está grande y hace como tres años se fue al campo a trabajar a las plantaciones de frutales. A cogido la bebida y se ha vuelto muy rijoso. Viene muy rara la vez a verle. Desde que se quedo solo trabaja duro para mandar algo a su viejecita que también está sola en el rancho y para olvidarse de las penas; que las a tenido muchas, desde el instante mismo de nacer. Entonces sonó el timbre para dar por terminada la hora del refrigerio. Se levantó, me extendió su mano callosa y grande, se caló el casco y se fue a continuar su faena.
Ahí viene la camioneta. Debo irme…
………………………….
Se está haciendo tarde, quedaron de recogerme a las cinco y media de la mañana y ya casi son las seis. El camino es largo y francamente me siento inseguro cuando Javier conduce de prisa.
¿Como estará toño? ayer le vi triste. Dice que lo visitó su hijo pero llegó un poco borracho. Estuvieron platicando un rato y quien sabe como llegaron al tema de la madre. Entonces el joven se levantó y fue a buscarla. Termino liándose a golpes con el otro. Antonio ya no quería problemas, es algo que desea olvidar y hacia años que no tenía contacto con la mujer y ahora es posible que le busque para reclamarle. Tal vez piense que el mando al hijo.
-A veces quiero mejor morir, pero no puedo; tengo cuarenta años y siempre e sido muy sano, es la hora que ni una gripa me puede dar. Tanto me a pasado en la vida que entonces pienso que estoy maldito, condenado a sufrir y sin poder morirme-. Entonces se alejó conteniendo un par de tenues lagrimas.
No es para menos. El padre murió cuando el tenía apenas unos meses de nacido. Era una enfermedad curable pero que no pudo ser atendida a tiempo porque no hay servicio de salud en su comunidad. Terminó con problemas y malas notas la primaria, ya que constantemente se ausentaba para trabajar como peón en los sembradíos y ayudar a llevar algo a la casa para malcomer. Pues lo poquito que ellos le sacaban a la tierra les era pagado a precio de limosna por los acaparadores que como buitres aparecían en tiempos de cosecha por aquella región. Una vida de pobreza e ignorancia; un tanto parecida a la mía y a la de muchos otros, que incluso se las han de ver peor.
¡Por fin la camioneta!... Por poco y olvido cerrar la puerta. Aunque siendo de madera no es muy segura pero algo a de resguardar. En fin… debo ir a trabajar.

Texto agregado el 22-06-2010, y leído por 120 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
22-06-2010 Me gustó mucho lo que escribiste,incluso me pareció ver a ese trabajador esperando la camioneta que lo pasaría a buscar, fumando un cigarrillo y pensando en su vida y en la de sus compañeros. Un hecho cotidiano y muy bien logrado. Felicitaciones. Un abrazo y mis estrellas. Magda gmmagdalena
 
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