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Sonaba el Adeste Fideles en la calle, esa misma que ya hacía semanas que estaba adornada por miles de bombillas de colores con renos y estrellas como decoración. Las tiendas se engalanaban con pesebres más o menos pobres, las luces de los locales rivalizaban con los neones de sus puertas. Todo el mundo corría, la prisa de las últimas compras predecían la noche que se avecinaba, con pavo, marisco y villancicos alrededor de la mesa. La familia reunida como cada año, los preparativos para poder quedar bien ante esos mismos que mañana serían despellejados, pero que hoy eran hermanos, primos o tios. Hoy es el día de Navidad, y como nos marca la costumbre, debemos ser, o mejor sería decir aparentar, felicidad y armonía, aunque ya casi nadie recuerda el porque este día es así.

En la puerta de un bar se encontraban tres hombres de mediana edad. Cada uno tenía un estilo diferente en el vestir. El más alto, engominado su brillante pelo, llevaba un traje de chaqueta de confección. El azul de su traje resaltaba la seda de su corbata, y sus ojos desprendían la seguridad de quien ha triunfado en la vida. A su lado, sentado con una copa de Fino Tio Pepe en la mano, estaba un hombre de su misma edad, vestido con una cazadora de ante y unos pantalones de pinza que hacían juego con sus zapatos. Ambos fumaban cigarro tras cigarro, y hablaban de todas esas cosas que habían conseguido a lo largo de todos estos años, de como la familia crecía y sus hijos asistían a mejores colegios de los que ellos pudieron asistir.

El tercer hombre, mirandolos sombriamente, sonreía. Su vida era monotona, sus hijos iban al mismo colegio de barrio que ellos vivieron, pues en aquellos años no se iba, se crecía en el colegio. Su trabajo era en la misma fábrica en la que su padre trabajó, su mujer era la novia de toda la vida que conoció en su juventud, vivía en el piso de tres dormitorios y no se sabía ni cuantos años de edificación. Sí, su vida era mucho más simple. A lo largo de la conversación salieron los años en los que corrían tras un balón roido y los juguetes eran cualquier cosa con la que poder reir y compartir. Ahora sus hijos querían consolas de nueva generación y no se conformaban con jugar en el patio del colegio, sino que pretendían la equipación de su equipo y poder jugar en un campo de futbol de verdad donde les enseñaran a practicar.

Y sí, claro, la cena prometía. El amigo del traje azul tendría más de veinte invitados, el mejor rioja y el cava traído expresamente para la ocasión. Sería el anfitrión de la familia de su mujer, sus hijos tendrían sus primeros regalos de Navidad, la cena la daría un catering externo, las camareras con cofia y los camareros con pajarita. Sí, la cena de Navidad era una ocasión única de la que disfrutar su arduo esfuerzo del año, ese día donde todos puedan ver hasta donde había llegado. Incluso este año vendrían los hijos que tuvo con su primera esposa, la prima del su amigo de la infancia, que seguían viviendo en el barrio, aunque, claro, él les proporconaba de todo.

El segundo amigo iría al club de golf. Su mujer lo abandonó hacía años, así que podría disfrutar de la elegancia de la Casa de campo, de sus amigos, la cena de diseño, el baile con las esposas de los asociados, quizá alguna copa de más. Sí, su estatus le permitía el lujo de pasar la navidad en ese sitio tan privilegiado y selecto. Su vida estaba llena de momentos como ese.

Al preguntarle al tercer hombre que haría, dijo que se reunía con sus hijos, su mujer, su madre y sus suegros en su salón de veinte metros cuadrados, alrededor de la estufa. Habían comprado hacía meses algo de marisco que congelaron, habían sacado la zambomba y las panderetas, su madre preparaba ahora mismo pestiños, su suegra había hecho un pavo relleno según la receta de la familia. No, no haría gran cosa, sólo estar en casa con su familia, reir y ver la televisión. Siempre lo había hecho así, desde que tenía conciencia. Cantarían al Belén que había sobre la cómoda, reirían de las anecdotas de todos los años, no cambiaba nada.

Al despedirse se desearon unas felices fiestas y que esperaban verse de nuevo pronto. Cada uno llevaba una sonrisa distinta en su cara. El primero cogió su Mercedes SL, y se dirigió hacia el barrio residencial que había en las afueras, donde no habría vecinos molestos ni gente cantando que le fastidiaran su gran cena. El segundo amigo arrancó su Honda y se fue en moto hacia el centro de la ciudad, a su apartamento, donde pondría su equipo de última tecnología mientras elegía el frío smoking para la ocasión. El tercer amigo, con su bolsa llena de regalitos en forma de chocolate, pilló el bus hacia su casa, hacia su barrio de toda la vida.

A la mañana siguiente, cada uno recordó la conversación de aquella tarde de Nochebuena. El primero se levantó de su cama mientras su mujer seguía dormida, tumbada y sin ganas de volver al mundo. Se pudo un café y vio que el vacío se volvía a adueñar de todo, como cada 25 de diciembre desde hacía mucho tiempo. Sí, su cena fue una maravilla, elegancia y lujo, pero fría. Es el camino que había elegido, su felicidad estribaba en eso, en tener lujo y dinero.

El segundo amigo conducía hacia su casa desde el antro donde había buscado el calor que la noche no le había podido dar. Una rusa, o quizá era rumana, le había acogido en su cama, le proporcionó sexo y charla en un idioma que no entendía, pero sintió todo el aroma a Navidad que no consiguió en su casa de campo, en la fiesta con aroma apolillado y a fin de semana cualqueira que vivió. Sí, su vida era única, pero le faltaba algo, calor.

El tercero se levantó, preparó churros con chocolate, despertó a todos, les deseó una feliz navidad, les dio un pequeño regalo de chocolate. Recogieron entre todos la cena del día anterior, sonreían, pusieron las tazas de chocolate. No tenían el lujo de nada y de todo, simplemente eran felices. Vivían la Navidad como cada año desde su infancia, cada 25 de diciembre era igual, chocolate con churros congelados y una sonrisa.

La Naviad es la alegría de vivir entre aquellos quieres. No todos vivimos de la misma forma estas fechas, pero el espíritu navideño impera aún en algunos, no en el hecho de creer en lo que se celebra, sino en celebrar algo que se cree: LA VIDA ES MAS RICA CUANDO SE DISFRUTA LO QUE SE VIVE.

Texto agregado el 01-07-2010, y leído por 138 visitantes. (0 votos)


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