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La mujer, piel enjuta por los años, zigzaguea la comisura de sus labios con el colorete, intenta pintarse los labios de rubí, respira profundamente, cuenta 1, 2 y 3 y ajusta el pulso, es el Parkinson traicionero que desfigura su rostro en la imagen de un payaso.

En el espejo se observa desgastada, pero aquel tren que siempre viaja para adentro, la regresa a esos momentos de niñez, entonces se reconoce como la misma de hace tantos años, se sujeta una peluca llena polvo sobre el poco cabello canoso, sucio y enmarañado, se envuelve los colgajos de carne con los retazos de unas sabanas, que alguna vez fueron blancas, las ajusta a su tullido y contrahecho cuerpo, debería apresurarse, y aunque presiente que no queda mucho tiempo, saborea detenidamente el correr del viejo reloj para observar, con lo que le resta del brillo casi extinguidos de sus ojos, lo hermosamente grandes que se ven esas sandalias blancas en sus pies diminutos tallados maravillosamente por los callosos.

Está lista, renguea a través del largo pasadizo lleno de trasto, se aferra a las paredes llenas de polvo y telarañas para no caer, lucha contra la curvatura de su espalda esculpida por los años e intenta andar lo más derecha posible, simulando una marcha nupcial siempre soñada. Todo esta planificado con esmero, tanta vida mecida al vaivén de una ilusión, tanta existencia revelada contra el estado de las cosas.

En la puerta de aquel espacio que siempre fue de ellas, el sótano exhibe una imagen fúnebre, ella baja detenidamente las escaleras de madera que chirrían al contacto de sus pies, el sonido es tan cercano al pentagrama del crujir de sus huesos oxidados, es tan hermosa aquella música, en la esquina más oscura encuentra el baúl de cuero de chancho que trajo de uno de sus viajes que hizo a parís, hace muchos años ya, eran otros tiempos aquellos años en que las ganas de un macho la adoraban todo el día, a pesar, que ella pensara, con arrepentimiento y culpa, en la extensión de los pezones donde todos somos hembras. Con las pocas fuerzas que le queda retira los trastos amontonados sobre el baúl, tira del gatillo, lo abre, observa el maravilloso tesoro que guarda su interior, el hermoso secreto que jamás pudo revelarle a nadie, una mezcla de pena y alegría adquiere forma de llanto y recorre la piel tibia y curtida de sus mejillas, es la emoción que nuevamente riega su espíritu, porque ella lo sabe bien, es mentira lo que dice el sacerdote cuando se unen de dos almas que pierden, en aquella vocación de servicio, la razón y hasta el genero “Hasta que la muerte los separe”. Hoy la muerte…sella el inicio de una vida eterna a su lado.

Texto agregado el 27-07-2010, y leído por 175 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
27-07-2010 Sí, tienes una forma de escribir que capta al lector. Hay fluidez y no me cansó tu relato, sino todo lo contrario. BIEN Pielfria
27-07-2010 Fascinante descripcion del camino que todos recorreremos pero, el espiritu siempre ES. Muy lindo maias
27-07-2010 Vaya historia, me ha encantado, es envolvente hasta el final, felicitaciones******* JAGOMEZ
 
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