Un cigarro a media vida purifica los recuerdos. Besos petrificados, lejanos, muertos; sabor a labios que sólo existen en el recuerdo.
El andén, las vías, la butacas y su conciencia están vacías. Los pasajeros, indiferentes, le miran despectivos y la noche enjuga sus lágrimas de negro cristal. Un saco cargado de soledad vence su espalda y, cansado, se sienta a ver el espectáculo de la vida desfilar frente a él.