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Conducíamos por un camino de piedra y arena para poder llegar a la casa de esa señora de las que nos habían hablado. Estaba anocheciendo cuando llegamos al sitio exacto. Estaba semidestartalada, el fuego de la chimenea calentaba una cacerola de agua a punto de hervir. Los sofás, alrededor de una camilla cubierta por una antigua cortina floreada, estaban llenos de jirones. Aún así, era todo muy acogedor. El olor a campo se mezclaba con ropa vieja y apolillada. La ausencia de cuadros era palpable, excepto una virgen en un marco casi roto por mil pedazos que iluminaba la imagen anacrónica reflejando los ojos profundos semicerrados.

Nos invitó a sentarnos y a tomar una infusión de hierbas recientemente recolectadas de su jardín, ese mismo que presidía la puerta de entrada con mil y una planta desconocidas para el común de los humanos. El verde se confundía con tonos que nunca más vería en mi vida. No creo que fueran normales, pues no había una naturaleza más atemporal que esa que conocimos ese día. Por una cortina se entreveía lo que supusimos era el dormitorio, teniendo por cocina una esquina con una mesa de madera podrida que estaba cubiertas por cachorros mohosos y tazas sin asas. De allí eligió las que menos deterioradas estaban para poder ofrecernos su brebaje.

Al sentarnos, mi maestro me miró dandome permiso para formular la cuestión que nos traía hasta allí. La miré fijamente, bajando mi mirada debido a mi enorme timidez y el respeto que me inspiraba. Volví a alzar la cabeza como pude e intenté abrir la boca pero me tuve que contener de nuevo. Mi maestro sí pudo, y le dijo a la Dama que nuestra visita se debía, pero no lo dejó acabar, adelantándose a sus palabras y contándonos que conocía de la existencia de mis dudas, de mis miedos.

Nos contó que hacía muchos años que alguien también se acercó a ella, en su juventud, para conocer la realidad de ese sentiemiento que los humanos llamamos amor. Le dijo que se sentara, quizá en la misma sala en la que nos encontrábamos, y le pidió explorar la palma de su mano. Él la miró con sus ojos verdes, sonriendo, y le comentó que nunca antes le habían hecho eso, que quizá le daba algo de reparo. Aún así le tendió su mano izquierda, cogiendo ella la derecha. La miró fijamente, señalando la estrella que culminaba sus líneas. Sonrió dejande ver su dentadura ya en esos tiempos vacía de piezas.

El amor en tu vida es tan esencial como inutil, pues no es el amor lo que te llenará, sino que llenarás el amor de tu esencia, pues eres alguien que vive de sueños, los tuyos y los que crees en los demás. Eres especial por tanto que tu das amor aún cuando sólo recibirás el instante de conocerlo para olvidarlo, no serás guerrero de luz, ni mago de sombras, no sería jamás mas que un enamorado de la nada y del todo, un buscador de la verdad inexistente, de esa mentira que todo hombre busca en los ojos de alguien para poder conocer su verdad interior.

No, no encontraría jamás el amor descrito en poemas y leyendas, pues no se trataba del amor del corazón el que debería localizar el del alma. Ese era su sino, no otro, pues la vida, su vida, estaba encaminada a llegar al séptimo estado, en el cual el ser traspasa la frontera de vivir en la realidad del sueño a soñar la realidad, pues ese era su punto de encuentro, hacer vibrar con una caricia y reencontrar en cada persona a la amada ilocalizable.

Le refirió un antiguo proverbio, en el que se decía algo así como:

"Busca tu verdad dentro de tí y la encontrarás en quien te diga la certeza de tu alma. Encuentra en los otros tu mentira, pues verás reflejada tu irrealidad. Mira a los ojos de frente, pues quien te haga ver el reflejo de tí mismo, será el alma errante que anida en ti"

Después de eso, sorbió su taza, quizá la misma que ahora usábamos. Esas mismas palabras me servían ahora a mi para comprender mi verdad, mi realidad. El amor no llegaría a mi vida, sólo podría repartirlo, pues el sentirlo sería encontrar mi realidad, mi sino, mi parte desprendida de alma.

Le pregunté que si todo era así, porque amé en su momento. Me explicó que era todo causado por el plan preconcebido para llegar al estado puro, en el que al ver la luz conocería su interior, pues no hay nada más hermoso que encontrar su mitad, la parte desprendida. Así, una vez que amas, es porque ese alma fue en su momento alguien que se cruzó en una vida anterior, pero no la esencial, esa que nació en ti al igual que tú en ella.

El amor que yo debía buscar no era el normal. Tendría que hallar el camino hacia una verdad, la mia, la de esa persona a la que sólo con mirar a los ojos me hechizara y lograra hacer sonreir el alma. Ese día conocería el amor, pues el fuego y el hielo se fundirían en un estado del que jamás volvería a morir. Sí, el amor no existe en mi vida, pues ese estado está fuera de mi ser, como cuando amé en lo humano sin saber que mi amor verdadero es de alma y fuego.

Al salir, con las estrellas de fuego como testigo y la luna de madrina de mi futuro vi la imagen de una mujer con ojos marrones que me iluminó el alma aún antes de conocerla.

Texto agregado el 01-07-2010, y leído por 153 visitantes. (2 votos)


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