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La mano muerta.

Una mañana, como cualquiera otra de esas mañanas donde el sol apenas asoma su semblante, despiertan los amantes. La noche ya había quedado atrás y con ella un sin fin de pasiones aletargadas por el correr de las horas. Muy lentamente los cimientos del nuevo día se apoderaban de la vigilia y al mismo tiempo el ritual del silencio encarnaba con orgullo la asonancia del momento. Podía sentirse el eco de los sonidos ausentes que reinaban el ambiente, todo parecía señalar que aquel día no sería en realidad como cualquier otro día.
No hubo bostezos ni sollozos tampoco aseo, solo un golpe de agua fría para quizás escindir el sueño de la vigilia. El desayuno fue tan solo lo que puede saciar el humo de un cigarrillo encendido y así todo poco importaba ya que no recordaban haber hecho otra cosa jamás.
En ese momento todo parecía confuso, se sintieron atrapados y fundidos en una sola maraña de ideas, los suspiros resonaban en todas las direcciones y el día comenzaba su lento recorrido hacia el ocaso.
El sueño inconcluso de una noche parecida al otoño aguardaba impaciente la caída del sol quizás para reencontrarse nuevamente con su amo y creador y así poder volver a revivir aunque sea momentáneamente la fantasía de estar con vida.
Un sinfín de pasiones parecían confluir en ese momento y podía sentirse como cobraban presencia las furias reinantes, una a una en si mismas, una a una cada vez mas voraces y nacidas de una exaragma corporal, de una fragmentación individual que poco a poco emergía y que ahora reclamaba su lugar con tanta crudeza que sembraba confusión. Las ruinas hechas ideas habían estado expandiendo sus dominios por lo mas recóndito del alma, jugando con los limites de la cordura alzándose temerarias y sin culpa alguna.
Sintieron la tristeza que tanto pesa en la desesperanza, la misma tristeza de quienes caminan entre los mundos sin el brillo de la vida y se resguardan errante en un interior dormido, esperando quizás algún día que el viento les devuelva su alma de una vez y para siempre.
Aceptaron la indiferencia aquella que es capaz de enloquecer a todos los que son marcados por la sentencia indolente de su actuar. Jugaron con los celos y el extremo último, las ciegas acciones y lo que nunca fue dicho. Se condenaron eternamente a sufrir el frió anhelo de lo consumado que los asechaba entre las sombras esperando cobrarse una victima mas. Mil furias, mil emociones unificadas, euménides de un solo momento y un mismo lugar, una homofonía sin ritmo de un réquiem armonizado en el mismo espacio.
El correr de las horas ejercía su presencia con dura rudeza. Los amantes se estrellaban en su habitual roce. Podía sentirse claramente la discordia presente de un amor no correspondido, sin embargo poco importaba porque por momentos la sumisión con la que idealiza el amor se conforta simplemente con una mínima forma de presencia. Quizás tan solo la companía que llena los vacíos de toda carencia refleja un anhelo de futuro póstumo hasta que se enfrenta con la cruda realidad. El amor no correspondido es el arma preferida de la desesperanza y el inevitable oprobio, su saldo mas amargo.
El sol de medio día hacia centro borrando las sombras del despertar, quien sabe cuanto tiempo había pasado de aquel temprano comienzo de día, mientras tanto el aire se tensaba y poco a poco se agotaba cualquier forma de movimiento, todo yacía en absoluta quietud y no se oía ni una sola palabra. Quizás jamás habían hablado, quizás solo habían escuchado, pero sin saber a quién pertenecían las palabras. Sin embargo se conocían bien, podía jurarse que habían pasado toda su vida lado a lado, casi atrapados en un lazo que se fundía correctamente y que se aferraba a un comienzo pasado tan precoz como olvidado por el tiempo.
Despacio y siempre con aires cansinos se agotaban los minutos de un día interminable mientras el humo de un cigarrillo nuevamente inundaba toda la habitación como una niebla, en el piso una harapienta alfombra hecha de gris cenizas dejadas a su suerte por la combustión de barato tabaco ya consumido teñía el lugar agregando un sucio detalle al lúgubre cuadro. Apenas un pequeño rayo de luz intentaba ingresar tenuemente por la ventana rota y mal cerrada cuyo impacto tímido aspiraba a colarse aunque sin suerte, como sabiendo que no pertenecía de ningún modo allí, sin embargo su intrépido desenfreno arremetía orgulloso con sumas fuerzas en una lucha inútil y sin suerte, incapaz de prevalecer.
Los amantes uno de cada lado de la suerte, diestra y siniestra erraban poseídos por el vació que les prodigaba su desesperanza, la confusión extraña que los invadía jugaba cruelmente con sus esperanzas. Ahora yacían realmente quietos, inmóviles. Un gran pesar los limitaba y no podían manifestar ningún movimiento, quien sabe que poderosas fuerzas los constreñía, que demonio gobernaba sus impulsos tan dispares obligándolos al vació ciego, jugando con los extremos mínimos de la cordura.
Donde la vida no se reclama, el destino se asume responsable y su negro velo exige un pronto desenlace, la situación lo ameritaba y con toda la franqueza que puede mostrar un desenlace. El silencio que reclamaba inerte e impiadoso un final se confabulaba con la suerte y los caminos del arbitrio conducían hacia un mismo lugar. En ese mismo momento el tiempo ya no se detuvo y el estallido melancólico de una sutil y contenida lágrima tan cargada de sentido rompió la escena estancada, se sumo a la alfombra gris de las cenizas quemadas y permaneció allí tímidamente abrigada por la suciedad del suelo. Esa fue la expresión mas temida y ya no parecía haber vuelta atrás.
Así de repente todo tuvo sentido por primera vez, el silencio que en algún momento fuera mudo testigo de la situación ahora yacía ahogado por la respuesta de una simple lagrima, esa que había viajado desde los mares de los tiempos hasta consagrarse en una sola figura, ya fría, ya excomulgada de los placeres de la noche y ya sin la culpa de quienes no temen mas a los infiernos y se enfrenta al oscuro desenlace sin miedos, con la imperturbabilidad propia de un condenado dispuesto a asumir su culpa y pagar por sus pecados. Fue entonces y en ese mismo instante donde uno de los amantes cedió a la terrible determinación, tomo un filo que mentirosamente estaba oculto y acaricio a su amante por última vez, un tibio y delgado hilo del mas furioso rojo sentencio lentamente la vida de cada uno, la mano que tomo la triste determinación de matar a la otra comprendió sin desconsuelo que también moriría junto a su amada.
Las razones de su final jamás fueron esclarecidas, su pesar no fue aliviado y su incertidumbre se apodero hasta el final, las dudas se erigieron con especial rigor y las penas permanecieron como incógnitas jamás debeladas. Muy lentamente pudo sentir agotarse su vida y su pasión.
Sin comprenderlo, la culpa de su muerte y la de su amada le pertenecían a alguien más y ya nada podía hacerse.
Así se desvaneció la vida que una vez soñó, quedando la suerte en deuda con el destino y en su egoísta determinación se llevó más que su propia miseria, también dejo inconcluso una historia de amor.
Un día como cualquier otro la muerte bebió del elixir que mas le gusta, las sombras se regocijaron en su aquelarre impío y gozaron despiadadas de su suerte macabra, ya los silencios no traducen palabras de amor y el tiempo, su tiempo, se detuvo de una vez y para siempre.
Hay quienes creen posible el amor entre dos manos, lo mismo sucede con el romance de los pinos, para algunos eso es amor, y para otros es solo el viento.

Texto agregado el 17-09-2010, y leído por 198 visitantes. (0 votos)


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