Cuelga el corazón como una flor marchita,
quieto, en su ciudad deshabitada,
susurrando en el vientre de la noche,
la obediencia en estatua derramada.
Desnudez animal que en el desorden,
mental y espiritual, no alcanza al alma,
vive pálidamente en las orillas
y se arrastra en puñados de nostalgias.
La cara frente al fuego es la corona,
la espalda, es un adiós que nunca estalla,
nombrarlo es olvidar el paraíso
y abrasarse al infierno y a sus llamas.
Heroica en los gritos espectrales,
las manos en la voz se despedazan
y el corazón como una flor marchita
se duerme en su letal desesperanza…