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El hijo pródigo de las montañas

Sentados en una banca dos amigos platican, mientras esperan que la sesión de asesoría académica empiece; es un reencuentro de viejos conocidos, han trabajado en una misma región sin saberlo, ahora vuelven a coincidir en la parte norte de la ciudad. Pero mucho muy antes, en la década de los ochenta el había estado en esta región y después había emigrado hacia las tierras cálidas del Papalóapam, al igual que ella, ahora ha vuelto, como el hijo pródigo de los nahuales, protector y guiador espiritual de los nacidos en estas montañas, como retoño de la madre tierra, hijo del sol y del trueno, etéreo como el viento; es la sangre de los ancestros que llevan en sus venas lo que los llama y atrae a los suyos, la magia agreste de las nieblas que cubren como manto blanco a los pueblos que están al pie de las montañas que en antaño fuera la barrera natural de la conquista que ocultándolos de las miradas ajenas quedaran protegidas. Por eso tarde o temprano sus hijos regresan a estas tierras. Haciendo un recuento de su pasado no muy lejano, cuenta él uno de los misterios y pruebas que esconden en sus entrañas las laderas y barrancos ocultos en la profundidad de las noches más oscuras que solo se aprecia en estas montañas apartadas del ruido y de las luces. Que tan insondables al ojo humano se vuelven los caminos en una noche sin estrellas. Ya conocía el camino tanto de ida como de regreso, pero jamás lo había transitado durante la noche y menos sin lámpara; en ese día había salido de madrugada de Ocotepec, no había luz ni transporte; el único acceso era el camino de herradura. Por trámites administrativos tuvo que salir de madrugada hacia las oficinas de la zona escolar que estaba a siete horas de camino; y esa misma tarde emprendió el camino de regreso pero la noche le tomó de sorpresa a tres cuartas partes de camino a casa, no llevaba lámpara ni cerillos, la luz de la luna y de las estrellas brillaban por su ausencia, solo la oscuridad era su compañera de viaje, pasaban las horas y no llegaba a buen puerto y seguía caminando lo más rápidamente posible y así hubiera seguido hasta amanecer si no es porque accidentalmente con el pie arrojara una piedra y así súbitamente, por instinto de salvación detuviera el paso, al mismo tiempo que esa piedra seguía cayendo sin parar. Se dio la vuelta de regreso, con el alma en un hilo, ya que sin darse cuenta se había desviado de la ruta correcta, retomó el camino principal y al poco rato ya estaba en casa nuevamente. Al día siguiente volvió al lugar y ante sus ojos se presentó en toda su peligrosidad y misterio el fondo de un abismo.

Texto agregado el 09-09-2010, y leído por 109 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
09-09-2010 Buen texto. firpo
09-09-2010 Claro mensaje de la vida sivestre, donde viven hoy los ancestros; para que ese hombre que no ha olvidado a los suyos , siga construyendo vida . Me gustó tu relato, que lleva amor en sus letras . Mi saludo negrate
 
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