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Para Fernando


-¿Haz oído hablar de los diamantes?
-Éstos, son entre las piedras preciosas las más famosas, exaltadas e incensadas por los hombres. Doquier aparecen despiertan la ambición de poseerlos; le quitan el sueño a los coleccionistas; son la pasión y apetencia fantasiosa de tantas mujeres; representan la ganancia substanciosa de incontables Bancos y banqueros, por el hecho de tenerlos escondidos en sus cajas y protegerlos de los ladrones, a quienes también les gustan mucho.
Por eso, la persona, mujer, Banco, o ladrón que tiene una gran cantidad de diamantes se considera y cree el ser más rico y poderoso de la tierra entre los cresos y burgueses; porque esta clase de pedrería es cosa de verdadero lujo, que solamente los sobrados magnates se pueden dispensar. Y, por lo raro y escaso es, sin duda que también a una persona, para decirle que es muy bueno o que tiene un corazón noble, le dicen en forma metafórica, que es de diamante. Por eso, éstos, son a veces todavía mucho más raros, hasta parecen extinguidos, siendo una verdadera fortuna encontrarlos.
-¿Que si yo los conozco?
-¿Qué cosa: los diamantes o los hombres buenos?
-Sí, los vagabundos somos seres afortunados. Conocemos muchas cosas que no conocen otros. Es por eso que hemos aprendido a tratar hasta con los diamantes.
Ciertamente cuando hay exhibición de diamantes, no nos dejan entrar a verlos, porque un mendigo es para los ricos un ladrón en potencia, y no permiten acercarnos demasiado, o siempre nos tienen de ojo enfadoso y en acoso.
Sin embargo, al conocer, aunque de paso y de lejos a los personajes ricos e importantes, hemos visto los diamantes que llevaban engastadas al cuello y luciendo presuntuosas las personas; a veces los llevan en las manos y en la ropa; o, al contrario, como te hago ver en la presente narración; los diamantes llevan a estas personas luciendo como su séquito que le rinde pleitesía.
Por eso los vagabundos conocemos con más gusto a personas que tienen un corazón de diamante. Sí, aunque raros, también sé de una mina donde se producen los hombres buenos: con el tiempo, el esfuerzo, la oración y la decisión.
-¿Sabes una cosa? Los vagabundos conocemos y hemos aprendido con más certeza que el mejor de los joyeros, a descubrir las personas que llevan un corazón de diamante; y, también sabemos distinguir aquellas que lo tienen de tepalcate o barro tierno. Esto, no porque hayamos hecho estudios en Harvard o la Sorbona, sino porque vivimos sumergidos en el corazón de la vida; allí donde los hombres deciden constantemente por el bien, o por el mal, que es el sitio y la mina donde se forma un corazón de diamante, o se deforma por el mal uso de su libertad, la cual no los deja despegarse de la tierra, por eso pueden tener un corazón de barro. Y, a nosotros nos lo dejan ver manifiesto en sus ojos, su rostro, sus gestos, actitudes y palabras.

Pero, hoy no te voy a referir el caso de algún hombre de corazón de diamante -lo cual debería hacer siempre- para animar e impulsar tu espíritu a que entre en el proceso de transformación y cambio que todo hombre debe emprender, para pulirse, consolidarse, madurar y brillar, a fin de que, como el apotegma de los diamantes, tengas mucho valor.

La intención de escribir en esta ocasión, es otra. Es la narración de una historia singular, que tal vez nunca antes habías escuchado, porque tampoco he visto otra semejante que se haya escrito en los libros de mitos, fábulas o leyendas. Y, claro que no podía estar a la venta del público primero que la mía, pues se trata de un diamante rico que conocí no hace mucho tiempo, ya que fue él mismo quien me la refirió completa.
Fue, por cierto, en el ambiente de una superlativa y pródiga fiesta de la alta sociedad y de parada. De esas exhibiciones fastuosas que tienen muy frecuentemente los ricos en sus mansiones, y donde sobra de todo -hasta los diamantes- que, como en el caso del que te cuento, en cierto momento del liberal festejo y en el desfile del aparato, boato y despilfarro, abandonó aquella velada aburrida, donde se vio alternando con pieles de zorra y de armiño, encajes y filigranas de oro, cuentas de dólares y pozos petroleros.

Este tamaño desacato lo obligó a marcharse de aquel campo, por unos momentos, decepcionado ante tamaña ignorancia de los hombres -los cuales no saben lo que quieren -me dijo sufriendo y sudando gotas de cristal-. Pues, resulta que a él lo estaban comparando con objetos ínfimos a los de su alto rango, clase y casta singular.
Por eso, gimiendo todavía, llegó rodando hasta donde yo estaba recostado en una banca del jardín, dormitando desde hacía un parvo momento; pues, con un ojo al gato y otro al garabato, esperaba a un aristócrata pudiente que me había contratado para lavarle su nada cangallo automotor y, como dejó las llaves puestas en mis manos, esperaba su partida, pues no podía marcharme con su llavero colgando en mi bolsillo.
Y, resulta que mientras reposaba de la última talacha de la jornada, echado a lo largo de la banca, en tanto que guardaba el honor y la modestia de ser pobre, e invitado por la noche, que fue hecha para descansar y cerrar los ojos, para respirar a través de grandes sorbos de sueño el misterio opuesto al de la luz y de la vida. Cubierto estaba de otras miradas, pues me arropaban las sueltas ramas de una frondosa palmera, que dejaba una penumbra en medio del jardín al no poder ser atravesada por los rayos de reflectores rutilantes. Sólo giraban en torno e iluminaban incesantemente el campo como guardias bien pagados cumpliendo su deber.
Estaba pues, aquella noche, entre la vigilia y el sopor, en el umbral de lo real y el mundo de lo impalpable, al modo cuando sueñas que comes y amaneces con el estómago vacío. Cuando de repente, escuché muy cerca de mí unos como límpidos y claros sollozos; eran al estilo de notas musicales que, en son de melodía inspirada corrían como en surcos de aguas pentagrámicas hacia donde me encontraba cabeceando y emitiendo desafinados ronquidos con toques bemólicos. Pero, claro y distinto sentí el rumor musical que corría hacia mí, al tiempo que despedía un argentado bisbiseo y agradable cadencia rítmica; venía lanzando unos rayos de potente y terso deslumbramiento como deidades irritadas.
Aquel sonido afinado y la inmediata luz inusitada y excepcional nunca antes vista, me hizo enderezar como por encanto de mi sitial y corregir mi posición soporista yacente -el cemento, por cierto, era un poco duro y nada cómodo para descansar-. Pero también me senté para poder aguzar mejor el oído y encuadrar mejor la vista sobre aquel raro objeto que, como avergonzado o perseguido, tal vez un poco borracho, venía dando traspiés tarareando una canción mexicana, triste, por supuesto.
-¿Que si era una luciérnaga?
Eso pensé yo al momento. -Pero, no. Porque luego en forma decidida corrió hasta quedar frente a mis desgastados zapatos; y, después de observarme por algunos instantes, sin decir más, saltó hasta mis manos, como buscando refugio para poder llorar y confiarme un secreto que nadie conocía en la tierra, mientras discreto enjugaba su llanto de cristal trasparente y diamantino. -Sí, sentí al momento que eran sinceras sus lágrimas, pues cada una llevaba un reflejo de luz pura; era su color entre carmesí y aturquesado, su gemir ruboroso y encendido.
Para comenzar, se presentó en forma educada y formal; -me dijo que él era un diamante. Que tal vez yo no sabría nada de su historia, de su genealogía y de sus antepasados, porque ellos tienen una vida muy larga y se formaban en la reciedumbre de ejercicios sistemáticos, que reclamaban rostros duros y señeros.
-Le pregunté cuántos años tenía; y, para que no me fuera a ir de espaldas del susto -porque detrás había arbustos punzantes-; como hacen las mujeres que nadie ha descubierto que son bonitas y por eso no se han casado, mejor se reservó la edad. Bueno, en realidad, me dijo que su vida no se medía por años, sino por etapas, por ciclos, generaciones y por evos.
Como referencia, sólo indicó que él había conocido a los animales plehistocénicos, al tiempo cuando su mamá le ponía todavía las mantillas. Había visto los primeros "monos araña" cuando dicha especie era todavía tan rudimentaria y no eran tan monos, puesto que comenzaban a descolgarse por los hilos de seda de los techos de las casas.
Era muy antiguo, me dijo. -Pero, lo más interesante que me hizo conocer en aquel relato fue cómo descubrió y trató con diversa clase de hombres en su recorrido por el mundo. -Sí, él los descubrió, no fueron ellos quienes los encontraron a él. Porque, me aseguró que los diamantes son anteriores a los hombres, y que muchos de ellos les pertenecen. Esto despertó más la curiosidad y me enderecé definitivamente para entender en aquella lección que estaba por comenzar.

Luego de muchas eras de crecimiento, de paciencia por endurecerse y desarrollar su esencia, este diamante había alcanzado la madurez de todos las piedras preciosas de su especie. La granazón o el punto encrestado de aquellos de su linaje, se impone a todos y se deja ver claramente sin necesidad de apologías. Un diamante es un diamante y basta, así como una lombriz de tierra no puede ser un camaleón ni una azucena. Y esto es real, porque, un diamante bien formado destella reflejos de luces, contraluces y espléndidos centelleos. Sus rayos son tan potentes que traspasan rimeras capas de la materia, y pueden refulgir en el día o en la noche. Como fuegos fatuos, que confunden a los hombres con espantos; pero son ellos que están allí, iluminando resplandecientes su mundo.
Pues, en un punto de la versión fastosa de su vida, me dijo que tuvo con su familia un drama, que provocó un rompimiento y el haber emprendido su aventura. Sí, era como un diamante vagabundo.
-¿Que si se enojan los diamantes?
-Bueno, ellos tienen un modo especial de reñir, y todo eso me lo contó aquella noche descobijada el diamante rico, entre largos sollozos y sorbos de aire fresco.

Como todos los diamantes son bellos, luminosos y resistentes, no se pueden inventar guerras a golpes o moquetes entre los mismos; porque cada uno quedaría más esplendente después de cada refriega. Y, si así fuera, aquel de entre ellos que resultara con el baldón de la derrota, de hecho resultaría el vencedor, porque sería capaz de proyectar más luz, y sería más atractivo, luminoso y bello, con lo cual serían siempre todos perdedores y no los reyes de los minerales. Por eso, los diamantes han escogido los lugares profundos de la tierra. Viven muchas veces en los países de las minas de carbón, sus antepasados más remotos y no evolucionados. Entre peñascos y capas geológicas se mantienen, porque todos se preocupan por servirlos y enaltecerlos.
Me contó que los diamantes son los reyes y soberanos de las piedras y los metales, y la savia o elíxir balsámico imperceptible que el postín estratigráfico destila, es para nutrirlos y embellecer a los de su real especie. Son duros, férreos e inquebrantables; los seres más consistentes y macizos de la especie natural viviente. Por eso, los diamantes son símbolo de lo indestructible y permanente. Las puertas del cielo y las columnas de la Ciudad Santa, la Nueva Jerusalén, están construidas y formadas de diamante.

Por eso es que debido a su especial modo de ser y reaccionar, como a los sabios, cada fricción, golpe o roce los hace más firmes, sólidos, consistentes, primorosos y atractivos; y, por tal razón, sus desavenencias, discusiones, disgustos y contiendas, las arreglan casi siempre como los juegos de niños. Sí, al igual que chiquillos zopencos y guasones, juegan a mojarse y a refrescar y salpicarse sus caras y sus aristas; y esto lo hacen muy frecuente en tiempos de calor; pero ellos se bañan desatando nubes de polvo; provocan terribles y enconadas lluvias de ceniza y aserrín de carbón unos contra otros, y a veces en parvadas, cuando se alían formando poderosos ejércitos jacareros. Todas sus peleas las hacen así, porque es el medio mejor de opacarse y divertirse. Pero, también con ello se hacen más robustos y bellos al destilar motivos de alegría.
-¿Que qué comen los diamantes?
-Bueno, para ellos, como son de casta especial, según me refirió el diamante fino, su dieta debe ser muy balanceada y estrambótica. La esencia de su alimentación nutritiva es la materia rica en metales nobles y preciosos; desde niños apuran golosos el biberón con largos sorbos de fina masa molecular; eso mismo, pero más consistente cocinan sus chilicuatros y les sirven sus refitoleros entrenados; de dichas substancias pespunteadas de oriflama dorada ofrecen siempre en sus mejores fiestas.
Ellos tienen exquisitas y elegantes recetas de partículas atómicas de hierro finísimo, restos de ágata, cuarzo y crisoprasa; hacen tamales con harina de ónice, y les gusta la salsa con esencias de zafiros tiernos. También toman infusiones de gases de gemas coruscantes y es muy apreciado el vino evaporado de topacio y cornalina. También hacen Wisky de madreperlas y carey, el destilado de fierro viejo les gusta bastante, aunque no todos lo beben, pues para los entendidos es como beber un aguachirle.
-¿Que si no se enferman los diamantes?
-Pues, hay quienes dicen que sí, pero entre ellos hay muchos médicos brillantes; sobre todo, se sabe que hay mayor índice de enfermedad entre aquellos que viven en el mundo de las minas de carbón; ellos están tosiendo constantemente, porque nubes de polvo áfrico se desatan, especialmente cuando hay un mal entendimiento entre los diamantes.

-¿Que por qué se pelean los diamantes?
-Sobre sus lides púnicas, me contó el diamante, que sucede lo anterior debido a que ellos son los reyes de los minerales, y los hombres lo idolatran; por eso tiene derecho a muchas cosas, que no se pueden imaginar las criaturas mortales; de este modo, como soberanos impertérritos, sus desavenencias las hacen por motivos que para nosotros pueden ser vacuos, insignificantes o baladíes, pero que cuando los hombres se sienten importantes también los imitan; las escisiones entre ellos son por cosas triviales, pero motivos que para ellos resultan afrentosos.

Por ejemplo: si alguno enciende su linterna cuando otro descansa; si pone su direccional y sigue de frente; si fuma sin hacer espirales o bolitas de humo; si se mira en el espejo mucho tiempo, o si va a la playa en forma descocada; cuando alguien silba o canta en tono desafinado, etc., estas son ocasiones para que se desate entre ellos verdaderas guerras moleculares, que los sepulta y revuelve todavía más en los entresijos de la tierra; de modo que con ello resulta mayormente difícil para los hombres encontrarlos. Así como las guerras prolongadas que hacen los hombres, las cuales suceden con tanta frecuencia y nadie sabe la causa, porque todo queda bajo un montón de negros intereses.

Pero, el hecho de esconderse, es un secreto ellos lo conocen bien, y por eso son más vanidosos, pues saben que son más deseados por los seres que dicen que piensan, los cuales los persiguen y buscan afanosos por doquier, mientras ellos juegan a las escondidas y a hacerse la guerra.

Su descubrimiento y trato con el género que se llama y dice de los hombres pensantes, no fue casual -me dijo-; como antiguos que son en el mundo, ellos conocen varios secretos del universo mundo. Sólo que saltan a la vida cuando están ya maduros e instruidos en las artes de la adulación, la lisonja y hasta la rayana adoración.
Claro que hay entre los diamantes también clases y castas; los hay buenos y menos buenos, pero todo depende de la edad que tengan. Precisamente, a estos últimos, o sea, los que ya dejan han dejado atrás el desarrollo o la adolescencia, resulta que a cada uno se le da un grupo de hombres necios de la tierra, con el fin de que a través de ellos exploten alabanzas y consideraciones al reino mineral de lo insensible.

En medio del afán sudorífico, empapados y jadeantes, enterrados en las tripas de un campo minero, se hallaban varios hombres cierto día -me contó el diamante rico -al cual no se le había olvidado relatarme su drama familiar que lo llevó a abandonar aquellas huestes estratigráficas bellas y resistentes-.

Cuando, muy cerca del tiro atufado y el brillar de antorchas con la frente de los hombres, bregaban en el entretenimiento poético diamantil dos piedras preciosas, las cuales elevaban los grados más altos del rompiente celo cantándole tonadillas de frenesí enjugado a la luna.
Juntos lloraban, muy desconsolados, nubes de lágrimas amargas y de aflicción, que difícilmente habían conservado en sus silos dentro de la casa paterna, porque a pesar del amor subido y tan brillante que se demostraban, sus queridos padres no permitían todavía y de ningún modo sus esponsales. Cierto que por largo tiempo se había tratado entre los familiares ese consentido enamoramiento. Pero, en ese crítico momento, mientras los diamantes viejos discutían de ritmos y teorías de peso, el diamante intrépido, se estaba despidiendo de su gema prometida para aventurarse entre los hombres a cumplir su tarea.

-Sí, -me reveló que los diamantes también se casan, y tienen que pasar un prolongado período de noviazgo, lo cual en realidad es una dura prueba. Y fue aquí en este contexto donde se estaba jugando y el momento en que se desarrolló el drama de nuestro diamante rico.
Pero, antes te digo que también, y muy curiosamente, me reveló que ellos se enamoran no de la piedra hermosa más perfecta que hay en aquel país de roncería, sino todo lo contrario; aquella de su clase, familia y rango que tenga más defectos, ésa es la elegida para hablar de maridaje y desposorios.

Así, nunca hallarás tú que en el país de los diamantes pudiera suceder un casorio entre dos diamantes perfectos. -No, y de ninguna manera; porque, entre esta clase mineralógica de egregios ronceros, o a la novia esmeralda le falta una arista en su lemnisco, o al novio rubí lleva muletas porque carece de espolones refinados. Y, es que ellos tienen como ley estricta que cada maridaje y consorcio, ha de hacerse para toda la vida; la cual, según se demuestra en ellos, toca el costado de lo perpetuo.

De esta suerte, es fácil comprender las dificultades para hallar las diferencias que deben descubrir entre ellos que son bellos, con el fin de realizar un matrimonio interesante y capaz de sostenerse perdurablemente. Pues, de otro modo, ¿qué va a hacer de provechoso el diamante o la piedra preciosa con su consorte durante todo el tiempo que deben vivir juntos? Sí, el acuerdo bilateral y muy conforme a su nobleza es perfeccionarse mutuamente; y, se puede decir que esa es la razón principal de tomar estado entre estas joyas de pedrería fastuosa, buscar y trabajar sólo por la brillantez y la perfección del otro.
Y, fíjate, que entre ellos se encuentran defectos que los humanos no pueden siquiera pensar, tampoco reconocer, ni menos vislumbrar en los diamantes. A los hombres les interese que brille, que tenga peso, que sea de marca; pero nunca se les ocurre contar si los átomos que compone la perfección de su naturaleza están en consonancia; si los grados de calor y luminosidad no les hace sudar en demasía; si el color perifónico concentra los colores del arco iris completo, etc.

Todo esto, porque cada uno debe estar en perfecta sintonía con la dimanación que ha de percibir y dejar traslucir de toda la naturaleza inanimada que ellos hacen revivir en su pedrería como joyas más preciosas. Pues, según me relató el diamante rico, ellos nos se conciben nunca como entes aislados. Nadie puede vivir solo, si no está cumpliendo una misión; y hasta quien esto hace, también le pueden decir que está loco. Es más, solo, solo, no podría hacerlo nunca. -No, señor, de ningún modo.
-Decía que cada uno conforma y enriquece a la naturaleza viva y, por lo tanto, ha de participar de su influencia y de su sentido total.

Bueno, porque no pueden vivir solos, él estaba comprometido con una gema graciosa y muy brillante, la cual, confesaba indiscreto y rendido que en realidad era un verdadero perifollo. Él era un diamante joyel todavía, o sea una fililí pequeño, cuando sus padres descubrieron que la gema diamante de la familia crisoprasa estaba subdesarrollada para su edad, y hasta le decían la “chincheta”. Pensaron hacer las bodas del año, al descubrir este defecto de rezago; claro, a su hijo lo consideraban perfecto y muy abusadillo desde chiquillo.
En los días de luna llena, salían al campo los dos serpollos de diamantes, para platicarle a la luna sus proyectos y retratarse uno a otro con la propia luz difusa. Él, soñaba que ya muy pronto, y antes de realizar las nupcias con la gema diamantina de su afecto, podía bajar y reconocer el mundo de sus fanáticos admiradores; ella, como sujeto femenino, debía quedarse en casa a preparar el lujoso vestido de novia, que debía ser gracioso y sutil, original y coruscante, mientras su prometido cosechaba aplausos, adulación y fama para los dos y sus respectivos linajes.

Por cierto -me confesó el diamante- que esta última, era como una prueba también para todos los diamantes adultos; pues si no han salido a cosechar aclamaciones, alabanza y encomios subidos, no se podrían nunca casar. Ciertamente la prueba empleaba mucho tiempo, pero ya te decía que ellos viven sobrados años.

Pues imagínate, cuando un diamante llega a la bolsa de un orgulloso, un soberbio o un egoísta y tacaño; o, lo que es peor, en manos de un aturdido, demente y delirante que, a través del diamante se pone a recoger él mismo los aplausos.
Los primeros, los esconden por años en cajas fuertes, y no se sabe de ellos sino hasta que se mueren, cuando los herederos los venden para embriagarse y divertirse en fiestas placenteras; los segundos, luego que se cansan y comprueban que no era a ellos a quien admiraban los alabarderos que los seguían, sino a los diamantes, entonces los olvidan, los rematan o los empeñan en los montepíos para comprarse unos anteojos para poder ver mejor.

Sólo hasta entonces, es decir, cuando los diamantes son olvidados, pueden volver a la tierra y hallar el camino a sus moradas, donde los esperan siempre sus pacientes y más bellas enamoradas con el vestido de fiesta centelleante. Pero atrás han debido dejar una estela de admiración y piropos, insomnios festivos de espejeo, aureola y crispamiento, hasta la polvareda invariable de trulla y mamporrazos.

-¿Que si las novias diamantinas también van al mundo a probar fortuna para recibir hurras, homenajes y aplausos?
-Sí, algunas veces y determinadas circunstancias- es decir, sólo en el caso que el prometido tenga un defecto notable. Claro que es impensable que la Comandita de piedras preciosas pudiera enviar al mundo diamantes imperfectos.
-¿Que qué es la Comandita?
-Es lo mismo que una compañía, firma, consorcio o corporación chiquita.

Bueno, pero ya es hora de proseguir y terminar el drama espinoso de nuestro amigo el diamante rico y lacrimoso..... (Continuará)

Texto agregado el 08-07-2004, y leído por 783 visitantes. (1 voto)


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