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Inicio / Cuenteros Locales / garay / Plan para hacer un cuento de una mujer que está escuchando la radio

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Mujer le habla al altavoz y éste le devuelve un eco. Silbido en un oído. Turbia sensación de embote, micro mundo armándose, límites del sueño justo donde acaba el sonido; al menos, hasta donde parece terminar. Como si fuese una esfera con ella en el centro o algo así. Atmósfera, clima de peces en el aire; voces de leones y cielos que se enojan; voces femeninas con rostros de niña con el pelo atado, chicas capaces de transponerse entre cuerpo y cuerpo –bueno, al fin y al cabo son sólo voces–. Sonido de voces cuyas personas viven y mueren cuando no hay más voz, las risas son de personas hermosas por reír y no hay persona cuando no hay risa: ya no hay sonido. De repente un silbido artificial como de un fuego surcando veloz; en realidad se lo imagina: no hay tal fuego de artificio. Se le cansa la vista porque retumba el zumbido de la ventilación del ambiente, el zumbido se comporta como un velo extendido, enturbia las voces, como si las soñara, no ella sino el mismo zumbido. Se imagina un viaje aéreo y se pregunta si los aviones zumban como una ventilación. Curiosamente, no le importaría morir si la máquina cae; inexplicablemente se apaga, y muere. Mira un reloj –el sonido se lo fabrica para que lo mire, puede ser eso– y hay muchas figuras de personas configuradas a partir de sus voces mientras el vuelo vence una distancia de tiempo –se acerca la hora de volver a su casa–. Hombre llama su atención posando su mano en el hombro, le habla pero su voz es ajena, no es la voz de ese hombre, es de otro: por eso no le entiende. Por eso después lo ahuyenta con una sonrisa muda y él se va conforme. Tiene barba, los labios se agitan e intentan quitarse la mirada de ella desde donde, ella intenta armarse otro hombre, tal vez uno sin ganas de hablarle, sólo de mirarla. Y después de mirarla se vaya y sea sólo una voz, un golpeteo de tambores –de amistosos negros jamaicanos tocando felices– diluyéndose lejos más allá del límite de la esfera, donde ella reside sola mientras el altavoz le devuelve: la voz es tuya. Si se apaga, cae. No le importaría caer porque ella puede ser la aeronave por el cielo enojado –lo que pasa es que afuera está muy nublado, dice el informativo– y no ya la mujer. El silbido ahora es en ambos oídos, podría terminar así. Auque también diciendo se largó el aguacero y comparar la lluvia con un montón de lágrimas.

Texto agregado el 10-09-2010, y leído por 73 visitantes. (2 votos)


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