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 Y ahora, en la incertidumbre de mis tobillos, caes tú,
 con esa certeza de antaño, sellando el suelo donde pisas, en esta mañana llena de niebla y duelo antiguo
 y la causa y el efecto se chocan en los espejos confundidos, hay una llama que se extingue en el cielo raso.
 Ángeles sin estirpe ni cielo, indagan  a los perros hambrientos de mi espalda y mis cansados pies no pueden recordar tu nombre.
 La lluvia se vuelve amiga de mis pasos ciegos
 y el agua lava la memoria, me sumerge   en el olvido.
 Y ahora, imagino tus manos temblorosas, pequeñas,
 aferrándose a un  pasado de gloria  que nunca existió.
 Y siempre, los domingos llegan con aguacero,
 me obligan a recostarme en la comodidad de mi melancolía.
 Éramos, como esos barriletes sin rumbo
 que se rompen fácilmente con el viento del sur,
 espejismos orgullosos de una ceremonia  quieta.
 Y ahora, en la incertidumbre de mis tobillos, caes tú.
 Ráfaga  contenida, siempre desgarrada
 Y yo, con este abrazo de olvido colgando de mi boca.
 Y yo, con este invierno lleno de cicatrices,
 tendida en la comodidad de estas manos vacías…
 
 
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