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Después de años perdida, había logrado encontrarme. Eso decían las voces a mi alrededor. Pero yo seguía sintiéndome vacía, como un actor al finalizar su obra, no hallaba a qué mundo pertenecía. Actuando para otros, como antes lo había hecho para mí misma.
En aquel entonces tenía recién cumplidos veintiún años. Mis colegas me conocían como Mile, por mi perenne sonrisa. Aunque me bautizaran como María, solo mi arcaica familia se resistía a llamarme así, intentando tal vez retener mi antigua identidad.
Mi madre me lo había rogado semanas antes, implorado más bien. Debía comportarme como una chica “normal” durante un tiempo. La familia se hallaba sumergida en una investigación, por culpa de los devaneos de mi padre con la legalidad, y yo debería ser parte de su mentira.
-No nos hagas esto… Por favor, compórtate. -suplicaba mientras me lo contaba- al menos hasta que termine esta situación. Vuelve a ser la de antes, hazlo por mí.- Imploraba, sabiendo que aquella chica no sería yo.
Y aunque me costaba negarle algo, le dije que no. No volvería a pasar por lo mismo otra vez. Nunca más. Pero aun así, aquel fatídico día había decidido presentarme con mi actual ligue que, para sorpresa de unos y satisfacción de otros, no era una chica.
Miguel era un alma cándida. Un chico de pelo corto y ojos tristes, con más corazón que parches en la cazadora y un rostro terriblemente angelical. Su aspecto de chico bueno contrastaba con el look heavy que yo solía vestir. No era una mujer, claro estaba, aunque podría parecerlo, y era tan tierno que me sentía protectora más que protegida. Eso me bastó. Por eso lo adopté, como se adopta a un animal herido, sabiendo de antemano que cuando las cosas mejorasen lo dejaría de nuevo en libertad.
Tras unas semanas de representación, me cansé de intentar encontrarme en una piel en la que no encajaba. Lo había intentado -sin muchas ganas, es cierto-, pero no podía luchar contra lo que sentía. La situación familiar había mejorado -por fin el fisco había dejado en paz a mi padre, sin demasiados estragos en sus cuentas bancarias- y yo ya no aguantaba más.
Así pues, decidí desmelenarme al viejo estilo Mile. Con que los cité en el centro comercial con la excusa de reunir a la familia para celebrar las buenas noticias. Cuando estuvieron todos juntos, y con el local repleto de gente, solté el bombazo.
-Te dejo. Te devuelvo la libertad, Miguel, haz lo mejor que sepas con ella- me despedí, dándole un beso en la mejilla a él y lanzándoles con descaro el dedo corazón a la familia.
Acto seguido me acerqué corriendo, con el corazón a punto de estallar, a una chica a la que había estado observando. Llevaba un pañuelo morado al cuello, que hacia juego con las mechas de mi pelo, y unos inmensos ojos oscuros que había visto brillar desde lejos.
-Necesito tu ayuda, ¿me prestas… tu cuerpo?- le abordé con mi mejor sonrisa. La chica me devolvió una mirada divertida y juguetona, pero pude vislumbrar un resquicio de maldad cuando ojeó a sus amigas antes de levantarse y caminar hacia mí, sin decir una palabra.
La tomé de la mano y salimos huyendo en dirección al baño. Nos escondimos en la primera puerta que vimos abierta. No había nadie, salvo la mujer de la limpieza. Puse mi índice sobre sus labios con un guiño, mientras avisaba a la limpiadora que íbamos a hacer ruido, por lo que seguramente querría salir a tomarse un descanso.
Ambas nos reíamos mientras yo cerraba la puerta tras de nosotras. Hacía mucho calor y apenas cabíamos en el habitáculo. Ella empezó quitándose la chaqueta con grandes esfuerzos, intenté imitarla pero no pude. Le tendí la manga de la chupa y le dije:
-¿Me ayudas?- mientras, seguía mirándola a los ojos incrédula de que siguiera mi juego. Volvió a sonreírme de aquella extraña forma, y tiró suavemente de la chaqueta mientras yo me retorcía sobre mi misma para deshacerme de ella.
-Uff... mucho mejor – grité descansada, y al alzar la vista nuestros ojos volvieron a encontrarse.
Tomé su rostro con ambas manos y comencé a besarla con ganas. Mi corazón seguía palpitando como si luchara por salir del pecho.
De pronto sentí sus manos en mi espalda y, sin pedir permiso, abriéndose camino debajo de la camiseta. Yo correspondí retrocediendo un segundo, para tomar aliento y desabrochar su pantalón. Comencé a bucear por su piel, el corazón me latía ya a la altura de la cintura, dentro del estómago, brincando de una pared a otra y ansioso por seguir bajando hasta el centro mismo del placer.
Recorría su cuerpo utilizando mi vieja técnica del cangrejo, cuanto más me acercaba más retrocedía. Así podía sentir el vaivén de sus caderas, clamando para que cruzara la frontera, hasta llegar a mar abierto.
La atraje hacia mí y apreté mi pecho contra el suyo, casi pude sentir sus latidos en mi piel. Ella me empujó hacia el váter y tropecé. Me golpeé la espalda con él. Gemí de dolor dentro de su boca. Pude notar como alzaba levemente la comisura de sus labios dibujando la mueca de una sonrisa. Me esmeré en besarla con todas mis ganas. Bajó poco a poco por mi cintura y me desató el cinturón. Se adentró en mí suave como la marea. Me rodeaba y se contenia, se acercaba para alejarse, como las olas. Me sorprendió lo rápido que aprendió mis modos.
Tras unos instantes una oleada de placer me subió desde las piernas hasta la sien, y se me clavó en el pensamiento. Ahora ya no habia nada más.
Ella y yo, solas en el universo.

Texto agregado el 22-06-2010, y leído por 266 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
22-06-2010 Ok, opino lo mismo, cada quien es como decide ser. Pero tu historia está exelente:) portaphyro22
22-06-2010 Bueno, cada quién es como decide ser y no hay poder en el universo, sobre todo siendo jóvenes que les haga cambiar, estupendo relato******** JAGOMEZ
 
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