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Esta es la historia de un hombre ruin, de corazón duro, Mateo era su nombre, él no concebía el mundo sin procurar sufrimiento a la gente, buscaba hacer daño a toda persona que tuviera relación con él en algún momento, era un hombre odiado por casi todos los individuos que tenían la mala suerte de entrar en contacto con este personaje, sin duda todos ellos eran víctimas de su maldad, su arrogancia y soberbia.

Amaneció una mañana prometiendo ser un día más, similar al resto, Mateo no se imaginaba lo que iba a suceder ese día. Una de sus tantas víctimas, enfurecido, con los ojos llenos de ira y decidido a todo, lo atacó mientras se dirigía a su trabajo, su intención era matar al hombre que días atrás le había causado grandes problemas dejándolo sin empleo además de haber hecho que se sienta la peor basura del planeta, estimulado por la embriaguez de varios días que llevaba encima, se abalanzó sobre el hombre ocasionándole serias lesiones en todo el cuerpo que lo postraron en la cama de un hospital por varias semanas, sin que él pudiera recordar quién era, qué le había pasado y cuánto tiempo y había pasado.

Salió del nosocomio muy mal trecho, cojeaba, la lesión más seria que sufrió físicamente fue la perdida de su ojo derecho. Mientras caminaba hacia su casa recordaba lo que había pasado aquel aciago día para él y los posteriores. No recordaba cómo paso todo, tampoco cómo había llegado a aquel pobre hospital, no comprendía muy bien el cariño con el que fue tratado por las enfermeras en ese lugar. Recordaba también las conversaciones que había escuchado mientras permanecía en ese lugar sobre su persona: “ No se le vio más desde aquel día que dicen que lo golpearon, supongo que lo mataron” decían las personas, “Lo más probable es que haya muerto, la verdad no me hubiera molestado por levantar su cadáver”, “Dicen que nadie preguntó por él ni en el hospital ni en la morgue” “De qué le valió tanta riqueza, nadie supo quererlo”, “Ese tipo era tan despreciable, hizo felices a muchos si es que murió” ... Recordaba al caminar todo lo que había escuchado y las cosas que le dijeron, en realidad nadie sabía quién era el hombre que había llegado una mañana cubierto de sangre y tierra, las personas de aquel hospital lo cuidaron como a un pobre indigente levantado de la calle por alguien de buen corazón que se conmovió de él llevándolo para que curaran sus heridas.

“Nadie sabía quien soy” pensaba el hombre mientras caminaba a su casa “Nadie se ocupó de mí, no tuve una sola visita” vestía un abrigo marrón largo que le dieron en el hospital, probablemente perteneció a alguien que ya no lo necesitaba y lo donó para los menesterosos del lugar. “No tengo amigos, no puedo recurrir a nadie” se lamentaba empezando a darse cuenta que no era tan autosuficiente como pensaba, ahora necesitaba de alguien y no tenía a nadie a su lado.

Llegó frente a lo que un día fue su casa, no se animaba a entrar, tenía miedo. Se fue acercando poco a poco, la puerta estaba abierta empujándola lentamente ingresó la cabeza y con mucho temor fue asomando despacio todo el cuerpo. La imagen que presenciaban sus ojos era desoladora, todo estaba destruido, en el piso estaban los restos de lo que fueron sus tesoros más preciados, al ver su vida destruida, cayo de rodillas, se cubrió el rostro con las manos y lloró.

Un hombre que por ahí pasaba lo vio, se le acercó y le dijo “¿Por qué lloras buen hombre?, esto no vale la pena, seguramente llegaste tarde, ¿también querías algo de las cosas que poseía aquel sujeto, verdad? No valen la pena, tienes vida y eso es lo importante, el resto va y viene, se rumora que el dueño de esto murió y ya ves, no se llevó nada, levántate buen hombre y no llores por las cosas pasajeras”.

“Si supieras que el dueño de esto no está muerto, pero tengo miedo, si lo reclamo, son capaces de matarme” pensó el hombre levantándose del suelo. Se puso a caminar por la casa recorrió todas las habitaciones, con gran tristeza descubrió que no existía nada de lo que alguna vez fue toda esa mansión, su mundo, sus tesoros, su vida no tenía ningún sentido ahora. Todo el tiempo había trabajado por cosas que se podían esfumar, dejo de tener amigos, y solo tenía empleados que hacían lo que él decía y soportaban sus majaderías solamente por un sueldo.

Salió de la casa sin saber que hacer, no tenía a nadie a quien buscar, sólo le quedaba buscar alguna forma de sobrevivir, un trabajo talvez o la caridad de la gente.

Los siguientes días pasó trabajando cargando objetos que las personas no querían hacerlo, por su débil constitución no podía cargar cosas muy grandes, comprendía ahora a la gente que lo soportaba a él cuando refutaba el trabajo de quienes trabajaban para él. Comía en un comedor popular instalado para indigentes, como él ahora, dormía en rincones donde la noche lo encontraba. Se sentía miserable, hablaba muy poco con algunos menesterosos que compartían lo que tenían con él, poco a poco comprendió lo que era “compartir”.

Un día, encontró a una vieja que nunca antes había visto por ahí, ella sólo podía pedir limosna, él le dio lo poco que tenía para comer, entonces la vieja le dijo:

- Gracias hijo, llevo hambre de días, tú te ves joven, ¿por qué estás aquí viviendo de esta manera?
- Es una historia larga y triste, prefiero no hablar de mi vida pasada- respondió Mateo.
- Mis ojos cansados vieron muchas caras tristes a través de mi vida, pero la tuya es la que más tristeza lleva, perdiste tu ojo porque no sabías ver.
- ¿Qué?
- Lo verdadero, lo que realmente importa no se ve con los ojos de esta carne que algún día la tierra reclamará, para lo importante no es necesario tener ojos materiales.
- No te entiendo...
- Busca en tu interior los ojos del alma y busca con el corazón, encontrarás la verdadera felicidad, esa es la única forma.
- ¿Los ojos del alma?
- Descúbrelo y serás feliz...

Desde aquel día Mateo se quedaba pensando largas horas en las palabras de aquella mujer, de algún modo talvez tenía razón, ahora tenía que aprender a ver con el corazón, la pregunta era ¿Cómo descubrir aquellos ojos? Pasó un buen tiempo y el hombre prestaba más atención a la cosas que sucedían a su alrededor, intentando abrir los ojos del corazón.


Un día, estando muy concentrado en sus pensamientos, Mateo llegó a la conclusión de que si los ojos de la materia no servían, no debía utilizar el ojo que tenía, se lo cubrió. Desde aquel día él caminaba como si fuera ciego completamente, se guiaba por los sonidos, olores, corrientes de aire, etc. De esta manera agudizó los sentidos que le conectaban con su entorno y desarrollo otros que no conocía, como el instinto y aquel que le permitía captar la energía de los seres que tenía cerca, empezó a “buscar con el corazón”.

Un día decidió caminar y caminar en busca de la felicidad guiado sólo por los sentidos que había descubierto, tuvo que pasar algunos tropiezos, caías, choques, pues no era una tarea muy fácil, se guiaba por las sensaciones y sentimientos que le producían algunos lugares y algunas personas.

Caminó mucho tiempo, el hombre perdió la cojera que tenía, usaba aún el abrigo con el que había salido del hospital, se había rapado la cabeza y había aprendido a caminar con paso firme y decidido. Dejó de preocuparse por su sobrevivencia y extrañamente nunca le faltaba el alimento y el agua. Su única meta era encontrar la felicidad.

Un día, mientras caminaba, sintió una brisa suave con un agradable aroma a flores, el aire era tibio, sus pies pisaban una superficie plana que se sentía lisa, se podía sentir cierto brillo, seguramente de la luz que existía en el lugar, sentía gran tentación por descubrirse el ojo que tenía tapado, pero supo contenerse y siguió caminando... su corazón latía cada vez más fuerte, sentía que se acercaba a un lugar muy especial, pero contenía las ganas de ver con mucha decisión..... Seguía caminando y a lo lejos podía escuchar una dulcísima melodía, suave, como el canto de muchos niños que le alegraban el alma, el canto se hacía cada vez más claro, ya sentía que estaba en medio de aquellos niños cantores, y vencía impetuosamente el deseo de ver.

Sus pies llegaron a un umbral, lo sentía, entonces supo que era el momento de destaparse el ojo, maravillosamente se dio cuenta que podía ver con ambos ojos, como si nunca le hubiera pasado nada...No podía creer lo que sus ojos tenían al frente, se encontraba parado en un pasillo flanqueado por pilares de un material parecido al mármol blanco, estaba en medio de la nubes, y se dio cuenta que estaba suspendido en el aire, ¿Cómo había llegado hasta ahí?, no lo sabía. El pasillo precedía a un portón enorme, parecía ser un templo, para él algo demasiado hermoso, nunca antes había presenciado cosa semejante. Fijó sus ojos en el piso, sus pies estaban suspendidos en el aire, no podía salir de su asombro y en un momento sintió el temor de caer, después de reponerse del susto siguió caminando hacia el portón, pues sentía el suelo debajo sus pies, aunque no lo podía ver, se fijó en el templo, algunas nubes y destellos dorados alargados le servían de cimientos...

Mateo caminó hacia el gran portón, cuando se levantó la mano con el propósito de empujar la puerta para abrirla, esta se abrió sin que la tocara, ingresó al templo con paso pausado sin dar crédito a lo que estaba mirando, la cubierta estaba muy alta y se observaba hermosos dibujos, llenos de colorido, magia, se veían muy irreales, con seres hermosos llenos de luz y una hermosura indescriptible. Siguió caminando en el lugar del altar estaba un enorme libro dorado con caracteres blancos en la portada, no lo entendió porque nunca los había visto, tuvo miedo acercarse, pero lo hizo; tuvo duda de tocarlo, el brillo de aquel libro era resplandeciente, pero lo hizo.....

Lentamente abrió el libro y el libro se iba llenando de un aroma a delicadas flores, y salían chispas de colores que empezaron a rodearlo y mientras más lo abría más lo cubrían. Cuando terminó de abrirlo la luz que desprendía el libro era enceguecedora completamente, cayo al suelo de espalda cubriéndose de esa luz.

En el suelo, sintió que era levantado por pequeñas fuerzas en todo el cuerpo que lo obligaban a ponerse de pie, cuando abrió los ojos para ver qué era aquello, descubrió hermosas y pequeñas figuritas que volaban en torno suyo sonriéndole, eran unas menudas hadas que lo llevaban jalándole de la ropa... ¿dónde estaba? No importaba, había encontrado la felicidad.

Texto agregado el 16-07-2010, y leído por 121 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
21-07-2010 Dispénsame, Illapita, pero toda esta historia contradice el primer párrafo de ella. Mateo ni era cruel ni era de corazón duro. Solamente estaba solo y por lo mismo desesperado. ¿Cruel? No creo. za-lac-fay33
 
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