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Inicio / Cuenteros Locales / vproust / ¿Qué tal un respiro?

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Doy la vuelta a la cuadra, y me topo con la antigua plaza de juegos. El frío en el aire se siente como un helado corte en mi cara, que se queda casi petrificada cuando el viento se cruza por mi camino. La calle está solitaria, vacía, a pesar de que son cerca de las doce del día, cuando toda la gente debería estar en pleno movimiento. Paseo un poco cerca de los rosales, ya casi marchitos por la presencia del invierno, y miro los juegos infantiles que yacen sin nadie que los use. Es un triste panorama, nada habitual en mi ciudad, siempre hay un niño jugando, o un anciano pensando o jóvenes charlando, en aquel lugar. Me extraña ¿Qué habrá ocurrido con todos?
La panadería del frente está cerrada. Don Fausto aún no abre las puertas del local. Inaudito me parece, siempre hay uno que otro cliente paseándose por ahí. La florería del lado tampoco muestra señales de vida. La señora Delia no se encuentra, no hay nadie, pero las puertas si están abiertas.

Camino un poco más hasta llegar al inicio de la avenida principal, y veo que no hay vehículos rondando por las calles. No hay gente paseando, ni ruidos de bocinazos o griteríos, que son tan comunes en una metrópolis. Me empiezo a preocupar. ¿Qué ha ocurrido, que todo parece haberse detenido en el tiempo, o dado un descanso del agitado estilo de vida al que todos acostumbran? No es normal tanta quietud, el silencio ya comienza a irritarme cada vez más, y lo único que reina en el paisaje, son las imponentes sombras de los grandes edificios que hasta ahora son la única compañía que me queda.

Miro nuevamente el reloj. Ya son la una ¿Qué ahora no todos deberían ir a almorzar? ¿Qué ocurre con los grandes tráficos citadinos que estresan y molestan a todos? ¿Y los niños que salen del colegio? No escucho sus gritos alegres por el término de la jornada, y tampoco veo empresarios que salgan a sus reuniones de mediodía.
Todo se ve dormido. Ya me estoy desesperando con este descanso que se tomó la ciudad. Ya ni las chimeneas arrojan humo, y se puede ver que ya el smog que antes nos envolvía con su grisáceo manto, se está disolviendo poco a poco.
Casi no logro reconocer donde estoy. Quiero que todo vuelva a ser normal ¿Por qué todo se detuvo repentinamente? ¿Por qué soy el único que no se ha marchado con el resto de la gente?

Me exaspero, y desahogo en un potente grito que logra quebrantar la quietud del momento, haciendo resonar un estrepitoso eco. Cierro mis ojos, y me siento en el suelo con la cabeza gacha. Que extraño me siento, solitario, infeliz.
De pronto, oigo un pitido que atraviesa mi cabeza como un rayo. Levanto la vista, y veo aglomeraciones de gente que caminan rápidamente de un lado hacia otro. La avenida está colmada de gente en sus vehículos que arrojan bocanadas de humo, y que no cesan de hacer sonar sus bocinas, gritando desesperadamente para lograr avanzar. Los locales que antes estaban vacíos, ahora no tienen lugar ni para una mosca, a la vez que la plaza se llena con niños que corren y juegan alegremente.
Todo volvió a ser normal. Pareciera como si la ciudad no hubiera aguantado más, teniendo que tomarse un descanso. Un paro de tanto ajetreo, una tregua del arduo trabajo, una pausa de la vida. Un respiro. Quizás todos de vez en cuando, antes de seguir, necesitemos dar un respiro.

Texto agregado el 18-09-2010, y leído por 77 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
18-09-2010 Tal vez fue tu cerebro. Bien. Filiberto
18-09-2010 Buena aproximación a un estado imaginario de quietud y calma en el actual vértigo que caracteriza las ciudades. Una corrección. ES la (hora) una, no SON. Salú. leobrizuela
18-09-2010 Consigues paralizar el ritmo de la ciudad. Buen relato. Egon
 
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