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Inicio / Cuenteros Locales / unam13 / La mujer que pudo amar.

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Había muerto mi tia abuela, y me dejó en herencia todos sus papeles, sus pocos libros roidos por los años un pequeño baul. No había mucho que salvar, casi todo estaba lleno de humedad, roto o con jirones, sólo una pequeña caja de música que contenía unos folios ennegrcidos por los años.

Los abrí con delicadeza y vi su letra, pero mucho más firme. Era algo asi como un relato, y me dispuse a leerlo. En algunas de las páginas había lágrimas resecas, no sabía mucho de ella, sólo que su vida fue opaca, que nunca hablaba de su pasado, pero no parecía su historia, no por lo que iba descubriendo.

Al acabar de leer, me dispuse a escribirlo. Pero vi una pequeña ranura con un trozo de papel que sobresalía. Descubrí un falso cajón con otro legajo, era un cuento escrito por ella, quizá su más preciado tesoro. Es curioso como vienen las cosas, pero todo llega en el momento justo a la hora adecuada. Ésta vez si que no me resistí, y lo pasé a papel, no quería que se perdiera por segunda vez. Pero antes, copié una frase de su "Testamento sentimental":

"No supe volar y me esclavicé en lo que sólo siguió en mis sueños. Amarré el velero de mi vida al puerto abrigado para dejar pasar la travesía de la felicidad. Dejé volar el amor por el miedo a sufrir, enterré mi corazón y mi alma por vivir en el lujoso vacío del no saber amar"

Después de esto, me dispuse a escribir ese cuento para poder compartirlo. Ahora sí que entendía esas palabras que me sonaban tan raro. Su vida siempre fue locuaz, un matrimonio que era real, sin pasión, cierto, pero faltaba la llama de la felicidad, lo apagado de su mirada hablaba de un vacío, de un temor, de un recuerdo.

"Cuentan que había una princesa que vivía en una torre de cristal. Su familia, su vida, poseía valles y rios, nada le faltaba. Su sonrisa eclipsaba la tierra, la luna y el sol, pero no florecía tanto como ella quisiera. Lo poseía todo, menos la libertad de amar cada día. Su vajilla de porcelana, su cristalería de bohemia y cubiertos de plata y oro, manteles de seda y sábanas de raso. Todo era lujo, menos su alma errática.

Sus paseos por el bosque, sus noches de visita a la luna y las estrellas, el tener todo menos su libertad de sentir la hacían inhalar el humo de la bella prisión donde moraba. Fue conviertiéndose en su esperanza, en la facilidad de vivir para no sentir, en la rutina de no tener carencias para poder borrar la del sentimiento, dejar de ser ella en mor de perder la ilusión.

Cierta mañana apareció por la torre del homenaje un peregrino. No iba a ningún sitio, sólo relataba sueños a quien quisiera escuharlos. Mirada limpia y profunda, nada poseía, sólo su palabra, su sentir y entregar. Voz grave que empequeñecía ante la mirada de quien escuchaba, contaba las mil y una historias que el corazón debe oir y el alma sentir. Las miradas se cruzaron, y ella se estrechó en los brazos de su protector, ese mismo que le regalaba el palacio de cristal donde su felicidad era la ceguera del amar.

Pasaron la noche todos juntos al abrigo del fuego, oyendo leyendas y vidas, corazones rotos y renovados, la música silenciosa, el chasquido de la madera en la alta chimenea, el aire que chocaba conta las ventanas, todo se confabulaba para que todo fuera real dentro de la fantasía. Nadie sabía de donde salió el trobador, ni quien era, el mundo de la magia regalaba momentos así.

Al llegar la aurora la anfitriona le acompañó por sus heredades. Fluía por un rio el agua cristalina, donde ambos miraron el espejo de su alma. El le contó las estrellas que cada noche ella viviía desde su torre. Le convirtió el sueño de conquistar la luna en recibir en su corazón la verdader historia de quien ama. Le rogó que soñara con su vida y llorara lágrimas de felicidad.

Pisaban el verde prado sin rumbo fijo, fueron deshojando el alma, conociéndo sus secretos, regalando el porqué el Dios Destino los unía. Nada es casualidad, todo tiene un porqué. Uno era libre, ella era libre de amar, esclava de oro, pues quería sin amar, rica en el vacío, pobre el la opulencia, pues no hay mayor tesoro que el recibir lo mismo que se siente.

Una llama nació de ese paseo, un ardor en las almas. Los pasos irían en pos de cualquier lugar, destino o tiempo, todo los separaba, pero algo fluía entre ellos. No pusieron nombres, no describieron nada, sólo lo que sentía se reflejaba en sus rostros. El posible amor que sintieran se desvanecería por arte de una magia llamada miedo. Si, uno por perder la libertad de amar a cada rincón de su camino, otra por perder su castillo de cristal por temor de no ver la verdad.

Llegó el momento de la partida. Él dibujó en el aire la esperanza de la vida. A cada uno le regaló un pequeño cuento, unas palabras, unas letras. Cualquiera que hubiera vivido ese momento, sabría lo que buscaba en su interior. A cambio, dichososo él, solo pidió una sonrisa de felicidad, no olvidar jamás que la vida no es más que sueño, y viajar en la felicidad de la libertad.

A ella, en un pequeño rollo de pergamino, le expuso las siguientes letras:

"Vive cada uno de tus días, sigue el camino de tu corazón, guardame en el alma, te llevaré en la mia, siempre te esperaré, pues anidas en el lugar que no se olvida. Mi confianza en ti me llevará a tu encuentro, mis pasos van hacia tí. Sólo si quieres conocer la pobreza de quien ama, deja la riqueza de quien no siente"

Ella supo y no se reconoció que amaba, pudo perder, pero, ¿Qué debia perder? ¿El amor o el castillo de cristal que encerraba el vuelo?

Texto agregado el 26-06-2010, y leído por 168 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
01-07-2010 BUENISIMO TEXTO, enserio, perfectamente narrado y con un toque de poesia elaborado por bellas palabras... edmond
27-06-2010 Amar es optar, y algo que dejar. Siempre hay peligro de equivocarse. Inteligente la manera de presentar el tema. Me gustó. simasima
26-06-2010 Fantástico: "Pisaban el verde prado sin rumbo fijo, fueron deshojando el alma, conociéndo sus secretos, regalando el porqué el Dios Destino los unía." Valandil
 
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