Nota aprisa para Domininique

Tú no sabes del Almendares bañado de sol
y te lo repito como te lo dije ayer
porque ahora estoy aquí
y a pesar de quedarme ingenuos vicios y resabios de tu sociedad.
Tú no sabes de los años que poseo del Kilimanjaro,
inclusive, ignoras el café de tus grandes ojos de expresión indefinidas.
Te lo repito porque estoy aquí,
porque preciso recordarte
que ya no tengo -en verdad nunca lo he tenido- un bateau mouche sobre el frío río
en que nos miramos en un invierno desteñido.
Tú no sabes nada
y mucho menos, lo que nos discutimos,
el basamento de nuestras disputas.
Ni siquiera conoces los sucesos del 68.
Desconoces el peso de llevar mis dieciocho años a cuesta
y no vayas a decirme que no te lo dije
porque allí lo hice, medio recostados, contemplando el Sena,
en el mismo lugar,
ni más lejos,
ni más cerca
porque no sé por qué razón no fuimos más allá del límite
que nos concedía esa frontera.
Tú sólo sabes de las antigüedades del viejo Michard
y de Mozart sigues enamorada
o quizás tu inestabilidad pasional haya puesto los ojos en Chopin;
siempre te gustaba tararear de Beethoven su Quinta Sinfonía
y si te llama la muerte, estoy seguro
que en tu agonía, no a mí, sino a él, llamarías,
mejor amante no has tenido. Sólo con él me atormentabas
tú, frívola muchacha de labios manzana
de los cuales en tu cochino y adorable París
me harté por tajadas
antes que te decidieras a saber que más allá del Sena
para mí no valías nada
y me dejaras
en el lugar donde nos dijimos tantas cosas
para al final descubrir que no nos habíamos dicho nada.

La Habana, /74.