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Me refugio en mi cueva, no quiero ver la luz del sol, pues me cegaría. En las sombras me cobijo al abrigo de un fuego, mis manos entrelazadas, mis piernas cruzadas para darme asiento de rey, la brisa helada de este invierno me recorre, el sonido del silencio es la mejor compañía, mi libertad de pensamientos está en plenitud, mis sentimientos están muertos, pues hace ya días, o quizá sean semanas, que mi alma voló hacia el nido de una cumbre de nieves y abismos.

Mis pantalones roidos, mi camisa sin botones, mis botas sin suelas, todo es un nada, como mi propia vida. El pelo revuelto, la piel tostada por el largo camino que he recorrido hasta llegar hasta aquí. Mis brazos rezuman arañazos, mi cara morada del roce de ramas y hojas, mis ojos dañados por la luz y la penumbra, todo mi ser cansado de un viaje hacia ningún lugar. Sin embargo, llegué hasta aquí. Es mi hogar momentáneo, es mi ilusión pasajera, mi roca a la que me aferro, pues lo es todo sin ser nada.

Alzo mis doloridas piernas, cierro los ojos para ver de nuevo las calles llenas de coches, las aceras atestadas de personas con prisas, las oficinas repletas de gente sin ningun incentivo, pues nada hay en esta ciudad que pueda paliar la decadencia de esta sociedad sucia de moral. Quizá sea mi alma errante la que me lleve hasta la perdición de mi huida, o puede ser que no sea más que otra más de mis locuras de solitario, sólo se que la libertad se perdió en el momento en que dijimos sí al borreguismo.

Pero ya no me encuentro allí, ahora he pasado por el desierto, por los oasis de una existencia plácida, por la calma de quien sabe y conoce su propio yo, ahora que he renacido de mi mismo, en esta hora en la que se que es lo siguiente que me llegará tengo la seguridad de no sentir más allá de mi placer, de mi ego, de mi infumable ser, pues es el yo el que engendra a este monstruo sin corazón.

Hoy, desde mi cueva, veo la plannicie de un todo y un nada, pues fui poseedor del oro y mendigo de cariño. Dejé la pala con la que busqué mi tesoro en almas ajenas sin saber que estaba en mi propio interior. Fui un buscador de fortunas que encontró la ruina en el conocimiento del yo de alguien, fui el colonizador de corazones y cuerpos para perderme en la bruma de la soledad, fui el descubridor del nosotros cuando sólo existía el tú, fui la nada y el todo, el blanco y el negro para llegar a ser este gris opaco en el que vivo en mi cueva.

Ahora, en mi cueva, en mi soledad eterna y efímera, en mi compañía de sombras y luces, sólo echo de menos el abrazo sincero de quien no existe.

Texto agregado el 01-07-2010, y leído por 128 visitantes. (0 votos)


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