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Fue raro porque mientras avanzaba sentía el mal a mi lado lo que me hacía concentrarme a rezar hasta que todo volvía a la normalidad.

El día espeso, eléctrico, un temblor a las 12:30, que realmente no sentí, el trabajo habitual de aquel día costaba sacarlo, algo no lo permitía las personas andaban extrañas, tensas, poco cooperadoras, parecían enojadas o molestas con algo.

Viajaba en un microbús por calle de poca importancia al que detuvo la policía el paso, por algo no habitual, un espectacular accidente, me bajé a ver, había dos camionetas sobre las veredas y un camión de reparto volcado producto de un choque. A algunas personas las tenían en el piso, me concentré a pedir por todos ellos y misteriosamente aparecieron vehículos de rescate con camillas y paramédicos que inmovilizaron a los heridos, las dos mujeres de las camionetas y los tres tripulantes del de reparto, luego llegaron ambulancias más rápido de lo usual para llevárselos, continué mi camino con la sensación que todo estaba en orden.

En el centro de la ciudad caminando entre medio de disputas y altercados que se apaciguaban al yo rezar con mucha fe por todos ellos y de manera mágica se calmaban, estaba seguro que eso pasaría porque mi concentración era tal que sentía correr en mí algo como una electricidad y todo lo externo a mí quedaba suspendido como en una dimensión atemporal con colores difusos y todo iluminado como por luces de distintas fuentes. Pensaba que era extraño lo que pasaba pero sentía desde dentro que era algo normal, hasta me detuve a mirar una paleta publicitaria de una marca de jeans donde sale una hermosa y joven mujer semidesnuda a la que atrás le formaron unas alas con casacas de la famosa tela, me sentí un poco avergonzado por lo irreverente del mensaje pero no le di importancia y seguí mi camino.
Cada vez que sentía algo malo como ese tris negativo que flota a veces en el ambiente, de manera consiente me concentraba y se esfumaba la sensación porque pronto aparecía gente riendo, como un simpático vendedor ambulante o una pareja de enamorados besándose que lo iluminaba todo y hacía reaccionar a los serios y apurados transeúntes embobados en sus preocupaciones de un penúltimo día de fin de mes, de informes, de pago de cuentas, de reuniones para revisar metas, de cansancio y de la inercia que produce ese vaciamiento del alma , de la nada absoluta.

Mientras me dirigía al metro para volver a casa le hablaba a todo el mundo como un poseso. Pobres, sobre todos a ellos, hola ¿cómo está? Se sorprendían aunque todos se ponían a conversar inmediatamente, señoras, jóvenes, estudiantes, oficinista. ¿Qué ganas todos de conversar Dios mío? De reojo divisé a la niña del afiche ahora como ladeada, siempre con las alas de mezclilla desplegada. Sonreí pensando en los publicistas y especialistas de mercadeo tan insistentes con imágenes tan penetrantes que a todos con quienes conversaba llegarían a lo más profundo de su subconsciente, no pude reprimir un sentimiento de vergüenza de tamaña manipulación.

Antes de bajar al metro debía conseguir una información con una ejecutiva de un banco, entonces entré y le pregunté al guardia que quién me podía atender, el me llevó amablemente (los guardias en los bancos son como “anfitrionas” ahora, no tienen interés de arriesgar su vida aparte que todo está asegurado, por si un asalto), me contactó con una ejecutiva que venía hacia nosotros la que manifestó amablemente resolver mi inquietud. Se devolvió a su escritorio mientras yo la seguía tras haber agradecido debidamente al guardia, se sentó y yo hice lo mismo en el asiento que me ofreció, luego de una manera seca, aunque correcta, accedió a entregar los datos que necesitaba. Ella miraba fijamente la pantalla con las mandíbulas muy apretadas así como enojada. A todo esto, estábamos ya muy cerca de la hora del cierre bancario, mi trabajo del día estaría perdido si ella no me daba todo lo que le requerí. Pedí nuevamente que todo saliera bien (no se porqué todos estos pedidos los hice con rezos algo no habitual en mí) entonces me fijé en su mano derecha que estaba apretada y en ella tenía un billete enrollado así como cuando un niño va a comprar y le pregunté ¿usted iba a comprar? Me miró y soltó una carcajada del alma, me dijo que estaba muerta de hambre (ya casi cerca de las dos) y quería ir a comprar algo cuando la encontramos. Fue como si el lugar fuera un cálido y acogedor salón, de pronto todo cambió, me habló de su horario de entrada y salida de su familia, del poco tiempo que le quedaba y mientras tanto me entregaba la información y papeles que yo requería, cosa que era pura voluntad de los ejecutivos de bancos darla. Finalmente nos despedimos de abrazo y le di mis gracias (de corazón), salí muy contento y mientras caminaba por el paseo Ahumada empecé a pedir por todos los que allí pululan, en especial por los lanzas que siempre logro identificar entre la gente (me miran a los ojos y se alejan asustados creyendo ser reconocidos), en fin, por todo ese magma humano obligado a vivir sabiendo o sin saber, por el lugar.

Me fui al metro muy relajado y contento, abajo esperando que llegará el próximo tren quedé parado de frente mirando la vitrina de estas JC Decaux (que están en todos los metros del mundo) y ¡sorpresa! estaba el afiche de la joven alada que me miraba de frente con sus manos cruzadas tapando sus pechos y las alas desplegadas en fondo blanco iluminado con fuertes luces, sonreí ante tantos encuentros y llegó mi tren lo que hizo que girara completamente dejando la visión a mi espalda, la puerta quedó exactamente frente a mí y antes que se abriera mi imagen se reflejaba en el vidrio de ella, tapando la de la niña de la vitrina a la que solo se le veían las alas pero éstas parecían salir de mi cuerpo ahora, un extraño escalofrío recorrió mi espalda, pensé que fui esa mañana sin saberlo el asistente del bien.

Texto agregado el 30-09-2010, y leído por 193 visitantes. (0 votos)


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