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Inicio / Cuenteros Locales / simasima / "El Cura..." II. Mi Llegada al Pueblo

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(Algunos hay que siempre “caen parados”)

El emocionante y trágico suceso de La Maldición marcó época en la región, y aunque mis familiares y amigos me visitan frecuentemente, no lanzaré a través del papel la situación en el mapa de este singular rincón nacional.
Sería, como ya lo expresé, muy peligroso para algunos incautos que gustan de lo esotérico y de novedades relacionadas con el más allá, o con el más acá oculto a ojos profanos. Con eso no se juega.

Cuando me designan para una nueva misión pastoral, acostumbro a viajar antes, medio de incógnito, al lugar de mis nuevas aventuras apostólicas. Como buen afuerino, hago inocentes preguntas, entablo conversaciones de ocasión.
Del camino troncal, dos buses hacen un desvío para entrar al rincón de Los Brujos. Los dueños del recorrido dicen, para justificar lo oneroso del pasaje, que se sacrifican al hacerlo, pero en realidad hacen un buen negocio. Les da miedo, pero son los choferes los que hacen el recorrido a este sector que, como ya expresé, ni siquiera figura en parte alguna, salvo como apéndice lejano de la Municipalidad. Para el último Censo, nadie quiso censar allí, por lo que el Alcalde encomendó la tarea al profesor único de la escuela.
Este, avisó a la población que si alguien tenía alguna novedad, se la comunicara. El día del Censo dio vacaciones a los chicos que, de todos modos, no se perdieron una mañana “pichanguera” ni el correspondiente almuerzo escolar. El profesor Lisandro se encerró en la Oficina todo el día y él mismo llenó los datos solicitados. Era oriundo del pueblo y en lugares así los datos de cada cual que pide un Censo son de todos conocidos. Y los que ignoraba los obtuvo de los datos proporcionados por los padres al matricular a sus hijos en la escuela para que les abrieran la mollera y aprendieran lo que corresponde a todos los niños; amén de los arcanos propios del lugar, que no son pocos.

Esto último está fuera del programa nacional de educación, pero fue por acuerdo del Centro de Padres. “Con estos dones no se juega” es el lema. Y hay que dar entonces orientaciones, principios y advertencias a los niños para que al ir descubriendo los misteriosos y diversos poderes de los que están dotados, no cometan imprudencias ni errores irreversibles.
Tal materia no aparece en los programas oficiales de la escuelita.
Cuando el cura párroco es de confianza recurren a él también para que en clase de Religión les haga ver hasta dónde pueden llegar sin apartarse del camino del Evangelio. Porque la fe es profunda en ellos.
Finalmente, los datos del Censo que el maestro no tenía, los supuso. Selló el enorme sobre y lo envió al atardecer con otro vecino que pasaría por la Municipalidad. Los Brujuleños son gente sin complicaciones.

Por mi parte, cuando emprendo como los espías de Josué mi viaje de exploración a mi futura parroquia, me entrevisto con el párroco que se va, para informarme lo más que puedo y dejar que él me oriente en todo.
En el presente caso, no lo hice porque el joven sacerdote antecesor apenas permaneció uno o dos meses allí y salió arrancando cuando descubrió por qué al pueblo lo llamaban Los Brujos. Y para “desespantarse”, emprendió un viaje a Tierra Santa y alrededores, con pasada por Roma y todo. Sencillo el hombre...

El domingo en que el Vicario me presentó a los feligreses, lavé humildemente los pies a los representantes de las diversas Comunidades Ecle-siales de la parroquia. Gesto que me gustó mucho, porque me bajó el moño recordándome que llegaba como servidor de esos hermanos.
Así “tomé oficialmente posesión de mi cargo”, y empecé con mi nuevo rebaño y familia.
Al finalizar, un grupo se acercó a mí. Se presentaron como “autoridades no oficiales”. Me dieron la bienvenida, deseándome larga estadía entre ellos. Que estaban dispuestos a ayudarme en lo que necesitara.
Me leyeron la cartilla con rudeza campesina: “Los sacerdotes pasan y nosotros permanecemos. Tenemos costumbres ancestrales, pero hay cosas que se pueden ir cambiando o mejorando. Estamos a sus órdenes”. La advertencia fue acompañada de una exquisita amabilidad, y con gestos y miradas ladinas. Y a buen entendedor...

Les aclaré a mi vez, con no menos amplia sonrisa que agradecía cordialmente su oferta de ayuda, pero les hice ver que para la vida comunitaria eran ellos los que trabajaban y yo el que venía a ayudarlos. Porque respetaba a la gente y sus costumbres, y caminaba al tranco de ellos, sin pasar a llevar a nadie. Las cosas se hacían con ellos o, simplemente, no resultaban. Pues, como habían dicho, yo era sólo un ave de paso. Aunque esperaba fuera un paso de muchos años y que, dada mi edad, fuera con permanencia definitiva al servicio de ellos.
Quedaron muy complacidos según supe posteriormente, y me auguraron una feliz estadía. Y así ha sido hasta hoy.
Fui muy sincero al responderles. Cada vez que me han cambiado de parroquia he presentido si mi permanencia en ese lugar iba a ser duradera, mediana o efímera. Y nunca mis presentimientos me engañaron. Allí presentía cierta duración. Duración de prejubilado, o talvez de jubilación, de mi partida... Dios lo sabe.
Bueno, estoy “larguero”, “latero”. No sé que será. Talvez mi impericia de relator y el peso de los años me hacen evocar detalles poco importantes y escribir largos exordios. En fin, ténganme ustedes paciencia.

Dentro de media hora pasaré a buscarlos, nos dijo al Vicario y a mí, don Carlos, uno de los vecinos del grupo, antes de irse. Lo malo, ¿o lo bueno?, es que no pensaron que por la ventana se oyeron sus comentarios al retirarse:
- Yo creo que no va a ser necesario probarlo.
- Hmmm.
- ¿No le viste el aura? Es alguien que nos entenderá.
– Hmmm, creo que tienes razón.
- Parece que me probarán, comenté al Vicario.
- Pero les caíste bien, respondió palmoteando mis lomos. Por algo te nombramos para esta parroquia.
Y me guiñó un ojo con picardía.
– Si necesitas ayuda, me lo dices.
- Gracias, padre Vicario.

El Vicario sabía de mi capacidad de transmitir energía pero nunca habíamos tocado el tema. Lo hará en el momento oportuno, pensé. Era un hombre sabio, acogedor y prudente.
No estaba en mis primeros planes hablar a mis feligreses de esa capacidad de transmitir energía. Por lo menos en los primeros tiempos.
El secreto que pensaba retener se esfumó como nube de verano.

El padre Vicario tuvo que irse concluido el almuerzo. Los demás quedamos en una larga sobremesa dominguera. Y sin decir agua va, don Carlos, puntal de la comunidad cristiana me confidenció:
- Usted va a caer parado aquí, padre.
- ¿Por qué tan seguro?
– Porque lo sé. Le vi el aura y además...
- ¿Me vio el aura?, le interrumpí. ¿De qué color la vio?
– Verde y violeta, principalmente.
- ¿Y qué indica eso?, indagué haciéndome el ignorante.
- El morado indica transmutación. Usted es un hombre que ha evolucionado mucho en su vida. En todo sentido: En lo físico, en lo psicológico y en lo espiritual.
- ¿Y el verde? –
El verde indica sanación. Usted está en permanente sanación. De lo contrario ya estaría muerto. Y el verde suyo es muy hermoso. Irradia. Señal de que tiene capacidad de dar sanación. Física y espiritual. Usted nos transmitió energía mientras bailaban los niños en el templo.
-¿Y cómo lo supo?
– Lo sentí. Sentí la energía que me llegaba porque yo soy muy sensible. Y me di cuenta de que venía de usted. Fueron pocos segundos solamente pero el templo quedó lleno de energía porque lo hizo con mucho cariño. Gracias, padre. Varios nos dimos cuenta.

Le respondí con una sonrisa. ¡Era cierto! Mientras los niños bailaban después de la misa decidí, agradecido por la recepción, envié energía a la concurrencia. No soy experto en bailes, así es que aproveché el momento. ¡Y ya varios me habían descubierto! ¡Tendría que cuidarme mucho en esa parroquia!
- Usted, don Carlos, dijo que si yo no estuviera en permanente sanación ya estaría muerto. ¿Cómo es eso?
- Vea usted. Sus chakras están en línea, derechitos como un palo de escoba. Conectados con El de Arriba (señaló el cielo), y el nadir, (e indicó hacia el centro de la tierra)
- ¿Y eso qué significa?
- Gracias a eso, la cinta energética suya está muy ancha y dilatada. Eso hace que los ramales que van hacia sus órganos lleguen a “chisporrotear” y se mantengan activos.

- ¿Y...?
- Usted vive por milagro de Dios. Sus órganos de por sí ya están muertos. Sólo que gracias a que sus chakras están en línea se mantiene vivo. Si Dios quisiera cortarle el resuello se iría de un viaje. No se asuste, padre, pero es una especie de milagro, un regalo de Dios. Algo quiere que haga usted todavía aquí abajo.

Yo me reí a carcajadas y don Carlos se anduvo azorando. Como yo lo advirtiera, le dije:
- Perdón, don Carlos. No me burlo de usted al reírme, sino porque eso que usted me dice ya me lo dijeron antes, casi con las mismas palabras. Así es que no me asusto pues hace tiempo me puse confiado en las manos del Padre Dios. Usted hoy corrobora mi situación, y le doy gracias por su confianza al hablarme de estas cosas.
Efectivamente. Casi como un calco en las palabras alguien me había dicho lo mismo en una evaluación energética.
Yo había realizado cursos para tener esa capacidad, y don Carlos, como buen brujuleño, la tenía naturalmente.

- Por eso le digo, padre, que a usted le va a ir bien en esta parroquia. Y para no olvidarme le quiero entregar hoy mismo un mensaje que me encargó el padre Rosales para los párrocos que vinieran después de él.
A los sacerdotes la gente nos llama generalmente por el nombre. Pero al padre Clodomiro lo llamaban por su apellido, Rosales, más de acuerdo talvez con la realidad campestre de la parroquia. El padre Rosales había estado treinta y cinco años allí, gozando de la plena confianza de los lugareños, por su comprensión, bondad y espíritu acogedor.

Sabía que en la Oficina había un sobre cerrado dejado por el padre Alejandro, mi joven antecesor, quien a su vez lo había recibido del padre Rosales.
- Le di el recado al padre Alejandro. Pero él no me hizo caso. Se enemistó con la gente y luego se fue asustado. Por eso algunos no vinieron a recibirlo a usted hoy. Están enojados o dolidos y, ahora, a la expectativa frente a usted. Lo vendrán a probar.

- ¿Cómo me probarán?
– Nadie lo sabe. Ni ellos mismos. Los acontecimientos se presentan solos. Pero usted saldrá airoso.
- Gracias. ¿Y cuál es el recado del padre Rosales?
– Es bien corto. Como los letreros del cruce del ferrocarril. Antes de morir, el padre Rosales me llamó y me dijo: Carlos, por favor da esta recomendación a los curas que vengan después de mí. Y la recomendación del padre dice así: “Pare, mire y escuche”. Nada más. ¡Ah! Y que ustedes lo iban a entender.
- Creo entenderlo, pero lo meditaré cabalmente y lo tomaré en cuenta. Estoy muy agradecido por su invitación de hoy y por su confianza. Espero no defraudarlo. Pero, hablemos de usted, don Carlos. ¿En qué trabaja usted?
- Yo soy maestro. El profesor de la escuela. Algunos me llaman Lisandro que es mi segundo nombre.

Atardecía ese siete de marzo. El sol se ocultaba tras los montes cuando abandoné agradecido y en paz el hogar de Carlos Lisandro, de su rolliza esposa Linda Urtubia, de sus hijos, y de algunos bulliciosos nietos, con quienes había compartido ese agradable domingo por la tarde. Don Carlos Lisandro Urrutia, maestro de escuela, Coordinador de la Catequesis Familiar; buen amigo y puntal de la comunidad cristiana.
















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Texto agregado el 10-07-2010, y leído por 230 visitantes. (2 votos)


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